sábado, 15 de septiembre de 2012

La Iglesia, la crisis y el pensamiento lógico.





Como suele decir Noam Chomsky, una sociedad que sepa pensar con lógica y posea las herramientas intelectuales necesarias para desenmascarar los discursos falsos será una sociedad muy difícilmente manipulable, y se cuestionará críticamente la veracidad de las mentiras políticas, del totalitarismo e, incluso, de creencias y tradiciones obsoletas que ponen freno al desarrollo ético y democrático de las sociedades.
Una de esas grandes herramientas es saber pensar, para lo cual sería importante que, desde los primeros estadios de la educación, se enseñara a los alumnos los preceptos básicos de la Lógica, esa rama de la filosofía que nos ayuda a conocer e identificar falacias, engaños y razonamientos erróneos con que, a veces, nos desorientan y nos confunden.
Por ejemplo, una falacia lógica es un razonamiento incorrecto y engañoso que pretende pasar como cierto. Y lo que hace engañoso al razonamiento no es la conclusión del mismo, sino la propia incorrección del propio razonamiento. Un caso muy frecuente de falacia lógica en los discursos políticos (y muy común también en el pensamiento cotidiano) es el confundir la parte por el todo; de tal manera que resulta habitual escuchar razonamientos del tipo “tal medicamento es maravilloso porque al primo de mi vecino le salvó la vida”. Ese razonamiento es, de manera evidente, ilógico y absolutamente falso e, incluso, muy peligroso, puesto que atribuye a un hecho particular y puntual una generalización no demostrada y errónea. De esta manera, y con este tipo de argumentos falaces nos solemos encontrar, con menor o mayor evidencia, en muchas de las ideas de políticos y en muchas alocuciones interesadas desde distintos ámbitos del poder.
Y traigo este razonamiento a colación por una noticia concreta que leí hace unos días. En el Congreso de Teología Juan XXIII una parte de la jerarquía católica concluyó que la Iglesia tiene que denunciar en la CEE la pésima gestión gubernamental de la crisis, y, refiriéndose a España, razonó que la jerarquía eclesiástica española debe abandonar ese “silencio escandaloso” y denunciar que la gestión de la crisis por parte de este “gobierno despótico” se realiza “sin compasión e ignorando a los excluidos”. Es de agradecer tan buena intención a estos teólogos que exigen a la Iglesia un mínimo cumplimiento y puesta en práctica de los preceptos de amor al prójimo que tanto y tanto predican. Sin embargo, me temo que estas conclusiones son más que rebatibles desde el pensamiento lógico.
Doy por supuesto que miles de cristianos de base, tanto simples adeptos como religiosos, son personas que se mueven por la caridad y por los ideales trascendentes del amor y servicio a los demás. Por supuesto que sí, todos conocemos a alguien que así siente y actúa o intenta actuar, incluidos algunos de los teólogos que llegaron a esas conclusiones en este Congreso. Sin embargo, cabe preguntarse si ellos son la Iglesia, o si son sólo una parte de la Iglesia. Cabe preguntarse si esas conclusiones de aspiración humanitaria forman parte de un razonamiento lógico, o si son una falacia que hace identificar erróneamente una parte con el todo.
Y digo esto porque, si la actuación sistemática fuera la de ayuda al prójimo oprimido, como está grabado a fuego en la mente de una buena parte de la sociedad española, esa petición a la Iglesia de rechazo a la corrupción y a la indecencia política formaría parte de lo lógico. Sin embargo, si miramos la realidad, nos damos cuenta de que ese tipo de actitud está realmente lejos de las actuaciones eclesiales. De hecho, los colectivos de base que se han comprometido con la ayuda a la población desprotegida siempre han sido disidentes, marcando heterodoxia en oposición a los sectores de poder de la Iglesia, como los miembros de la Teología de la Liberación, o los famosos curas obreros del final del franquismo. Por lo que estos bienintencionados teólogos deberían darse cuenta de que exigen posturas a la Iglesia que nunca ha tenido, y preguntarse, entre otras cosas, por una serie de cuestiones antes de emitir sus quejas:
-Si la Iglesia apoyó a la población española que fue represaliada y fusilada al final de la guerra civil y en la dictadura franquista.
-Si condenó la dictadura y sus numerosas acciones contra la libertad, la integridad y el bienestar de los españoles.
-Si denunció las atrocidades, las torturas y las muertes de los millones de judíos en el holocausto nazi.
-Si condena realmente la miseria y la muerte por hambre de millones de seres humanos en la parte pobre del planeta.
-Si apoya a la ciencia en sus investigaciones por la mejora de la vida de las personas.
-Si estuvo al lado de la mujer, secularmente maltratada y relegada a un lugar social marginal a lo largo de los siglos.
-Si apoya y da su aliento al colectivo de homosexuales que, no hace tanto tiempo, han sido perseguidos y tratados como criminales por su condición sexual.
-Si alguna vez insta a sus adeptos en sus discursos al respeto a la vida animal (vidas cruelmente maltratadas y cosificadas) o a la abolición de espectáculos macabros donde se torturan y se matan animales sin piedad.
-Si se dedica, con la millonaria asignación de dinero público que recibe, a dar de comer realmente al hambriento.
-Si, siendo la mayor propietaria de suelo en el país después del propio Estado, dedica alguno de sus inmuebles a dar techo a las miles de familias que están en la calle.
-Si reparte entre los parados o entre los españoles que viven en la miseria los 160.000 millones de euros que recibe por decreto del gobierno actual.
Si las respuestas no son afirmativas, es argumento más que suficiente para intuir que, probablemente, nos hallamos ante una falacia lógica más, que contribuye a hacer considerar lo particular y puntual como lo general. Porque una parte no es el todo. Aunque a veces se utilice a la parte para hacer parecer el todo. Y porque la verdad no está en lo que se dice, sino en lo que realmente se hace.

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