“Hemos logrado adorar la crucificado ignorando a los crucificados de hoy”
“La jerarquía de la Iglesia nunca ha liderado movimientos de conversión”
“La jerarquía católica tendría que salir como por instinto a defender a los que sufren”, culmina el teólogo. “Pero para ello tendría que quererlos”
“No han desaparecido los índices de libros prohibidos”, afirmaba esta misma mañana el teólogo Juan José Tamayo, en la última jornada del XXXII Congreso de Teología celebrado en el salón de actos de Comisiones Obreras. Y bromeaba: “Algunos tenemos el honor de tener varios entre ellos”. Es el caso de José Antonio Pagola, cuyo último libro está siendo investigado por la Santa Sede, y que ha suscitado en buena parte de la Iglesia lo que Tamayo ha calificado como un “excelente rechazo”.
El auditorio, a rebosar, reía con complicidad. “José Antonio Pagola no ha logrado convertir a nadie”, decía Tamayo en su presentación, “pero sí interesar a muchos por Jesús”. Además de denunciar una de las “patologías más graves de las religiones”: el fundamentalismo.
Pagola empieza su conferencia titulada “No podéis servir a Dios y al dinero” con tres gritos proféticos de Jesús: un rechazo tajante al capitalismo neoliberal que se ha convertido en una dictadura casi mundial, una llamada a la compasión, y el necesario recordatorio de que “los últimos tienen que ser los primeros”.
En realidad, toda su ponencia es un grito profético en sí misma, una acusación de las que no dudan en blandir el dedo índice, porque es necesario señalar la degradación “de nuestra tierra pequeña”, el concepto de bienestar “insensato y deshumanizador” que no nos hace vivir mejor sino perseguir cifras mejores, y las “falsas soluciones” que anulan toda posibilidad de cooperación y sólo pretenden salvar el sistema.
“Todo se sacrifica al mismo ídolo”, afirma Pagola. Y entonces uno piensa en el becerro de oro y en los mercaderes del templo, porque no parece que hayan cambiado tanto las cosas desde la Pax Romana y la aplastante tributación que imponía el Imperio a los campesinos de Judea coetáneos de Jesús; y el panorama desolador para nuestro país que Pagola muestra en su exposición: crecimiento severo de la pobreza, del paro y la desigualdad, disolución en la práctica del sistema parlamentario…
“Veremos cuánto aguante tenemos”, suspira Pagola. Pero a continuación recuerda que en la miserable Galilea de los impuestos y las sinagogas, un hombre “que caminaba como un indigente, libre”, apareció de pronto a romper los esquemas: “No es verdad que la historia tenga que discurrir inexorablemente por los caminos del sufrimiento que pretenden los poderosos”, afirma, y entonces, cuando los oyentes parecen haber recuperado la esperanza, Pagola anima a todos “los profetas del Reino, los centinelas incansables, los hombres y las mujeres indignados” a atreverse a actuar fuera del sistema. “De la religión del templo, de la ley del sábado”.
Aquel hombre de Nazaret insultó a los ricos de su tiempo por el ansia de acumular, que también es la misma desde entonces: “la lógica del capitalismo, seguir llenando graneros irracionalmente”. La misma riqueza inicua, el mismo dinero injusto, “que cada vez exige más víctimas”, que “sustituye a los seres humanos por cifras” y les hace pensar que todo es poco para estar satisfecho.
El discurso de Pagola va cobrando cada vez más intensidad. El escritor y teólogo habla sin descanso, entre la urgencia de comunicar su mensaje y el deseo de que cale profundo. Y propone medidas claras y concretas: “No hay salida a la crisis si no se controlan las finanzas mundiales, si no se acaba con los paraísos fiscales, si no se establece una tasa Tobin o un sistema de retribución parecido”.
A continuación, Pagola retoma el valor de la compasión, reducido, en su opinión, a una “concepción sentimental” que lo aparta de la praxis política. “El poder sólo tolera la compasión cuando se la reduce a la beneficencia”. Y Pagola está pensando en una compasión que nada tiene que ver con dádivas o remiendos, sino con la “dignidad indestructible de las víctimas, la autoridad de los que sufren”.
“La Iglesia ha dramatizado la culpa, se ha vuelto hipersensible al pecado y, sin embargo, ha relativizado el sufrimiento”, se queja Pagola, para luego criticar el “aislacionismo mental” que nos permite vivir “como mirones pasivos de la desnutrición del mundo”.
Pagola se hace estos reproches como ser humano, pero en particular como cristiano: “Hemos logrado adorar al crucificado ignorando a los crucificados de hoy”, resume, y a continuación entona un estribillo de alguna canción de misa, dando a entender un tanto socarronamente que en la Iglesia sobran cantos y faltan gritos.
Por último, Pagola encara la parte decisiva de la conferencia, en la que se ha comprometido a proponer salidas a la crisis más allá de este tipo de congresos. Habla sin tapujos de una vida más pobre, más sobria, de que es previsible el crecimiento del “egoísmo social”, pero que también es el momento de compartir, de ser responsables al consumir, de redefinir el bienestar. “No hace falta que venga la Merkel a recortar”, dice el teólogo, apelando a la responsabilidad civil de una sociedad que puede fiarse ya de pocas instituciones: “La jerarquía de la Iglesia nunca ha liderado movimientos de conversión”, recuerda. Será preferible contar sólo con los que estamos.
Y luego recuerda también la supresión de las prestaciones para dependientes, la exclusión de los inmigrantes sin papeles de la sanidad pública, la “amnistía a los defraudadores”… “Nos están cambiando el país en unos meses”, advierte Pagola, y cita declaraciones de miembros del gobierno actual (los pretendidos gestores de nuestra crisis) que, tras haber oído las cifras de pobreza “cada vez más extensa y más intensa” de España según Cáritas, suenan realmente macabras.
Frases como “No se atenderá ninguna razón, sólo las que vengan de la troika”, “Sabemos qué tenemos que hacer, y lo haremos”, o la rotunda declaración de Mariano Rajoy: “No disponemos de más ley ni más criterio que el que la necesidad impone”. Declaraciones fatalistas y amorales de quienes están gestionando la crisis a base de decreto ley (el número se eleva a 27 desde la investidura del gobierno del Partido Popular). Sólo falta el “¡Que se jodan!” de la diputada Andrea Fabra en la lista de perlas.
“Jesús estaría hoy con los que se están quedando sin nada”, afirma Pagola antes de despedirse, “con los ciudadanos de segunda categoría que a partir de ahora van a distinguirse porque no podrán pagar”. Y lamenta, como Jon Sobrino, que no haya en la Iglesia una voz para quienes se están quedando sin voz, ni tan siquiera una voz “contra los que tienen demasiada voz”.
“La jerarquía católica tendría que salir como por instinto a defender a los que sufren”, culmina el teólogo. “Pero para ello tendría que quererlos”.
Fuente: Redes Cristianas
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