Nino Gallegos
Si no es el apocalipsis que sea el crepúsculo, la tarde de-cayendo ante la noche, quedando una estela más fragmentada que íntegra de escenarios, de antesalas y de anfiteatros en los que el ser humano y la condición humana tienen el aura de un cuervo picoteando los ojos del mundo, del cielo y de la tierra.
El Aura es una fuente luminosa de energía, es un ave carroñera, el cuervo de Poe es un poema, el cuervo es un dicho que si crías cuervos te sacarán los ojos: la visión, no del asombro, acaso el caos y el ocaso de los pensamientos, las palabras, los actos y los hechos, el resuello de los boqueantes, de los agónicos y de los mortales.
No es tanto ver para creer. Basta con ver hacia adentro para ver las vísceras hacia afuera. Un hombre de negro degollando a un hombre de naranja, es el significado de una daga dentada que corta de manera cercenante lo que sostiene el cuerpo de la cabeza: la visión del mundo, del cielo y del desierto que es la tierra: ninguna posibilidad de salvación.
La simulacra(s)ización, es el acto y es el hecho de los pensamientos y las palabras: provocar al drama una desdramatización, la evidencia fáctica y mediática de lo real y de los virtual: la condición de la vida misma con el cuervo de Baudrillard entre las ramas y las hojas del árbol del conocimiento desarraigado, de cuajo, con sus raíces desde adentro y hacia fuera de la tierra, cuando el cuervo de Artaud es una visión doble de quien se ve colgado de una rama del árbol del drama-desdramatizado: colgando de los brazos, jugando; colgando del cuello, ahorcado; en tanto, el cuervo de Focault es la desaparición del rostro humano dibujado en la arena por una ola de mar, quedando el mar amniótico como testigo de lo que se engendró y devino de él.
Andar en la soledad del puerto con la cabeza a pájaros es, para quien esto escribe, un ejercicio de errores y de aciertos en lo que si no es el apocalipsis que sea el crepúsculo, lecturas que se deshojan en la brumatinal y en la brisamarina, viendo cómo el salitre va herrumbrando y carcomiendo a los muelles y a los barcos en el cementerio marino de Valery y en el barco ebrio de Rimbaud, diciéndome el viento, al socaire, que quien ose citar a los poetas jamás podrá escribir poemas, quedándose en el divagarium-planetarium de un mundo abstracto, de un cielo peleándose con el sol y la luna, de una tierra socavada por el hombre que parió.
Así, en la contrición real y en la ampliación virtual, no hay más amor que la soledad multitudinaria del hombre y de la mujer; cada uno, esperanzado y esperanzada, en el llamado mutuo, son la diferencia y la inequidad expuestas a la desigualdad y a la elección de atraerse en la posesión de lo material-carnal, en las horas hombre y en las horas mujer para penetrarse y venirse entre ellos con la vaciedad de los jadeos y ese ruido gutural de quién posee a quién, cuando después del fuego, las ventanas están cubiertas con cortinas de humo. Afuera, un niño y una niña, sobreviven a los bombardeos en las calles y a los escombros de las casas. Nadie sabe qué será de ellos, aunque en la instrumentalidad acústica de Führs y Fröhling, Ammerland, tierra rural de Alemania y partitura musical de Jacobo de Haand, no será tampoco la tierra como hogar, porque el padre y la madre han estado ausentes desde que nacieron.
La ambivalencia si no es el apocalipsis que sea el crepúsculo es la procrastinación y la plastinización de un futuro, a modo de venderlo, a plazos, para que el presente tenga un plus sucedáneo para que nos mantengamos alertas y expectantes ante el terrorismo suave y confortable del consumismo -vía Las Mayores Marcas del Mundo- e ir a Las Grandes Tiendas Departamentales para terminar de una buena vez con la existencia y los saldos en un fin de semana trágico para quienes no pudieron comprar y melodramático para quienes sí pudieron comprar la alegría en una envoltura artificial y desechable.
Vamos, dijo alguien: si no es el apocalipsis que sea el crepúsculo, y no tanto cuento y menos tanta novela, aunque últimamente los poemas se dan como en maceta con demasiados poetas, ensayando un jardinero anónimo con unas plantas de sombra en un jardín público: “Calle abajo hay una zona sin habitar que se extiende hasta la orilla del mar, y a continuación, el océano ondeante y negro”, acabando de leer y transcribir el párrafo que escribió Audur Ava Ólafsdóttir, describiendo la vaciedad del espacio y la llenitud del océano, quedando la orilla del mar como un elemento decorativo que no ha trascendido en la mirada de la escritora islandesa que, por sus señas de origen e identidad, es difícil tener una visión como lector del contexto en que Islandia es geológica, volcánica y rodeada ¿por el mar o por el océano? La respuesta: nadie la contesta, porque es preciso navegar hacia allá.
Si no es el apocalipsis que sea el crepúsculo, pero sí El Corazón de las Tinieblas de Conrad, Apocalipsys Now de Coppola, The End de Morrison y Blad Runner de Scott, en un andar en la soledad del puerto con la cabeza a pájaros y Aludra para estar más allá de la tierra, el cielo y el mundo y regresar más acá donde un país de y sombras, el real y el virtual, el fáctico y el mediático, el político, el empresarial y el narco que, si no son el apocalipsis, que sean el crepúsculo de la corrupción y la impunidad, de la violencia y el crimen en la decadencia de un Estado que se ha reformado estructuralmente con la transformación y la modernización de una ideología, una sociedad y una economía sentadas en la Silla Presidencial con la mano derecha apuñada y la mano izquierda abierta a la Banca de la Oligarquía.
Sí, si no es el apocalipsis que sea el crepúsculo, porque de acuerdo o no, una lógica y una logística del mercado y el consumo, han reentronizado al sistema político y económico mexicano con las reformas estructurales, extendiéndose del centro a la periferia el poder de un Estado oligárquico, semoviente, neoliberal y transnacional. Una lógica y una logística del mercado y el consumo de las desigualdades y las necesidades económicas y sociales, siendo obvios los comportamientos de los ricos, los clasemedieros y los pobres. Es des-agradable palpar la suavidad y la rugosidad de una clase de políticos, empresarios y narcos que se ha posicionado antes y después de la revolución, la institucionalización, la transformación, la modernización y la globalización de las desigualdades y las necesidades de quienes co-habitamos con el pasado, el presente y el futuro de y para un país con un gran-mural-monumental-mexicano, con los pinceles variopintos del nacionalismo revolucionario de Rivera, Orozco, Siqueiros, Tamayo, el lúgubre y decadente des-dibujismo de Cuevas, y, las prefiguraciones, configuraciones y afiguraciones iniciáticas, rituales y ancestrales de Toledo. Y no son todos en el arte y la cultura de las desigualdades y las necesidades artísticas y culturales, pues el arte y la cultura en la liza del mainstream se exponen como vedettes y salvadores de México, porque en la lógica y en la logística del mercado y el consumo, lo que imperará-imperativamente es una lógica social incluyente y excluyente sobre la base económica de un producción cada vez más externa que interna, dependiendo de un capitalismo subsidiario en la compra y en la venta, en la oferta y en la demanda, en el sicariato gerencial y administrativo, corrupto e impune, de un capitalismo entre los lujos y los funerales que, a la vez, se manifiesta(rá) tautológico y escatológico, el poder del capital centralizado, blindado y militarizado.
Si no es el apocalipsis que sea el crepúsculo hundiéndose junto con el mundo entre el cielo y la tierra: si no es el apocalipsis que sea el crepúsculo del alba.
Fuente: ApiaVirtual
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