El documento que presentó el jueves el arzobispo Ricardo Ezzati comenzó a cranearse al calor de las asambleas plenarias de 2011, cuando la Iglesia se dio cuenta que las diversas movilizaciones ciudadanas no eran cada una demandas aisladas, sino el síntoma de un problema estructural causado por la “ortodoxia” económica que en Chile las elites siguen hasta la exageración.
por Alejandra Carmona, en El Mostrador, lunes, 1 de Octubre.
En abril de 2011, más de un terremoto había hecho tambalear a Chile: en las calles habían gritado los ciudadanos. Las principales ciudades se habían llenado de afiches y demandas contra HidroAysén; el proyecto termoeléctrico en Punta de Choros y la palabra ciudadanía irrumpía furiosa en la agenda política. Y la Iglesia, una institución que había caído en sus niveles de credibilidad y aprobación, cuestionada principalmente por los casos de abusos sexuales, intentaba levantar la frente y recuperar la sintonía que había sido un distintivo —incluso en Latinoamérica— durante la dictadura y los primeros años de la democracia.
Para abril de 2011, no era primera vez que la Iglesia hablaba de la desigualdad que existía en el país ni tampoco de los problemas que ahora ebullen en el corazón de las demandas sociales, como la sustentabilidad y el medioambiente. Hubo indicios en 2005, cuando el obispo Alejandro Goic declaró que la desigualdad en Chile era escandalosa; o cuando el mismo sacerdote, un año después, arremetió con su propuesta de un salario ético. Sin embargo, a comienzos del año pasado, los obispos pusieron el tema sobre la mesa con el objetivo de que la Iglesia transformara esas opiniones en una declaración institucional potente.
Uno de los pasajes que quiso destacar Ezzati está en concordancia con la queja más profunda de los chilenos: los abusos. “Ya no se acepta más que se prolonguen las diferencias injustificadas. La desigualdad se hace particularmente inmoral e inicua cuando los más pobres, aunque tengan trabajo, no reciben los salarios que les permitan vivir y mantener dignamente a sus familias”, en un llamado que toca claramente al Estado, pero también a la élite empresarial y económica que es, en su gran mayoría, fervientemente católica y benefactora de la Iglesia.
El diagnóstico fue claro: “No se trataba de demandas aisladas ni requerimientos coyunturales. Había un tema estructural, que tenía que ver con el modelo de desarrollo económico que en Chile había permeado todo. Y eso ayudaba a explicar desde la situación de la droga, la crisis de la familia y también los abusos como el lucro y la usura”, comenta una voz al interior de la Iglesia.
Es por esto, que en la asamblea plenaria realizada la primera semana de abril de 2011 en Punta de Tralca —la primera de las dos reuniones ordinarias anuales del Episcopado chileno, hasta donde acudieron los 32 obispos— se escuchó a pastores y laicos, que ayudaron a escanear la situación social que vivía el país.
Fue en esa reunión donde quedó claro que los obispos del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal redactarían una carta pastoral que se desmarcara de la reflexión sobre si los movimientos sociales tenían más o menos gente en las calles o si la educación era más o menos costosa; sino que apuntara al fondo: el modelo económico chileno.
Tiempo de espera
Después de ese encuentro a comienzos de 2011, vino la segunda asamblea plenaria —en noviembre— donde se armó una estructura respecto a cuáles eran los temas urgentes; un proceso que terminó a comienzos de este año. Además de la instancia donde participan todos los obispos, se hicieron reuniones, seminarios, y otros encuentros que permitieran, sobre todo, saber qué estaba pasando en la calle. “Los organismos de la conferencia episcopal tienen citas todos los meses: se reúne el comité permanente, la comisión pastoral, la comisión justicia y paz, que es clave en esto porque esta es una de las instancias que proporciona de manera importante un diagnóstico de realidad a los obispos”, comentan en la Iglesia.
En este tiempo de escucha, los obispos conversaron con vicarios o párrocos que tenían una percepción más fina de la coyuntura. Una de las personas que participó en ese proceso es Lorenzo Figueroa, secretario general de Caritas Chile. Para él, existe una preocupación “que tiene como arranque el tema de los abusos sexuales al interior de la Iglesia”, pero que desde ese mismo punto se enfrenta a la forma que tiene esa institución de hacerse presente en la actualidad, de “entender que la gente no busca pautas afuera, que las orientaciones se las proveen las propias personas”. “También la primera parte de la carta tiene que ver con la forma de ejercer el sacerdocio y esa forma jerárquica en un mundo en que la participación es clave y todos reclaman protagonismo. En ese sentido también es importante cómo se incorpora la mujer”, resalta Figueroa.
Tanto Figueroa, como otras voces al interior de la Iglesia, confirman que además de la realidad social de Chile, otros hitos que impulsaron la carta del Comité Permanente, fue “Aparecida”, la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, realizada en Brasil en 2007 y donde se puso énfasis a una Iglesia cercana a los problemas de las personas y el medioambiente. Igualmente fue crucial “Caritas Veritate”, una carta encíclica del Papa Benedicto XVI, muy poco tomada en cuenta, que fue lanzada en 2009 y que aborda temas como el desarrollo económico y de los pueblos. El documento subraya, por ejemplo, que “sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica”.
“Es muy relevante el tono con que los Obispos escriben esta vez”, señala Jaime Coiro, vocero de la Conferencia Episcopal, quien insiste en que los obispos, dicen repetidamente que hablan desde “la sencillez, no desde el poder, desde la humildad no desde la imposición. Es una palabra que se ofrece a la sociedad, con respeto profundo a la autonomía de la sociedad civil, pero con la actitud profética del pastor que, como el apóstol Pedro, no puede callar lo que ha visto y oído”, afirma Coiro.
El modelo
En la presentación de la Carta Pastoral “Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile”, realizada el jueves pasado en el Salón de Honor de la Casa Central de la Universidad Católica, nada pareció quedar al azar. Tampoco el mensaje: al mismo tiempo que se entregó el documento al ministro secretario general de la Presidencia, Cristián Larroulet —ex director ejecutivo de Libertad y Desarrollo— se hizo entrega del mismo a una desconocida familia de catequistas y a miembros de una comunidad cristiana de Villa Francia. En el lugar había resonado hace pocos minutos “La oración”, un conocido canto católico de autoría del sacerdote Esteban Gumucio, autor de “La Iglesia que yo amo”, que inmortalizara el cardenal Raúl Silva Henríquez en tiempos duros, quien nació un 27 de septiembre de 1907, el mismo día en que se dio a conocer la Carta Pastoral. No por nada, Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago, tuvo palabras de recuerdo para él.
Uno de los pasajes que quiso destacar Ezzati está en concordancia con la queja más profunda de los chilenos: los abusos. “Ya no se acepta más que se prolonguen las diferencias injustificadas. La desigualdad se hace particularmente inmoral e inicua cuando los más pobres, aunque tengan trabajo, no reciben los salarios que les permitan vivir y mantener dignamente a sus familias”, en un llamado que toca claramente al Estado, pero también a la élite empresarial y económica que es, en su gran mayoría, fervientemente católica y benefactora de la Iglesia.
La Carta llama a confrontar los grandes desafíos, dilemas y desafíos, dicen quienes defienden la apuesta de la institución. “Desde esa lógica se inscribe la crítica radical que la Iglesia hace al lucro desregulado y la usura, al individualismo y el exitismo, a las escandalosas desigualdades y los salarios injustos. También desde esa lógica se abre la reflexión hacia el sentido al dolor y al fracaso, hacia el rol educador de la familia, hacia el sentido de lo gratuito, del servicio, del pluralismo. Las demandas justas de los estudiantes y otros movimientos sociales son solamente el síntoma de asuntos de fondo que nuestra sociedad no puede dejar de atender”, declara enfático Coiro.
“Emplaza a la iglesia misma, no sólo porque no haya abusos. También dice que tenemos que escuchar el grito de un pueblo y quienes tienen poder deben poner los medios”, expresa el sacerdote jesuita Fernando Montes, quien también participó del tiempo de consultas y escucha. “Hay un desafío a los políticos para que Chile integre a la gente que está muy desintegrada y eso supone cambios políticos y cambios legales. La Iglesia no entra a proponer qué cambios, pero dice que hay un pueblo gritando”, asegura Montes que hizo críticas a la estrategia de desarrollo: “Si bien el modelo ha producido cosas que son positivas, como la técnica ¡Cómo no va a ser bueno volar en avión o tener computación! El problema es cuando un modelo te aprisiona. Si tú tienes un modelo que en lo central absoluto de todo está lo económico y es individualista y te hace competir, termina perdiendo la solidaridad. En ese sentido la crítica es fina y dura a un modelo egoísta, excesivamente egoísta, que deja a las personas llenas de medios, pero que no saben para qué”, señala Montes.
“Yo creo que es una carta valiente y profética porque hay conciencia de la cercanía que tiene la Iglesia con el mundo empresarial y es verdad que la institución recibe platas de ese mundo”, dice Lorenzo Figueroa, pero hace hincapié en que ese reclamo tampoco es novedoso y recuerda un hecho: “El obispo de Copiapó rechazó hace unos meses una donación de la empresa Barrick. En principio las hermanas de una congregación habían aceptado la donación para construir un hogar, pero finalmente el obispo dijo que no porque es una empresa que tiene conflictos con la comunidad en Copiapó”, relata. Por eso y porque puede abrir conflictos con ilustres católicos es que al interior de la iglesia señalan que esta es una apuesta valiente. “No creo que todos los obispos estén de acuerdo, quizás sí con los contenidos, pero no con que sea la Iglesia la que deba meterse en estos temas. Los cinco obispos del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal se hicieron cargo de estas palabras que no hablan de temas fáciles”, afirma una importante voz de la Iglesia.
Lorenzo Figueroa suma su punto de vista: “Es una carta valiente y ciertamente puede afectar la relación con ciertos actores porque si uno se lo toma en serio, lo que hace esta carta es llamar a repensar las bases del desarrollo”.
Fuente: Atrio
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