Mostrando entradas con la etiqueta leonrdo boff. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta leonrdo boff. Mostrar todas las entradas

sábado, 3 de octubre de 2015

¿Cuál es el destino de Brasil: recolonización o proyecto propio?


Leonardo Boff, 04-octubre-2015

Una investigación que se realiza en Brasil, y también en el extranjero, se expresa por esta pregunta: ¿cuál es el destino de la séptima economía mundial y el futuro de su inconmensurable riqueza de recursos naturales?

Analistas de los escenarios del mundo del talante de Noam Chomsky o Jacques Attali nos advierten: el poder imperial estadounidense sigue este lema, elaborado en los pasillos de los estrategas del Pentágono: “un solo mundo y un solo imperio.” No se toleran países, en cualquier parte del planeta, que puedan poner en jaque sus intereses globales y su hegemonía universal. Curiosamente, el Papa Francisco en su encíclica “sobre el cuidado de la casa común”, como si llevase la contraria al Pentágono propone: “un solo mundo y un solo proyecto colectivo”.

En Brasil este debate se da sobre todo en el campo de la macroeconomía: Brasil se alineará a las estrategias socio-político-económico-ideológicas impuestas por el Imperio y esto tendrá ventajas significativas en todos los campos, pero aceptando ser socio menor y agregado (opción de los neoliberales y de los conservadores) o busca un camino propio, consciente de sus ventajas ecológicas, del peso de su mercado interno con una población de más de doscientos millones de personas, y de la creatividad de su gente. Aprende a resistir las presiones que vienen de arriba, a tratar inteligentemente con las tensiones, a practicar una política de gana-gana (lo que supone hacer concesiones) y así mantener el camino abierto para un proyecto nacional independiente que contará para el devenir de la civilización nuestra y la futura (opción de la izquierda y de los movimientos sociales).

Que quede claro que hay un propósito de los países centrales que disponen de diversas formas de poder, especialmente militar (puede matar a todo el mundo), para recolonizar América Latina para ser una reserva de bienes y servicios naturales (agua potable, millones hectáreas fértiles, granos de todo tipo, inmensa biodiversidad, grandes selvas, reservas minerales inconmensurables etc.). Debe servir principalmente a los países ricos, ya que en sus territorios están casi agotadas las “bondades de la naturaleza”, como dicen los pueblos indígenas. Y las necesitarán para mantener su nivel de vida.

Estimamos que en un futuro no muy lejano, la economía mundial será de base ecológica. Por último, no nos alimentamos de computadores y de máquinas sino de agua, de granos y de todo lo que la vida humana y la comunidad de vida requieren. De ahí la importancia de mantener a América Latina, especialmente a Brasil en el estadio más natural posible, no favoreciendo la industrialización ni ningún otro valor añadido a sus materias primas.

Su lugar debe ser aquel que ha sido pensado desde el principio de la colonización: la gran empresa colonial sostiene el proyecto de los pueblos opulentos del Norte para continuar su dominación que viene desde el siglo XVI cuando comenzaron los grandes viajes de conquista de territorios por todo el mundo. Analíticamente, este proceso ha sido denunciado por Caio Prado Jr., por Darcy Ribeiro y, últimamente, con gran fuerza teórica, por Luiz Gonzaga de Souza Lima con su libro que no ha recibido todavía la acogida que merece: La refundación de Brasil: hacia la sociedad biocentrada (RiMa, São Bernardo 2011).

Debido a esta estrategia global, las políticas ambientales dominantes reducen el sentido de la biodiversidad y de la naturaleza a un valor económico. La tan pregonada “economía verde” sirve a este propósito económico y menos a la conservación y a la recuperación de las zonas devastadas. Incluso cuando esto ocurre, se destina a la macroeconomía de acumulación y no a la búsqueda de otro tipo de relación con la naturaleza.

Lo que podemos constatar es que Brasil no está solo. Las recientes experiencias de los movimientos populares sociales y ambientales se niegan a asumir simplemente el dominio de la razón económica, instrumental y utilitarista que todo uniforma. Por todas partes están irrumpiendo otras modalidades de habitar nuestra Casa Común a partir de identidades culturales diferentes. Los conocimientos tradicionales, oprimidos y marginados por el pensamiento científico-técnico individual, están ganando fuerza en la medida en que muestran que podemos relacionarnos con la naturaleza y cuidar de la Madre Tierra de una manera más benevolente y cuidadosa. Un ejemplo es el “buen vivir y convivir” andino, paradigma de un modo de producción de vida en armonía con el Todo, con los seres humanos entre sí y con la naturaleza circundante.

Aquí funciona la racionalidad cordial y sensible que enriquece y, al mismo tiempo, impone límites a la voracidad de la razón instrumental-analítica fría que, dejada a su libre curso, puede poner en peligro nuestro proyecto de civilización. Se trata de una nueva comprensión del mundo y de la misión del ser humano dentro de él, como su guardián y cuidador. Ojalá este sea el camino a seguir por la humanidad y por Brasil.

* Leonardo Boff es columnista del JB online, filósofo y escritor

Traducción de MJ Gavito Milano

Fuente: Atrio

lunes, 6 de abril de 2015

Una revolución en la evolución.



Leonardo Boff


Existe una percepción generalizada de que el ser humano de hoy es alguien que debe ser superado. Todavía no ha terminado de nacer, pero está latente dentro de los dinamismos del proceso evolutivo. Esta búsqueda del hombre y mujer nuevos tal vez sea uno de esos anhelos que jamás lograron progresar en la historia.

Demos dos ejemplos. El pensamiento mesopotámico produjo la epopeya de Gilgamesh (siglo VII a.C) que está muy cerca del relato bíblico de la creación y del diluvio. El héroe Gilgamesh, angustiado por el drama de la muerte, busca el árbol de la vida. Quiere encontrar a Utnapishtim que había escapado del diluvio, había sido inmortalizado, y vivía en una isla maravillosa donde no reinaba la muerte. En su camino, el dios Sol (Shamash) le apostrofa: «Gilgamesh, la vida que buscas nunca la vas a encontrar». La divina ninfa Siduri le advierte: «cuando los dioses crearon la humanidad le dieron como destino la muerte; ellos retuvieron para sí la vida eterna. Gilgamesh, harías mejor llenando el vientre y gozando la vida de día y de noche; alégrate con lo poco que tienes en tus manos».


Gilgamesh no desiste. Llega a la isla de la inmortalidad. Consigue le árbol de la vida y regresa. Al volver, la serpiente sopla con su aliento fétido el árbol de la vida y lo roba. El héroe de la epopeya muere desilusionado y va «al país donde no hay retorno, donde la comida es polvo y barro y los reyes son despojados de sus coronas». La inmortalidad sigue siendo una búsqueda perenne.

Nuestros tupi-guaraní y apopocuva-guaraní crearon la utopía de la “tierra sin males” y la “patria de la inmortalidad”. Vivían en movilidad constante. De la costa de Pernambuco de repente se desplazaban hacia el interior de la selva, junto a las cabeceras del río Madeira. De allí, otro grupo se ponía en marcha hasta llegar a Perú. De la frontera de Paraguay, otro grupo se dirigía a la costa atlántica y así sucesivamente. El estudio de los mitos por los antropólogos desveló su significado. El mito de la “tierra sin males” ponía en marcha a toda la tribu. El chamán profetizaba: “va a aparecer en el mar”. Para allí marchaban esperanzados. Mediante ritos, danzas y ayunos creían volver el cuerpo ligero e ir al encuentro en las nubes de la “patria de la inmortalidad.” Desilusionados, regresaba a la selva hasta oír otro mensaje e ir en busca de la ansiada “tierra sin males”, anhelo de una esperanza imperecedera.

Los dos relatos expresan en forma mítica lo mismo que expresan los modernos en el dialecto de las ciencias. Estos no esperan el ser nuevo del cielo, quieren gestarlo con los medios que les ofrece la manipulación genética. Seguimos buscando y no obstante, muriendo siempre, jóvenes o mayores.

El cristianismo se inscribe también dentro de esta utopía. Con la diferencia de que ya no es una utopía sino una topía, es decir, un acontecimiento bienaventurado e inaudito que irrumpió dentro de la historia. El testimonio más antiguo del paleocristianismo es este: “Christus ressurrexit vere et aparuit Simoni” (Lc 24,34): “Cristo resucitó verdaderamente y apareció a Simón”.

Entendieron la resurrección no como la reanimación de un cadáver, como el de Lázaro, que después acabó muriendo nuevamente, sino como la emergencia del ser humano nuevo, el “novíssimus Adam” (1Cor 15,45), el “novísimo Adán”, como realización plena de todas las virtualidades presentes en lo humano.

No encuentran palabras para expresar ese fenómeno inaudito. Lo denominan “cuerpo espiritual” (1Cor 15,44). Eso parece contradictorio para la filosofía dominante en la época: si es cuerpo no puede ser espíritu; si es espíritu no puede ser cuerpo. Solo uniendo los dos conceptos, según los primeros cristianos, hacían justicia al hecho nuevo: es cuerpo pero transfigurado; es espíritu pero liberado de los límites materiales y con dimensiones cósmicas.

Dicen más: la resurrección no es simplemente un acontecimiento personal, realizado en la vida de Jesús. Es algo para todos e incluso cósmico, como aparece en las epístolas de san Pablo a los Colosenses y a los Efesios. Por eso san Pablo reafirma: “él es la anticipación de los que han muerto… Así como por Adán todos murieron, así por Cristo todos volverán a vivir” (1Cor 15,22).

Este es un discurso de fe y religioso, pero no deja de tener su importancia antropológica. Representa una entre tantas respuestas al enigma de la muerte, tal vez la más prometedora.

Si es así, estamos ante una revolución dentro de la evolución, como si la evolución anticipase su fin bueno en el auge de la realización de sus potencialidades escondidas. Sería una miniatura que nos muestra a qué gloria y a qué destino sumamente feliz estamos llamados.

Así vale la pena vivir y morir. En realidad, no vivimos para morir. Morimos para resucitar. Para vivir más y mejor.

A todos los que creen y a aquellos que dejan en suspenso su juicio, buenas fiestas de Pascua.


*Leonardo Boff escribió La resurrección de Cristo, nuestra resurrección en la muerte, 5ª ed., Sal Terrae 2007.


Traducción Mª José Gavito Milano