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martes, 8 de mayo de 2018

Conocimiento ancestral indígena contra el cambio climático.

Fuente de la imagen: DW

La agrupación de pueblos indígenas latinoamericanos presentó en Bonn su propuesta sobre cómo debe ser la plataforma que aglutinará las buenas prácticas de la sabiduría ancestral indígena contra el cambio climático.

Por Judit Alonso

DW, 6 de mayo, 2018.- Al igual que sucedió en la pasada cumbre del clima (COP23), los pueblos indígenas tuvieron un papel destacado en el segundo día de las negociaciones climáticas que empezaron este lunes 30 de abril y que se terminarán el próximo 10 de mayo en la ciudad alemana de Bonn.

Diversos representantes tanto de países como de pueblos indígenas se reunieron en un diálogo multisectorial para trabajar sobre la plataforma de conocimiento del pueblo indígena que debe estar finalizada en el momento que se implemente el Acuerdo de París, en 2020.

Esta iniciativa, que se enmarca en el reconocimiento del aporte de estos pueblos e incluye este tratado internacional, pretende recopilar e intercambiar experiencias sobre las mejores prácticas que los pueblos indígenas y las comunidades locales están llevando a cabo a nivel mundial para luchar contra el cambio climático con sus conocimientos ancestrales.

Además de llevar a cabo esta actividad a través de talleres, grupos de expertos y sesiones de trabajo en varios lugares del mundo, la plataforma también persigue fomentar el desarrollo de capacidades del colectivo e incidir a nivel de políticas públicas. No obstante, a diferencia de las otras regiones, América Latina presentó una propuesta propia durante el evento que se llevó a cabo el pasado martes 1 de mayo.

Johnson Cerda, miembro del Foro Indígena de Abya Yala que agrupa a las redes de las organizaciones indígenas más representativas de la región, fue el encargado de dar a conocer los distintos puntos de la propuesta latinoamericana.

"Tendríamos que construir un sistema de indicadores indígenas de éxito sobre cambio climático en adaptación y mitigación. El intercambio se realizaría por ecosistemas Amazónico (bosque húmedo tropical), Andino (altas montañas), Marino Costero y zonas de Cerrado (sabanas)", puntualizó.

La iniciativa plantea la creación de un grupo facilitador compuesto por 7 líderes de pueblos indígenas y 7 representantes de países "que apoyarían la planificación de las actividades del grupo de trabajo de expertos, y los talleres de capacitación que analizarían en profundidad las conexiones de los conocimientos indígenas con los elementos del Acuerdo de Paris".

Asimismo, "habría un proceso nacional que permita seleccionar los mejores ejemplos en los temas vinculados con adaptación y mitigación al cambio climático", dijo. 

Igualmente, el proyecto latinoamericano también aboga por la creación de plataformas nacionales ya que "sería difícil que todos los poseedores de los conocimientos ancestrales participen en eventos globales".

"Si logramos tener algunas buenas prácticas en cada ecosistema, replicado e incluido dentro de los planes nacionales, podríamos generar cambios positivos. Nuestra preocupación es que solo se realicen eventos a nivel global que no fortalecen nuestras prácticas a nivel nacional”, subrayó en entrevista con DW.
De la teoría a la práctica

No obstante, tanto Costa Rica como Bolivia cuentan ya con estas herramientas. La Autoridad Plurinacional de la Madre Tierra, entidad creada para la gestión del cambio climático, junto con los representantes de las 36 naciones indígenas en la Asamblea Legislativa de Bolivia, lanzó el pasado 1 de noviembre una Plataforma de Naciones Indígenas Originarias de lucha contra el Cambio Climático.

Al igual que la plataforma mundial, su objetivo es generar un espacio de intercambio de prácticas ancestrales y recuperar estos conocimientos para enfrentar el cambio climático.

En el caso boliviano se pretende, además, desarrollar acciones para la resiliencia al cambio climático desde la gestión territorial, la agricultura campesina y agricultura familiar comunitaria, así como la gestión integral y sustentable del bosques.


Representantes de México, Costa Rica, Bolivia y Colombia, entre otros, realizaron diversos aportes a la sesión de trabajo de la plataforma de conocimiento indígena. Fuente de la imagen: DW

"Los saberes de los pueblos indígenas son vitales para definir estrategias de adaptación, sobretodo en el diseño de sistemas de prevención de riesgos y de alerta temprana", aseguró a DW, Elvira Gutiérrez, Directora de Adaptación de la Autoridad Plurinacional de la Madre Tierra poniendo como ejemplo los bioindicadores de manejo climático.

"Hay plantas y aves que avisan si va a ser un año de lluvias", recordó. Por este motivo, resaltó la eficiencia de la plataforma, que también pretende desarrollar capacidades en base a cosmovisiones, así como crear leyes nacionales y departamentales de cambio climático "basadas en esas experiencias".

Teniendo en cuenta la experiencia práctica de Bolivia y continuar con el trabajo pendiente de la plataforma mundial, Gutiérrez anunció que el país acogerá el próximo mes de octubre un encuentro "para profundizar el diálogo" iniciado en Bonn.

De este modo, los participantes podrán conocer de primera mano algunos de los trabajos que se están llevando a cabo como la elaboración de un catálogo de especies resistentes al cambio climático, así como la "traducción de las 36 lenguas indígenas del conocimiento pertinente en su contexto local".
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Fuente: Deutsche Welle (DW), emisora internacional de Alemania y productora de periodismo independiente en 30 idiomas: http://amp.dw.com/es/conocimiento-ancestral-ind%C3%ADgena-contra-el-cambio-clim%C3%A1tico-desde-am%C3%A9rica-latina/a-43673214

domingo, 27 de agosto de 2017

La lucha contra el cambio climático.


Por Amy Orta Rivera*

Claridad, 24 de agosto, 2017.- Desde que Donald Trump asumió la presidencia de los Estados Unidos, los mismos estadounidenses así como la comunidad internacional han estado preocupados en cómo Estados Unidos se va a estar involucrando en la lucha contra el cambio climático.

En junio pasado, Trump anunció la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París (Acuerdo), el cual busca que todos los países disminuyan sus gases de efecto invernadero para controlar el aumento de temperaturas globales. Hablar del Acuerdo, implica que también tenemos que incluir lo que es el financiamiento climático internacional.

El financiamiento climático se refiere a la ayuda monetaria por parte de países desarrollados a países en vías de desarrollo, para que estos últimos puedan establecer programas de mitigación o adaptación al cambio climático. Con estas ayudas, países no industrializados pueden tener programas de transición energética, mientras que otros pueden transformar áreas que son altamente vulnerables a los cambios climáticos.

El financiamiento climático promueve el concepto de “responsabilidades comunes, pero diferentes”. Es decir, que a pesar que todos los países son responsables para resolver el cambio climático, la manera en cómo lo resuelven es diferente. Esto se debe a que los países no industrializados tienen menos capacidades económicas para luchar contra el cambio climático en comparación con los países desarrollados.

Actualmente existen 5 grandes fondos internacionales para el financiamiento de proyectos para combatir el cambio climático: Fondo Verde para el Clima, Fondo para Países Menos Adelantados, el Fondo Especial para el Cambio Climático, Fondos de Inversión en el Clima y por último el Fondo de Adaptación del Protocolo de Kioto. Cada uno de estos fondos tienen procesos y una reglamentación específica de cómo los países elegibles pueden solicitar fondos para sus programas. Los programas pueden ser de reducción de gases de efecto invernadero o programas para aumentar la resiliencia de comunidades ante el cambio climático.

Por ejemplo, la isla-nación de Samoa creó una propuesta para financiar un proyecto de resiliencia climática enfocado en el manejo de inundaciones. Cuando hablamos de resiliencia climática, nos referimos a que debemos tener en cuenta la capacidad o falta de capacidad de un sistema para superar los retos del cambio climático. Con este fin, el Fondo Verde para el Clima aprobó una financiación de $65.7 millones para sufragar los gastos del mencionado proyecto, de los cuales $8 millones serían co-financiados por el gobierno de Samoa, mientras que los otros $57.7 millones serían coo financiados por el Fondo Verde para el Clima.

Aunque se pueda ver como una cantidad altísima, la realidad es que en Samoa por cada evento de huracán, la cifra para reparar daños asciende a unos $200 millones de dólares. Esto es por daños a estructuras que ya existen en el área como hospitales, casas y escuelas.

Por lo tanto, los beneficios a largo plazo no solamente lo disfrutarán las comunidades afectadas, sino que también el gobierno de Samoa podrá utilizar los recaudos de las contribuciones en otras necesidades, al no tener que desembolsar grandes cantidades de dinero para resolver el problema recurrente de las inundaciones por sistemas ciclónicos.

Esto demuestra la importancia que tiene la financiación climática, la cual es vital para muchas comunidades que no tienen los recursos económicos y necesitan con urgencia nuevas estructuras para superar las consecuencias del cambio climático.

La pregunta siguiente sería, si estos fondos climáticos internacionales son tan excepcionales e importantes para resolver las situaciones que trae el cambio climático, ¿Puerto Rico se pudiera beneficiar de ellos?. Dada a la relación política y económica que Puerto Rico tiene con Estados Unidos, Puerto Rico no puede solicitar a estos fondos. Sin embargo Puerto Rico sí puede solicitar fondos dentro de la jurisdicción de Estados Unidos, como lo es el Departamento de Energía o crear sus propios fondos.

Para el 2010, Puerto Rico creó la Ley 83, llamada Ley de Incentivos para Energía Verde de Puerto Rico, la cual tiene como objetivo desarrollar proyectos energéticos a través de la utilización del Fondo de Energía Verde de Puerto Rico, creado bajo la misma Ley. El Fondo es suplido por diferentes “impuestos, incentivos estatales y federales, donaciones de entes privados no gubernamentales (pero relacionados a la producción de energía renovable sostenible y renovable alterna) y multas” y manejada por la Oficina de Política Pública Energética. Cuando se creó el Fondo, el Gobierno de Puerto Rico tenía la meta de proveer $185 millones para desarrollar proyectos de energía verde.

Estos fondos pueden ser utilizados a nivel residencial, industrial y comercial. Como parte de los beneficios están las exenciones contributivas y/o el financiamiento de proyectos relacionados a energía renovable. La Ley 83 también ofrece incentivos para proyectos relacionados a conservación y eficiencia energética, y puede “otorgar incentivos, contratos, préstamos, instrumentos de inversión, créditos de producción de energía, proveer ayuda financiera”.

Este tipo de fondos verdes también pueden ser utilizados por los municipios. Por ejemplo, para el 2009, el Municipio Autónomo de Caguas aprovechó unos fondos provenientes del Departamento de Energía. Estos fondos verdes se utilizaron, por ejemplo en el área de Villa Turabo en la cual se creó un proyecto de iluminación en las calles utilizando placas solares. Además, se utilizaron para remodelar un edificio abandonado y lo convirtieron en el edificio eficiente del Centro Criollo de Ciencia y Tecnología del Caribe. Estos proyectos y otros esfuerzos han llevado a Caguas a que para el año fiscal 2015-2016 hayan ahorrado sobre 2.7 millones de libras de CO2, lo que equivale a un ahorro de energía de 7%.

La otorgación de fondos ya sean internacionales o nacionales es una que tiende a ser controversial ya que ciertos sectores entienden que la financiación climática debe ser una de responsabilidad individual o que debe ser suplida por fondos domésticos mas no internacionales. La administración de Trump es una que está dentro de los sectores que abogan por la eliminación completa o disminución de la otorgación de estos fondos. Todavía nos queda esperar la decisión final de Trump en si Estados Unidos retira completamente los fondos o los disminuye.

El tener estos fondos verdes ya sea para programas de mitigación o adaptación ayuda a que países no industrializados tengan las herramientas para luchar contra el cambio climático. Esto es en especial a islas-naciones que no tienen los suficientes recursos económicos y que son los países más vulnerables a las consecuencias del cambio climático.

La utilización de los fondos climáticos no solo asegura la disminución de gases de efecto invernadero o la supervivencia de comunidades vulnerables, sino que también asegura que las futuras generaciones estén mejor preparadas. Necesitamos evaluar nuestras necesidades y crear prioridades para tener una mejor inversión en proyectos sustentables y lograr mejores resultados.
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*Amy Orta Rivera es miembro de Enlace Latino de Acción Climática (ELAC).
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Fuente: Servindi.org

viernes, 18 de noviembre de 2016

Caos climático, ¿verdad o consecuencia?


por Silvia Ribeiro*

El 4 de noviembre entró en vigor el Acuerdo de París sobre cambio climático. Mirando los datos reales, los festejos por este logro parecen un teatro del absurdo.
Abundan afirmaciones engañosas de fuentes oficiales y empresariales para desviar la atención de la gravedad del caos climático, dando así coartada y protección a quienes lo han causado: transnacionales de energía (petróleo, gas, carbón), agronegocios, construcción, automotrices; y el 10 por ciento de la población mundial más rica que con su sobreconsumo es responsable de 50 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero.

El primer objetivo del acuerdo es “mantener el aumento de la temperatura media mundial [para el año 2100], muy por debajo de 2º C respecto de los niveles preindustriales y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1.5º C… ”
Pero la misma semana que entró en vigor el Acuerdo de París, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicó el informe Brecha de emisiones 2016, donde señala que con el actual curso de emisiones, habrá un aumento de 1.5º C, ya en 2030 o antes. Agrega que sumando los compromisos oficiales que han declarado los gobiernos a la Convención sobre Cambio Climático, la temperatura aumentará 3.5º C hasta fin de siglo. (http://tinyurl.com/jr3n9mk).

¿Por qué dos organismos de Naciones Unidas dan mensajes tan contradictorios? Para empezar el Acuerdo de París pone una meta ideal –que se propagandea y festeja como si fuera real– pero permite que cada país haga contribuciones voluntarias de reducción de emisiones llamadas Contribuciones Previstas Determinadas a nivel nacional. No son vinculantes, no obligan a tomar medidas para cambiar el curso de la crisis climática y, peor aún, lo que declaran ni siquiera son necesariamente reducciones reales (en sus fuentes y por parte de quienes se benefician con el consumo), porque la contribución de muchos de los principales países emisores no es tal: se basa en gran parte en mecanismos fallidos como mercados de carbono y tecnologías no probadas ni viables.
El artículo 4.1 del Acuerdo de París agrega que para cumplir los objetivos, se propone que “las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero alcancen su punto máximo lo antes posible (…) y a partir de ese momento reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero (…) para alcanzar un equilibrio entre las emisiones antropógenas por las fuentes y la absorción antropógena por los sumideros en la segunda mitad del siglo…”

Si las metas son teóricas, la forma de llegar a ellas que establece el acuerdo es surrealista: primero se puede seguir emitiendo –hasta alcanzar un punto máximo o pico que no se define cuánto es– y luego hay que reducir rápidamente (lo cual no se podía hacer antes, pero al alcanzar el pico mágicamente sí se podrá) y luego, continúa sin hacer reducciones, sino que se trata de alcanzar un equilibrio entre emisiones y absorción antropógena, o sea, por medios tecnológicos, no naturales.
Esta última parte es particularmente perniciosa, porque justifica el concepto fraudulento de cero emisiones netas o hasta negativas. No son reducciones sino compensaciones, es decir, contabilidad no realidad. Presupone que se puede seguir aumentando la emisión de gases de efecto invernadero porque se compensarán con tecnologías de emisiones negativas.

Las tecnologías a las que se refieren mayoritariamente son captura y almacenamiento de carbono en fondos geológicos y bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (CCS y BECCS por sus siglas en inglés), ambas consideradas técnicas de geoingeniería. En sí mismas conllevan riesgos importantes –todos los estudios recientes sobre BECCS muestran que las plantaciones para bioenergía en la escala requerida tendrán un impacto devastador en suelos, agua, ecosistemas y producción de alimentos. CCS es una vieja técnica de la industria petrolera que no se usa porque es cara e ineficiente: se llamaba antes Recuperación Mejorada de Petróleo pero cambiaron el nombre para venderla como tecnología para el cambio climático. Se trata de inyectar CO2 para empujar a la superficie reservas profundas de petróleo y dejar el carbono en el suelo. No es técnica ni económicamente viable –tampoco sirve para el cambio climático porque aumenta el consumo de petróleo– pero si se paga con subsidios públicos, es un jugoso negocio para las empresas que causaron el problema. Cuando en unos años sigan sin dar emisiones negativas y el planeta se siga calentando, dirán que para enfriarlo sólo quedan otras formas aún más riesgosas de geoingeniería.

Lo más cruel de este teatro es que el problema del caos climático es real, nos afecta a todos, se conocen claramente las causas y responsables, pero la mayoría de las propuestas oficiales y empresariales son falsas soluciones. Por el contrario, muchas organizaciones y movimientos sociales muestran que hay gran diversidad de alternativas que funcionan, son viables y benefician a la mayoría de la gente y el planeta. La más fuerte por su alcance y capacidad de contrarrestar el cambio climático son los sistemas agroalimentarios campesinos, agroecológicos y locales. Pero también energías renovables con las comunidades, sistemas de basura cero, recuperar ferrovías, buen transporte colectivo de bajas emisiones y muchas otras. Cada una no es suficiente, pero juntas tienen un enorme y potencial real, viable económica, ambiental y socialmente. Lo criminal es seguir con el mismo modelo de producción y consumo, aumentar la civilización petrolera, su devastación ambiental y social y sus dueños hagan nuevos negocios con tecnologías para compensarlos.


*Investigadora del Grupo ETC

martes, 2 de septiembre de 2014

No es el clima, es la desigualdad la mecha de los conflictos.


En las zonas conflictivas, la violencia suele atribuirse al cambio climático. Crédito: UN Photo/Albert González Farran

Por Joel Jaeger

IPS, 2 de setiembre, 2014.- Las discusiones de los últimos años sobre los conflictos derivados de problemas climáticos han variado desde informes sensacionalistas que aseguran que el mundo sucumbirá a las guerras por el agua hasta los que creen que el tema no tiene ningún interés.

El título de cada artículo que trata sobre la relación entre cambio climático y conflicto debería ser: “Es complicado”, según Clionadh Raleigh, directora del Proyecto de Base de Datos sobre la Localización y los Eventos de los Conflictos Armados (Acled, en inglés).
“La relación entre clima y conflicto está mediada por los niveles de desarrollo económico”: Cullen Hendrix


Científicos y expertos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se interesan cada vez más en este asunto, una tendencia que se consolidó en los últimos años, según David Jensen, director delPrograma de Cooperación Ambiental para la Construcción de la Paz, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente(PNUMA).

“El debate sobre este asunto comenzó entre 2006 y 2007, pero todavía hay una gran brecha entre lo que se discute a escala global y en el Consejo de Seguridad y lo que realmente ocurre en el terreno”, explicó a IPS.

“Numerosos estudios encontraron un vínculo estadístico entre cambio climático y conflicto, pero suelen concentrarse en un área específica y cubrir un breve lapso”, detalló Halvard Buhaug, director del departamento de Condiciones de Violencia y Paz, del Instituto de Investigaciones de Paz de Oslo (PRIO, en inglés), al ser consultado por IPS.
A continuación, un resumen del debate en la comunidad científica: 



Un estudio de Burke etal. (2009) concluyó que el aumento de la temperatura acarrearía un mayor número de muertes en África. Pronosticó que de mantenerse la actual tendencia, morirían unas 393.000 personas en enfrentamientos en África para 2030.

Según Buhaug (2010), la prevalencia y la severidad de las guerras civiles en África disminuyó desde 2002 a pesar del mayor recalentamiento, desafiando la hipótesis de Burke. En su estudio no encontró ninguna evidencia sobre una correlación entre aumento de temperatura y conflictos.

Hendrix y Salehyan (2012) encontraron que las variaciones en las precipitaciones, ya sea que estuvieran por encima o por debajo de lo habitual, se asociaban con todo tipo de conflictos políticos en África.

Benjaminsen et al. (2012) no encontró evidencia como para decir que la variabilidad en las lluvias es un factor sustancial del conflicto de Malí.

En 2013, Hsiang, Burke y Miguel publicaron un metanálisis de 60 estudios sobre el tema en la revista Science. Encontraron que la mayoría de ellos, de distintas regiones, apoyaban la conclusión de que el cambio climático genera y generará mayores niveles de conflictos armados.

En una respuesta en Nature Climage Change,Raleigh, Linke y O’Loughlin (2014) criticaron ese análisis por utilizar estadísticas inadecuadas que ignoran factores políticos e históricos de los conflictos e hicieron hincapié en el cambio climático como un factor causal.“El desafío es definir si esos estudios son indicativos de una tendencia global, más general, y que todavía no se ha documentado”, apuntó.


Buhaug explicó a IPS “que parte del debate público sobre cambio climático y violencia es correcto, pero hay una tendencia lamentable, ya sea desde los investigadores o los medios, a exagerar la contundencia de la investigación científica y a expresar mal la incertidumbre científica”.

“En algunos medios, palabras como ‘puede ocurrir’ se transforman en certezas y el futuro se vuelve lúgubre”, ejemplificó.

Cullen Hendrix, profesor adjunto de la Facultad de Estudios Internacionales Josef Korbel, dijo a IPS que la relación entre clima y conflicto está mediada por los niveles de desarrollo económico.

Es más probable que un conflicto por cuestiones climáticas surja en regiones rurales no industrializadas, “donde una gran parte de la población todavía depende del ambiente natural”, precisó.

En la mayoría de los países de África subsahariana, más de dos tercios de la población trabaja en la agricultura. Un cambio en las condiciones climáticas tendrá consecuencias negativas en la estabilidad. Pero los investigadores enfatizan que es importante no sacar conclusiones precipitadas y asumir que el cambio climático derivará necesariamente en un conflicto.

“Casi todos reconoceremos que hay otros factores como la exclusión política de las minorías perseguidas, desigualdades económicas o la debilidad de las instituciones del gobierno central que son más importantes” que el clima, apuntó Hendrix. “Que no es lo mismo que decir que el cambio climático no incide”, subrayó.

“Cuando tratas de reconstruir comunidades y calidad de vida, no puedes concentrarte en un solo factor de estrés como el cambio climático, debes observar la multiplicidad de factores y construir resiliencia para todo tipo de traumatismos, incluso el cambio climático, pero no exclusivamente”, coincidió Jensen, al comentar las lecciones aprendidas en su trabajo en el PNUMA.

Hendrix espera que la próxima generación de trabajos científicos analice cómo la sequía, las inundaciones, la desertificación y otros fenómenos climáticos impactan en los conflictos “a través de canales indirectos como la pérdida de crecimiento económico o causando migraciones a gran escala de un país a otro”.

Clionadh Raleigh, también profesora de geografía humana en la Universidad de Sussex, cree que las políticas de distribución de tierras suelen ser la fuente real de conflicto, pero su impacto se diluye por un debate sobre cambio climático.

“Si le preguntas a alguien en África ‘¿cuáles son los conflictos aquí?’, es posible que responda algo como el acceso a la tierra y al agua”, ejemplificó. “Pero esto depende casi totalmente de políticas nacionales y locales, por lo que casi no tienen nada que ver con el clima”, remarcó.

Algunos gobernantes han tratado de atribuir al cambio climático las consecuencias de sus propias políticas desastrosas, precisó Raleigh. Robert Mugabe culpó al cambio climático por las hambrunas de Zimbabwe, en vez de a su propia corrupción y políticas de reubicación.

Omar al-Bashir achacó el conflicto en la provincia de Darfur a la sequía, en vez de a la terrible violencia del gobierno hacia una gran porción de la población.

Raleigh atribuye esas explicaciones al llamado determinismo ambiental, una escuela de pensamiento que sostiene que los factores climáticos definen el comportamiento humano y la cultura. Por ejemplo, asume que una sociedad se comportará de una u otra manera según se ubique en un ambiente tropical o templado.

Esa teoría se consolidó a fines del siglo XIX, pero perdió popularidad a raíz de críticas de que fomentaba el racismo y el imperialismo.

A Buhaug le preocupa “la tendencia en las investigaciones, pero en especial en la difusión de estas, a ignorar la importancia de condiciones políticas y socioeconómicas y el motivo y la agencia de los actores”.

Raleigh directamente desearía que desapareciera todo el debate.

“La gente suele interpretar mal lo que ocurre a escala local y nacional en los países africanos y en desarrollo”, explicó. “Simplemente suponen que la violencia es una de las primeras reacciones al cambio social, cuando lo más probable es que sea la cooperación”, subrayó.

La cooperación ambiental ocurre dentro, y entre, los países, según Jensen.

En el ámbito local, “en Darfur, vemos diferentes grupos que se unen para gestionar los recursos hídricos”. A escala global, “se habla mucho de las guerras por el agua entre países, pero suele ser lo contrario, pues hay mucha cooperación entre los estados por los recursos de agua compartidos”, remarcó.

En esa línea, la ONU lanzó en noviembre de 2013 un nuevo sitio en Internet dedicado a las soluciones más que a los problemas y destinado a expertos y trabajadores de campo con la intención de compartir las mejores prácticas para atender conflictos ambientales y el uso de recursos naturales para ayudar a la construcción de la paz, indicó.
Editado por Kitty Stapp / Traducido por Verónica Firme
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Importante: Esta nota ha sido reproducida previo acuerdo con la agencia de noticias IPS. En este sentido está prohibida su reproducción salvo acuerdo directo con la agencia IPS. Para este efecto dirigirse a: ventas@ipslatam.net

Fuente: Servindi