miércoles, 22 de marzo de 2017

A la cultura de la violencia oponemos la cultura de la paz.




Mi sentimiento del mundo me dice que vivimos dentro de una violencia mundial sistémica. Seria largo enumerar todos los tipos de violencia. Pero está tan globalizada que el obispo de Roma, el papa Francisco, ha afirmado tres veces que estamos ya dentro de la tercera guerra mundial. No es imposible que la nueva guerra-fría entre Estados Unidos, Rusia y China acabe provocando un conflicto nuclear.

Si sucede esta tragedia será el fin del sistema-vida y de la especie humana. Este estado de permanente beligerancia se deriva de la lógica del paradigma civilizatorio que se ha ido formando lentamente durante siglos hasta llegar a su paroxismo en nuestros días: la ilusión de que el ser humano es un “pequeño dios” que se sitúa sobre las cosas para dominarlas y acumular beneficios, a costa de la naturaleza y de naciones enteras. Hemos perdido la noción de pertenecer a la Tierra y de que somos parte de la naturaleza. Esa conciencia nos llevaría a confraternizar con todos los seres de este bello planeta.

Es urgente una nueva relación con la Tierra y con la naturaleza, compuesta de sinergia, respeto, convivencia, cuidado y sentido de responsabilidad colectiva.

Esta relación convivial ha estado siempre viva en todas las culturas de Occidente y de Oriente, especialmente en nuestros pueblos originarios que muestran hacia la Tierra un profundo respeto.

En nuestra cultura tenemos la figura paradigmática de San Francisco de Asís, actualizada hoy por el obispo de Roma, Francisco, en su encíclica Laudato Si: cuidando de la Casa Común. Proclama al poverello de Asís «santo patrón de todos los que estudian y trabajan en el campo de la ecología… pues para él toda criatura era una hermana, unida a él por lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar de todo lo que existe» (n.10 y 11). Con cierto humor recuerda «que san Francisco pedía que en el convento se dejase siempre una parte del huerto para las hierbas silvestres» (n.12), pues ellas a su modo también alaban a Dios.

Esta actitud de ternura lo llevaba a recoger las babosas de los caminos para que no fueran pisadas. Para san Francisco todos los seres son animados y personalizados. Por intuición espiritual descubrió lo que sabemos actualmente por vía científica (Crick y Dawson que descifraron el DNA): que todos los vivientes somos parientes, primos, hermanos y hermanas, porque tenemos el mismo código genético de base. Por eso trataba a todos como hermanos y hermanas: al sol, a la luna, al lobo de Gubbio y hasta a la muerte.

Esta visión supera la cultura de la violencia e inaugura la cultura del cuidado y de la paz. San Francisco realizó plenamente la espléndida definición que la Carta de la Tierra encontró para la paz: «es la plenitud creada por relaciones correctas consigo mismo, con las otras personas, otras culturas, otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del cual somos parte» (n.16).

El Papa Francisco parece haber realizado las condiciones para la paz que predica por todas partes y que personalmente irradia. Él expresó emotivamente un pensamiento que vuelve una y otra vez en la encíclica: «todo está relacionado, y todos nosotros, seres humanos, caminamos juntos como hermanos y hermanas en una peregrinación maravillosa, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también con tierno afecto al hermano Sol, a la hermana Luna, al Hermano rio y a la Madre Tierra» (n. 92).

En otro lugar aparece la siguiente formulación, ahora crítica: «Es preciso fortalecer la conciencia de que somos una única familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, por eso mismo, tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia» (n.52).

De esta actitud de total apertura, que a todos abraza y a nadie excluye, nace una imperturbable paz, sin miedo y sin amenazas, paz de quien se siente siempre en casa con sus padres, hermanos, hermanas, y con todas las criaturas.

En lugar de la violencia coloca los fundamentos de la cultura de la paz: el amor, la capacidad de soportar las contradicciones, el perdón, la misericordia y la reconciliación más allá de cualquier presuposición o exigencia previa.

Al abordar el tema de la paz en su encíclica, el obispo de Roma, Francisco, repite lo que Gandhi y otros maestros han dicho antes: «la paz no es ausencia de guerra. La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado, con la ecología y con el bien común, porque cuando es auténticamente vivida, se refleja en un equilibrado estilo de vida, aliado con la capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida; la naturaleza está llena de palabras de amor» (n.225). En otro momento afirma: «la gratuidad nos lleva a amar y a aceptar el viento, el Sol y las nubes, aunque no se sometan a nuestro control; así podemos hablar de una fraternidad universal» (n.228).

Con esta visión suya de paz y de gratuidad él representa otro modo de ser-y-de-estar-en-el-mundo-con-los-otros, una alternativa al modo de ser de la modernidad que es estar fuera y encima de la naturaleza y de los otros y no junto con ellos, conviviendo en la misma Casa Común.

El descubrimiento y la vivencia de esta hermandad cósmica nos ayudará a salir de la crisis actual, nos devolverá la inocencia perdida y hará que añoremos el paraíso terrenal cuyas señales podemos anticipar.


*Leonardo Boff es articulista del JB online y ha escrito: Francisco de Asís y Francisco de Roma: una nueva primavera en la Iglesia, 2015.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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