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jueves, 28 de diciembre de 2017

La violencia de Dios en un pesebre.


Marco Antonio Velásquez

La escena del Hijo de Dios en un pesebre, que nace en el vientre virginal de una mujer sencilla, en una ciudad insignificante y desconocida como Belén, más allá de la tierna inocencia con que ha sido descrita, a través de la historia, es de una fuerte carga emocional que contiene toda la impotencia de Dios hacia la humanidad. La escena, tantas veces repetida y ritualizada, más que nunca con fines profanos, representa una escenografía que violenta la conciencia de cualquier espectador, pasivo o activo.

Una criatura, humana y divina, rodeada de todos los signos del abandono, de la marginalidad y de la indiferencia social, representa la más brutal contradicción del pensamiento de Dios para su Hijo.

Sin embargo, la obra de Dios así graficada no busca someter a su Hijo a la ignominia de la indiferencia humana; tampoco busca humillar ni mancillar la dignidad de esos padres impotentes que sufren el desprecio social que les ha caído en suerte, al no encontrar un espacio digno para el nacimiento de su hijo. En esa escenografía, Dios cuenta con la colaboración santificadora de su Hijo, de María y de José.

Dios que, en el transcurso de la creación, actúa como oculto desde una aparente lejanía celestial, ha decidido irrumpir con fuerza en la historia, recreando ese momento con una síntesis de la barbarie que provoca la actuación humana. De ahí que la belleza y la esperanza de todo nacimiento, sea violentada con los signos del desamparo y el abandono.

Es así como Dios, sin palabras, y con la elocuencia de los hechos, se vuelve contra los espectadores del pesebre para quebrar la conciencia humana y mostrar con nitidez ese lado oscuro, que se oculta tras los sombríos pensamientos que provocan la injusticia, la tristeza y la marginalidad.

Entonces, en el pesebre conviven la esperanza y el reproche. Y así, como el trigo y la cizaña conviven en el mismo corazón humano, la esperanza y el reproche anidan en cada persona de buena voluntad.

Porque al contemplar el pesebre del Hijo de Dios, afloran las propias esperanzas y también esas secretas oscuridades. Sólo así, es posible adentrarse en ese mundo interior donde están los elementos esenciales para hacer ese pesebre personal, donde pueda nacer lo mejor de cada uno, con la potencialidad del bien creador que puede hacer realidad la esperanza de todos.

Esa es la noche luminosa de todos los perdedores de la historia, y también de los ganadores, que tienen la potencialidad de unirse en un abrazo celestial, para construir ese gran pesebre de los hijos e hijas de Dios. Feliz Navidad.

Fuente: opinión.cooperativa.cl

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Humano como Jesús sólo Dios mismo.



Leonardo Boff

La Navidad nos hace recordar nuestros orígenes humildes. El Hijo de Dios no quiso nacer en un palacio con todo lo que tiene de pompa y de gloria. No prefirió un templo con sus ritos, inciensos, velas encendidas y cánticos. Ni siquiera buscó una casa mínimamente decente. Nació allí donde comen los animales, en un pesebre. Sus padres eran trabajadores pobres, del campo y del taller, en camino para cumplimentar un censo impuesto por el emperador romano.

Esta escena nos remite a la situación presente en nuestro país y en el mundo: millones y millones de pobres, muchos hambrientos, y otros tantos millones de niños con los ojos casi fuera de las órbitas a causa del hambre y de la delgadez extrema. La mayoría muere antes de cumplir los 3 años. Ellos actualizan para nosotros la condición escogida por el Hijo de Dios.

Al elegir a aquellos que no existen socialmente y a los considerados como invisibles, el Hijo de Dios quiso darnos un mensaje: hay una dignidad divina en todos estos sufridores. Hacia ellos debemos mostrar solidaridad y compasión, no como pena, sino como una forma de participar en su sufrimiento. Siempre habrá pobres en este mundo, ya lo dice la Biblia. Razón de más para que retomemos siempre la solidaridad y la compasión. Si alguien hace el mismo camino, extiende la mano y levanta al caído, y más aún, si alguien se hace compañero, es decir, aquel que comparte el pan, el sufrimiento se vuelve menor y la cruz más ligera.

Quien está lejos de los pobres, aunque sea el cristiano más piadoso, está lejos de Cristo. Siempre cabe recordar la palabra del Juez Supremo: “Lo que hagas o dejes de hacer a estas hermanas y hermanos míos más pequeños: los hambrientos, los sedientos, los encarcelados y los desnudos, a mi me lo hiciste o dejaste de hacer” (Mt 25,40).

La Navidad es una fiesta de contradicción: nos recuerda que el mundo todavía no ha sido humanizado porque somos crueles y sin piedad con aquellos castigados por la vida. La Navidad nos recuerda esa misma situación vivida por el Verbo de la vida, el Hijo hecho carne.

Por otro lado, en Navidad nos alegramos de que Dios en Jesús “mostró su bondad y jovialidad para con nosotros” (Epístola a Tito 3,4). Nos alegra saber que Dios se hizo un niño que no juzga ni condena a nadie. Solo quiere, como niño, ser acogido más que acoger, ser ayudado más que ayudar.

Me complace terminar esta pequeña reflexión con los versos del gran poeta portugués Fernando Pessoa. Pocos han dicho cosas más bellas que él sobre el Niño Jesús:

“Él es el Niño Eterno, el Dios que faltaba.

Él es lo humano natural,

es lo divino que sonríe y que juega.

Por eso sé con total certeza

que Él es el Niño Jesús verdadero.

Es un niño tan humano que es divino.

Nos llevamos tan bien el uno con el otro,

en compañía de todo,

que nunca pensamos el uno en el otro.

Pero vivimos los dos juntos,

con un acuerdo íntimo

como la mano derecha con la izquierda.

Cuando yo muera, hijito,

que sea yo el niño, el más pequeño.

Tómame en tus brazos

y llévame dentro de tu casa.

Desviste mi ser cansado y humano

y acuéstame en tu cama.

Cuéntame historias, si me despierto,

para que vuelva a dormirme.

Y dame sueños tuyos para jugar,

hasta que nazca cualquier día

que tu sabes cuál es.”

Después de esta belleza sencilla y verdadera sólo me queda desear una Feliz Navidad serena a todos en este mundo nuestro tan perturbado.

*Leonardo Boff es articulista del JB on line, teólogo y escritor y ha escrito: Sol da Esperança: Natal, histórias, poesias e símbolos, Mar de Ideias, Rio 2007.

Traducción de Mª José Gavito Milano