ANTONIO CERRILLO Barcelona , FERNANDO GARCÍA São Paulo Corresponsal
Los expertos alertan de que el consumo voraz supera los límites ecológicos del planeta |
La ONU marcará las metas ambientales entre el escepticismo |
Ante las transacciones internacionales se precisa una fiscalidad ambiental global |
El libre comercio continúa sin asumir sus impactos y costes ambientales.
El consumo voraz de recursos naturales, el galopante crecimiento demográfico y una irrefrenable dependencia de los combustibles fósiles han dado a los científicos las pruebas de que la Tierra ha superado algunas líneas rojas: esas fronteras que marcan un deterioro ambiental que puede minar las bases en que se asienta la vida en el planeta. Este es el eje central de los debates en la conferencia de la ONU sobre desarrollo y medio ambiente que se celebrará entre estos miércoles y viernes en Río de Janeiro. ¿Pero acepta el mundo económico y político este diagnóstico?, ¿sortearán el abismo?, ¿sirve la economía verde como receta para evitarlo?
Los ecosistemas de la Tierra se degradan hasta niveles que perjudicarán la seguridad del hombre. Así lo indican muchos expertos. James Lovelock alertó de que la Tierra es un organismo complejo vivo. Y el premio Nobel Paul Crutzen sostiene que las actividades del hombre están sobrepasando los límites biofísicos del planeta. Y, ante tan enorme represión sobre los recursos, surge la teoría de que hemos entrado en una era geológica, el antropoceno: aquella en que los ecosistemas naturales están siendo alterados por el hombre sin posibilidad de recuperar el equilibrio ecológico.
"Estamos viviendo por encima de las posibilidades del planeta. Está científicamente demostrado", dice Gisbet Glaser, miembro del Consejo Internacional para la Ciencia, una de las 105 academias de ciencias que han hecho un llamamiento para cambiar el actual modelo de consumo insostenible. "Estamos en un punto en la historia humana, en el que corremos el riesgo de degradar los sistemas de soporte vitales para el desarrollo humano", agrega.
La cumbre de la Tierra de Río (hace 20 años) abrió las puertas a los partidarios de un desarrollo perdurable; y su optimismo histórico dio a luz a los convenios de Cambio Climático, Biodiversidad y Lucha contra la Desertización.
La nueva cita (Río+20) reunirá a líderes mundiales y representantes de más de 190 naciones, y marcará nuevos objetivos sociales y ambientales. Pero ahora no se trata de firmar un nuevo tratado internacional, sino lanzar una declaración política destinada a cimentar las bases de la economía verde, como antídoto frente al desequilibrio ecológico. Pero la negociación previa no permite abrigar grandes expectativas. Hay ecofatiga. Faltan liderazgos. La ONU no es el gobierno mundial que requiere una globalización que externaliza e ignora los impactos y costes ambientales.
Hace 20 años, en Río, los gobiernos ya veían la necesidad de unas pautas de consumo más respetuosas. Ya eran conscientes de la necesidad de crear un modelo energético que huyera de los combustibles fósiles finitos (carbón, petróleo) y ya sospechosos de causar el calentamiento. Y hablaban de aplicar ecoimpuestos a las emisiones de gases invernadero y a la contaminación. Pero eso se ha frenado.
"La ONU se marca objetivos e indicadores para lograr avances sociales y ambientales, pero no se exige a sí misma la obligación de poner los medios para alcanzarlos", dice Domingo Jiménez Beltrán, exdirector de la Agencia Europea de Medio Ambiente, quien echa en falta un gobierno ambiental, porque "hemos sacrificado lo importante por lo urgente". El libre comercio ha roto las barreras en estos 20 años; la globalización ha cabalgado a lomos de los sacrosantos principios del mercado. En cambio, el criterio de precaución, establecido en Río de Janeiro, ha sido barrido por unas transacciones comerciales sin cortapisas ni corsés (mientras apenas se prestigia la agricultura de proximidad, los vuelos transoceánicos no están sujetos al comercio de emisiones...).
Ni siquiera el conocimiento, ya "inequívoco", del calentamiento del planeta ha frenado su degradación. El incremento de las emisiones de gases invernadero va camino de aumentar la temperatura global dos grados (respecto al periodo preindustrial) en pocas décadas si no se quiebra esa tendencia antes del 2020 y se frenan las emisiones globales un 50% para el 2050. Y en estos años ha continuado la generación de sustancias químicas, insuficientemente evaluadas antes de ser puestas en el mercado (lo que ha originado efectos dañinos a veces detectados demasiado tarde).
Y en el contexto de la actual crisis, los sectores acusados de atrincherarse en un modelo insostenible han perdido complejos. Han pasado a la ofensiva. Vuelven a presentar la protección del medio ambiente como un lastre para la economía.
Pero frente a esta tendencia, la ONU lanza el debate sobre la economía verde; una receta que habla de impuestos a las transacciones internacionales; del fin de los subsidios a las energías sucias; del impulso a las fuentes renovables a gran escala, de un mayor poder de la sociedad civil... y de viejos principios de Río que siguen en el baúl de los recuerdos.
"La eficacia de la economía verde dependerá de cómo se concrete. Para unos significa que todo siga igual, pero con energía renovable; para otros. abandonar la construcción tradicional y apostar por la rehabilitación. hay quien propugna un decrecimiento económico y justicia ambiental. Y están los oportunistas, a quienes les basta el maquillaje verde", dice Miquel Ortega, director de Ecología Política. "Hasta que no haya una fiscalidad global no tendremos la convicción de que vivimos en el mismo mundo", resume Jiménez Beltrán.
Fuente: lavanguardia.com
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