Por Stephen Brown (*)
Ginebra. Suiza.
Las oleadas de impacto social y político causadas por semanas de protestas prodemocráticas en Alemania Oriental y la posterior caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, se dejaron sentir en todo el mundo.
El teólogo sudafricano John de Gruchy recuerda cómo, mientras pasaba ese año un semestre sabático en el Seminario Teológico Unido de Nueva York, le pidieron que, durante unos días, hiciera de anfitrión del director de un instituto de estudios marxistas leninistas de Alemania Oriental.
De Gruchy no dejó de percibir la ironía de que un profesor marxista de Alemania Oriental fuera hospedado por un teólogo cristiano blanco de la Sudáfrica regida por el apartheid, el cual él combatió durante muchos años como teólogo.
Sentados uno junto al otro, el alemán oriental y el sudafricano veían las noticias de la televisión en Nueva York y seguían los informes sobre la crisis creciente en Alemania Oriental y la simultánea escalada de protestas contra el apartheid en Ciudad del Cabo, lugar de procedencia de de Gruchy.
Yo sabía que aquello "significaba el comienzo del fin del apartheid. … Porque, de no haber sido por el colapso del Muro de Berlín en 1989, no era probable que se hubiera producido el cambio en Sudáfrica”, dijo de Gruchy en una conferencia pronunciada en la ciudad alemana oriental de Leipzig unos años después. Leipzig había sido uno de los centros de las protestas prodemocráticas organizadas después de la celebración de servicios de oración en las iglesias.
"Algunos sostuvieron incluso que esos acontecimientos eran el preludio de un nuevo orden mundial", señaló de Gruchy en su conferencia en Leipzig. "Aunque hoy somos algo escépticos sobre esa pretensión, dichos acontecimientos han cambiado indudablemente el curso de la historia, independientemente de cómo los valoremos."
Ocurrieron cambios no sólo en Europa Oriental y en Sudáfrica. En América Latina se estaban haciendo en Chile los preparativos para las elecciones que significaron el final del régimen de Augusto Pinochet, el último de los dictadores militares del continente.
Tanto en Leipzig como en Ciudad del Cabo, pastores y activistas de las iglesias figuraron frecuentemente entre los líderes de las protestas, señaló de Gruchy.
En Alemania Oriental, el proceso del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) en favor de la Justicia, la Paz y la Integridad de la Creación (JPIC) fue un decisivo elemento catalizador del disenso. Con antelación a la Asamblea Ecuménica Europea de Basilea, Suiza, de 1989 y a la Convocatoria Mundial sobre JPIC en Seúl, Corea, celebrada el año siguiente, las iglesias de la República Democrática Alemana (RDA) habían organizado una Asamblea Ecuménica sobre Justicia, Paz e Integridad de la Creación, en abril de 1989. La sesión final de esa asamblea planteó exigencias sin precedentes para la reforma en la RDA.
A juicio de Werner Jarowinsky, en aquella época Secretario del Partido Comunista para Asuntos de las Iglesias, tales exigencias representaron "un programa completo para la activación de una especie de movimiento de oposición". De hecho, las exigencias de la asamblea de Alemania Oriental ofrecieron también un modelo para los movimientos de ciudadanos y para los nuevos partidos políticos fundados posteriormente en 1989.
Hoy en día, dos secciones del Muro de Berlín se exhiben en el jardín del Centro Ecuménico de Ginebra, Suiza, donde tienen sus oficinas el CMI y varias otras organizaciones ecuménicas. Estos trozos de muro fueron un regalo hecho a la Conferencia de Iglesias Europeas por el primer gobierno elegido libremente en Alemania Oriental, como signo de reconocimiento de la función desempeñada por las iglesias en la revolución pacífica allí registrada.
Una mirada diferente a acontecimientos que cambiaron una época.
El teólogo protestante alemán oriental, Heino Falcke, que desempeñó una función decisiva en la movilización de las iglesias para la revolución pacífica, señaló recientemente cómo los mismos alemanes orientales tuvieron poco tiempo, después de la caída del Muro de Berlín, para reflexionar sobre el significado de esos acontecimientos que cambiarían una época. En lugar de ello, se vieron absorbidos plenamente por los "asombrosos procesos" registrados en su propio país, que condujeron a la unificación de Alemania once meses después, en octubre de 1990.
Los acontecimientos que llevaron al final de la Guerra Fría en Europa han sido descritos frecuentemente por los políticos occidentales como una victoria de un occidente económica y tecnológicamente superior sobre el oriente, dice Falcke, quien actualmente está jubilado. "Pero hubo también otra forma de verlos", afirma el teólogo.
"Mikhail Gorbachev en su 'Nuevo pensamiento' dijo que la Guerra Fría tenía que terminar porque la humanidad, que es una sola, no podía soportarla; más bien al contrario, tenía que aprender el arte de vivir juntos", dice Falcke. "Pero este cambio de paradigma hacia una responsabilidad mundial no se producirá si algunos creen que son los vencedores."
El legado de la Asamblea Ecuménica sobre Justicia, Paz e Integridad de la Creación celebrada en Alemania Oriental ofrece un camino a seguir, sugiere Falcke. Según él, la asamblea no representó sólo una reunión que pidió cambios políticos en la RDA, como tampoco fue únicamente cuestión de un "cambio de sistema del socialismo a la democracia y al mercado libre, sino que exigió más bien una transformación de ambos sistemas dentro de un mundo en vías de globalización".
"En la Asamblea Ecuménica", dice Falcke, "afrontamos los profundos desafíos ligados a alcanzar una paz sostenible y una sociedad mundial que promueva la solidaridad social y un estilo de vida ecológico, y vimos que eso se ajustaba a la invitación bíblica del arrepentimiento y la conversión." + (PE)
(*) El Dr. Stephen Brown, editor de Noticias Ecuménicas, recientemente finalizó una investigación sobre la función del proceso del CMI en favor de la Justicia, la Paz y la Integridad de la Creación, como catalizador del disenso en Alemania Oriental en la década de 1980.
Ginebra. Suiza.
Las oleadas de impacto social y político causadas por semanas de protestas prodemocráticas en Alemania Oriental y la posterior caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, se dejaron sentir en todo el mundo.
El teólogo sudafricano John de Gruchy recuerda cómo, mientras pasaba ese año un semestre sabático en el Seminario Teológico Unido de Nueva York, le pidieron que, durante unos días, hiciera de anfitrión del director de un instituto de estudios marxistas leninistas de Alemania Oriental.
De Gruchy no dejó de percibir la ironía de que un profesor marxista de Alemania Oriental fuera hospedado por un teólogo cristiano blanco de la Sudáfrica regida por el apartheid, el cual él combatió durante muchos años como teólogo.
Sentados uno junto al otro, el alemán oriental y el sudafricano veían las noticias de la televisión en Nueva York y seguían los informes sobre la crisis creciente en Alemania Oriental y la simultánea escalada de protestas contra el apartheid en Ciudad del Cabo, lugar de procedencia de de Gruchy.
Yo sabía que aquello "significaba el comienzo del fin del apartheid. … Porque, de no haber sido por el colapso del Muro de Berlín en 1989, no era probable que se hubiera producido el cambio en Sudáfrica”, dijo de Gruchy en una conferencia pronunciada en la ciudad alemana oriental de Leipzig unos años después. Leipzig había sido uno de los centros de las protestas prodemocráticas organizadas después de la celebración de servicios de oración en las iglesias.
"Algunos sostuvieron incluso que esos acontecimientos eran el preludio de un nuevo orden mundial", señaló de Gruchy en su conferencia en Leipzig. "Aunque hoy somos algo escépticos sobre esa pretensión, dichos acontecimientos han cambiado indudablemente el curso de la historia, independientemente de cómo los valoremos."
Ocurrieron cambios no sólo en Europa Oriental y en Sudáfrica. En América Latina se estaban haciendo en Chile los preparativos para las elecciones que significaron el final del régimen de Augusto Pinochet, el último de los dictadores militares del continente.
Tanto en Leipzig como en Ciudad del Cabo, pastores y activistas de las iglesias figuraron frecuentemente entre los líderes de las protestas, señaló de Gruchy.
En Alemania Oriental, el proceso del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) en favor de la Justicia, la Paz y la Integridad de la Creación (JPIC) fue un decisivo elemento catalizador del disenso. Con antelación a la Asamblea Ecuménica Europea de Basilea, Suiza, de 1989 y a la Convocatoria Mundial sobre JPIC en Seúl, Corea, celebrada el año siguiente, las iglesias de la República Democrática Alemana (RDA) habían organizado una Asamblea Ecuménica sobre Justicia, Paz e Integridad de la Creación, en abril de 1989. La sesión final de esa asamblea planteó exigencias sin precedentes para la reforma en la RDA.
A juicio de Werner Jarowinsky, en aquella época Secretario del Partido Comunista para Asuntos de las Iglesias, tales exigencias representaron "un programa completo para la activación de una especie de movimiento de oposición". De hecho, las exigencias de la asamblea de Alemania Oriental ofrecieron también un modelo para los movimientos de ciudadanos y para los nuevos partidos políticos fundados posteriormente en 1989.
Hoy en día, dos secciones del Muro de Berlín se exhiben en el jardín del Centro Ecuménico de Ginebra, Suiza, donde tienen sus oficinas el CMI y varias otras organizaciones ecuménicas. Estos trozos de muro fueron un regalo hecho a la Conferencia de Iglesias Europeas por el primer gobierno elegido libremente en Alemania Oriental, como signo de reconocimiento de la función desempeñada por las iglesias en la revolución pacífica allí registrada.
Una mirada diferente a acontecimientos que cambiaron una época.
El teólogo protestante alemán oriental, Heino Falcke, que desempeñó una función decisiva en la movilización de las iglesias para la revolución pacífica, señaló recientemente cómo los mismos alemanes orientales tuvieron poco tiempo, después de la caída del Muro de Berlín, para reflexionar sobre el significado de esos acontecimientos que cambiarían una época. En lugar de ello, se vieron absorbidos plenamente por los "asombrosos procesos" registrados en su propio país, que condujeron a la unificación de Alemania once meses después, en octubre de 1990.
Los acontecimientos que llevaron al final de la Guerra Fría en Europa han sido descritos frecuentemente por los políticos occidentales como una victoria de un occidente económica y tecnológicamente superior sobre el oriente, dice Falcke, quien actualmente está jubilado. "Pero hubo también otra forma de verlos", afirma el teólogo.
"Mikhail Gorbachev en su 'Nuevo pensamiento' dijo que la Guerra Fría tenía que terminar porque la humanidad, que es una sola, no podía soportarla; más bien al contrario, tenía que aprender el arte de vivir juntos", dice Falcke. "Pero este cambio de paradigma hacia una responsabilidad mundial no se producirá si algunos creen que son los vencedores."
El legado de la Asamblea Ecuménica sobre Justicia, Paz e Integridad de la Creación celebrada en Alemania Oriental ofrece un camino a seguir, sugiere Falcke. Según él, la asamblea no representó sólo una reunión que pidió cambios políticos en la RDA, como tampoco fue únicamente cuestión de un "cambio de sistema del socialismo a la democracia y al mercado libre, sino que exigió más bien una transformación de ambos sistemas dentro de un mundo en vías de globalización".
"En la Asamblea Ecuménica", dice Falcke, "afrontamos los profundos desafíos ligados a alcanzar una paz sostenible y una sociedad mundial que promueva la solidaridad social y un estilo de vida ecológico, y vimos que eso se ajustaba a la invitación bíblica del arrepentimiento y la conversión." + (PE)
(*) El Dr. Stephen Brown, editor de Noticias Ecuménicas, recientemente finalizó una investigación sobre la función del proceso del CMI en favor de la Justicia, la Paz y la Integridad de la Creación, como catalizador del disenso en Alemania Oriental en la década de 1980.
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