sábado, 11 de mayo de 2019

Diaconisas o feminiclericalismo.

Pepe Mallo

Aristóteles: “La mujer es un hombre incompleto.”
Santo Tomás de Aquino: “La mujer es un error de la naturaleza, nace de un esperma en mal estado.”
¡¡¡Si nuestra mítica ancestral Eva levantara la cabeza!!!
¿Qué pensaría del tratamiento actual que se le da a la mujer, ella que fue la protagonista primordial de los primeros pasos de la humanidad? ¿Qué pensaría de las filosóficas deducciones de Aristóteles y santo Tomás, metidos a eruditos científicos, ella que escuchó de Adán el primer piropo de la humanidad: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”? Excesivo tributo el que ha tenido que pagar la mujer por un placentero mordisco al delicioso fruto seductor, “boccato di cardinale”. ¡Y pensar que todavía está amortizando aquella “felix culpa”!… Además de “desahuciada”, hipotecada…

Las mujeres han sido y son las grandes derrotadas de la religión
El patriarcalismo ha monopolizado el fenómeno religioso y lo ha instrumentalizado y sacralizado. Es evidente que el machismo está incrustado profundamente en la cultura de la Iglesia de todos los tiempos. ¿No será (la pregunta es retórica por mi parte) que se ha creado un Dios machista, homotrinitario, muy padre, pero poco madre? Nuestra época está viviendo el resurgir de la mujer a favor de la igualdad de género y de sus derechos y contra la discriminación social y laboral. Del feminismo por la igualdad se ha pasado al feminismo por la identidad. La mujer posee identidad propia. A nivel social y de partidos políticos se reivindica cada vez más la representación de la mujer y se barajan mayores porcentajes de participación. Y se ha establecido, aunque quede mucho por hacer, el principio de paridad. Algunas cabezas, en la Iglesia, la “paridad” solo la asocian al parto. Y lo triste es que no pocas mentes machistas se empeñan en crear una especie de confrontación entre “hombre-mujer”.

En numerosas ocasiones, Francisco nos desconcierta. Pero cuando habla de la mujer, nos apabulla y perturba muchas mentes ya de por sí perturbadas:
– “La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones”. (Evangelii Gaudium, n. 103)
– “Sufro, lo digo de verdad, cuando veo en la Iglesia o en algunas organizaciones eclesiales que la función de servicio de la mujer, que todos tenemos y debemos tener, se transforma en un papel de servidumbre” (Conmemoración del 25 aniversario de la carta `Mulieris Dignitatem´ de Juan Pablo II.)

-“El papel de la mujer en la Iglesia no es fruto del feminismo, es un derecho de bautizada con los carismas y los dones que el Espíritu le ha dado” (12 mayo 2016)
– “La Virgen María era más importante que los Apóstoles, los obispos, los diáconos y los sacerdotes. La mujer, en la Iglesia, es más importante que los obispos y los sacerdotes; el cómo es lo que debemos intentar explicitar mejor” (Conferencia de prensa durante el vuelo de regreso a Roma, 28 de julio 2013).
Radical polarización: dos posturas enfrentadas

Hasta el presente, Roma ha sostenido, sostiene y mantiene que la mujer no puede ser ordenada sacerdote. Incluso el diaconado permanente excluye a las mujeres. Sin embargo, no son pocas las voces que respaldan el diaconado femenino conforme a la vivencia de los primeros siglos de la Iglesia. En un extremo se atrincheran quienes repugnan el proyecto, lo impugnan, y pugnan por imponer sus teorías. En la grada contraria se asientan los que abogan por el acceso de las mujeres al diaconado y al sacerdocio. Abundan en razones los unos y los otros. El principal argumento de los primeros es que “Jesús eligió solamente a hombres, y solo ordenó sacerdotes a los Doce, no ordenó a mujeres”. ¿Un Jesús misógino? (¿Qué diría María Magdalena, la pecadora, que fue la primera elegida para anunciar la resurrección de Jesús?). El considerando fundamental de los segundos es que a lo largo y ancho de los Evangelios se habla de mujeres que seguían a Jesús y le “servían” (diakonía); y san Pablo deja notoria constancia de mujeres que ejercían el ministerio en las comunidades, y usa el término “diaconisas”. Práctica que duró varios siglos.

Temo la solución del “machismo con faldas”
Así las cosas, “después de intensa oración y de madura reflexión”, el papa Francisco en julio de 2016 estableció una comisión para estudiar el papel de las mujeres en la Iglesia primitiva. Parece que Francisco busca el modo de revitalizar el papel de la mujer en la Iglesia y darles mayor participación en la toma de decisiones, pero evita prudentemente “clericalizarlas”. Y va a resultar que en esto radica el quid de la cuestión, o el hueso duro de roer. Porque me sospecho que esta reivindicación feminista, justa pero arriesgada, enmascara un peligro y una trampa; vale decir, esconde la pretensión de ingresar en unas “estructuras diseñadas por y para hombres”; en definitiva, conseguir la “dignidad clerical”, ver la Iglesia con ojos de mujer pero con antiparras de hombre.

Así lo recela también Francisco:
“Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Temo la solución del “machismo con faldas”, porque la mujer tiene una estructura diferente del varón. Pero los discursos que oigo sobre el rol de la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista. Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar.” (Entrevista, 19 agosto 2013)

¿Mujer ministro o mujer clérigo?
Si de hecho se quiere reformar y renovar los ministerios, resultaría nefasta la utilización de la mujer para revalidar y fortalecer esa estructura de absoluto poder religioso en que se ha constituido la Iglesia. Se convertiría en un incongruente “feminiclericalismo” que vendría a reforzar el privilegio estructural, la autocracia clerical. La mujer perdería su propia identidad en favor de un autoritario poder.

Sin embargo, la cuestión es más de fondo. La pregunta del millón sería: ¿Por qué hay que sacramentalizar los ministerios? ¿Es evangélico sacralizar (ordenar “in sacris”) a las personas? ¿No habría que disociar “ordenación” y “ministerio”? Cierto que Jesús no ordenó a mujeres; pero tampoco ordenó a hombres, y menos en el sentido, aspecto y categorías que disfrutan hoy los clérigos. Jesús no instituyó ningún sacramento del “Orden Sagrado”, ni para mujeres ni para hombres. Las funciones de diáconos y diaconisas, así como de presbíteros y obispos de los que hablan las Cartas, eran puramente ministerios de la comunidad y para la comunidad. No dignidades y privilegios de supremacía y dominio. Y entre los “carismas” (dones del Espíritu), jamás se nombra el sacerdocio.

Dejémonos, pues, de elucubraciones y volvamos a la genuina tradición
A la práctica de las primeras comunidades. Se hace necesario reconocer “de hecho” el sacerdocio de todos los bautizados, hombres y mujeres (1Ped.2,9), potenciarlo y llevarlo a la práctica, con las consecuencias e implicaciones pertinentes. No cabe un diaconado adjetivado, sino un único diaconado ejercido por hombres y por mujeres. Es necesario repensar los ministerios. Aún nos queda un largo recorrido para implementar la originalidad del Evangelio de Jesús: “ministerios de iguales entre iguales”. Por tanto, proclamo y reclamo: Diaconisas, sí. Feminiclericalismo, no.

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