Por qué mueren los migrantes
Los países europeos son tan culpables como los traficantes de personas
Al Jazeera
Traducido para Rebelión por Germán Leyens.
En el año 2001, un amigo palestino trató de llegar a Europa.
Provisto solo de un documento de viaje para refugiados palestinos en Líbano –uno de los papeles más inútiles del montón que existe- apeló a un grupo mafioso turco de Estambul que le prometió un pasaje a Grecia a cambio de 1.000 dólares.
Así comenzó una especie de odisea en la cual enbarcaron a mi amigo en una serie de barcos abarrotados. El primero se rompió frente a la costa de Turquía, el segundo se hundió y el tercero depositó su carga humana cerca de la ciudad turca de Izmir. A los migrantes les dijeron que estaban en Grecia.
Después de varios encuentros con las fuerzas de mantenimiento del orden turcas, mi amigo volvió en autobús al Líbano, donde los palestinos están privados de derechos civiles y excluidos de una larga lista de profesiones así como de la posesión de bienes inmuebles.
Muchos migrantes, por supuesto, son todavía menos afortunados, como lo evidencia la reciente andanada de titulares sobre naufragios y pasajeros ahogados.
En octubre, por ejemplo, más de 300 personas murieron cuando su barco zozobró frente a la costa de la isla italiana de Lampedusa.
Según The New York Times, la Organización Internacional para las Migraciones ha calculado que “cerca de 25.000 personas han muerto en el Mediterráneo en los últimos 20 años, incluyendo a 1.700 el año pasado”.
Un artículo de The Guardian del 3 de octubre calificó los continuos desastres marítimos de “letanía de pérdidas en gran parte evitables”.
Una guerra contra la inmigración
El New York Times señala: “los funcionarios de la Unión Europea expresaron su tristeza por el accidente [de Lampedusa] y culparon a mafias y contrabandistas de seres humanos de explotar a gente desesperada. Llamaron a tomar medidas enérgicas contra los contrabandistas y también dijeron que Europa tiene que mejorar el diálogo con los países de donde provienen los migrantes”.
La reducción esencial del problema a la malevolencia criminal, sin embargo, ignora el hecho de que las bandas merecen solo un nivel secundario de culpa.
The Guardian deja entrever la identidad de los principales culpables en su referencia a su “denuncia sobre el barco ‘abandonado a la muerte’’ en 2011, en el que dejaron que 61 migrantes murieran lentamente en alta mar, a pesar de los llamados de socorro y de que las autoridades europeas y los barcos de la OTAN habían sido informados de la posición de la nave”.
La culpabilidad europea de la muerte de migrantes es estructural, ya que es el resultado de una demencial “guerra contra la inmigración”. Esta guerra se presenta en la web Le Monde Diplomatique en una compilación de infografías y mapas que ilustran la importancia concedida a la fortificación de las fronteras por sobre la vida humana, en particular vida humana que “huye de la guerra civil, de conflictos y de una pobreza devastadora”. (Como se señala, no se requiere fortificación contra las “billeteras gordas” de Occidente).
“Respecto a la ‘actitud de vigilancia y control adoptada por las naciones europeas y las agencias supranacionales del continente’, The Guardian cita a la investigadora de Human Rights Watch Judith Sunderland: ‘Lo que realmente no vemos es una presunción de salvar vidas; lo que recibimos en su lugar es que no se escatiman esfuerzos para cerrar las fronteras’, dijo Sunderland, quien señaló que las medidas de seguridad en cruces los fronterizos como la frontera griega-turca solo desplazan los flujos de migrantes y a menudo conduce a que haya más barcos en el mar”.
Por cierto, si la fortificación selectiva hostil de las fronteras no fuera una prioridad europea, el valor del servicio ofrecido por los traficantes de migrantes se derrumbaría, así como su capacidad de afectar negativamente la suerte de los individuos.
¿Africanización de Europa?
Es inquietante que muchos europeos se vean como las verdaderas víctimas del proceso de migración, incitados a esta percepción por la retórica xenófoba de destacados políticos.
El mal recurrente de Italia, Silvio Berlusconi, por ejemplo, se quejó una vez de que “es inaceptable que a veces haya en ciertas partes de Milán una presencia tal de no italianos que en lugar de pensar que se está en una ciudad italiana o europea se piensa que se está en una ciudad africana”.
Por si quedara alguna duda sobre su posición al respecto, el entonces Primer Ministro confirmó: “Algunos quieren una sociedad multicolor y multiétnica. No compartimos esa opinión.”
Después de que 227 migrantes, aprehendidos frente a la costa de Malta en 2009, fueran transportados de vuelta a su puerto de embarque en Libia por barcos pertenecientes al Estado italiano, Berlusconi aseguró a los observadores que “En esos barcos prácticamente no hay ninguna persona cualificada para obtener asilo”.
Parece que los regímenes post-Berlusconi no han perdido esa capacidad de análisis telepático de cualificaciones para obtener asilo. The Guardian resume una acción similar –calificable, tal vez, de defensa ofensiva– ejecutada este año: “En agosto las autoridades italianas ordenaron que dos barcos comerciales rescataran un barco migrante en alta mar y luego exigieron que los capitanes de los barcos transportaran a los migrantes de vuelta a Libia, una acción que según creen los expertos podría desalentar a capitanes comerciales de intentar rescates en general y podría violar el derecho internacional”.
Mientras tanto, como si la “africanización” parcial de Milán no fuera suficiente, se produce más “destrucción estética” en otros sitios de Europa. Marine Le Pen, presidenta del partido de extrema derecha francés Frente Nacional, ha detectado similitudes entre las plegarias callejeras musulmanas y la ocupación nazi de Francia.
Le Pen afirma que: “Ningún país del mundo… aceptaría pasar por la rápida y considerable inmigración de gente que, sin duda alguna, tiene una religión y una cultura diferentes”.
Como señalé en un artículo de opinión anterior en Al Jazeera, parece que muchos sitios del mundo árabe ya han sufrido de hecho esta situación, incluidas antiguas posesiones coloniales franceses sometidas a la invasión militar, matanzas generalizadas, tortura y expropiación de recursos. Para el ojo inexperto, semejantes fenómenos podrían parecer ligeramente más nefarios que orar en la calle o tratar de ganarse a duras penas la vida.
La condena unilateral del movimiento humano camino a Europa también olvida convenientemente el legado del colonialismo, del imperialismo y la resultante discordia y opresión económica en la determinación de modelos de migración.
Eliminando fronteras
En un ensayo de marzo de 2013 de la revista Jacobin, titulado “El caso a favor de las fronteras abiertas” J. A. Myerson discute la realidad de la globalización: “Acuerdos multinacionales de libre comercio, instituciones financieras supranacionales y corporaciones transnacionales garantizan que el capital pueda flotar entre las naciones con toda la facilidad de una mariposa monarca. La mano de obra, por otra parte, permanece bajo la jurisdicción de Estados obsesionados por las fronteras”.
Argumentando que “el énfasis en el ‘fortalecimiento de la frontera’ debería ser atemperado por un entendimiento de las decisiones políticas y económicas que han alterado las características de esa frontera”, Myerson se concentra en otra entidad global conocida por erigir a diestra y siniestra barricadas contra los migrantes: EE.UU., donde la inmigración ha aumentado considerablemente porque el NAFTA ha destruido -entre otras cosas- el sustento de más de un millón de trabajadores agrícolas en México.
Myerson razona: “Cuando el capital postnacional norteamericano creó las condiciones que hicieron que la migración masiva fuera inevitable, entró en un contrato ético con las víctimas migrantes de su plan de acumulación de la riqueza”.
Obviamente, el capital norteamericano todavía tiene que reconocer sus obligaciones éticas, mientras el aparato gobernante con el cual está entrelazado prefiere lanzar aún más capital para crear émulos de fortalezas ineficaces pero simbólicas, perfiles raciales y la criminalización selectiva de la migración.
Según Myerson, el establecimiento de “derechos humanos universales” requiere la “globalización del trabajo” y la “eliminación de las fronteras”, que simplemente transmiten derechos arbitrarios.
Entre los numerosos “problemas con la definición de derechos respecto a la nación-Estado”, señala, está el hecho de que “la mayoría de la gente considera que los derechos son más eternos que las leyes, que son solo expresiones de actitudes sociales momentáneas. ¿No diríamos que los estadounidenses negros esclavizados tenían derecho a la libertad incluso antes de la emancipación legal?”
Mientras Europa se esfuerza para determinar nuevas maneras de restringir los derechos fundamentales de los migrantes mediante el mantenimiento del orden, es útil repensar las palabras del ministro del Interior italiano Angelino Alfano, quien con ocasión de la zozobra de Lampedusa anunció que: “Europa debe darse cuenta de que no se trata de un drama italiano sino europeo… Lampedusa debe convertirse en la frontera de Europa, no de Italia”.
Aún mejor sería dejar de limitar el discurso a semejantes fronteras y darse cuenta de que no es un drama europeo sino humano.
Belén Fernández es autora de The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work, publicado por Verso en 2011. Pertenece al consejo editorial de Jacobin Magazine y sus artículos se han publicado en London Review of Books blog, Salon, The Baffler, Al Akhbar en inglés y muchas otras publicaciones. Twitter: @MariaBelen_Fdez
Fuente: Apia Virtual
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