martes, 30 de mayo de 2017

Educar para la paz, no para una cátedra.


La sorpresa de que en los colegios del país no se hable del histórico Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc lleva a hacer una reflexión más profunda sobre cómo el sistema educativo debe reconocer y valorar formas menos convencionales de educación en la diferencia.

Por Natalia Herrera Durán - @Natal1aH

Escuela rural de San Vicente del Caguán en el Caquetá. /Mauricio Alvarado

¿Por qué en los colegios no se habla del Acuerdo de Paz al que llegó el Gobierno con las Farc para poner fin a 52 años de conflicto armado que dejó millones de desplazados y miles de colombianos muertos?

La reflexión la hizo Annika Otterstedt, jefa de cooperación de la Embajada de Suecia en Colombia, al pronunciar las palabras de apertura del Encuentro de Colombia 2020 y El Espectador sobre “La educación como pilar fundamental para la construcción de paz”.

Otterstedt se preguntó con sorpresa por qué a sus hijos que estudian en el país no les hablan de este tema que no pocos califican de histórico y trascendental. “Si la guerra se crea en la mente de los seres humanos, necesitamos que la paz se erija en la mente de los seres humanos”, dijo con atino María Alejandra Villamizar, directora de la Conversación Más Grande del Mundo, quien estaba moderando el diálogo.

Y, ¿cómo erigimos la paz en nuestra mente? La respuesta debe partir de reconocer que la ausencia de guerra no significa necesariamente que haya paz, cree Saadia Sánchez Vegas, directora de la Oficina de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en Quito y su representante para Bolivia, Colombia, Ecuador y Venezuela. Ya que eso alude, piensa Sánchez, a la necesidad de atender los requerimientos de los distintos sectores sociales y traducir los valores de paz en diálogo intercultural, en valoración de la diversidad y en una construcción de ciudadanía y educación afín a esos conceptos.

Zulia Mena García, viceministra de Cultura, también reconoció esa necesidad y citó a Gabriel García Márquez para decir que “en Colombia nos hicimos desconociendo al otro” y que cambiar eso, traducido al territorio nacional, significa ineludiblemente ponerle atención a la Colombia que no está escrita. “La paz se construye en la medida en que articulemos las diferencias que este país tiene”, sostuvo Mena.

Esta es una razón poderosa para entender que uno de los enormes retos de hoy es que las personas se eduquen sin abandonar las regiones, aunque esa idea de “territorializar la educación” no sea tan bien vista por las universidades cuya vocación está en captar estudiantes de todo el país, reflexionó Camilo Borrero García, investigador de la Universidad Nacional y del Instituto Colombo-Alemán para la Paz (Capaz).

“Estamos intentando decirles a las universidades que escuchen al país”, afirmó Borrero al rescatar el propósito de Capaz en el país.

Natalia Ruiz Rodgers, viceministra de Educación Superior, está de acuerdo con eso y dice que el Ministerio de Educación también está trabajando en esa línea, aunque falta todo por hacer. Habló de los planes de educación rural con enfoques diferenciales, flexibles, participativos y autogestionables que vienen diseñando.

También rescató la alianza que recientemente firmaron con la Unión Europea y la Universidad del Cauca para educar a mujeres en Putumayo y Cauca sobre ecoturismo bilingüe, en especial en avistamiento de aves, con la posibilidad de transmisión de esos conocimientos en la red de radios de las Fuerzas Armadas.

Ser y hacer

“Nadie nace para no ser nada. Todos nacimos para ser algo y alguien. Lo que sea. Un sujeto, un actor de su tiempo. No estoy diciendo que todos sean Mozart. Es más, me gustaría que fueran un montón de cosas distintas a Mozart”, fueron las palabras del investigador Jesús Martín Barbero para aterrizar el debate en la vida de los jóvenes.

De acuerdo con Martín Barbero, Colombia tiene una necesidad enorme de reconocerse como inventora y creadora y no sólo como compradora. Por eso su insistencia en que la educación no puede ser domesticación y, en cambio, debe potenciar la espontaneidad e integrar la sociedad y la familia.

En esa misma dirección, Saadia Sánchez Vegas habló de que en Colombia se debe definir primero qué se entiende por educación para la paz y qué se quiere alcanzar con ella, y eso pasa por pensar esa definición en todos los espacios del país. En 1996, la Unesco, dijo Sánchez, estableció que la educación para la paz tiene que ver con aprender a hacer, aprender a ser y aprender a convivir.

Esta propuesta se denomina “Educación para la ciudadanía” y busca ir más allá de los meros procesos cognitivos, articulando dos componentes claves: el socioemocional y el conductual. Asimismo busca potenciar la lectura y el pensamiento crítico y está estructurada en mallas curriculares, es decir, debe atravesar de forma trasversal e integral todas las asignaturas, contenidos y espacios de la escuela.

Cátedra de recinto

Pese a estas sugerencias de la Unesco, que no son nuevas, en el país se viene implementando sin mucho bombo e impacto una cátedra para la paz desde 2015, que dos años después sigue en mora de ser revaluada. Sobre todo si es cierto que el Gobierno se toma en serio eso de educar para la paz.

En septiembre de 2014, el Congreso aprobó la Cátedra de la Paz y curiosamente pasó por encima de la reforma gubernamental que ya había pensado en la educación para la paz de forma más transversal. En 2004, atendiendo a la necesidad de un proyecto educativo un poco más integral, como se discutía en el continente, el Ministerio de Educación publicó la cartilla número 6 sobre competencias ciudadanas y construcción de paz, que incluía la formación en derechos humanos, buena ciudadanía, resolución de conflictos y otros valores, a través de conocimientos, competencias cognitivas, competencias emocionales y competencias comunicativas presentes en todas las asignaturas.

De hecho, en ese momento se discutió que lo ideal era no aplicar el anticuado método de crear una cátedra en la que se dictaran unos contenidos en una clase. Sin embargo, en medio de la euforia que despertó una nueva posibilidad de acuerdo entre el Gobierno y las guerrillas, el Congreso aprobó la Cátedra de la Paz y el Gobierno, representado por Juan Manuel Santos y la entonces ministra de Educación, Gina Parody, en vez de reorientarla de acuerdo con la reforma hecha por el Ministerio de Educación, la reglamentó a través del decreto 1038 del 25 de mayo de 2015, avalando así que las competencias ciudadanas fueran una serie de contenidos que un docente dicta en una asignatura.

Hoy, dos años después, se sigue escuchando en diferentes sectores educativos, académicos y sociales sobre la necesidad de replantear la Cátedra de la Paz, pues así como está supone un retroceso: una paz de recinto cerrado que está lejos del compromiso amplio que debe tener la educación en la construcción de paz en un país desigual como Colombia.

La viceministra de Cultura, Zulia Mena García, lo resumió así: “El país necesita una educación para la paz que reconozca la diversidad de lo que somos. Ya es tiempo de escuchar y atender otras voces que no han ido o van más allá de los recintos de clase”.

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