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jueves, 25 de abril de 2019

De la duda a la fe.


José Antonio Pagola

El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.

Por eso, sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: «Hemos visto al Señor». Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: «Si no lo veo… no lo creo».

Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.

Tomás ha podido expresar sus dudas dentro del grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.

Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.

Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. Le muestra sus heridas.

No son «pruebas» de la resurrección, sino «signos» de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: «Señor mío y Dios mío».

Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, y estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios que constituye el núcleo de nuestra fe.

viernes, 4 de enero de 2019

Epifanía del Señor – C (Mt 2,1-12): Relato desconcertante.



José Antonio Pagola

Evangelio del 06 / Ene / 2019

RELATO DESCONCERTANTE

Ante Jesús se pueden adoptar actitudes muy diferentes. El relato de los magos nos habla de la reacción de tres grupos de personas. Unos paganos que lo buscan, guiados por la pequeña luz de una estrella. Los representantes de la religión del Templo, que permanecen indiferentes. El poderoso rey Herodes que solo ve en él un peligro.

Los magos no pertenecen al pueblo elegido. No conocen al Dios vivo de Israel. Nada sabemos de su religión ni de su pueblo de origen. Solo que viven atentos al misterio que se encierra en el cosmos. Su corazón busca verdad.

En algún momento creen ver una pequeña luz que apunta hacia un Salvador. Necesitan saber quién es y dónde está. Rápidamente se ponen en camino. No conocen el itinerario preciso que han de seguir, pero en su interior arde la esperanza de encontrar una Luz para el mundo.

Su llegada a la ciudad santa de Jerusalén provoca el sobresalto general. Convocado por Herodes, se reúne el gran Consejo de «los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo». Su actuación es decepcionante. Son los guardianes de la verdadera religión, pero no buscan la verdad. Representan al Dios del Templo, pero viven sordos a su llamada.

Su seguridad religiosa los ciega. Conocen dónde ha de nacer el Mesías, pero ninguno de ellos se acercará a Belén. Se dedican a dar culto a Dios, pero no sospechan que su Misterio es más grande que todas las religiones, y que tiene sus caminos para encontrarse con sus hijos e hijas. Nunca reconocerán a Jesús.

El rey Herodes, poderoso y brutal, solo ve en Jesús una amenaza para su poder y su crueldad. Hará todo lo posible por eliminarlo. Desde el poder opresor solo se puede «crucificar» a quien trae liberación.

Mientras tanto, los magos prosiguen su búsqueda. No caen de rodillas ante Herodes: no encuentran en él nada digno de adoración. No entran en el Templo grandioso de Jerusalén: tienen prohibido el acceso: La pequeña luz de la estrella los atrae hacia el pequeño pueblo de Belén, lejos de todo centro de poder.

Al llegar, lo único que ven es al «niño con María, su madre». Nada más. Un niño sin esplendor ni poder alguno. Una vida frágil que necesita el cuidado de una madre. Es suficiente para despertar en los magos la adoración.

El relato es desconcertante. A este Dios, escondido en la fragilidad humana, no lo encuentran los que viven instalados en el poder o encerrados en la seguridad religiosa. Se les revela a quienes, guiados por pequeñas luces, buscan incansablemente una esperanza para el ser humano en la ternura y la pobreza de la vida.

sábado, 7 de enero de 2017

Responder a la luz.

por José Antonio Pagola

Según el gran teólogo Paul Tillich, la gran tragedia del hombre moderno es haber perdido la dimensión de profundidad. Ya no es capaz de preguntar de dónde viene y adónde va. No sabe interrogarse por lo que hace y debe hacer de sí mismo en este breve lapso de tiempo entre su nacimiento y su muerte.

Estas preguntas no encuentran ya respuesta alguna en muchos hombres y mujeres de hoy. Más aún, ni siquiera son planteadas cuando se ha perdido esa «dimensión de profundidad». Las generaciones actuales no tienen ya el coraje de plantearse estas cuestiones con la seriedad y la hondura con que lo han hecho las generaciones pasadas. Prefieren seguir caminando en tinieblas.

Por eso, en estos tiempos hemos de volver a recordar que ser creyente es, antes que nada, preguntar apasionadamente por el sentido de nuestra vida y estar abiertos a una respuesta, aun cuando no la veamos de manera clara y precisa.

El relato de los magos ha sido visto por los Padres de la Iglesia como ejemplo de unos hombres que, aun viviendo en las tinieblas del paganismo, han sido capaces de responder fielmente a la luz que los llamaba a la fe. Son hombres que, con su actuación, nos invitan a escuchar toda llamada que nos urge a caminar de manera fiel hacia Cristo.

Nuestra vida transcurre con frecuencia en la corteza de la existencia. Trabajos, contactos, problemas, encuentros, ocupaciones diversas, nos llevan y traen, y la vida se nos va pasando llenando cada instante con algo que hemos de hacer, decir, ver o planear.

Corremos así el riesgo de perder nuestra propia identidad, convertirnos en una cosa más entre otras y vivir sin saber ya en qué dirección caminar. ¿Hay una luz capaz de orientar nuestra existencia? ¿Hay una respuesta a nuestros anhelos y aspiraciones más profundas? Desde la fe cristiana, esa respuesta existe. Esa luz brilla ya en ese Niño nacido en Belén.

Lo importante es tomar conciencia de que vivimos en tinieblas, de que hemos perdido el sentido fundamental de la vida. Quien reconoce esto no se encuentra lejos de iniciar la búsqueda del camino acertado.

Ojalá en medio de nuestro vivir diario no perdamos nunca la capacidad de estar abiertos a toda luz que pueda iluminar nuestra existencia, a toda llamada que pueda dar profundidad a nuestra vida.



jueves, 17 de marzo de 2016

¿Qué hace Dios en una cruz?



Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz».Jesús no responde a la provocación. Su respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.

Las preguntas son inevitables: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en una cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda de Dios?

Un «Dios crucificado» constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones atribuyen al Ser Supremo.

El «Dios crucificado» no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.

Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los Calvarios de nuestro mundo.

Este «Dios crucificado» no permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado.

Los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el «Dios crucificado». Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin embargo, la manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el «Dios crucificado» y se abre la puerta a toda clase de manipulaciones. Que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.

Fuente: grupodejesus.com

jueves, 14 de febrero de 2013

Cuaresma y condición humana.




Para el Concilio Vaticano II, el año litúrgico es el desarrollo de los misterios de la vida, muerte y Resurrección de Jesucristo. Es vivir, no solo recordar, la historia de la salvación que se nos hace presente en la persona de Jesús. En consecuencia, no es solo historia de la salvación, sino también una salvación que opera en la historia concreta de los pueblos y las personas.
De ahí que puede afirmarse que cada año nos vemos confrontados de nuevo con todas las facetas de nuestra condición humana, y cada año podemos experimentar la fuerza sanadora y transformadora que se nos ofrece en esa fuente de vida que es Jesús. Ahora bien, el tiempo cuaresmal —uno de los momentos intensos del año litúrgico— es considerado un período de adiestramiento en la libertad interior, un lapso propicio para volver a configurar nuestra vida de manera consciente y libre, guiados por la palabra de Dios que ha de ser no solo oída, sino, sobre todo, escuchada con la inteligencia y el corazón.
El itinerario cuaresmal comienza con el Miércoles de Ceniza y se prolonga durante los cuarenta días anteriores al triduo pascual. Uno de los textos bíblicos clásicos de ese recorrido lo constituye el relato de la batalla victoriosa contra las pruebas, que da inicio a la misión de Jesús (Mt 4, 1-11). Los cristianos de la primera generación se interesaron muy pronto en las tentaciones de Jesús. Con ello pretendían mostrar el tipo de conflictos y luchas que tuvo que superar Jesús para mantenerse fiel a Dios y a su proyecto. Él no cedió a ninguna tentación, pero estas quedan como una seria advertencia para todos sus seguidores. Los hombres y mujeres que quieran comprometerse con un mundo más humano, siguiendo los pasos de Jesús, tendrán necesariamente que evitar caer en ellas. Veamos las tres pruebas conocidas tradicionalmente como tentaciones, que presenta Mateo y que resumen las desviaciones fundamentales en la tarea de construir el proyecto de sociedad alternativa (el Reino de Dios).
La primera prueba (Mt 4, 3s), que sigue al ayuno de Jesús, acontece en el desierto. Desde la perspectiva bíblica, el desierto significa al menos tres cosas. En primer lugar, es parte de la condición y del espíritu humano; es la experiencia de vacío, soledad, frustración, rutina y aridez que pueden ocurrirnos en el transcurso de la vida. En segundo lugar, desierto es una actitud espiritual de la experiencia cristiana, por la cual transformamos esas arideces y ambigüedades de la condición humana en crecimiento de amor y madurez. Y tercero, desierto es el lugar y el ambiente externo que ayuda a mantener y nutrir esa actitud espiritual.
En esta prueba, Jesús se resiste a acudir a Dios para “convertir” las piedras en pan. Lo primero que necesita una persona es comer, pero “no solo de pan vive el hombre”. El anhelo del ser humano no se apaga con la alimentación de su cuerpo. Necesita mucho más. Para liberar de la miseria, del hambre y de la muerte a quienes no tienen pan, hemos de despertar el hambre de justicia y de amor en nuestro mundo deshumanizado de los satisfechos. Esta tentación, por tanto, implica usar en beneficio propio las cualidades que uno tiene, en vez de ponerlas al servicio de los demás. Por el contrario, la vida de Jesús muestra que el alimento necesario para el sustento de la vida física no se obtiene mediante prodigios, sino mediante el compartir inspirado por el amor, la justicia y la solidaridad.
La segunda escena es impresionante y se produce en la parte más alta del templo: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues está escrito: ‘He dado órdenes a los ángeles para que cuiden de él’”. El tentador sugiere buscar seguridad en Dios. Podrá vivir tranquilo “sostenido en sus manos” y caminar sin tropiezos ni riesgos de ningún tipo. Dejarlo todo en manos de Dios, renunciando al propio discernimiento y a la propia responsabilidad. Se dice que la tentación de la seguridad es una de las más serias amenazas a la actitud religiosa. Es la tentación de vivir, personal e institucionalmente, buscando no tener problemas y optando por aquello que menos los origine, aun a costa de la fecundidad del Evangelio. Pero Dios no es un dios de miedo, sino de riesgo. A veces, como Jesús, será necesario asumir compromisos arriesgados confiando en Dios.
La tercera prueba sucede en una montaña altísima. El tentador propone un tipo de mesianismo fundado en el poder, en el prestigio, en las soluciones fáciles y rápidas. Sin embargo, el mundo no se humaniza con la fuerza del poder. No es posible imponer el poder sobre los demás sin servir al maligno. Quienes siguen a Jesús buscando gloria y poder no sirven a Dios. Jesús rechaza esta prueba, expresada en el Evangelio por aquellos que le piden señales prodigiosas. El suyo es el mesianismo del siervo sufriente, que carga con los pecados de su pueblo y vive de cara a Dios y en solidaridad con los pobres y excluidos. Lo advirtió claramente a sus discípulos: “El que quiera ser el primero que se haga el último y el servidor de todos”.
El teólogo José Antonio Pagola sostiene que las pruebas de Jesús fueron reales, no simuladas. Por eso, añade, en Él podemos escuchar el grito de alerta ante los graves errores en que podemos caer a lo largo de la vida. Concretamente, explica tres de ellos. El primero consiste en hacer de la satisfacción de las necesidades materiales el objetivo absoluto de la vida; pensar que la felicidad última del ser humano se encuentra en la posesión y el disfrute de los bienes. El segundo error consiste en buscar el poder, el éxito o el triunfo personal por encima de todo y a cualquier precio. Y el tercer error consiste en tratar de resolver el problema último de la vida sin riesgos, luchas ni esfuerzos, utilizando interesadamente a Dios de manera mágica y egoísta.
En definitiva, la gran tentación que Jesús rechaza es la de intentar imponerse por el poder de Dios, más que manifestar la solidaridad divina y su amor misericordioso por los seres humanos; la de querer imponer por la fuerza su reino, más que ofrecerlo como opción responsablemente asumida por quienes quieran seguirlo. El Reino de Dios no puede venir como ostentación o imposición de un poder mágico, sino como invitación y ofrecimiento a la libre responsabilidad y al amor. El camino cuaresmal, pues, comienza por la superación de las pruebas y por la toma de conciencia de la propia fragilidad humana.

sábado, 20 de octubre de 2012

José Antonio Pagola: “A quien tienen miedo es a Jesús, no a mí”.

Juan G. Bedoya
“A quien tienen miedo es a Jesús, no a Pagola”
El sacerdote vasco es investigado por hereje a petición de los obispos.
El teólogo José Antonio Pagola, llevado por la Conferencia Episcopal ante la Inquisición romana, se alegra cuando le digo que también a Jesucristo lo harían preso si osara volver. “Claro, el peligro no soy yo, sino Jesús. A quien tienen miedo es a Jesús, no a Pagola”. Le cito a Dostoievski y se entusiasma, como si acabase de leer en Los hermanos Karamázov, la historia del Gran Inquisidor. Ahí está la esencia de la inquina del poder imperial del Vaticano contra la Ilustración, la libertad y la ciencia moderna.

Dostoievski sitúa la acción en Sevilla, en los tiempos más pavorosos de la Inquisición. Un día, el cardenal inquisidor, vestido como un emperador romano, hace quemar a 100 herejes “a mayor gloria de Dios”. Los sevillanos asisten en silencio, hasta que reconocen a Jesús entre ellos. Lo rodean, entusiasmados. El viejo inquisidor no resiste la escena. Ordena arrestar a Jesús y que se lo lleven al caserón del Santo Oficio. “¿Por qué has venido a estorbarnos?”, le dice cuando lo visita de noche. Pagola: “Claro. Jesús estorba. La crítica más dura a la Iglesia no llega de fuera. Llega desde las palabras de su fundador. Hoy estaría con los que se están quedando sin nada. Un libro sobre el auténtico Jesús es peligroso, sobre todo si se vende”.
Almorzamos cerca de la sede de Comisiones Obreras en Madrid, donde Pagola ha hablado al congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII. “Busca un sitio sencillo. Voy a comer poco”, dice, como si diera por sentado que a un vasco de su tamaño, de aspecto tan sano a sus 75 años, lo querría llevar a restaurantes de abundancia.
“El detonante es que ‘Jesús. Aproximación histórica’ se vendía como rosquillas”
Nos hemos quedado colgados de la historia del Gran Inquisidor porque resume lo que ha pasado “con nuestra Iglesia”, reflexiona Pagola, con ese posesivo. “Nuestra Iglesia. Adoramos al crucificado ignorando a los crucificados de hoy”. Jesús predica la libertad. El Inquisidor se lo reprocha. “Los hombres se alegran de verse otra vez conducidos como un rebaño”, le dice. El Preso le da un beso en los labios. El viejo se estremece. Se dirige a la puerta, la abre y dice: “¡Vete y no vuelvas nunca, nunca!”.
Pagola publicó Jesús. Aproximación histórica en 2007 y todo iba bien hasta que el libro empezó a venderse. “Se está vendiendo como rosquillas”, advirtió un obispo a la Inquisición española. “Ese fue el detonante: ‘Que se vendía como rosquillas”.
Nacido en un muy humilde caserío guipuzcoano, el sexto de ocho hermanos, Pagola fue discípulo del cardenal Martini en Roma. También estudió en Jerusalén. Una cabeza privilegiada, que habla tres lenguas muertas y cuatro lenguas vivas, además de las suyas de origen (español y vasco). Fue vicario del obispo de San Sebastián (21 años con José María Setién y uno con Juan María Uriarte). Lleva vendidos 140.000 ejemplares de su Jesús en media docena de lenguas. En España es un libro clandestino, agotada la novena edición. En Navidad sale en Francia y están en marcha traducciones al ruso, japonés y croata.
“¡Estoy almorzando con un hereje!”. “No creo que lleguen a decir tanto, cuando se pronuncie la Inquisición romana, que ya lleva tomándose tiempo”. Se ha escrito que el cardenal Rouco y el obispo de San Sebastián, Munilla, dicen no haber leído su Jesús. “Si es verdad, malo; si mienten, peor”, le consuelo. “Déjelo estar”, replica. La atracción del hereje también está en su resistente paciencia.

lunes, 10 de septiembre de 2012

José Antonio Pagola: “Jesús estaría hoy con los que se están quedando sin nada”



“Hemos logrado adorar la crucificado ignorando a los crucificados de hoy”
“La jerarquía de la Iglesia nunca ha liderado movimientos de conversión”
“La jerarquía católica tendría que salir como por instinto a defender a los que sufren”, culmina el teólogo. “Pero para ello tendría que quererlos”

“No han desaparecido los índices de libros prohibidos”, afirmaba esta misma mañana el teólogo Juan José Tamayo, en la última jornada del XXXII Congreso de Teología celebrado en el salón de actos de Comisiones Obreras. Y bromeaba: “Algunos tenemos el honor de tener varios entre ellos”. Es el caso de José Antonio Pagola, cuyo último libro está siendo investigado por la Santa Sede, y que ha suscitado en buena parte de la Iglesia lo que Tamayo ha calificado como un “excelente rechazo”.
El auditorio, a rebosar, reía con complicidad. “José Antonio Pagola no ha logrado convertir a nadie”, decía Tamayo en su presentación, “pero sí interesar a muchos por Jesús”. Además de denunciar una de las “patologías más graves de las religiones”: el fundamentalismo.
Pagola empieza su conferencia titulada “No podéis servir a Dios y al dinero” con tres gritos proféticos de Jesús: un rechazo tajante al capitalismo neoliberal que se ha convertido en una dictadura casi mundial, una llamada a la compasión, y el necesario recordatorio de que “los últimos tienen que ser los primeros”.
En realidad, toda su ponencia es un grito profético en sí misma, una acusación de las que no dudan en blandir el dedo índice, porque es necesario señalar la degradación “de nuestra tierra pequeña”, el concepto de bienestar “insensato y deshumanizador” que no nos hace vivir mejor sino perseguir cifras mejores, y las “falsas soluciones” que anulan toda posibilidad de cooperación y sólo pretenden salvar el sistema.
“Todo se sacrifica al mismo ídolo”, afirma Pagola. Y entonces uno piensa en el becerro de oro y en los mercaderes del templo, porque no parece que hayan cambiado tanto las cosas desde la Pax Romana y la aplastante tributación que imponía el Imperio a los campesinos de Judea coetáneos de Jesús; y el panorama desolador para nuestro país que Pagola muestra en su exposición: crecimiento severo de la pobreza, del paro y la desigualdad, disolución en la práctica del sistema parlamentario…
“Veremos cuánto aguante tenemos”, suspira Pagola. Pero a continuación recuerda que en la miserable Galilea de los impuestos y las sinagogas, un hombre “que caminaba como un indigente, libre”, apareció de pronto a romper los esquemas: “No es verdad que la historia tenga que discurrir inexorablemente por los caminos del sufrimiento que pretenden los poderosos”, afirma, y entonces, cuando los oyentes parecen haber recuperado la esperanza, Pagola anima a todos “los profetas del Reino, los centinelas incansables, los hombres y las mujeres indignados” a atreverse a actuar fuera del sistema. “De la religión del templo, de la ley del sábado”.
Aquel hombre de Nazaret insultó a los ricos de su tiempo por el ansia de acumular, que también es la misma desde entonces: “la lógica del capitalismo, seguir llenando graneros irracionalmente”. La misma riqueza inicua, el mismo dinero injusto, “que cada vez exige más víctimas”, que “sustituye a los seres humanos por cifras” y les hace pensar que todo es poco para estar satisfecho.
El discurso de Pagola va cobrando cada vez más intensidad. El escritor y teólogo habla sin descanso, entre la urgencia de comunicar su mensaje y el deseo de que cale profundo. Y propone medidas claras y concretas: “No hay salida a la crisis si no se controlan las finanzas mundiales, si no se acaba con los paraísos fiscales, si no se establece una tasa Tobin o un sistema de retribución parecido”.
A continuación, Pagola retoma el valor de la compasión, reducido, en su opinión, a una “concepción sentimental” que lo aparta de la praxis política. “El poder sólo tolera la compasión cuando se la reduce a la beneficencia”. Y Pagola está pensando en una compasión que nada tiene que ver con dádivas o remiendos, sino con la “dignidad indestructible de las víctimas, la autoridad de los que sufren”.
“La Iglesia ha dramatizado la culpa, se ha vuelto hipersensible al pecado y, sin embargo, ha relativizado el sufrimiento”, se queja Pagola, para luego criticar el “aislacionismo mental” que nos permite vivir “como mirones pasivos de la desnutrición del mundo”.
Pagola se hace estos reproches como ser humano, pero en particular como cristiano: “Hemos logrado adorar al crucificado ignorando a los crucificados de hoy”, resume, y a continuación entona un estribillo de alguna canción de misa, dando a entender un tanto socarronamente que en la Iglesia sobran cantos y faltan gritos.
Por último, Pagola encara la parte decisiva de la conferencia, en la que se ha comprometido a proponer salidas a la crisis más allá de este tipo de congresos. Habla sin tapujos de una vida más pobre, más sobria, de que es previsible el crecimiento del “egoísmo social”, pero que también es el momento de compartir, de ser responsables al consumir, de redefinir el bienestar. “No hace falta que venga la Merkel a recortar”, dice el teólogo, apelando a la responsabilidad civil de una sociedad que puede fiarse ya de pocas instituciones: “La jerarquía de la Iglesia nunca ha liderado movimientos de conversión”, recuerda. Será preferible contar sólo con los que estamos.
Y luego recuerda también la supresión de las prestaciones para dependientes, la exclusión de los inmigrantes sin papeles de la sanidad pública, la “amnistía a los defraudadores”… “Nos están cambiando el país en unos meses”, advierte Pagola, y cita declaraciones de miembros del gobierno actual (los pretendidos gestores de nuestra crisis) que, tras haber oído las cifras de pobreza “cada vez más extensa y más intensa” de España según Cáritas, suenan realmente macabras.
Frases como “No se atenderá ninguna razón, sólo las que vengan de la troika”, “Sabemos qué tenemos que hacer, y lo haremos”, o la rotunda declaración de Mariano Rajoy: “No disponemos de más ley ni más criterio que el que la necesidad impone”. Declaraciones fatalistas y amorales de quienes están gestionando la crisis a base de decreto ley (el número se eleva a 27 desde la investidura del gobierno del Partido Popular). Sólo falta el “¡Que se jodan!” de la diputada Andrea Fabra en la lista de perlas.
“Jesús estaría hoy con los que se están quedando sin nada”, afirma Pagola antes de despedirse, “con los ciudadanos de segunda categoría que a partir de ahora van a distinguirse porque no podrán pagar”. Y lamenta, como Jon Sobrino, que no haya en la Iglesia una voz para quienes se están quedando sin voz, ni tan siquiera una voz “contra los que tienen demasiada voz”.
“La jerarquía católica tendría que salir como por instinto a defender a los que sufren”, culmina el teólogo. “Pero para ello tendría que quererlos”.

viernes, 30 de marzo de 2012

Identificado con las víctimas.



Domingo de Ramos  Marcos 14, 1¬15,47.
Por José Antonio Pagola.
San Sebastián. Guipuzcoa.

Ni el poder de Roma ni las autoridades del Templo pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender y de vivir a Dios era peligrosa.
No defendía el imperio de Tiberio, llamaba a todos a buscar el reino de Dios y su justicia. No le importaba romper la ley del sábado ni las tradiciones religiosas, solo le preocupaba aliviar el sufrimiento de las gentes enfermas y desnutridas de Galilea.

No se lo perdonaron. Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del imperio y con los olvidados por la religión del templo. Ejecutado sin piedad en una cruz, en él se nos revela ahora Dios, identificado para siempre con todas las víctimas inocentes de la historia. Al grito de todos ellos se une ahora el grito de dolor del mismo Dios.

En ese rostro desfigurado del Crucificado se nos revela un Dios sorprendente, que rompe nuestras imágenes convencionales de Dios y pone en cuestión toda práctica religiosa que pretenda dar culto a Dios olvidando el drama de un mundo donde se sigue crucificando a los más débiles e indefensos.
Si Dios ha muerto identificado con las víctimas, su crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de Jesús. No podemos separar a Dios del sufrimiento de los inocentes. No podemos adorar al Crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres humanos destruidos por el hambre, las guerras o la miseria.

Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días. No nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Nos hemos de rebelar contra esa cultura del olvido, que nos permite aislarnos de los crucificados desplazando el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacia una "lejanía" donde desaparece todo clamor, gemido o llanto.

No nos podemos encerrar en nuestra "sociedad del bienestar", ignorando a esa otra "sociedad del malestar" en la que millones de seres humanos nacen solo para extinguirse a los pocos años de una vida que solo ha sido muerte. No es humano ni cristiano instalarnos en la seguridad olvidando a quienes solo conocen una vida insegura y amenazada.

Cuando los cristianos levantamos nuestros ojos hasta el rostro del Crucificado, contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra salvación. Si lo miramos más detenidamente, pronto descubrimos en ese rostro el de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de nosotros, están reclamando nuestro amor solidario y compasivo. (PE/Eclesalia). 

PreNot 9916
120330

Fuente: Ecupres

miércoles, 29 de febrero de 2012

Liberar la fuerza del Evangelio.


San Sebastián. Guipuzcoa.

El relato de la "Transfiguración de Jesús" fue desde el comienzo muy popular entre sus seguidores. No es un episodio más. La escena, recreada con diversos recursos de carácter simbólico, es grandiosa. Los evangelistas, como Marcos 9:2-10, presentan a Jesús con el rostro resplandeciente mientras conversa con Moisés y Elías.

Los tres discípulos que lo han acompañado hasta la cumbre de la montaña quedan sobrecogidos. No saben qué pensar de todo aquello. El misterio que envuelve a Jesús es demasiado grande. Marcos dice que estaban asustados.

La escena culmina de forma extraña: “Se formó una nube que los cubrió y salió de la nube una voz: Este es mi Hijo amado. Escuchadlo”. El movimiento de Jesús nació escuchando su llamada. Su Palabra, recogida más tarde en cuatro pequeños escritos, fue engendrando nuevos seguidores. La Iglesia vive escuchando su Evangelio.

Este mensaje de Jesús, encuentra hoy muchos obstáculos para llegar hasta los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Al abandonar la práctica religiosa, muchos han dejado de escucharlo para siempre. Ya no oirán hablar de Jesús si no es de forma casual o distraída.

Tampoco quienes se acercan a las comunidades cristianas pueden apreciar fácilmente la Palabra de Jesús. Su mensaje se pierde entre otras prácticas, costumbres y doctrinas. Es difícil captar su importancia decisiva. La fuerza liberadora de su Evangelio queda a veces bloqueada por lenguajes y comentarios ajenos a su espíritu.

Sin embargo, también hoy, lo único decisivo que podemos ofrecer los cristianos a la sociedad moderna es la Buena Noticia proclamada por Jesús, y su proyecto de una vida más sana y digna. No podemos seguir reteniendo la fuerza humanizadora de su Evangelio.

Hemos de hacer que corra limpia, viva y abundante por nuestras comunidades. Que llegue hasta los hogares, que la puedan conocer quienes buscan un sentido nuevo a sus vidas, que la puedan escuchar quienes viven sin esperanza.

Hemos de aprender a leer juntos el Evangelio. Familiarizarnos con los relatos evangélicos. Ponernos en contacto directo e inmediato con la Buena Noticia de Jesús. En esto hemos de gastar las energías. De aquí empezará la renovación que necesita hoy la Iglesia.

Cuando la institución eclesiástica va perdiendo el poder de atracción que ha tenido durante siglos, hemos de descubrir la atracción que tiene Jesús, el Hijo amado de Dios, para quienes buscan verdad y vida.

Dentro de pocos años, nos daremos cuenta de que todo nos está empujando a poner con más fidelidad su Buena Noticia en el centro del cristianismo. 

(PE/Eclesalia)
PreNot 9852
120229

Fuente: Ecupres

miércoles, 11 de enero de 2012

Aprender a vivir.



José Antonio Pagola.
San Sebastián. Guipuzcoa.
 
El evangelista Juan (*) narra los humildes comienzos del pequeño grupo de seguidores de Jesús. Su relato comienza de manera misteriosa. Se nos dice que Jesús «pasaba». No sabemos de dónde viene ni adónde se dirige. No se detiene junto al Bautista. Va más lejos que su mundo religioso del desierto. Por eso, indica a sus discípulos que se fijen en él: «Éste es el Cordero de Dios».
 
Jesús viene de Dios, no con poder y gloria, sino como un cordero indefenso e inerme. Nunca se impondrá por la fuerza, a nadie forzará a creer en él. Un día será sacrificado en una cruz. Los que quieran seguirle lo habrán de acoger libremente.
 
Los dos discípulos que han escuchado al Bautista comienzan a seguir a Jesús sin decir palabra. Hay algo en él que los atrae aunque todavía no saben quién es ni hacia dónde los lleva. Sin embargo, para seguir a Jesús no basta escuchar lo que otros dicen de él. Es necesaria una experiencia personal.
 
Por eso, Jesús se vuelve y les hace una pregunta muy importante: «¿Qué buscáis?». Estas son las primeras palabras de Jesús a quienes lo siguen. No se puede caminar tras sus pasos de cualquier manera. ¿Qué esperamos de él? ¿Por qué le seguimos? ¿Qué buscamos?
 
Aquellos hombres no saben adónde los puede llevar la aventura de seguir a Jesús, pero intuyen que puede enseñarles algo que aún no conocen: «Maestro, ¿dónde vives?». No buscan en él grandes doctrinas. Quieren que les enseñe dónde vive, cómo vive, y para qué. Desean que les enseñe a vivir. Jesús les dice: «Venid y lo veréis».
 
En la Iglesia y fuera de ella, son bastantes los que viven hoy perdidos en el laberinto de la vida, sin caminos y sin orientación. Algunos comienzan a sentir con fuerza la necesidad de aprender a vivir de manera diferente, más humana, más sana y más digna. Encontrarse con Jesús puede ser para ellos la gran noticia.
 
Es difícil acercarse a ese Jesús narrado por los evangelistas sin sentirnos atraídos por su persona. Jesús abre un horizonte nuevo a nuestra vida. Enseña a vivir desde un Dios que quiere para nosotros lo mejor. Poco a poco nos va liberando de engaños, miedos y egoísmos que nos están bloqueando.
 
Quien se pone en camino tras él comienza a recuperar la alegría y la sensibilidad hacia los que sufren. Empieza a vivir con más verdad y generosidad, con más sentido y esperanza. Cuando uno se encuentra con Jesús tiene la sensación de que empieza por fin a vivir la vida desde su raíz, pues comienza a vivir desde un Dios Bueno, más humano, más amigo y salvador que todas nuestras teorías. Todo empieza a ser diferente. (PE/Eclesalia)
(*) Ver Juan 1, 35-42
Comunicamos que durante  enero y febrero PE/Ecupres se editará los martes, miércoles y jueves.
 
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Fuente: Ecupres