lunes, 10 de abril de 2017

El poder político y religioso decide que Jesús de Nazaret debe morir.


Juan Cejudo

Bien, veamos. De este Domingo de Ramos nos hemos quedado con la imagen de Jesús rodeado de niños, con ramos de olivos, montado en un pollino o burro y entrando en Jerusalén, victorioso. Casi, como si fuera una fiesta. Pues no.

A continuación de esa entrada en Jerusalén, Jesús se dirige al Templo y vuelca las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de animales y dice: "Mi casa es casa de oración y vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones". Dice el evangelio que los sumos sacerdotes se enteraron de ésto y buscaban cómo podían matarle.

Es curioso que en las lecturas del Evangelio de hoy no se hace alusión a esta parte "subversiva" de Jesús derribando las mesas y los puestos en el Templo, escena que está a continuación de su entrada en Jerusalén.

Y es que Jesús se había atrevido con lo más sagrado que tenían los judíos: el Templo, lugar de culto, pero también el centro económico de Palestina. Quitarle el "negocio" que tenían montado era lo más peligroso que podía pasar. Ya llevaban tiempo detrás de Jesús. "Conviene que muera por el bien del pueblo" "Este solivianta a las masas". Jesús era un peligro para el poder político y religioso, porque las masas le seguían y él, con mucha libertad , les hablaba de la dignidad que tenían como hijos de un mismo Padre y estaba con ellos haciendo signos para aliviar su dolor, combatiendo su sufrimiento, las injusticias y la marginación.


Además, Jesús rompió con leyes y normas absurdas porque para Él lo importante eran las personas por encima de todo. Así hablaba con mujeres y mujeres de Samaría ( no se hablaban con los judíos), se saltaba la norma de no hacer nada en sábado porque "el sábado está para el hombre y no el hombre para el sábado". Hablaba con toda libertad ante el Sumo Sacerdote o Pilatos y se enfrentó a los fariseos y legistas. Y ante Herodes, permanecerá en silencio sin decir palabra. Un hombre libre ante todos.

Pero ni el poder político ni el religioso podía tolerar a una persona así, amigo de todo tipo de enfermos, pobres, prostitutas con un mensaje además liberador.

Y por eso lo mataron.

El Domingo de Ramos no es una fiesta de niños, olivos y burros. Es el comienzo del gran enfrentamiento- en la escena del derribo de los puestos de los cambistas y de animales-, con el poder político y religioso que le costaría la muerte por "subversivo" y "blasfemo".

Y es que hoy como entonces las personas que vivan como vivió Jesús, enfrentándose al poder político y religioso, con un mensaje "subversivo", de necesidad de cambiar un sistema que no está por la dignidad de las personas, sino que sólo busca el beneficio económico de unos pocos, terminará de mala manera como Jesús: señalado, encarcelado y marginado o asesinado.

Pero esa vida es la semilla de la Resurrección, de una vida nueva. Merece la pena.


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