miércoles, 22 de mayo de 2019

La ciencia y la consciencia.


por Jaime Richart, Antropólogo y jurista

La Ciencia, como la Divinidad, es cuestión de fe. El ser humano, en sociedad, y más allá de la percepción del yo, está compelido a la fe constantemente. A su fe en la Ciencia como en los científicos, en la Religión como en sus pastores, en la Información como en los periodistas, en la Justicia como en los juristas, en la Política como en los políticos, en la Economía como en los economistas, en la Medicina como en sus doctores. Y así sucesivamente. Y ello pese a que entre sí discrepen los científicos, los teólogos, los periodistas, los economistas, los políticos, los juristas y los médicos, y el objeto de la fe sea el resultado del acuerdo de unas minorías…

Allá por los años treinta empezó a difundirse la, al parecer, falsa idea atribuida a Albert Einstein de que en el estado de vigilia normal de la conciencia sólo una décima parte del cerebro está en actividad. Idea que, de haber sido cierto que fue expresada por Einstein, fue desautorizada por la ciencia neurológica posterior.

La ciencia… ¿pero qué ciencia? ¿la que cierra filas para relatar al mundo los descubrimientos y verdades que cuadran con lo que interesan a unos cuantos por razones varias? ¿o la Ciencia no vertebrada, la de humanos aislados, genios o no, conocidos o anónimos, que descubren lo que a menudo niega la Ciencia bajo control? 

En todo caso, cada vez que me llega una noticia científica en portada o en suelto, o simplemente veo de una revista científica, pienso: bien, ya veremos qué dice al respecto dentro de quince o veinte años. Pues estoy cansado de haber ido asistiendo a lo largo de mi vida observadora, al ridículo espectáculo del decir y desdecirse de la ciencia, la médica incluida, que no es muy diferente de lo que hacen los políticos españoles en campaña y fuera de ella. Ello, con independencia de que ciertos fundamentos y principios sean útiles permitiendo funcionar sistemas enteros, incluida la cosmología. Pero una cosa es que una verdad sea útil, y otra que sea certera y para siempre. Principios y fundamentos, por cierto, que a menudo desplazan a otros que quedan en evidencia. Lo que me hace recordar esta otra inconcusa frase precisamente del Einstein ya muy entrado en años: “dos y dos son cuatro hasta nueva orden”. O lo que le dijo una noche a un compañero de paseo: “¿dejará de existir la luna cuando dejemos de mirarla?”. Esto, aparte de lo sabido acerca de muchos descubrimientos y experimentos a lo largo de la historia de la alquimia y luego de la ciencia que son rechazados porque trastocarían los razonamientos establecidos.

El caso es que tres personajes de las laderas de la Ciencia: Gurdjieff, Abellio y Meyrinck nos ponen en guardia. Gurdjieff, al decir que hemos de soñar despiertos. Abellio, que hemos de procurar la percepción de mi percepción, la transfiguración, la llave que nos hará dueños de la naturaleza interior. Y Meyrinck, que velar lo es todo…

Tengo pocas convicciones. Se nota. Quizá solo ésta: no tenemos una sola inteligencia. Tenemos varias. Y si sostenemos que sólo tenemos una, ésa será un promedio de las demás. Howard Gardner distingue ocho tipos de inteligencia. Hay quien habla de doce. Pues bien, combinando todos los datos, podríamos establecer estas premisas: quizá tengamos activado todo el cerebro según teorías actuales, pero es innegable que, para cualquier observador medio los niveles de consciencia -al menos de consciencia permanente- varían mucho entre unos individuos y otros. Yo diría que varían más que los evanescentes grados de inteligencia y el cociente intelectual que, útiles para medir ciertas capacidades el empleador para elegir al empleado, al igual que otras verdades científicas y tecnológicas, tienen un valor mucho más relativo en otros órdenes que no pertenezcan a la neurología y a la psicología…

En todo caso, cuando hablamos de un genio o de un superinteligente, de alguien con un cociente intelectual elevado nos referimos a un individuo con una o más de esas inteligencias que afirmo, hipertrofiada. De modo que, aparte otros factores, si el nivel de consciencia más o menos habitual, normal, está en el 1, en muchos individuos es letárgico y está por debajo del 1, y en otros casos está por encima del 1, sin que sea preciso tener a estos últimos por más inteligentes pero sí más lúcidos, estos están cuanto menos en el nivel 2.

Pues bien, en este nivel de la consciencia nos encontramos quienes escribimos en estos soportes digitales de absoluta libertad de expresión: tal es la intensidad y orden de nuestro raciocinio, tal es nuestra voluntad de objetividad y los esfuerzos por lograrla, tales son las combinaciones sintácticas y logísticas similares a los cálculos del jugador de ajedrez medio, antes de dar jaque mate a los aletargados, a los dormidos y a los pardillos… ¿Y sabéis por qué?, porque estamos despiertos y en nuestros análisis tomamos la distancia precisa para no dejarnos afectar por el ruido, por el griterío, por la tontuna de políticos y periodistas, ni tampoco por el empaque de la Justicia. Ni tampoco embaucados por la rotundidad que se imprime a las noticias salidas de la Ciencia. Desde luego, si la cristiandad vivió 1.600 años equivocada manteniendo el geocentrismo, qué fuerza moral nos obliga a creer que no vivimos equivocados negando la tierra plana o la tierra hueca, por ejemplo. A fin de cuentas, el verdadero progreso de la humanidad no viene por la precisión de los aparatos medidores, si no por las intuiciones, el ingenio y las habilidades del individuo aislado. En definitiva, por vías del espíritu… Y quien diga lo contrario es porque, como digo al principio, cree en la ciencia. Allá él. Nada gana ni nada pierden, tanto quienes afirman como quienes niegan. Al final, cuestión de fe… Detrás de toda la complejidad de que se rodea a la fabricación de la bomba atómica hay que saber que la liberación de la energía atómica se consigue disolviendo sal de uranio en agua pesada. Y el agua pesada se obtiene destilando el agua ordinaria durante 25 o 100 años. Un individuo eventualmente combinado con otro, la obtendría fácilmente.

Debieran saberlo los políticos antes de hablar y de rendirse en la intimidad a esta verdad, para evitar decir y hacer ese sinfín de necedades a que, en España, nos tienen acostumbrados. Y debiera saberlo también la Ciencia, la Ciencia en equipo, esa Ciencia que no pocas veces carece de conciencia…

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