viernes, 11 de mayo de 2012

El fundamentalismo religioso.


Me han asaltado muchas dudas sobre cómo abordar este tema con sus numerosas facetas y perfiles. He optado por no referirme a los aspectos históricos del fundamentalismo religioso (génesis, evolución), a sus factores desencadenantes (psicológicos, políticos, económicos, culturales), a la enorme diversidad de sus manifestaciones (en las diferentes religiones y en el interior de cada religión).
¿Qué queda entonces? Aun a riesgo de situarme en un plano demasiado desencarnado, formal y excesivamente genérico, he optado por algo muy simple, incluso simplista: señalar algunos rasgos básicos de los diferentes fundamentalismos religiosos, pero indicando cada vez los resortes decisivos que las propias religiones poseen en sus fuentes para superar la tentación fundamentalista.
Quiero destacar que ninguna religión carece de antídotos propios para sus patologías fundamentalistas, mortales para la religión.
He optado también por no ensañarme en la descripción de las miserias, que seguramente son nuestras propias miserias, son ciertamente las mías. No sería coherente ser fundamentalistas contra el fundamentalismo.
No se trata con ello de edulcorar la gravedad del fenómeno, empezando por el catolicismo. Está en juego el futuro de la religión. Y no es eso lo grave. Está en juego el futuro de la comunión en el planeta, este querido y frágil planeta que somos, que habitamos, que queremos seguir habitando juntos.
El término “fundamentalismo” propiamente dicho, se remonta como se sabe, a 1909 en EEUU, cuando la Iglesia Presbiteriana del Norte, en reacción a la teología liberal desarrollada en la Alemania protestante durante el siglo XIX, declaró como “fundamentales” (Fundamentals), y por lo tanto intocables, estos cinco principios:
la inerrancia de la Biblia,
el nacimiento virginal de Jesús,
su poder de hacer milagros,
su muerte expiatoria en la cruz a causa de nuestros pecados
su resurrección física.
Ello dio lugar a la creación en 1919 de la World’s Christian Fundamentals Association. Se llamaron a sí mismos “fundamentalistas”, lo cual indica que esta denominación no tenía para ellos ninguna connotación peyorativa, sino al muy contrario.
Los tiempos han cambiado y hoy nadie dice “Yo soy fundamentalista”, aunque haberlos haylos. Cien años después de aquella acta de nacimiento del fundamentalismo protestante norteamericano, el catolicismo oficial de hoy sigue defendiendo sus mismos principios en los mismos términos.
[Muchos advierten, seguramente con razón, que habría que ser más rigurosos en el lenguaje y reservar el concepto "fundamentalismo" para su significado originario, ligado al protestantismo. El fenómeno análogo dentro del catolicismo habría que denominarlo más propiamente "integrismo". El fundamentalismo protestante apela a la Biblia absolutizada, mientras que el integrismo católico se aferra a la tradición absolutizada. Así es, pero el uso hace al lenguaje, y el término "fundamentalismo" está siendo masivamente utilizado para designar el integrismo católico, sino también toda clase de manifestaciones similares en otras religiones, movimientos e ideologías. De modo que, para simplificar, utilizaré el término "fundamentalismo" en este sentido general].
El fundamentalismo no es en modo alguno un fenómeno exclusivamente cristiano.
Hindúes radicales queman mezquitas en la India;
budistas extremistas atacan a cristianos en Sri Lanka;
judíos ortodoxos reivindican toda la tierra del “Gran Israel”, “desde Dan hasta Bersheba”, como tierra regalada por Dios a Israel a expensas de los cananeos de entonces y de los palestinos de hoy;
musulmanes islamistas pretenden imponer la sharia como constitución allí donde pueden.
Y no solamente existen fundamentalismos religiosos. Padecemos también un “fundamentalismo político”, un “fundamentalismo económico”, un “fundamentalismo neoliberal”.
La palabra “tiene una presencia omnímoda en todos los debates, cualquiera que fuere el tema” (J.J. Tamayo, Fundamentalismo y diálogo entre religiones, 74).
“El Fundamentalismo es el clima ambiental de la época”, escribe Mardones; “recorre la sociedad y la cultura, aunque tenga un aposento especial en la religión” (10 Palabras clave sobre Fundamentalismos, 9.10).
Es un tiempo de sensibilidad fundamentalista, afirmaba René Girard en 1997. Y Samuel Huntington, el famoso profesor del cambio social de Harvard, defiende la tesis de que el fundamentalismo es la religiosidad adecuada a la modernidad tardía en que vivimos.
Así se entiende la alianza moderna, puesta en marcha a finales de los años 70, entre el fundamentalismo religioso (judío y cristiano en este caso) con el fundamentalismo político-económico de corte neoliberal; entre el conservadurismo político y el conservadurismo religioso.
Y no hay que ir muy lejos para verlo, aunque la cosa empezó en los EEUU de Ronald Reagan, apoyado por el Reino Unido de Margaret Thatcher.
Los valores neoliberales (tradición, orden, trabajo, ahorro, familia) y los valores supuestamente religiosos (fidelidad acrítica a la tradición, obediencia sumisa a la jerarquía, centralidad obsesiva de la moral sexual y familiar tradicional) se dieron la mano, y siguen de la mano.
Pero no incidiré en todos esos aspectos tan importantes. Me centraré, como he indicado, en algunos rasgos básicos del fundamentalismo religioso, pero poniendo especial énfasis en los antídotos que los propias religiones disponen en sus textos y tradiciones fundantes.
Señalaré siete rasgos del fundamentalismo y sus correspondientes antídotos religiosos.
Y una limitación más de las páginas que siguen: en ellas me referiré casi exclusivamente a las religiones de nuestra tradición abrahámica (el judaísmo, el cristianismo, el Islam), privilegiando además claramente las referencias judías.

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