martes, 5 de mayo de 2015

Trabajo y crisis cotidiana del pobre en Latinoamérica.



“…Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra” Génesis 3:17-19 RVR60

Definitivamente, la lucha social por los más desfavorecidos se ha agudizado, al mismo tiempo que cada vez son más evidentes, estructuralmente hablando, los hechos de desigualdad e injusticia en sus mesas. Es decir, que cuanto más crece la lucha por la igualdad social, la lucha por la supervivencia se acrecienta entre quienes trabajamos en empresas públicas o privadas; los que intentan “ganarse” la vida de forma independiente o, peor aún, para los desempleados. Tanto lo público como lo privado presumen de velar por el bienestar de los seres humanos, o de que el hecho de ser autónomo proporciona cierta seguridad socioeconómica. Sin embargo, con determinadas acciones que se llevan a cabo desde el poder se implícita, al mismo tiempo, que hemos sido creados para mejorar la condición social de unos pocos, que lo que buscan es competir por los puestos de honor junto con los que ya están en la cima socioeconómica: sí, esa es la verdad, trabajamos para que otros sigan construyendo sus imperios, y lo hacemos pensando en nuestras necesidades, en esas carencias que el mismo sistema nos ha generado, o que otros imperios iguales o peores, nos presentan como imprescindibles de forma quasidependiente. Pero, lo cierto es que la mayoría de esas carencias no logran resolverse totalmente debido a los límites a los que el mismo sistema nos ha sometido.

Mientras escribía estas líneas, estaba leyendo un pequeño tratado llamado “La carta a García” en el que se narra una trama que relata brevemente la anécdota de un soldado estadounidense llamado Rowan, al que se le encarga entregar de parte del presidente de Estados Unidos, un mensaje al jefe de los rebeldes, oculto en la sierra cubana, durante la Guerra hispano-estadounidense a finales del siglo XIX. Hubbard resalta el hecho de que Rowan recibe el mensaje y se limita a entregarlo, a pesar de que nadie le proporcionó ni la información ni los medios para encontrar a García. Así que Rowan recorre a pie la isla de Cuba de costa a costa. Ante esto, Hubbard propone, a través de otros ejemplos, que la aplicación para cumplir inmediatamente con la tarea encomendada sin vacilaciones, es el principal valor para conseguir el éxito; pero antes, nos indica que este mensaje ha sido reproducido por muchos países a los largo de estos años, y que quienes en su mayoría lo han hecho son los mismos que han deseado que sus “empleados” lean esta carta y se motiven cada vez más para ser trabajadores eficientes, sin cuestionar lo que se les ordena hacer. También, coloca al empleado como victimario ante su ineficiencia, y al empleador como víctima de éste, comunicando, de este modo, que las personas somos pobres por falta de iniciativa, porque no nos esforzamos lo suficiente y nos falta creatividad para cumplir con la tarea encomendada.

El argumento que pretende justificar este relato es que lo que ocurre en realidad es un adoctrinamiento en la idea de que en el mundo hay pobres solamente por falta de interés, ya sea porque no han leído tratados de gestión empresarial o de motivación personal, ignorando, de este modo que la culpa es más bien de los poderosos, de los que se han encargado de llegar a la cima pisando a unos, poniéndoles la zancadilla a otros y destruyendo a quienes ya gozaban del poder.

Sí, Latinoamérica ha sido empobrecida por los “héroes de la economía”, esos que han ido favoreciendo las desigualdades sociales y el egoísmo, y que más o menos han quitado al pobre lo que le pertenece por ganancias residuales, y les han despojado, ya sea a través de los “servicios públicos” o del esfuerzo descomunal del que a, sólo por tratar de llevar comida a su casa, se le trata como si no fuera nadie. Estos no son más que tributos a un gobierno medio-feudal, que no ofrece servicios públicos en el pleno sentido de la palabra, porque son privados y están en manos de empresas que se adueñaron de lo que era de todos para repartirlo de forma desigual y a un precio muchas veces exorbitante. Esto quiere decir que nuestros bienes pertenecen a un sistema de mercado desigual.

Se nos obliga a que nuestras propiedades sólo puedan adquirirlas los que tienen un cierto nivel socio-económico para poseerlas, cuando antes, hace ya muchos años, en América todos eran dueños de todo y podían disfrutar de cualquier recurso natural sin que fuera cuestionado o se tuviera que establecer un precio. Sin duda, el consumismo nos ha consumido.

Esa es la causa de que un día llegue un extranjero y, de forma desconsiderada, quincenal, mensual o anualmente, haga despojos colonizadores de lo que nos pertenece, olvidando de esta manera que, por el simple hecho de haber nacido aquí, la tierra y sus recursos son nuestros. Nos obligan a sobrevivir y a recuperar de las manos de los altos funcionarios o empresas lo que por derecho nos pertenece. La esclavitud no ha sido abolida, solo se ha legitimado excusándola con una nómina.

Nos han hecho pensar que el pobre es la escoria del mundo, y que ser pobre hoy es una opción. Esta es una gran mentira que nos han vendido por medio del “adoctrinamiento” del imperio de las masas. Nuestra opción no es someternos a una sociedad clasista, luchar por conseguir un empleo, hacer largas colas, o morir en los paseos de la muerte debido a la discriminación e ineficiencia humana del sistema de salud.

Nuestra opción no es ver cómo se jactan de tener dinero los que lo tienen para estudiar una carrera profesional. La educación también nos ofrece un buen ejemplo de desigualdad social, ya que algunas profesiones son consideradas mejores que otras. Esto quiere decir que existe una discriminación real para la persona que carece de medios que le permitan pagarse una carrera profesional en pie de igualdad con los que más tienen.

Por otra parte, también hay otros jóvenes que se sienten algo mejor porque, a pesar de su situación de mejora social, estudian -casi muriéndose de hambre- carreras de “ricos”, mientras que al pobre sólo le quedan las carreras técnicas –bastante caras también-, ya que el Ministerio de Educación de nuestro país está más interesado en lo que produce dinero que en una educación de calidad del niño, joven o adulto. Por ese motivo, nos engañan con cursos que ofrecen gratis, aunque los beneficiarios son muy pocos, puesto que deben superar un examen de admisión, lo que supone que sólo los que superan la nota de corte – y son muchas las personas que se presentan- tendrán la opción y la oportunidad de formación. Nos han abandonado y nos han dejado en manos de la suerte.

Mientras a unos se les enriquece, a otros se nos contrata para enriquecer. Ya nos dijo Monseñor Oscar Arnulfo Romero (1978): “Muchos quisieran que el pobre siempre dijera que es ‘voluntad de Dios’ vivir pobre. [Lo que] No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros tengan nada.” Estas palabras las dijo Monseñor en su lucha pastoral por los más débiles en uno de los audios de sus homilías.

Este, más que un mensaje revolucionario, marxista, socialista o como se lo quiera etiquetar, es un llamado a la iglesia a que piense en el proletariado y en el sufrimiento de los que de verdad, y literalmente, “se ganan” la vida. Esa vida que debería pertenecernos, pero que, en realidad, pertenece al estado, a los bancos, a los prestamistas, al paupérrimo sistema de salud y al mediocre sistema de educación.

Invitamos a la iglesia del Señor Jesús a que invite a los suyos a procurar un cambio real; que luche por justicia para los más débiles, cuya única solución es “conformarse”, porque no queda más remedio que rendirse al sistema para sobrevivir. Y podemos preguntarnos, ¿y eso cómo se hace? Pues promoviendo y reivindicando mejorías sociales sustanciales para que el trabajador y la trabajadora puedan disfrutar de mejores condiciones de vida.

La iglesia no promueve la vagancia, el paternalismo o e asistencialismo, lo que promueve es mejorar las condiciones de vida a través del trabajo digno y bien remunerado que no esclaviza y que hace posible el bienestar de los trabajadores y trabajadoras.

La tarea de la iglesia no es, en este momento salvar almas, sino brindar esa salvación o liberación a los que viven en la totalidad de su ser la opresión de los amos y señores. No se trata sólo de una salvación interior o personal (no es algo mágico o supraterreno como algunos predican). Se trata, más bien, de un compromiso con el prójimo, como si fuéramos auténticos representantes de Dios para actuar a favor de los pobres.

Si bien es cierto que las injusticias existen y que las vivimos a diario, deberíamos considerar la imposibilidad de hacer responsable a Dios de cada una de ellas. Los problemas de injusticia forman parte de la libertad del ser humano, que le lleva a tomar malas decisiones o a apropiarse de las decisiones del pobre. Las decisiones humanas son responsabilidad humana y, por tanto, nos corresponde a nosotros velar por el cumplimiento de la justicia que el pobre necesita y que reivindica una mejor distribución de la riqueza. Ser pobre no es una opción, aunque nuestra opción debería ser los pobres, y dejarlo claro a través de acciones determinadas que se traducen en la visibilización de la solidaridad.

Sin embargo, y a pesar de lo dicho, me pregunto: ¿Qué es lo que sumado al trabajo deja como resultado gozar de bienestar? La respuesta es sencilla: el descanso, no la vagancia. El descanso porque se trabaja para descansar, se trabaja para vivir y no para sobrevivir.

El pobre, que vive bajo una ansiedad constante en la búsqueda insaciable de mejora en aras de su propia supervivencia, termina fracasando y, con ello, perpetuando más la desigualdad social y, por qué no, hasta renegando del Dios que “permitió su pobreza” y su sueldo miserable. Eso sí que afecta la integridad del ser humano, ya que puede llevarle a trabajar hasta el agotamiento, la depresión o una enfermedad grave.

El trabajo es y debe ser una bendición o un bien para el sustento del ser humano y para el desarrollo de la sociedad, ya que el ser humano es un trabajador, es unhomo laborans. Resulta interesante notar que en un pequeño fragmento del Génesis se nos dice que Dios trabajo por seis días y al séptimo descansó (Génesis 2:3), como quien nos muestra la importancia del hombre que labora, y lo hace para su descanso, y no porque trabaja demasiado. Es más, se nos detalla que el ejemplo del Dios trabajador crea la metáfora del trabajador que vive de lo que le apasiona hacer y que es creador de su oficio.

El problema actual ante el desafío de bienestar y trabajo es que más del 50% de los trabajadores trabajan más de para lo que fueron contratados. Hacen un esfuerzo en buena parte de su rutina diaria, hasta el punto de que si alguien quisiera hacer vida social con ellos(as) sería realmente imposible, ya que la mayoría de ellos no están, viven ausentes de sus familias, llegan agotados a sus casas y, por tanto, lejos de la realidad que los envuelve. Incluso algunos padecen una situación de riesgo en su salud, ya que ven alterados sus aspectos fisiológicos y psíquicos.

Así que creemos profundamente que ese gran ingrediente del que hablamos, el descanso, es el reposo adquirido por la conciencia del ser humano en la búsqueda del bienestar biopsicosocial. Cuando el trabajo no cuenta con empleados sanos en todos sus aspectos, acaba arriesgando la reputación de la empresa; cuando el Estado no contribuye para que los sueldos sean justos y no de miseria, estamos hablando de un gobierno injusto, que solo piensa en los ricos y menosprecia a los pobres.

El plan de la iglesia debe ser mostrarse como orientadora del pobre y, si se dan las condiciones necesarias, sostenedora de los que no pueden sostenerse, y si no fuere ese el caso, crear planes de gestión para que los necesitados no olviden que la lucha es contra el imperio y a favor de la justicia social.

El trabajo, que ha sido creado para el descanso del pobre, que piensa en el bienestar de quienes ofrecen sus manos para obtener mejores condiciones de vida, proporciona una pausa a las desigualdades sociales, aunque no acaba con ellas, ya que se trata de un problema del sistema. Pero sí crea esperanza para luchar y buscar el bienestar de todos los seres humanos.

El trabajo digno sigue siendo la única forma de apoyar al pobre en su reivindicación social, un suspiro para el ahogo de todos los seres humanos que quizá vivan en una situación de vulnerabilidad.

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Adolfo Céspedes Maestre

Nace el 21 de octubre de 1989 en Barranquilla, Colombia. Teólogo profesional de la universidad Reformada en Barranquilla. Estudiante de Maestría en Psicología (investigativa) de la universidad del Norte de Barranquilla, Colombia. Dedicado actualmente a la educación religiosa en primaria, básica y media, y a la docencia en instituciones religiosas, iglesias y comunidades sociales.
Bibliografía
Hubbart, E. (1899) La carta a García. Philistine, Vol. 1 (1-7)

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