Joana Ortega Raya
La cuestión que se plantea en el título de esta reflexión no es, en absoluto, novedosa. En mi opinión, se trata de una especie de pregunta que ha ido cambiando sus enunciados, pero cuyo sentido profundo subyace a, y ha ido construyendo toda la historia de Occidente. Por tanto, mi punto de partida descansa en el profundo convencimiento de que el enfrentamiento entre religión y “laicismo” (en sus diferentes aplicaciones históricas e ideológicas) es algo que nos viene de antiguo.
Por ejemplo, Sócrates fue condenado a muerte acusado de impiedad por pervertir a los jóvenes animándoles a pensar por sí mismos, es decir, sin dioses. Más tarde, el Helenismo cuestionará los ideales de la polis y pondrá en suspenso cualquier afirmación dogmática y absoluta que impidiera a los individuos la consecución de su felicidad y bienestar mundanos.
La irrupción del cristianismo en la historia y de su desarrollo en las sociedades gentiles, hizo necesario para los Padres de la Iglesia elaborar una dialéctica que hiciera de su fe algo compatible con la filosofía del momento, lo cual culmina con la genial obra de Agustín de Hipona, La ciudad de Dios que, como sabemos, es una apología del cristianismo frente al politeísmo del Imperio.
El cristianismo se convirtió en la religión de los vencedores y, por tanto, en dueño y señor de mentes, vidas y haciendas. Pero eso no impidió a los intelectuales de la Edad Media seguir profundizando en la necesidad de elaborar argumentos racionales sobre la existencia de Dios o la compatibilidad entre fe y razón (Anselmo, Tomás de Aquino, etc…). Sin estas importantes reflexiones no hubiera sido posible el Renacimiento, donde la discusión continua y se recupera un entendimiento del ser humano como libre y autónomo. La Reforma protestante es heredera de esta comprensión y entiende al individuo como libre, responsable y en absoluta soledad ante Dios: ya no se necesitan intermediarios.
El camino ya estaba preparado para la llegada de la Modernidad y el triunfo de la diosa Razón. El racionalismo (Descartes) todavía siente cierta necesidad de argumentar el sentido de la existencia de Dios, pero el implacable impacto de la filosofía kantiana hará impracticable toda posibilidad de dicha argumentación.
La proclamación de la muerte de Dios, el nacimiento de nuevas ciencias como la sociología, el imparable crecimiento de las clases burguesas, la ilustración, la Revolución Francesa, la muerte de los grandes relatos, que da paso a los metarrelatos, etc., etc., nos han situado en este momento en el que la antigua pregunta, aunque con un nuevo enunciado, necesita, de nuevo, ser contestada desde nuestra situación y contexto actuales: ¿Cómo se ubican las religiones en un estado laico?
Para intentar contestar a esa pregunta es necesario que repasemos algunos conceptos, como por ejemplo, ¿Qué es la religión? La religión se define como “un sistema de la actividad humana compuesto por creencias y prácticas acerca de lo considerado como divino o sagrado, tanto personales como colectivas, de tipo existencial, moral o espiritual.” E. Durkheim y G. Simmel entienden la religión como un fenómeno social vinculado a un cierto tipo de relaciones que se establecen entre individuos.
La religión no sólo tiene la facultad de crear y re-crear un sentimiento de identidad comunitaria, sino que pone de manifiesto la eficacia de las creencias y representaciones religiosas para favorecer un determinado modelo de acción social y. por tanto “el comportamiento religioso no está ligado exclusivamente a los contenidos religiosos, sino que es una forma humana general que se realiza, no sólo a partir de tema trascendentales, sino igualmente debido a otros motivos sentimentales.” (G. Simmel, El individuo y la libertad. Ensayos de crítica de la cultura).
Concluimos, por tanto, que la religión tiene que ver con un sistema de creencias que conlleva, irremediablemente, un determinado tipo de acción social.
En segundo lugar, ¿Qué es el laicismo? El laicismo ha sido definido como la conquista de la emancipación de una determinada sociedad de toda tutela religiosa. Esto quiere decir que el laicismo proclama la ruptura con la sumisión y con el control que las instituciones políticas y sociales han mantenido con las instituciones religiosas: “El laicismo es una ideología … propiamente burguesa con un ideario filosófico donde se exaltaran valores ilustrados como la autonomía y la libertad del individuo de sus ataduras a los dogmas, a las supersticiones, a la ignorancia, representados en su conjunto por el papel atribuido hasta entonces a la religión.” (Angel Enrique Carretero. “El laicismo, ¿una religión metamorfoseada? Revista crítica de ciencias sociales y políticas).
Esto quiere decir, por tanto, que el laicismo también tiene que ver con un sistema de creencias que conlleva, irremediablemente, un determinado tipo de acción social.
¿Dónde está la diferencia? Puede que haya diferencias de contenidos pero, en mi opinión no hay diferencia de fondo, ya que el laicismo corre el peligro de convertirse en una “nueva” religión tan opresiva y excluyente como las demás.
La religión, mal entendida, nos lleva a la opresión y a la exclusión; el laicismo, mal entendido, nos lleva también a la opresión y a la exclusión.
Es necesario, además, que se hagan algunas puntualizaciones:
- Confundir la creencia del laicismo con el de libertad es poco serio. Sería muy poco recomendable obviar las diferentes creencias y experiencias de los ciudadanos y ciudadanas que comparte un determinado modelo de sociedad.
- Los protestantes tenemos muy clara la separación entre Iglesia y Estado. Pero, esta idea no es compartida por otras confesiones (cristianas y no cristianas). Si lo pensamos bien, es muy posible que veamos en el laicismo un peligro porque no permite que se impongan a toda una población los criterios de una determinada religión (matrimonio, educación, investigación científica, etc.). Uno de los mayores problemas de la religión ha sido su voluntad de ejercer dominio y poder sobre pueblos y personas.
- Laicismo y religión no deberían estar en contraposición, antes bien sería mucho más efectivo establecer un diálogo abierto y constructivo en orden a conseguir una laicidad adecuada.
- Ser progresista y de izquierdas no significa ser anti-religión, de la misma manera que practicar una religión no significa no ser progresista.
- Estoy completamente de acuerdo con la propuesta de Adela Cortina cuando dice que “ya ha llegado la hora de dejar de pensar sólo en dos modelos de Estado… el Estado confesional y/o el Estado laicista, para ir elaborando… un Estado laico que se esfuerza por gestionar una sociedad pluralista que está cambiando continuamente.
Este Estado laico no apuesta por ninguna religión determinada, pero tampoco intenta que desaparezcan todas de la vida pública, sino que intenta articular institucionalmente la vida compartida, de manera que todas las personas se sientan ciudadanos y ciudadanas de primera, sin renunciar nunca a la expresión de su identidad. En una sociedad pluralista, con gente de diferentes culturas, lenguas y religiones, la identidad se construye desde la diversidad, y el Estado laico y la sociedad pluralista asumen como algo irrenunciable la construcción de una ciudadanía compleja y diversa.”
Quisiera además, introducir la lectura de un fragmento de Debate sobre el laicismo, un escrito de Joan Enric Vives, obispo de Urgell:
“En el Concilio Vaticano II se valora positivamente que el Estado sea aconfesional, que se defienda el derecho a la libertad religiosa y que se rija por leyes democráticas y de participación ciudadana. Pero, aún con todo, hay que encontrar un encaje correcto de las confesiones religiosas y, en particular, del cristianismo en este Estado, sin caer en laicismos antirreligiosos y sectarios, pero tampoco en las tentaciones de un Estado confesional.
¿No observamos con preocupación la irrupción de un laicismo reactivo que ya creíamos superado y que, en ocasiones pretende eliminar de nuestra herencia cultural elementos de carácter religioso que están plenamente enraizados en ella y que forman parte de nuestro patrimonio como pueblo? Esta irrupción laicista beligerante por parte de algunos sectores políticos y sociales de nuestra sociedad, avalada por algunos intelectuales y repetida con ganas de confundir por parte de algunos medios de comunicación, no deja de ser preocupante y se tendrán que tomar medidas sabias y al mismo tiempo evangélicas.
Este laicismo emergente que debería investigarse a fondo y distinguirse nítidamente de la laicidad como un ámbito neutro, no debería causar una respuesta visceral entre los cristianos, sino una actitud serena y, al mismo tiempo, firme. No podemos caer en la lógica de la acción-reacción… Debemos dar un testimonio humilde al mismo tiempo que público y valiente de lo que creemos en la interioridad más íntima. Y defender la presencia pública de las creencias religiosas.”
En otras palabras, en un Estado laico, y de derecho, las religiones deben tener su lugar como manifestaciones sociales que construyen las identidades de muchos de sus ciudadanos y ciudadanas. Pero este lugar sólo se puede ocupar desde el diálogo y el respeto (que no tolerancia, por su connotación paternalista). Y para dialogar, y en palabras de Gadamer “…es necesario que los interlocutores no argumenten en paralelo… [sino} asegurarse de que el interlocutor sigue el paso de uno... [Dialogar] … quiere decir ponerse bajo la dirección del tema sobre el que se orientan los interlocutores. Requiere no aplastar al otro con argumentos sino sopesar realmente el peso objetivo de la opinión contraria. (Verdad y Método. Págs. 466-467).
Autor/a: Joana Ortega Raya
Fuente: Lupa Protestante
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