Hoy, los medios de comunicación de masas han relegado a Jesús de Nazaret a la mera anécdota. No habrá que esperar ayuda de ellos. Basta con ver o escuchar los ámbitos en los que se habla de él: programas radiofónicos de misterio, revistas esotéricas o emisiones televisivas dedicadas a lo paranormal. En estos espacios se puede ver, escuchar, o leer los argumentos de un catedrático en historia del cristianismo primitivo, a favor o en contra de la historicidad de Jesús de Nazaret y acto seguido, sin solución de continuidad, ser testigos de un encendido debate sobre abducciones extraterrestres, de un reportaje sobre un psicópata criminal, de una crónica sobre lluvia de peces en un recóndito lugar, de la adivinación del futuro por parte de un tarotista famoso, o del avistamiento de un yeti en Nepal.
Al mismo tiempo, los espacios de comunicación considerados “serios” suelen fijar su atención en Jesús de Nazaret sólo cuando aparecen informaciones que pueden generar una cierta polémica. Titulares como: “Encontrados en una tumba de Jerusalén los restos de Jesús de Nazaret”, o “Jesús pidió a Judas que lo traicionara”, o incluso “¿Clonar a Jesús de Nazaret con sangre de la Síndone de Turín?” son algunos ejemplos.
¿A qué se debe esta atracción, casi morbosa, por los aspectos más polémicos de la figura de Jesús? Por una parte, sin duda, a la insaciable voracidad de “contenido excitante” que manifiesta la llamada sociedad de la comunicación global. Es tal el cúmulo de información que una persona puede recibir hoy, que los medios de comunicación necesitan llamar la atención sobre su producto —informando o desinformando-— a base de truculencia y morbosidad. Mientras que la noticia sobre el descubrimiento de la ciudad de Belén pasa prácticamente desapercibida, ya que no genera esa “excitación” exigida por la audiencia para discriminarla del resto de la información, un debate sobre la presunta progenie de Jesús y María Magdalena sí lo hace. Un mundo mediático lleno de colores demanda luz fosforescente para atrapar su atención. Y los medios de comunicación de masas están dispuestos a hacerlo a toda costa.
Buena parte de mi formación proviene del ámbito de la comunicación, así que no seré yo quien tire a matar. Son empresas que realizan un servicio, pero que también venden un producto y esperan que el cliente lo compre. Si estuviese dispuesto a comprar otra cosa cambiarían su estrategia. Pero no es así. Una considerable parte de nuestra sociedad, aletargada y embotada —a veces por los propios medios de comunicación, cerrándose así el círculo vicioso— ya no se conforma con la información seria y contrastada, y exige espectáculo. Sin embargo, es interesante que ese show se realice en torno a Jesús de Nazaret, muerto hace ya dos mil años, y no alrededor de Sócrates, Tiberio o Buda. ¿Por qué?
Porque la persona y la forma de ser del maestro galileo siguen generando una enorme fascinación en una sociedad que anda necesitada de referentes existenciales, como siempre. No dejan de ser atractivos, pese al paso del tiempo, sus gestos de acogida incondicional, su valentía frente a los poderosos que oprimían a los más débiles, su desobediencia civil ante las leyes injustas, su disponibilidad sin horarios, su lucha por la dignidad de los despreciados, su capacidad de perdón a todos y en cualquier circunstancia, su voluntad de sembrar alegría y esperanza en la vida de los más sufrientes, su insobornable búsqueda de la verdad, su decisión de enfrentar la muerte antes que ceder a las amenazas (Caifás) o a los atajos morales (Pilato) de los opresores.
Los medios de comunicación de masas son conscientes del poder de atracción de Jesús de Nazaret, y lo explotan cuando pueden. Saben que una portada con su imagen vestida de extraterrestre venderá miles de revistas; que un reportaje sobre sus reliquias aumentará la audiencia; que un libro sobre su falsa muerte en la cruz y su posterior vida y muerte en Cachemira será un éxito de ventas; que una película sobre su descendencia merovingia generará una ingente cantidad de dinero. Porque su recuerdo, por espuria que sea la manipulación, sigue provocando admiración.
Y es que en el núcleo de tantas capas de fosforescencia se encuentra un hombre real que atrae, una vida que subyuga, una compromiso que invita al seguimiento, una entereza que contagia el afán de coherencia, un sacrificio que renueva la esperanza. ¿Cuándo nos daremos cuenta los cristianos de que Jesús es nuestro más precioso tesoro? ¿Cuándo seremos capaces de ponerlo todo, cultos, dogmas, credos y normas, detrás de él, en segundo plano? ¿Cuándo seremos cristianos de verdad, portadores como él de Buenas Noticias a la humanidad entera?
Hemos de colocar a Jesús por delante y por encima de todo lo demás. Quizá haya que cambiar muchas cosas en nuestras comunidades religiosas, pero el resultado brillará con una luz inapagable. Además de reavivamiento y reforma, además de renovación, necesitamos innovación: interiorizar la novedad de Jesús, que nos entre dentro, que forme parte de nuestro ADN espiritual. Sólo así podremos llamarnos cristianos de verdad todos los que tanto nos gusta hablar de la verdad.
Juan Ramón Junqueras
Estudió Teología en Francia y ha sido pastor cristiano adventista en Suiza y en España. Se especializó en medios de comunicación. Dirigió durante seis años el programa de radio ONGente. Actualmente es empresario. Su gran pasión es escribir sobre Jesús de Nazaret, e intentar que su mensaje conecte con la mentalidad posmoderna.
Fuente: Lupa Protestante
Fuente: Lupa Protestante
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