miércoles, 7 de septiembre de 2011

Dios no ha muerto inútilmente.


Frédéric LENOIR es el director de la revista mensual “Le Monde des Religions”. En septiembre-octubre 2011 acaba de publicar este editorial que coincide con el tema que se va tratar en el Congreso de Teología y las preocupaciones de ATRIO. ¿Qué tipo de religión y de cristianismo hoy es el que hace crecer más el ateísmo y la indiferencia? Buen tema de reflexión.

El fortalecimiento de los fundamentalismos y de los comunitarismos de todo tipo es uno de los principales efectos del 11-Septiembre. Esta tragedia de repercusión planetaria ha revelado y acentuado la fractura islam-Occidente, ha sido también el síntoma y el acelerador de todos los miedos vinculados a la mundialización ultrarrápida de las décadas precedentes y al choque de culturas resultante. Pero estas crispaciones identitarias que no dejan de inquietar y que alimentan sin parar la crónica mediática (la masacre de Oslo llevada a cabo en julio es una de sus manifestaciones), han dejado en la sombra otra consecuencia del 11 de Septiembre completamente opuesta: el rechazo de los monoteísmos a causa, precisamente, del fanatismo que suscitan.

Los recientes sondeos de opinión en Europa muestran que las religiones monoteístas dan cada vez más miedo a nuestros contemporáneos. En lo sucesivo, las palabras “violencia” y “regresión” irán más vinculadas a ellas que “paz” y “progreso”. Una de las consecuencias de este retorno identitario religioso y del fanatismo que a menudo deriva de él, es un fuerte aumento del ateísmo.

Si este movimiento es general en Occidente, en Francia es donde el fenómeno resulta más llamativo. El número de ateos se ha duplicado en diez años y la mayoría de los franceses se declaran hoy o ateos o agnósticos. Ciertamente, las causas de esta gran ola de increencia y de indiferencia religiosa son más profundas, las analizamos en este dossier (1): desarrollo del espíritu crítico y del individualismo, modo de vida urbano y pérdida de la transmisión religiosa, etc. Pero nadie duda de que la violencia religiosa contemporánea acentúa un fenómeno masivo de desapego respecto de la religión, mucho menos espectacular que la locura asesina de los fanáticos. Se podría recuperar el dicho: hace más ruido el árbol al caer que el bosque al crecer. Sin embargo, porque nos producen una justificada inquietud y hacen más frágil la paz mundial a corto plazo, insistimos demasiado en el auge de los fundamentalismos y comunitarismos, sin ver que la verdadera mutación a escala de la historia a largo plazo es el declive profundo de la religión y de la creencia milenaria en Dios, en todos los estratos de la población.

Se me dirá que este fenómeno es europeo y sobre todo impresionante en Francia. Sin duda, pero se acentúa cada vez más y esta tendencia está llegando incluso a la costa este de los Estados Unidos. Francia, después de haber sido la primogénita de la iglesia, podría muy bien convertirse en la primogénita de la indiferencia religiosa. La primavera de los países árabes muestra también que la aspiración a las libertades individuales es universal y podría muy bien tener como última consecuencia, tanto en el mundo musulmán como en el mundo occidental, la emancipación del individuo respecto de la religión y la “muerte de Dios” profetizada por Nietzsche. Los guardianes del dogma lo han entendido bien, ellos que no paran de condenar los peligros del individualismo y del relativismo. Pero ¿se puede negar una necesidad humana tan fundamental como la libertad de creer, de pensar, de elegir los propios valores y el sentido que uno quiera dar a su vida?

A largo plazo, no creo que el futuro de la religión resida en la identidad colectiva ni en la sumisión del individuo al grupo, como ha sido el caso durante milenios, sino en la búsqueda espiritual personal y en la responsabilidad. La fase de ateísmo y de rechazo de la religión, en la que avanzamos cada vez más profundamente, puede por supuesto desembocar en un consumismo triunfante, en una indiferencia hacia el otro, en nueva barbarie. Pero puede también ser el preludio de nuevas formas de espiritualidad, laicas o religiosas, fundadas auténticamente en los grandes valores universales a los que todos aspiramos: la verdad, la libertad, el amor. Entonces Dios –o más bien todas sus representaciones tradicionales– no habrá muerto por nada.

NOTA: (1)El dossier lleva por título “¿Francia se ha vuelto atea?”.

[Artículo propuesto y traducido por Maite Lesmes]

Fuente: ATRIO

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