domingo, 5 de marzo de 2017

Contra el machismo cultural y el feminismo fanático.



El expresidente (uruguayo) escribió sobre los feminicidios y el "todos y todas"

El dos veces presidente de la República, Julio María Sanguinetti, consideró que la propuesta de instaurar la figura del "feminicidio" para castigar con mayor dureza a quienes matan a una mujer, no servirá para atacar el problema.

"Las leyes deben ser asertivas, no simbólicas. El feminicidio ya está comprendido en el artículo 311 del Código Penal, no hay vacío legal. Y una nueva figura puede incluso complicar antes que ayudar. Los cambios —imprescindibles— deben producirse en el campo de la cultura, que es la raíz de este problema que ha engendrado tantas tragedias. (...) Como es difícil oponerse dada la buena motivación inspiradora, seguramente saldrá en el Parlamento, pero no se equivoquen los movimientos feministas: no significará nada", escribió Sanguinetti en el semanario digital Correo de los Viernes en una columna titulada "La cultura machista".

El exmandatario consideró "natural" la reacción de las organizaciones feministas ante el asesinato de mujeres a manos de hombres con los que tenían algún tipo de vínculo. Pero dijo que se debe asumir que la pelea contra el machismo no es sencilla porque es necesario poner en marcha un cambio cultural que requiere "un enorme esfuerzo educativo".

"No hay nada más persistente que la mentalidad y en la nuestra está, desgraciadamente, el predominio masculino. Las cuatro religiones monoteístas establecieron la subordinación femenina, pero mientras las judeo-cristianas fueron cambiando ante el empuje del liberalismo, la musulmana persiste en esa idea (y de un modo tan radical que indigna). La filosofía liberal y democrática fue logrando, en los dos últimos siglos, un gran avance, pero con enormes resistencias", señaló Sanguinetti.

Recordó además que el voto de las mujeres se alcanzó en Europa después de las guerras "porque, dada su enorme contribución entre 1914 y 1918, era imposible negarse".

"Es notorio que todavía hoy el tema es desafiante y cuesta. Basta salir a la calle y observar cómo se trata a las mujeres, tanto por los demás automovilistas, como por esos presuntos limpiavidrios de los semáforos, para advertir que el machismo está ahí, delante de nuestros ojos", observó Sanguinetti.


Pero advirtió que "los movimientos feministas han batallado mucho aunque no siempre bien, porque en ocasiones sus excesos rozan el ridículo y, en vez de abogar por la buena causa, logran lo contrario".

"El 'todas y todos' cuando desde siempre se iniciaron los discursos diciendo 'señoras y señores', ha sido, a nuestro juicio, un retroceso. El fanatismo semántico llegó hasta una ministro española, que en una comisión se dirigió a los "miembros y miembras" para solaz de los machistas, que pudieron reírse a sus anchas. Cuando aparecieron en nuestro país niñas musulmanas con su velo en las escuelas públicas, dijimos que debía prohibirse, porque era aceptar un símbolo de la subordinación femenina. Las autoridades educativas resolvieron lo contrario, incurriendo en un lamentable extravío de la laicidad y una contribución —involuntaria pero muy expresiva— de la degradación de la condición femenina. Esa sí que es 'una señal' y nuestra voz fue solitaria en el reclamo", sostuvo.

Por último, Sanguinetti recomendó: "Hay que batallar y seguir batallando. Los hombres algún día entenderán que, siendo hijos de una madre que les dio vida, ninguna otra mujer será su propiedad sino lo contrario, su compañera si es su cónyuge o bien su responsabilidad y alegría si es una hija o una nieta. En el plano público, las 'señales' más importantes deben venir desde lo simbólico, en las parejas notorias, sean artistas o políticos, que en su actitud de respeto hacia sus cónyuges, hagan docencia. Y ni hablar de maestros, mujeres u hombres, docentes en general, que han de inspirar a los muchachos a sentirse más hombres respetando y queriendo, que agraviando o mandoneando. En una palabra, sacarse de la mente la idea de que quien comprende y sigue a su mujer no es 'un pollerudo' sino lo contrario, un ser maduro, consciente de su fuerza, que necesita de la fuerza de 'la otra' para que la vida valga la pena ser vivida".

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