Jose Arregi
En mi reciente artículo “Neuroteología” escribí: “Es más que probable que en la Tierra, dentro de muchos millones de años, vivan seres no humanos mucho más inteligentes o “espirituales” que nosotros (y que Buda o Jesús de Nazaret…)”. Bastantes personas me han expresado su extrañeza o incluso su disgusto por la referencia a Jesús en este paréntesis. Podría ser que a algunos budistas les haya pasado a la inversa, si es que han leído el texto, pero no me consta. Quiero, pues, explicarme sobre este paréntesis para mis hermanos cristianos.
La pregunta es: ¿No puede un cristiano pensar que, dentro de miles o de millones de años, puedan existir en la Tierra –o que existan ya en otros planetas– seres más espirituales que Jesús de Nazaret?
Empezaré con una reflexión previa. La fe no se juega en lo que pensamos o creemos, sino en lo que vivimos. Lo que pensamos o creemos puede sostener y suscitar la vivencia profunda de la fe. Eso en primer lugar. En segundo lugar: las creencias, en cuanto pensamientos, han de ser “razonables” o al menos no ser irracionales. Solo podemos “creer” lo que nos parece razonable o “plausible”. Por eso cambian las creencias según la cultura, la visión del mundo, las ciencias. Una creencia que no fuera razonable o que fuera irracional sería un obstáculo para la vivencia de la fe. En realidad, nadie cree nada si por alguna razón no le parece razonable creerlo. A mí no me parece razonable creer que Jesús fuese hijo de madre virgen, y no lo creo, ni ahí se juega mi fe cristiana (¡solo faltaría!); pero si alguien lo cree, es porque por alguna razón –por ejemplo, porque piensa que es una “verdad revelada por Dios”– le parece razonable creerlo así. Los motivos de razonabilidad o plausibilidad son muy diversos, pero nadie puede creer algo que no le parezca razonable creer. Es así de sencillo.
Igual de sencillo es, y por la misma razón, lo que decía en el paréntesis del artículo: si la evolución de la vida sigue –y es innegable que sigue–, el hombre Jesús no puede ser pensado como la forma acabada de la evolución de la vida en general, ni siquiera de la evolución humana en particular. Según eso, no sería razonable pensar en Jesús como un ser perfecto y acabado, ni siquiera espiritualmente. Pensar a Jesús como un hombre perfecto estaría en contradicción con el dato de la evolución y, en última instancia, con la creencia de la encarnación. Vayamos por partes.
Supongo que nadie imagina a Jesús como un hombre físicamente perfecto. Un cuerpo perfecto no existe. Un Jesús físicamente perfecto no sería humano. Supongo que nadie piensa tampoco que Jesús fue intelectualmente insuperable, ni aun en el caso improbable de que hubiera sido más inteligente que Einstein. La inteligencia depende de la educación y del ejercicio personal, pero en primer lugar de la capacidad neuronal. Si un día, dentro de miles o de millones de años –por mutación natural o por tecnología genética o neuronal– aparece alguna especie (tal vez exista ya en el universo) con una capacidad cerebral superior alHomo Sapiens actual, esa especie podrá ser más inteligente que Jesús, Homo Sapiens judío de hace dos mil años.
¿Y por qué ese futuro e hipotético ser no podría poseer una psicología más dotada, lograda o equilibrada que Jesús? No conocemos mucho sobre la psicología de Jesús, aunque por lo que sabemos ya nos gustaría tener su emotividad y equilibrio, su fuerza y ternura; ya nos gustaría ser tan buenos y felices como él. Con todo, ¿sería razonable pensar que su psicología fue perfectamente equilibrada, que jamás sintió angustia ni sentimiento negativo alguno para consigo o los demás, como nos pasa a todos? Si padeces en tu ser, que seguro que padeces, esas angustias y sentimientos negativos, no te preocupes: seguro que Jesús también las padeció. Pero procuró seguir sobreponiéndose cada día y confiando a pesar de todo. Ahí está la grandeza; ése es el camino. Yo espero, sin embargo, que alguna vez aparecerá o haremos que aparezca un cerebro más logrado que el de esta especie que somos (y que fue Jesús), esta especie que sigue funcionando todavía en buena parte según los mecanismos “primitivos” del cerebro reptil, y que sigue sintiendo todavía los miedos, las rabias y las tristezas propias del viejo cerebro mamífero. Espero que algún día pueblen nuestro querido planeta unos seres más libres de miedos, que se sientan más indemnes y salvados, que sean más felices cuidándose unos a otros más que nosotros. Jesús también lo esperaba –en primer lugar para sí–, aunque él lo llamaba “reino de Dios” y aunque él no entendía el mundo según un paradigma evolutivo como lo entendemos nosotros.
Si pensamos la realidad en un paradigma evolutivo, es lógico pensar la propia espiritualidad –la nuestra y la de Jesús– en ese mismo paradigma. La realización espiritual es una dimensión más compleja y profunda que la salud física o que incluso el equilibrio psicológico. Es la paz y la armonía con el Sí mismo, con el Mundo, con el Otro y con el Todo. Y esa espiritualidad, como todo cuanto es, depende de todo, emerge de todo. Depende y emerge también, y no en pequeña medida, de los genes y de las neuronas. Por eso digo: ya quisiera yo llegar a la paz y la armonía a las que llegó Jesús, incluso en Getsemaní, incluso en la cruz, pero no tengo por qué pensar que en su ser individual e histórico llegase a la realización plena de la paz, del descanso, del shalom, de la espiritualidad, aunque sí creo –y me parece razonable o al menos no me parece irracional “creer”– que en su muerte llegó a la Vida plena o a Dios. Espero que alguna vez haya seres en esta Tierra que puedan alcanzar una armonía mayor de la vida particular con la Vida universal, sin tanto esfuerzo ni tanto Getsemaní. También Jesús lo esperó, en primer lugar para sí, aunque quizás alguna vez también desesperó.
Jesús fue un individuo admirable de esta nuestra pobre y maravillosa especie humana, especie maravillosa pero aún incipiente, en evolución hacia una forma todavía desconocida. Jesús fue y sigue siendo profeta, sacramento, símbolo o encarnación de la Compasión liberadora y creadora. Pero en su vida y en su historia particular, en su experiencia y en su conciencia individual, no pudo llegar sino hasta donde su constitución biológica (su ADN y su 1.400 cm3 de cerebro) y toda su cultura le permitieron llegar.
Por eso lo quiero más, y lo confieso testigo y sacramento, admirable en su finitud y particularidad, del Espíritu que goza y gime en la creación entera hasta que Dios sea todo en todas las cosas.
Para orar
Bendito de Dios
en quien el Padre se complace,
tú viniste
a bautizar al ser humano en tu muerte.
Y el Jordán bañó tu cuerpo.
Ven, Señor Jesús,
justicia del Reino.
Que cantemos por tu retorno.
Bendito sea en nombre del Señor
El que viene a salvar a su pueblo!
Roca nueva
de donde brota el Río de la vida,
tú viniste
a saciar a los que creen en ti,
y dejaste abrir tu corazón.
Ven, Señor Jesús,
fuente inagotable.
Que cantemos por tu retorno.
Bendito sea en nombre del Señor
El que viene a salvar a su pueblo!
(Comisión cisterciense francófona)
Fuente: Atrio
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