Nicolás Panotto
Es común escuchar frases como: “la teología se hace en los seminarios”; “la teología es cuestión de académicos y libros”; “una cosa es la misión, otra la teología”; y podríamos seguir con muchas expresiones más que demarcan claramente los imaginarios y prejuicios sobre el qué, el quién y el cómo del quehacer teológico.
Estos temas requieren de una profunda reflexión. Una de las preguntas centrales para comenzar sería: “¿quiénes son los ‘otros’ sujetos de la educación teológica?” Interrogante que invita a indagar sobre los nuevos escenarios, nuevas prácticas, nuevas coyunturas y, como siempre, viejos hábitos, costumbres y concepciones de la educación teológica, que requieren ser deconstruidas frente a los desafíos del presente.
Comenzar a repensar la teología en clave de sujeto implica considerar tres cosas: eldónde, el quiénes y el cómo. Sobre lo primero, tal como reflejan algunas de las frases antedichas, existe un imaginario establecido sobre el hecho de que la teología sólo debe pensarse en términos académicos, como también que su principal locus son las instituciones educativas, su propósito se focaliza en la iglesia y su función es esencialmente apologética. Pero las circunstancias actuales nos muestran algo muy distinto. Por una parte, las instituciones teológicas formales se encuentran en una crisis cada vez más profunda, debido a un innumerable conjunto de factores que van desde carencias a nivel institucional hasta falta de relevancia en el quehacer teológico en sí mismo. Por otro lado, hay cada vez más espacios “alternativos” que están construyendo metodologías y programas teológicos propios, desde su especificidad y contexto, sean iglesias, ONGs, facultades, hasta movimientos sociales.
De aquí, se abre otro interrogante: ¿quiénes hacen teología? Podemos decir que la pluralización de los campos del quehacer educativo es, a su vez, resultado de la pluralización de sujetos teológicos. En realidad, esto no es nada nuevo. Las concepciones en torno al pastor/a, académico/a, profesor/a como únicos/as encargados de la labor teologal fue más un prejuicio histórico impuesto que una realidad. La teología siempre estuvo en manos del pueblo, de diversos actores y espacios. Pero hoy día, las coyunturas sociales y la emergencia de nuevas mediaciones teóricas y epistemológicas invitan a evidenciar este fenómeno más vigorosamente en vistas de enriquecer dichas coyunturas y atender, como mencionamos, diversas crisis existentes. La pregunta es: ¿cómo hacen teología, en tanto sujetos activos de la construcción de un discurso propio, las mujeres, la comunidad LGTB, los/las discapacitados/as, los/las niños/as, los nuevos pobres, los movimientos sociales, los pueblos indígenas, etc.? Ya contamos con innumerables ejemplos de estas prácticas. Pero ellas no son simplemente “manifestaciones contextuales” o “adaptaciones” de un quehacer teológico a priori. Más bien, evidencian las características del corazón mismo de la epistemología y metodología de lo teológico.
Por ello, la última pregunta sería: ¿qué significa hacer teología en clave de sujeto? El abordaje en torno a este tema –también bajo la nomenclatura de lo identitario- es algo que ha marcado las ciencias sociales y humanas en las últimas décadas. Su trasfondo general parte de una fuerte crítica a las cosmovisiones científicas occidentales y modernas –que influyeron en todas las ramas, dentro de ellas las ciencias sociales-, que plantean visiones esencialistas de la cultura (darwinismo social, funcionalismo, algunas corrientes estructuralistas), la priorización del lugar de ciertas instituciones y actores sociales –tales como el Estado, el partido, la burguesía, la clase obrera-, lo cual ha derivado en visiones racistas, estigmatizantes, estáticas y jerárquicas de lo socio-cultural, como también en la exclusión de diversos agentes sociales y en el desarrollo de una epistemología racional y deductiva, entre muchos otros elementos.
Las nuevas reflexiones en torno a estas temáticas tratan de dejar de lado la idea del Sujeto Universal cartesiano propia de la modernidad, así como las dinámicas coloniales de la superioridad occidental tan presentes en las ciencias sociales y humanas, como lupa para analizar y juzgar a los “otros”. Hay varios elementos a puntualizar. Primero, hay una complejización en las formas de discernir las construcciones socio-culturales. Ellas no responden a leyes naturales ni deben estar demarcadas por una línea progresiva hacia “lo civilizado”, sino que toda segmentación social debe ser analizada desde su particularidad, o sea, desde su universo propio de sentido (aquí las prácticas discursivas ingresan como elemento central de estudio) En segundo lugar, se evidencia una visión más “integral” del sujeto, donde no sólo es definido por su razón sino también por su corporalidad, sus afectos, sus potencialidades creativas y sus múltiples formas de dar sentido a la realidad (narrativas, símbolos, rituales, etc.). Por último, como resultado de estos dos elementos, emergen las nociones de pluralidad, interculturalidad y heterogeneidad como elementos centrales para la comprensión de lo social. No hay una sola realidad, ni tampoco ella está determinada por binomios; hay contextos plurales, diversos y distintos, que se entrecruzan, tensionan y conviven. Ello es reflejo de la heterogeneidad de sujetos existentes, comprendidos no sólo como individuos aislados sino como diversas formas y prácticas de comprender la realidad, de dar sentido a la existencia, de vivir la corporalidad y la sexualidad, de entender la espiritualidad y la experiencia con lo divino.
Ahora, ¿cómo llega todo esto al quehacer teológico? ¿Cómo atraviesan las nociones de lo plural, lo heterogéneo, la diversidad, lo intercultural, al quehacer teológico? Permítanme sólo esbozar algunos puntos de acercamiento para futuras reflexiones.
El quehacer teológico debe considerar las experiencias particularidades de los sujetos que constituyen nuestras sociedades en la construcción de su locus epistemológico. Ellas no pertenecen sólo a las iglesias o las instituciones teológicas. Más aún, dichos espacios están compuestos por una heterogeneidad de narrativas, comprensiones y sujetos que deben ser consideradas.
La teología no es únicamente un discurso dogmático o apologético sino una construcción discursiva (no sólo a nivel de lenguaje o escritura sino desde toda práctica corporal y simbólica de sentido) que evidencia la pluralidad de formas en que Dios se manifiesta.
El quehacer teológico requiere de nuevas mediaciones hermenéuticas que sean sensibles a la heterogeneidad de contextos, discursos y experiencias, que atraviesen, deconstruyan, redefinan y redimensionen la exégesis bíblica, la teología dogmática, la pastoral, la eclesiología, entre otras disciplinas y temas tradicionales de lo religioso, a partir de nuevas dinámicas que den cuenta de una contextualización pertinente y radical.
Una teología sensible a la pluralidad y heterogeneidad de nuestros contextos se transforma en una práctica de inclusividad. Aquí, si se quiere, su dimensión intrínsecamente pastoral. En este sentido, lo teológico no solo se toma del contexto sino que, en su peregrinaje, procesos y quehaceres, “lo pone en evidencia” al situar en palabras y gestos concretos la riqueza de sus lugares, narrativas, cosmovisiones, experiencias y prácticas.
Lo plural, lo heterogéneo, lo diverso, se transforman en nociones que dan cuenta de la riqueza con que lo divino se manifiesta. Con ello, por un lado, la teología sale de su clausura dogmática para transformarse en una disciplina que dialoga de forma pertinente con los procesos de nuestras sociedades y resalta sus posibilidades de ser, sus necesidades y su riqueza propia. Por otro lado, esto último se transforma también en una dinámica que cuestiona estructuras y discursos de poder que intentan anquilosar no sólo a la teología sino prácticas sociales, institucionales, eclesiales y religiosas denro de marcos, discursos y prácticas establecidas y naturalizadas.
Fuente: Lupa Protestante
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