No hay duda, el mundo atraviesa una crisis multidimensional. La lógica capitalista que hoy abraza el planeta muestra sus efectos perversos en los ámbitos económico, social, cultural y ambiental. Por ello, muchos estudiosos han denominado este momento como una crisis civilizatoria.
Esta crisis se sustenta en la idea de que el desarrollo y/o bienestar humano se logran mediante el crecimiento económico, la acumulación de bienes, la dominación de la naturaleza, así como por el consumo desenfrenado (Lander, 2009), haciéndonos creer que la satisfacción con la vida debe girar en torno a los intereses del capital.
En América Latina este enfoque se profundizó en los años 80 con la implementación de las políticas neoliberales que ocasionaron mayor endeudamiento, pobreza y desigualdad en la región. Así, se impuso un modelo que hasta hoy no ha podido responder a las expectativas de bienestar y felicidad de la gran mayoría de la población.
La rampante exclusión movilizó a los actores sociales de la región en búsqueda de reivindicaciones en las que se han destacado los movimientos indígenas. Su actuación propositiva ha permitido que América Latina sea considerada el frente de vanguardia de la lucha antisistémica mundial (Aguirre, 2008; Bruckmann, 2009).
La propuesta latinoamericana tomó forma con el desarrollo de procesos constituyentes en Ecuador y Bolivia, donde se replantean las formas de pensar, sentir y actuar la convivencia social. En el caso ecuatoriano, a través de la Constitución de 2008, se propone el Buen Vivir o Sumak Kawsay (en quichua); en Bolivia, el Vivir Bien o Suma Qamaña (en aymara), en 2009. Estas visiones andinas se distancian del enfoque tradicional del bienestar, revalorizando la vida y el ser humano como ejes fundamentales de un nuevo orden social.
Ana Esther Ceceña, especialista mexicana en hegemonía económica mundial, califica el Buen Vivir como “una de las propuestas más sugerentes de transformación social, de reorganización de la vida, que hace frente a la catástrofe económica en la que nos ha colocado el capitalismo” (Senplades, 2013).
En la noción del Buen Vivir, los bienes materiales no son determinantes para alcanzar la felicidad. Es decir, existen otros factores, además del dinero, que proporcionan una vida plena, como la relación armónica con uno mismo, con el prójimo, con la naturaleza y con Dios. De ahí que, el Buen Vivir también invita, sin idealizar el modo de vida indígena, a revisar otros saberes y otras prácticas, como el de los pueblos y nacionalidades marginados de nuestra región.
Como resultado de este paradigma, que se mantiene en constante construcción, en Ecuador se pueden apreciar giros importantes en favor de la calidad de vida de la ciudadanía (Cepal, 2013; Latinobarómetro, 2013, Senplades, 2014). En definitiva, se vislumbra un camino distinto, con sus aciertos y errores, hacia la satisfacción con la vida. Y aquí es donde resulta inevitable reflexionar sobre el cristianismo como paradigma de bienestar y plenitud humana, y preguntarnos, ¿es también un modelo alternativo al sistema capitalista contemporáneo? ¿Se trata de una opción socio-religiosa para transformar el mundo? ¿Por qué pasa desapercibido el discurso cristiano en nuestros días?
El cristianismo[1], tal como lo conocemos en el siglo XXI, no tiene nada de revolucionario. La conexión dinámica que el sociólogo Max Weber encontró entre el espíritu del capitalismo y la ética protestante se ha consolidado en el catolicismo y en el protestantismo latinoamericanos, que bailan al son de una ética materialista, consumista e individualista.
Las estadísticas etiquetan a América Latina como un continente cristiano.[2] No obstante, las relaciones entre los habitantes de la región no son ni justas ni solidarias. “Pese a los notables logros obtenidos en la última década, la región sigue caracterizada por la desigualdad, y alrededor de 82 millones de personas viven con menos de US$ 2,50 al día” (Banco Mundial, 2013:36). Vivimos en la región más desigual del planeta: el 20% de los hogares con menores ingresos capta en promedio un 5% de los ingresos totales, mientras que el 20% más rico alcanza un promedio del 47% (Cepal, 2013).
¿Dónde queda entonces la promesa de la vida abundante que ofreció Cristo? ¿Cómo se vive hoy la propuesta del Reino de Dios en Latinoamérica? Para muchos creyentes, sobre todo evangélicos, la respuesta debe analizarse exclusivamente con ojos espirituales, lo que justifica su inmovilización social, su abstención de la vida política moderna, con el fin de no contaminarse con los asuntos mundanos. Una reducida visión, heredada de los primeros misioneros estadounidenses que llegaron a nuestros países, y que mantiene una iglesia aislada y cómoda ante la desigualdad social.
Sin embargo, la revolución del amor que promovió Jesús (ama a tu prójimo como a ti mismo) jamás se enquistó en el ámbito espiritual. Su fuerza trascendió coherentemente en acciones emocionales y materiales (perdonar deudas, sanar enfermos, dar alimento, visitar a huérfanos y viudas, etc.) que facilitaron una vida decente al amigo, al vecino, al conciudadano.
Por su poder transformador, el proyecto del Reino de Dios sigue siendo pertinente en nuestros días. Se muestra contrario a la dinámica capitalista y, por sus ideas antisistémicas, el cristianismo contemporáneo debería re-posicionarlo. No solo se trata de incursionar o no en los procesos políticos de la región, sino de que sus seguidores recuperen, vivan y contagien la esencia del mensaje cristiano en sus microespacios cotidianos. Es la misión que, como explican algunos teólogos, debe cumplir la iglesia en el mundo: “Jesucristo, por cuya vida, muerte, resurrección y exaltación del Reino de Dios se hizo presente en la historia, es la garantía del cumplimiento de ese propósito, que incluye una nueva humanidad y una nueva creación. Ese es el proyecto de Dios” (Padilla y Yamamori, 2006: 17).
Los principios revolucionarios del carpintero de Galilea, sintetizados en la propuesta del Reino de Dios, no son para vivirlos encapsulados bajo el techo de una iglesia. Son para irradiarlos con el prójimo: el inmigrante, el desempleado, el intelectual, el indígena, la lesbiana, el roquero, el agnóstico, la madre soltera…
El Buen Vivir, de la Revolución Ciudadana del Presidente Rafael Correa, guarda una correspondencia social con las intenciones del Reino de Dios. Lo que evidencia que a veces hay propuestas más cristianas que las que hacen quienes se llaman cristianos.
En medio de una crisis civilizatoria urge que la luz no se esconda debajo de la cama ni que la sal sea pisoteada por la gente.
Bibliografía
Acosta, Alberto (2010). El Buen Vivir en el camino del post-desarrollo. Una lectura desde la Constitución de Montecristi. Quito: Friedrich Ebert Stiftung
Aguirre, Carlos (2008). “Planeta Tierra: Los movimientos antisistémicos hoy”. En Historia y dilemas de los movimientos antisistémicos, Immanuel Wallerstein: 7-34. Bogotá: Ediciones desde abajo.
Banco Mundial (2013). Informe Anual 2013. Washington, DC.
Bruckmann, Mónica (2009). Civilización y modernidad: El movimiento indígena.
Constitución de la República del Ecuador, 2008
Huanacuni, Fernando (2010). Buen Vivir / Vivir Bien. Filosofía, políticas, estrategias y experiencias regionales andinas. Lima: Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas (CAOI).
Lander, Edgardo (2009). “Hacia otra noción de riqueza”. En El Buen Vivir, una vía para el desarrollo, Alberto Acosta y Esperanza Martínez (Comp.): 31-37. Quito: Abya Yala.
Latinobarómetro (2013). Informe 2013. Santiago de Chile: Corporación Latinobarómetro.
Le Quang, Matthieu y Tamia Vercoutère (2013). Ecosocialismo y Buen Vivir. Diálogo entre dos alternativas al capitalismo. Quito: IAEN.
Padilla, René y Tetsunao Yamamori (2006). El proyecto de Dios y las necesidades humanas. Más modelos de ministerio integral en América Latina. Florida: Ediciones Kairós.
Senplades (2010). Los nuevos retos de América Latina: socialismo y Sumak Kawsay. Quito.
Senplades (2013). Plan Nacional para el Buen Vivir 2013-2017.
Senplades (2013). El mundo pone sus ojos en el Buen Vivir de Ecuador.
Senplades (2014). 7 Años Revolución Ciudadana. Quito.
[1] Se incluye a la religión católica y protestante latinoamericanas (iglesias históricas, evangélicas y pentecostales).
[2] Cerca de la mitad de la población católica del mundo se encuentra en América Latina, región donde más crecen los grupos evangélicos.
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