miércoles, 28 de septiembre de 2016

Para reactivar la economía, emplear a más mujeres.



Muchos economistas lo venimos diciendo desde hace mucho tiempo. Facilitar la incorporación de las mujeres al empleo no es solo una estrategia esencial para evitar la discriminación injusta entre mujeres y hombres y para que éstas últimas puedan elegir y realizarse como personas en las mismas condiciones y con la misma libertad que los hombres. Además de eso, que no es poco, favorecer el empleo de las mujeres es fundamental porque la evidencia empírica demuestra que cuando una mujer se incorpora al empleo remunerado el número total de empleos de la economía no aumenta solo en una persona sino en algo más. Eso es así porque el empleo femenino (dicho con palabras muy llanas) “tira” de otros puestos de trabajo remunerados adicionales y porque, además, aumenta la demanda total, lo que hace que sean necesarios más empleos para satisfacer el consumo adicional de las nuevas mujeres con ingresos propios.

Lina Gálvez y Ruth Rubio-Marín acaban de publicar un artículo muy interesante con propuestas para lograr ese objetivo (El mercado tiene sexo: ¡la desigualdad también!). Y, casualmente, acaba de publicarse una nota del Fondo Monetario Internacional que insiste en que para impulsar el crecimiento lo que conviene es emplear a más mujeres (To Boost Growth: Employ More Women).

Me alegra que una institucion tan conservadora, habitualmente reacia a hacer planteamientos que se salgan del pensamiento mayoritario y que tanto ha dificultado la incorporación de las mujeres al empleo remunerado, imponiendo políticas que reducen el gasto social y la provisión de servicios públicos, esté empezando a asumir que es fundamental cambiar de rumbo. Años atrás, algunos de sus economistas publicaron estudios que demostraban que, cuanto más empleo femenino hay, se generan mejores rendimientos macroeconómicos, y ahora menciona un caso exitoso como es del Canadá.

Según los análisis que se han realizado para este país, si desapareciera la brecha entre la tasa de actividad de la población masculina y la femenina (de 7 puntos porcentuales a favor de los hombres) el PIB de Canadá sería un 4,5% más elevado que el actual. Aunque ya sabemos que el PIB es un indicador bastante bruto, al menos sirve ahora para indicarnos que el efecto de esa mayor actividad femenina no es poca cosa.

Al leer esos datos he pensado los avances que se podrían producir en España si nuestros gobiernos adoptaran políticas efectivas para promover el empleo femenino como las que proponen Lina Gálvez y Ruth Rubio-Marín en su artículo mencionado o en otro trabajo anterior y más amplio titulado Por una política económica que incorpore la igualdad de género. Y si, además, entendieran que para crear empleo masculino o femenino (y, en general para generar ingresos dignos para toda la población) es fundamental modificar la distribución de los tiempos de trabajo y, sobre todo, asumir de manera efectiva como principio de actuación que el trabajo humano no es una mercancía. Un principio, por cierto, que muchísimos países (entre ellos España) han asumido al ratificar la Declaración de Filadelfia de la Organización Internacional del Trabajo que así lo señala expresamente.

En nuestro país, la diferencia entre la tasa de actividad de mujeres y hombres es aún mayor que la canadiense (11,3 puntos, según la EPA del segundo trimestre de 2016), lo que quiere decir que, posiblemente, podríamos lograr un impulso incluso aún mayor si la hiciésemos desaparecer. Pero, eso sí, siempre que esas políticas no se lleven a cabo de cualquier forma.

La brecha en las tasas de empleo de mujeres y hombres ha disminuido muchísimo en los últimos años en España (del 24,7 a 11,2, según Eurostat: aquí o aquí). Sin embargo, esa disminución no se puede considerar como un fenómeno por sí solo positivo. Se ha producido a costa de una gran precarización del empleo y de un incremento muy grande de las mujeres empleadas, contra su voluntad, a tiempo parcial, lo que ha reforzado la división de trabajo tan sesgada que “especializa” a las mujeres en el trabajo doméstico, al que dedican cada vez más horas y muchas más que los hombres.

Si en España se pudiera conformar un gobierno de progreso apoyado en una amplia mayoría parlamentaria, una de sus tareas más importantes debería ser la de poner en marcha, en colaboración con todas las autonomías y administraciones locales, una estrategia estatal para la igualdad y la corresponsabilidad entre mujeres y hombres que facilitara de verdad el empleo femenino. El impulso económico que produciría sería extraordinario y el aumento del bienestar que llevaría consigo mucho más impresionante.

Desgraciadamente, los dirigentes de los partidos que podrían llevar a cabo un plan de este tipo prefieren seguir tirándose los trastos a la cabeza.

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