Catalina Noriega / Cuchillito de palo / Organización Editorial Mexicana
Son jóvenes, están llenos de vida, de euforia, de pasiones y, sin embargo, cuando se atreven a razonar acerca de su futuro, sólo encuentran puertas cerradas, oscurantismo o depresión.
La crisis internacional, según los ínclitos representantes de la grillería azteca, le niega la esperanza de un futuro a una chamaquería que trata de encontrar en las redes sociales, el alivio a la falta de horizontes que los sitúa (como bien lo dijo algún día mi querido amigo Pablo Cabañas) en el estacionamiento más grande del mundo, el de la UNAM. Y lo mismo podría decirse de cualquier otra institución de estudios superiores, de donde salen transformados en relucientes profesionistas, listos para “comerse el mundo a puños”, para caer al vacío de un entorno que los ignora y los escupe al basurero, como si fueran material desechable.
Al fin empiezan a “rezongar” y a exigir que alguien, el que sea, escuche los lamentos de ese sector mayoritario en número, que intenta desamodorrarse del aborregamiento inducido, cuando los forjaron como columna clave del consumismo.
Cuando, ahora que la película de la señora Thatcher está de moda, se impuso un capitalismo salvaje –con minúsculas– que sólo redituó un puñado de bilimbillonarios en el planeta, mientras casi extingue a la clase media y engruesa, a calibres de obesidad, a los pobres.
Una etapa en la que, a los niños se les despojó del espíritu de investigación, de interés por saberlo todo, para sustituírselos por necesidades adquiridas, como la del antro, la del automóvil del año y la ropa de marca. Décadas pérdidas para el arte, para la cultura, para la investigación científica. Años de proliferación de La Barbie y sus anhelos por ser la “súper sexy”, la que esquía en exclusivos centros del jet set, de la aristocracia que pasa de los apellidos de abolengo, como los López Negrete, a los de los herederos de las corruptísimas castas divinas: Romero Deschamps, Gordillo, Godoy y demás poseedores de capitales habidos en razón, de esa imposición, a más que una doctrina económica, una filosofía que modificó costumbres y formas de ser.
Como buenos latinos, la adoptamos con sangre caliente. Empezó la vorágine del “tener” y del alcanzarlo, a como sea. Creció la corrupción, la podredumbre, la tecnocracia a su máxima expresión y todos tan contentos: aprendimos, a velocidad supersónica, las “bondades” de la forma de capitalismo más condenable.
Empiezan a despertar los jóvenes, pero, perdón, todavía con telarañas. Me “anonadó” el que se manifestaran sin decir una palabra sobre la urgencia de dar un viraje de 180 grados al sistema económico. Igual me espeluznó su silencio sobre los 50 mil muertos del sexenio. El par de temas, resultaron inexistentes. Gritaban por Atenco, ajenos a las violaciones a los derechos humanos de los miles de cadáveres, que siembran en este triste y necrófilo territorio. Qué decir del caudal de hambrientos, a los que, estos “insignes” revolucionarios, ignoraron. Y me remito al texto de la visionaria Viviane Forrester, quien desde 1996 advertía el “horror económico” y sus repercusiones para las nuevas generaciones: “Un destino maleable y emocionante, cargado de esperanzas y miedos, es lo que se ha negado y se niega a tantos jóvenes, empeñados en habitar la única sociedad viable, respetable y legítima, que aparece a la vista. Pero es sólo un espejismo, porque aunque es la única sociedad lícita, les está vedada. Aunque es la única existente, los rechaza; aunque es la única que los rodea, les resulta inaccesible. Éstas son las paradojas de una sociedad basada en el ‘trabajo’, es decir, el empleo, cuando el mercado laboral está menguado y en vías de desaparecer”. Y de esto, ¿no piensan quejarse y exigir un auténtico cambio?
Fuente: Apiavirtual
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