Román Díaz Ayala
Toda conversación entre dos o más personas, aunque ello se haga por escrito, entraña necesariamente un intercambio de ideas, un toma y daca de informaciones, que motivan muchas veces sentirse enriquecidos, estar en la posesión de algo nuevo, para el espíritu o para la conducción de la propia vida.
El diálogo es un valor cultural en los usos del lenguaje que tiene unos añadidos propios que lo identifican y lo hacen distinto a cuantas tertulias de personas allegadas o de un público concurrente en espacios físicos o medios de comunicación. Una tertulia no es un diálogo como no toda conversación goza de fines edificantes.
Estamos acostumbrados a reconocer que cuantos debates se desarrollan en, digamos por ejemplo, las televisiones públicas, carecen de las mínimas condiciones para el diálogo.
Las sociedades rurales y en general en toda cultura oral, se disfruta mucho de las conversaciones llenando los ratos de ocio y de encuentros sociales. También depende de las edades de los intervinientes. Impedidos para muchas cosas, las personas maduras somos más dados a la conversación como forma de “pasar el rato”, que las generaciones más jóvenes.
Donde hay dos o tres cubanos juntos siempre hay una larga conversación, lo cual es una estampa habitual del pueblo cubano. Existen pueblos conversadores. Pero lo mismo ocurre en nuestros parques y jardines públicos concurridos por personas jubiladas.
Corremos el peligro de emplear los actuales medios de la técnica para convertir la red en un foro continuo de intercambio de frases. Mi mujer, sin dejar el bastidor donde trabaja hace frecuente visitas con la vista a su móvil recibiendo y mandando mensajes a nuestros hijos y nueras. Es una comunidad de intercambios. Y en la red no es tanta la información que recibimos, como la que producimos en forma de mensajes, donde lo virtual sustituye a lo personal.
Atrio, de vez en vez, se ve saturada y no por la continua presencia de unas mismas personas, sino porque olvidamos (entono mi mea culpa) que este lugar de encuentro ha sido concebido casi única y especialmente para promover el diálogo, que ha sido sistemáticamente retirado de todos los foros institucionales, públicos y privados. Pues lo que mejor lo define es en sí la búsqueda de un consenso. El debate y el diálogo se hacen incompatibles por lo que tiene el primero de contienda, lucha o combate, sin ánimo de la honesta búsqueda de la verdad.
Antonio Duato señalaba, no sin extrañeza, de que aquí, en nuestro foro, también se estuvieran reflejando diferentes maneras de ver unos mismos hechos a propósito de los sucesos venezolanos, sin lugar a un esclarecimiento de las circunstancias envueltas; cuánto más, añado yo, en los espacios que nos empleamos para enjuiciar, si se trata nuestras experiencias religiosas.
Quizás alguien concluya que nos está faltando base humana, o que hacemos manifestación palpable de nuestra carencia cultural, al menos algún interviniente donde yo me incluyo. Puede ser, pero me permito apuntar a otras causas menos genéricas.
Debemos hacer una distinción lo más clarificadora posible de los hechos de experiencias como fuentes de verdad, y aparte luego la construcción ideológica con la cual conformamos nuestros pensamientos. Lo primero son los ojos, los órganos necesarios y lo segundo son las gafas, dioptrías y colores elegidos, para su interpretación. El principio de realidad que nos da la experiencia ha de imponerse a nuestras interpretaciones. Así la interpretación será siempre una experiencia secundaria.
Lo segundo que quiero añadir, y aquí termino para no alargar demasiado el tema, consiste en que la doctrina sobre el diálogo partía de unas argumentos lógicos sobre una realidad que se vivía a partir de la última gran guerra en un mundo que se configuraba distinto, y cuya imagen se quebró con la revolución cultural del 68 (con el Mayo Francés) que hizo añicos los supuestos de todos los analistas. En España, nos beneficiamos, parcialmente, al final de la dictadura, porque todos nuestros esfuerzos se centraban en retornar a la Modernidad, y nuestro calendario histórico sufría un retraso de casi cuarenta años.
Fuente: Atrio
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