miércoles, 23 de julio de 2014

Llamada desde el Congo.



Gabriel Mª Otalora

La República Democrática del Congo es noticia; para mal, como casi siempre que se habla de África, eterna fotografía del hambre, la guerra y la miseria, maltratada por siglos de colonización y rapiña europea que se aprovecha de una elite africana fácil de corromper.
Las multinacionales de nuevas tecnologías, telefonía móvil y ordenadores dependen de una serie de minerales como el estaño, oro, wolframio y sobre todo el coltán, con el 80% de los recursos mundiales concentrados en el este del Congo.

A partir de los años 90 el precio de este mineral se disparó, y no se les ocurrió mejor idea para abaratar la materia prima que impulsar la esclavitud utilizando a jóvenes y niños como esclavos los siete días de la semana todo el año, sin medidas de seguridad hasta que fallecen reventados. Los orígenes de este drama humanitario se remontan a la guerra fratricida entre hutus y tutsis. La lucha continúa pero, desde los años 90, las milicias rebeldes concentraron sus esfuerzos en el control de las minas para financiarse la guerra y así seguimos, ellos matándose despiadadamente en un país desolado y nosotros embriagados de tecnología mientras nos ocultan el precio del mal llamado desarrollo mundial, que no es otro que el colonialismo de nuevo cuño que propician los países de la Unión Europea, Estados Unidos y demás adláteres.

La resultante son cinco millones de muertos y cien mil mujeres violadas al año desde finales de esa década, a cambio de que las multinacionales reciben coltán a precios ridículos con los que pueden crear toda la tecnología que quieren mientras esta gran injusticia definida como el conflicto más sangriento desde el fin de la II Guerra Mundial continúa silenciada en el mundo occidental. Y nuevamente, son las otras multinacionales, las de la solidaridad, como en este caso Manos Unidas y Alboan (de los jesuitas), las que nos abren los ojos denunciando esta tragedia humanitaria mientras ayudan sobre el terreno en lo que pueden. Dos millones de personas han abandonado sus casas por la guerra pero nos alarmamos cuando las verjas de Ceuta y Melilla se saturan de infelices congoleños y de otros países depauperados que llaman desesperados a nuestras puertas europeas.

De lo que se trata no es de acabar con los móviles y demás beneficios tecnológicos, sino de que la extracción de estos minerales se produzca en condiciones dignas acabando con la explotación para financiar la guerra. La verdad es que esto recuerda a la explotación textil en países como Bangla Desh, de la que se sabe bastante más pero que tampoco se hace apenas nada, y eso que varias empresas son de capital español. He leído bastante sobre ambas realidades execrables y aporto mi granito de arena compartiendo con los lectores esta realidad para que al menos, nos sintamos solidarios y aportemos dinero a quienes solo por amor están ayudando a los miles de miserables que malviven al este del Congo. Algo es algo, porque apelar a nuestros gobernantes a que recuperen la ayuda a la cooperación y desarrollo, me parece una quimera. Y de la ONU, mejor no hablar.

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