Por Leonardo Boff.
Brasil.
Las primeras y más antiguas cuidadoras han sido nuestras madres y abuelas que desde el principio de la humanidad han cuidado de su prole. Si no hubiera sido por ellas, ninguno de nosotros estaría aquí para hablar del cuidado.
En este contexto queremos mencionar dos figuras, verdaderos arquetipos del cuidado: el médico suizo Albert Schweitzer (1875-1965) y la enfermera inglesa Florence Nightingale (1820-1910).
Albert Schweitzer era un eximio exegeta bíblico y uno de los mayores concertistas de Bach de su tiempo. A los treinta años, famoso ya en toda Europa, dejó todo, estudió medicina para, en el espíritu de las bienaventuranzas de Jesús, cuidar de los más pobres de los pobres (los leprosos) en Lambarene (Gabón). En una de sus cartas confiesa explícitamente “lo que necesitamos no son misioneros que quieran convertir a los africanos, sino personas dispuestas a hacer lo que debe ser hecho a los pobres, si es que el Sermón de la Montaña y las palabras de Jesús tienen algún valor. Mi vida no está ni en el arte ni en la ciencia sino en ser un simple ser humano que en el espíritu de Jesús hace algo por insignificante que sea”. Fue uno de los primeros en ganar el premio Nobel de la Paz.
Vivió y trabajó durante cerca de cuarenta años en un hospital construido por él con el dinero de sus giras dando conciertos de Bach. En sus escasas horas libres tuvo tiempo para escribir una vasta obra centrada en la ética del cuidado y del respeto por la vida. Expresó así su lema “la ética es la responsabilidad ilimitada por todo lo que existe y vive”.
En otra obra afirma que “la idea clave del bien consiste en conservar la vida, desarrollarla y elevarla a su más alto valor; el mal consiste en destruir la vida, perjudicarla e impedir que se desarrolle plenamente; este es el principio necesario, universal y absoluto de la ética”.
Otro arquetipo del cuidado fue la enfermera inglesa Florence Nightingale. Humanista y profundamente religiosa, decidió mejorar los modelos de enfermería de su país.
En 1854 con otras 28 compañeras Florence se trasladó al campo de guerra de Crimea, en Turquía, donde se utilizaban bombas de fragmentación que (producían – causaban) muchos heridos. Aplicando estrictamente en el hospital militar la práctica del cuidado (en 6 meses redujo la mortalidad del 42% al 2% – redujo la mortalidad del 42% al 2% en 6 meses). Este éxito le dio notoriedad universal.
De vuelta a su país y más tarde en Estados Unidos creó una red hospitalaria que aplicaba el cuidado como eje orientador de la enfermería y como su ética natural. Florence Nightingale continúa siendo una referencia inspiradora.
El agente de salud es por esencia un curador. Cuida de los otros como misión y como opción de vida. Pero ¿quién cuida al cuidador?, título de un hermoso libro del médico Eugênio Paes Campos (Vozes 2005).
Partimos del hecho de que el ser humano es, por su naturaleza y esencia, un ser de cuidado. Se siente predispuesto a cuidar de los otros y siente la necesidad de ser cuidado él también. Cuidar y ser cuidado son elementos existenciales (estructuras permanentes) indisociables. Es sabido que cuidar es muy exigente y puede llevar al cuidador al estrés. Especialmente si el cuidado constituye, como debe ser, no un acto esporádico sino una actitud permanente y consciente.
Somos limitados, sujetos al cansancio y a la vivencia de pequeños fracasos y decepciones. Nos sentimos solos. Necesitamos ser cuidados, si no, nuestro deseo de cuidar disminuye. ¿Qué hacer entonces?
Lógicamente, cada persona tiene que afrontar con sentido de resiliencia (capacidad de remontar) esta situación dolorosa. Pero este esfuerzo no sustituye el deseo de ser cuidado. Es entonces cuando la comunidad del cuidado, los demás trabajadores de la salud, los médicos y el cuerpo de enfermería tienen que entrar en acción.
También el enfermero o la enfermera, el médico y la médica sienten necesidad de ser cuidados. Necesitan sentirse acogidos y revitalizados exactamente como las madres hacen con sus hijos e hijas. Otras veces sienten necesidad de cuidado como soporte, sostén y protección, cosa que el padre proporciona a sus hijos e hijas.
Entonces se crea lo que el pediatra D. W. Winnicott llamaba holding, es decir, aquel conjunto de cuidados y factores de animación que refuerzan el estímulo para seguir cuidando a sus pacientes.
Cuando reina este espíritu de cuidado, surgen relaciones horizontales de confianza y de mutua cooperación, y se supera el malestar, nacido de la necesidad de ser cuidado.
Feliz el hospital y más felices aún los pacientes que pueden contar con un grupo de cuidadores. No tendrá “prescribidores” de recetas ni aplicadores de fórmulas sino “cuidadores” de vidas enfermas que buscan la salud. La buena energía que irradia el cuidado refuerza la curación.+ (PE)
PreNot 9992.
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Fuente: Ecupres
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