Juan Masiá Clavel, sacerdote jesuita y profesor de bioética y antropología en Tokyo
El sacerdote jesuita Juan Masiá ha vivido en primera persona el azote de las actitudes inquisitoriales que respira la jerarquía eclesiástica. El año pasado fue invitado por sus superiores a que dejara de impartir clases de Bioética en la Universidad de Comillas (Madrid). Sus aportaciones a la moral no encajan nada bien en el trasnochado y agarrotado esquema de la ética en la que descansan los poderes eclesiásticos.
Su vocación de estar en la frontera del pensamiento le ha llevado a sufrir estos conflictos que sólo puede sentir quien de verdad se expone a la intemperie y trata de dialogar, cara a cara, sin dogmatismos, con los retos que plantea la sociedad. Ahora, en Japón, sigue enseñando bioética en la Universidad de Sophia, en Tokyo, desde donde ha mantenido esta entrevista, vía correo electrónico, con DIARIO DE AVISOS.
-La Iglesia habla de persecución ante los casos de pederastia. ¿Cree que esta es la situación?
“Aunque hubiera, sigue en pie el hecho de que hay fundamento para ello. Por parte de los medios de comunicación hay que evitar generalizar y convertir las denuncias en una acusación contra toda la Iglesia. Pero, por parte, de la Iglesia hay que saber bajar la cabeza, reconocer lo mal hecho y reformarse”.
-¿Está reaccionando bien la Iglesia ante esta crisis?
“Está reaccionando insuficientemente en los dos puntos mencionados: reconocimiento y reforma. Hay que reconocer el mal causado a las víctimas y el mal del ocultamiento. Hay que reconocer el mal del ocultamiento. Y hay que reformar ese sistema de secretismo y manipulación de las conciencias. Esto último afecta no solamente a los casos de pederastia, sino al sistema de secretismo usado tradicionalmente por la Curia romana, especialmente por la Congregación de la Doctrina de la Fe, por ejemplo, en el modo de perseguir inquisitorialmente la presunta heterodoxia”.
-¿El papado de Ratzinger está tocado por todos estos escándalos?
“Lo estuvo ya desde el momento en que se eligió para ese puesto a la persona que había presidido durante el largo pontificado de Juan Pablo II la Congregación para la Doctrina de la Fe; la persona colaboradora durante años con ese mismo Papa en la política involucionista de marcha atrás de la iglesia por relación al Concilio Vaticano II”.
-¿Por qué la moral tradicional católica pone tanto el acento en aspectos como la sexualidad y se olvida vertientes como la social?
“Porque no ha soltado ese lastre y tiene miedo a soltarlo”.
-Aún sigue rechazando el uso del preservativo…
“Hay que decir con toda claridad que no es competencia de la Iglesia ni el prohibir el preservativo ni recomendarlo. Ciertas posiciones de algunos eclesiásticos chocan con las medidas relativamente eficaces para combatir la pandemia, usadas por personal sanitario católico implicado en la prevención del sida. Lo irresponsable sería no usarlo, a sabiendas de que hay peligro de contagio o de que no se tiene el proyecto de responsabilizarse de un embarazo. Pero, como he repetido otras veces, no tendría ni siquiera que hacerse problema de ello. Es cuestión de responsabilidad, sentido común y, por supuesto, un poquito de buen humor, que a veces se echa de menos en algunos mitrados”.
-En España parece imposible un debate serio sobre el aborto sin caer en el maniqueísmo…
“Mayor que el número de abortos es el de personas que, sin haber abortado ni colaborado al aborto, dan por obvia una postura permisiva ante el aborto. Es un problema serio de cambio cultural. Además, es muy deficiente la puesta en práctica de una educación integral de la sexualidad, que ayudaría a la disminución de los abortos.
El parlamentariado que, por sus convicciones éticas o religiosas, mantenía personalmente una postura más estricta ante el aborto (una ética de máximos), podía hacer compatible esa toma de posición personal con votar la despenalización (desde una ética de mínimos) en los términos presentados por una ley que buscaba garantizar mínimos de seguridad jurídica para una ciudadanía cultural y religiosamente plural.
Como ciudadanos, los obispos tenían derecho a expresar su opinión, y como creyentes tienen derecho a proponer sus valores. Pero no debían interferir en el proceso legislativo de la manera que lo hicieron también contra la ley de reproducción asistida o la de investigación biomédica, ni debían imponer al parlamentario católico una disciplina de voto. La afirmación episcopal de que el Gobierno, al aprobar la ley del aborto, estaba matando a personas es retórica demagógica unida a exageración hispánica”.
-El aborto lleva a reflexionar sobre el origen de la vida humana, ¿se puede determinar?
“Hay que matizar la cuestión del comienzo de la vida. A veces, tanto quienes insisten en el mismísimo inicio de la fecundación como quienes ponen la línea más allá del tercer mes, manipulan a su favor los datos biológicos. Si me preguntan, por ejemplo, por el comienzo de una vida humana individual, diré que no antes de la implantación del preembrión en el útero materno y no después, como muy tarde, de la novena semana.
Pero no hay que mezclar este tema con el de la legislación. La pregunta no es si ha comenzado o no una vida humana, sino en qué casos y con qué condiciones de seguridad jurídica se puede interrumpir el proceso de una vida naciente (en camino hacia el nacimiento), sin hacer violencia al respeto debido tanto al feto como a la gestante”.
-¿Y el final de esa vida? Me refiero a la eutanasia…
“El problema no es la eutanasia, sino el extremo opuesto: la prolongación tecnológica irresponsable del proceso de morir. Hay que recuperar la enseñanza tradicional de la moral teológica sobre la limitación y regulación del esfuerzo terapéutico y la no obligación de usar recursos desproporcionados para prolongar la vida”.
-¿Por qué la Iglesia española tiene tanta alergia al pluralismo?
“Por miedo y por no resignarse a carecer de un peso social y poder que, gracias a Dios, cada vez tiene menos”.
-¿Hasta cuándo durará el proceso involucionista de la jerarquía?
“No lo sé, pero me temo que va para largo. Casi un cuarto de siglo con Juan Pablo II dando marcha atrás y nombrando obispos en esa línea pesa demasiado, sobre todo en algunos países como el nuestro. Vivimos unas situación de cisma soterrado, fomentado ya desde los días del mismo Concilio Vaticano II por la fuerte reacción contra la renovación por parte de la teología conservadora, la burocracia de curia y la espiritualidad individualista, intimista, desencarnada y de evasión.
Ni las teologías dogmatizadoras, ni las administraciones burocráticas, ni las espiritualidades manipuladoras de las conciencias se resignan a perder poder, ni a reconocer que lo han perdido. Por eso, tantas declaraciones y actuaciones de algunos mitrados, sobre todo en algunas áreas del Estado español, alejan de la Iglesia a quienes están fuera de ella e impelen a salir a quienes están dentro.
Cuando esas declaraciones y actuaciones se hacen en nombre de un presunto monopolio sobre el Espíritu Santo, hay obligación moral de oponerse y disentir ‘en’ la iglesia, precisamente queremos seguir ‘siendo iglesia’. Cuanto más se silencia esto, más se fomenta el cisma soterrado.Hay que evitar nuevos casos Galileo. Es muy cómodo rehabilitar a los Galileos del pasado mientras se condena a los de hoy. La Inquisición ha de extinguirse. La Congregación para la Doctrina de la Fe, que presidió el teólogo Ratzinger durante tantos años, debería haber desaparecido”.
Fuente: REDES CRISTIANAS
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