viernes, 22 de enero de 2010

La sangre de tu hermano me pide justicia




“Un día, Caín invitó a su hermano Abel a dar un paseo, y cuando los dos estaban ya en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató. Entonces el Señor le preguntó a Caín: —¿Dónde está tu hermano Abel? Y Caín contestó: —No lo sé. ¿Acaso es mi obligación cuidar de él? El Señor le dijo: —¿Por qué has hecho esto? La sangre de tu hermano, que has derramado en la tierra, me pide a gritos que yo haga justicia. Por eso, quedarás maldito y expulsado de la tierra que se ha bebido la sangre de tu hermano, a quien tú mataste. Aunque trabajes la tierra, no volverá a darte sus frutos. Andarás vagando por el mundo, sin poder descansar jamás” (Gn.4,8-12).

1.- Haití.
Hace pocos días, en declaraciones a la prensa, alguien planteaba que lo sucedido en Haití era un terremoto dentro de otro terremoto. Es decir, el movimiento sísmico de escala 7.0 que sacudió al país hace algunos días, se produce en un territorio ya devastado por la colonización, la esclavitud, los enfrentamientos internos, las ocupaciones militares, el endeudamiento económico, la escaza productividad de la tierra por la erosión, la inestabilidad política, el empobrecimiento con claros indicadores de subdesarrollo: falta de agua potable, falta de saneamiento, alta tasa de mortalidad infantil, alta tasa de analfabetismo, importante urbanización precaria y un sistema vial insuficiente, donde además, la expectativa de vida no supera los 65 años.
Haití es el país más pobre del continente. Tiene una renta per cápita de 772 dólares. El 80% de su población se encuentra por debajo de la línea de pobreza. Su sistema productivo depende básicamente de la agricultura y la pesca. Pero la tierra está totalmente erosionada a consecuencia de la deforestación que se aplicó de forma intencional, sin controles e intensiva desde la colonia.
La historia de Haití da cuentas de las causas de la actual situación:
su población originaria fue casi exterminada en el proceso de colonización española a través de persecuciones y matanzas, por los excesos en los trabajos a los que fue sometida y de enfermedades traídas por los colonizadores (1492 - 1540);
las disputas por la supremacía entre España y Francia llegó a la isla que, luego del tratado de Ryswick (1697), fue dividida entre ambos reinos, que la convierten en centro del tráfico de esclavos provenientes de África, y desarrollan durante el siglo XIII uno de los sistemas esclavistas más crueles;
la población esclava inicia un proceso de emancipación y abolición de la esclavitud (1791) alcanzando la independencia (1804), luego de indemnizar a Francia con 150 millones de francos–oro (1826) que en la actualidad del siglo XXI aún se continúa pagando;
Haití es el segundo país del continente en lograr su independencia, luego de EEUU; pero recientemente independizado, pasa por períodos de inestabilidad política (1844 – 1915) que sirven de excusa para que EEUU lo invada y permanezca ejerciendo el poder y control en la isla por dos décadas (1915 – 1934), y posteriormente con su ayuda militar y financiera, se establece la dictadura del conocido Papa Doc (1957 – 1971) que se proclamó presidente vitalicio (1964), sucediéndole su hijo Nené Doc (1971 – 1986);
a partir de 1986, se han sucedido en el gobierno de Haití presidentes, dictadores y presidentes provisionales, hasta que en 2004 interviene la ONU a través de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) realizándose en 2006 elecciones bajo control y supervisión de la ONU.
Pero ¿qué tiene que ver la situación de Haití con el mito fratricida de Caín y Abel?

2.- Caín y Abel.

El relato bíblico debiera servirnos para revisar nuestras relaciones continentales y fundamentalmente las relaciones norte - sur. En efecto, nuestro contexto histórico, geográfico y económico tiene mucho que ver con aquel mito fratricida.

Caín, el hermano mayor, derramó la sangre de Abel, el hermano menor, asesinándolo.

Históricamente, las iglesias cristianas han utilizado este relato mítico para explicar las consecuencias del pecado original. Esta lectura acrítica del mito nos impidió durante siglos descubrir el mensaje bíblico, es decir que nos quedamos con el continente, el envase, y descartamos el contenido, aquello que permanece a pesar del tiempo, de la cultura, de los cambios sociales.

Sin embargo, desde una hermenéutica liberadora y mediatizados por el contexto y la coyuntura histórica, podemos identificar en el relato mítico, el clamor del pueblo haitiano empobrecido, porque le fueron quitados sus recursos naturales, humanos y económicos, por parte de los países del norte que se enriquecieron a partir de su injusticia -Francia en la actualidad le sigue cobrando la indemnización por su independencia-; el norte derramó y todavía continúa derramando la sangre de Haití y esa sangre clama a Dios por justicia (cf. Gn. 4,10).

Tras el devastador terremoto, la ayuda humanitaria de los países de América Latina, puede ser considerada cooperación internacional y ayuda humanitaria como respuesta solidaria al hermano pueblo de Haití. En cuanto a la participación de Europa y EEUU, ésta se debieran considerar, una pequeña devolución de los intereses de capital, que generaron los recursos naturales, humanos y económicos que se llevaron durante siglos, propiedad de Haití.

Las iglesias cristianas debiéramos asumir una actitud profética denunciando la injusticia. La situación de pobreza estructural del pueblo haitiano es responsabilidad directa de las políticas colonizadoras de Europa y EEUU que desde sus orígenes han saqueado a este pequeño país.


3.- Las iglesias cristianas y la sentencia divina:

En el relato bíblico, Caín es cuestionado por Dios e inmediantamente sigue la sentencia. Es que Dios siempre toma partido por las víctimas.

Las iglesias cristianas, si pretendemos seguir las palabras y los gestos de Jesús, no podemos dejar de tomar partido. En esta situación de injusticia hay víctimas y hay victimarios.

Las iglesias cristianas en todo el mundo, debiéramos asumir un rol protagónico en exigir la intervención de la comunidad internacional en la reconstrucción de Haití, a través de los organismos competentes de Naciones Unidas. Porque mantenerse calladas frente al protagonismo que EEUU está tomando en el proceso de reconstrucción de Haití, con su historial de invasiones y ocupaciones, directas o indirectas en todo el mundo, no es otra cosa que ser cómplices de la vulneración de la soberanía del pueblo haitiano.

En EEUU, las iglesias cristianas, debieran reclamar ante el gobierno, el envío a Haití de menos marines y más personal de salud, menos armas y más maquinaria y herramienta (Is. 2,4).

En Europa y especialmente en Francia, las iglesias cristianas, debieran concientizar a los gobernos de sus países, para que no sólo envíen la ayuda humanitaria necesaria para hacer frente a la actual situación, sino que además devuelvan los que se llevaron durante siglos (Lc. 19,1-8).

En los países empobrecidos, las iglesias cristianas, debiéramos promover actitudes de solidarias de cooperación, tanto en los gobiernos como en las sociedades, tendientes a construir redes internacionales sur – sur (Lc. 21,1-4).

En pocas semanas Haití dejará de ser noticia. Las cadenas de prensa dejarán de pasar imágenes y testimonios desgarradores de ese pequeño país. Poco a poco otras noticias irán ocupando el lugar que está teniendo Haití en estos días. Iremos cambiando el foco de nuestra atención y de nuestro interés. El clamor del pueblo haitiano irá desvaneciéndose entre otras tantas noticias. Tal vez, un tiempo más los sigamos recordando en nuestras oraciones.

¿Las iglesias cristianas, estamos dispuestas a mantenernos en la actitud profética y misionera, hasta que se haga justicia al pueblo de Haití, aunque eso signifique perder privilegios o ganar enemistades, porque su sangre derramada seguirá clamando a Dios desde un suelo empobrecido, hasta que la esperanza brote y se extienda (Is. 9,1-7)?.

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