domingo, 9 de abril de 2017

El Imperio contra Jesús de Nazaret.


Juan José Tamayo
(Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría” y autor de Por eso lo mataron. El horizonte ético de Jesús de Nazaret, Trotta, Madrid, 2003, 2ª ed.)

El 9 de abril de 2004 publiqué en el diario EL PAÍS el artículo “El Imperio contra Jesús de Nazaret”. Trece años después, creo que conserva toda su vigencia tanto en el análisis exegético de los textos de la pasión, apoyado en prestigiosos especialistas, como en la interpretación políticamente liberadora y religiosamente subversiva de dicho acontecimiento, en el horizonte de la teología de la liberación. Por eso he querido recuperarlo y ofrecerlo como reflexión para estos días de Semana Santa JJT.

Las dramáticas imágenes de la pasión de Cristo han estado grabadas en el imaginario social de varias generaciones de cristianas y cristianos que éramos arrastrados a las “misiones populares”, a las procesiones de Semana Santa, a los vía crucis, y nos vimos sometidos a una educación en el sacrificio que exigía reproducir en la propia carne los padecimientos de Jesús. Y todo ello teñido de un antisemitismo muy presente en la conciencia colectiva, que la misma religión oficial ayudaba a fomentar. Tal era el caso de los “oficios” del Viernes Santo, en los que se pedía “por los pérfidos judíos”, a quienes se hacía responsables de la muerte de Cristo, definida como un deicidio. Todo esto configuraba un cristianismo sacrificial sadomasoquista.

Cuando esas imágenes empezaban a diluirse y entrábamos en un proceso de serena aproximación histórico-crítica a los relatos evangélicos de la pasión, apareció la película de Mel Gibson para revivirlas en toda su crudeza y retornar a épocas pasadas. El realizador cinematográfico australiano confesaba que su decisión de rodar la película “fue como una especie de mandato divino” y respondía a la necesidad de “unir el sacrificio de la cruz con el del altar”. Ambas observaciones revelan el nivel providencialista e iluminado en que se sitúa Mel Gibson y los consiguientes prejuicios con que aborda cuestiones tan complejas y espinosas como el proceso de Jesús y la responsabilidad de los judíos en su muerte.

La película fue elogiada por las autoridades del Vaticano y pronto entró a formar parte de la videoteca personal de Juan Pablo II, quien, según algunos testimonios, tras ver la película declaró: “Así fueron las cosas”. La Iglesia Católica, la Iglesia Protestante y la Comunidad Judía de Alemania, empero, denunciaron la violencia que rezuma el film y la nueva ola de antisemitismo que podía despertar en Europa. Todo ello pretendía fundamentarlo Gibson en las visiones de la monja alemana Anne C. Emmerich y en los textos evangélicos, que ciertamente lee con mirada antijudía, de manera descontextualizada y sin recurrir a la mediación hermenéutica. ¿Todo sucedió en realidad como muestra la película? ¿”Así fueron las cosas”?

Mis reflexiones quieren ser una aproximación a los sucesos de los últimos días de la vida de Jesús de Nazaret a través de una lectura crítica de los textos evangélicos. Empecemos por decir que en la reconstrucción histórica de la muerte de Jesús nos topamos con una dificultad no pequeña: la peculiaridad de los relatos de la pasión, donde no es fácil separar la historia de la interpretación, la biografía de la teología. Creo que a los estudios y filmes sobre la pasión de Cristo, y muy especialmente al de Gibson, se les puede aplicar lo que el profesor de Estudios Bíblicos estadounidense John Dominic Crossan dice de las investigaciones en torno al Jesús histórico: que son un campo abonado para hacer teología y llamarlo historia, o para hacer autobiografía y llamarla biografía (Jesús: vida de un campesino judío, Crítica, Madrid, 1994).

Lo que sí parece fuera de toda duda es que en la detención, el proceso y la ulterior ejecución de Jesús de Nazaret jugó un papel fundamental la espectacular protesta, o mejor, la provocación de Jesús en el Templo de Jerusalén, al arrojar al suelo las mesas de los comerciantes y dispersarlos a latigazos. Se trata de un hecho cuya historicidad no suele cuestionarse. Como asevera el investigador judío Geza Vermes, Jesús hizo lo que no debía, causar una conmoción, en el lugar donde no debía hacerlo, el Templo, y en el momento más inadecuado, inmediatamente antes de la Pascua (Jesús, el judío. Los Evangelios leídos por un historiador, Muchnik Editores, Barcelona, 1973).

El Templo era el lugar sagrado por excelencia y un motivo de orgullo para los judíos. Constituía la principal fuente de ingresos de Jerusalén y la principal atracción turística. La actividad mercantil desarrollada en él era necesaria para que los peregrinos pudieran cambiar la moneda y pagar así el impuesto al Templo. Asimismo, gracias al mercado, los peregrinos podían comprar allí los animales para los sacrificios, sin tener que soportar las molestias que suponía el tener que traerlos de sus propias casas.

¿Qué sentido tenía la acción de Jesús en el Templo? No parece que su intención fuera la de purificarlo. Se trataba de una acción simbólica con la que quería mostrar el final de la religión centrada en los sacrificios (“misericordia quiero, no sacrificios”), así como la protesta contra su significado económico extorsionador. Jesús declara derogado el culto sacrificial e innecesarias las actividades comerciales y fiscales que se desarrollaban en el Templo. Al perder éste sus funciones litúrgico-sacrificiales, comerciales y fiscales, ya no tenía razón de ser. La acción provocativa de Jesús se dirige primero y prioritariamente contra los jerarcas del Templo, verdaderos responsables del establecimiento del mercado allí. No pocos especialistas coinciden en que la provocación de Jesús en el Templo es el eslabón perdido entre el conflicto provocado en Galilea, de donde era oriundo Jesús, y los acontecimientos finales.

Con esta acción estaba tocando el nervio mismo de la aristocracia sacerdotal saducea, que consideraba el culto del Templo su núcleo fundamental tanto en el aspecto religioso como en el económico. Esa acción fue la gota que colmó el vaso de la ira de los sumos sacerdotes, quienes, junto con los escribas y los ancianos, que pertenecían al partido de los saduceos o estaban aliados con él, ocupan el primer plano en los relatos de la pasión. El conflicto mortal lo tuvo Jesús no con el judaísmo, sino con las autoridades judías, no con los fariseos, sino con los saduceos, que se consideraban custodios del orden nacional, basado en el Templo y en la Ley. Un orden cuestionado por el profeta de Nazaret, que confirmaba así su actitud de permanente desafío tanto a la jerarquía religiosa como al Imperio, y se convertía en el principal enemigo de ambos. Por eso, había que deshacerse de él lo antes posible.

El pueblo judío nada tuvo que ver en su condena y posterior ejecución. La decisión de ejecutar a Jesús es de la autoridad política, concretamente del gobernador Poncio Pilato, suprema autoridad judicial de la provincia de Judea, quien gozaba de una autoridad ilimitada y poseía amplios poderes judiciales, también el de aplicar la pena de muerte, como reconoce Flavio Josefo. La potestas gladii era de exclusiva responsabilidad del gobernador romano. Hay, con todo, una tendencia bastante generalizada en los relatos evangélicos de la pasión a cargar sobre los judíos todo el peso de la responsabilidad en la muerte de Jesús y a eximir de toda culpa a Poncio Pilato, que se habría limitado a entregar a Jesús para ser crucificado, pero en contra de su voluntad, y no habría dictado una sentencia formal de muerte.

Algunos de esos relatos presentan al gobernador romano en Judea como una persona insegura, vacilante, que parece no atreverse a tomar decisiones. Pero ese perfil no responde al comportamiento real de Pilato en el ejercicio de su autoridad al servicio del poder ocupante, sino que es fruto de la tendencia antijudía ya presente en algunos relatos de la pasión y radicalizada en la historia del cristianismo. En realidad, Pilato fue un gobernante duro e inmisericorde, inflexible y obstinado, violento y cruel, represivo y depravado, arbitrario e insolente. Así lo atestiguan con todo lujo de detalles Filón de Alejandría y Flavio Josefo.

La responsabilidad de Pilato en la condena a muerte de Jesús es confirmada por el historiador romano Tácito quien, cuando narra la persecución de los cristianos bajo Nerón, dice que el nombre de “cristianos” “procede de Cristo, que, bajo el principado de Tiberio, había sido entregado al suplicio por el procurador Poncio Pilato”. Éste condena a Jesús por motivos políticos, en concreto, por poner en peligro el orden público, por sedicioso. Es muy posible que el gobernador romano en Judea aprovechara gustoso la posibilidad de calmar con un acto intimidatorio la tensión que reinaba en Jerusalén durante la Pascua. Parece dudoso que las autoridades judías emitiesen contra Jesús una sentencia de condena, pues “el relato que la menciona (Mc 14,14; par Mt 26,66) es una excrecencia de origen cristiano elaborada a partir de una sentencia informal en la residencia de Anás, que no tenía personalmente ningún poder judicial”, afirma Simon Légasse (El proceso de Jesús, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1996). No son pocos los investigadores que niegan cualquier intervención del Sanedrín en el proceso de Jesús o, al menos, consideran improbable una condena oficial a muerte. No parece que dicho tribunal estuviera facultado para dictar sentencias de muerte. Y si lo hubiera estado y la hubiera dictado, el castigo hubiera sido la lapidación.

Otro dato incontestable sobre la responsabilidad de la autoridad romana en la muerte de Jesús es que fue crucificado, y la crucifixión era un suplicio romano, no judío. Parece demostrado que todas las crucifixiones llevadas a cabo en Palestina desde la época de los procuradores hasta la Guerra Judía se produjeron por razones políticas.
¿Y la participación del pueblo pidiendo la amnistía para Barrabás y la ejecución para Jesús? Resulta discutible que fuera costumbre amnistiar a un preso durante la Pascua. Nada dice de dicha práctica Flavio Josefo. En definitiva, la lucha de Jesús de Nazaret no se dirigió contra el judaísmo, sino contra el Imperio, y éste reaccionó condenándolo a muerte por considerarlo enemigo público, como antes había hecho con el profeta Juan Bautista. La condena de Jesús no fue un error judicial como creía Bultmann. ¡Se lo había ganado a pulso por su comportamiento transgresor y su permanente actitud conflictiva frente a las autoridades religiosas y políticas.

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