miércoles, 2 de abril de 2014

Malvinas: relato de dolor, desesperación y hambre.


Diario de un excombatiente de Malvinas: relato de dolor, desesperación y hambre

Marcelo Olindi, de 51 años, fue uno de los miles de chicos que tuvo que ir a la guerra. Recuerdos de una historia traumática y una lucha que no terminó.


 Lucas Bertellotti

"Frío y mucho viento, ni tiempo de tomar aliento cargamos los bultos y partimos hacia nuestro destino. 30 KM. Ya llevamos dos días sin comer. Durante la noche pasamos mucho frío y no sabemos dónde estamos parados". 15/04/1982

El soldado Olindi no puede dejar de caminar. Tiene la mirada perdida y el paso cansado e inestable. Hace unos minutos le dijeron que la guerra había terminado. También le comunicaron la muerte de Rolando Pacholczuk, su amigo. No está contento ni triste. Está perdido, como el primer día que llegó a las Islas. Camina. Se aleja del campamento y llega a un descampado cercano al monte Longdon, el más lejos del pueblo, el más cercano a los ingleses. Recién ahí levanta la vista. Casi nada le llama la atención. Sólo hay una cosa que lo conmueve: el silencio. No se escuchan tiros ni bombas. Los gritos desesperados se alejaron, cree, para siempre. Se toma unos minutos. Toma aire. Siente el frío por última vez. Respira hondo. Da media vuelta y regresa con sus compañeros. Es uno de sus últimos momentos en las Islas Malvinas.

"Todas las noches estoy rezando pese a que no soy uno de los católicos más fieles. Rezo para que no pase nada y poder ver rápido a mi familia. Hoy se corrió la bolilla de que quizás nos vayamos el 19 de mayo. En este momento estamos buscando una lata de dulce para cocinar salchichas y albóndigas que robamos de un depósito de comida. En este momento me dicen que fue imposible encontrar una lata". 30/04/1982.

Son las 6 del 2 de abril de 1982 y, como todas las mañanas, Marcelo Olindi viaja con su papá en un Ford Falcon rojo hacia el regimiento 7 de La Plata, donde hace la colimba hace un par de meses. Por la radio escuchan la noticia: "¡El pueblo argentino ha tomado las Malvinas!". Marcelo Olindi no entiende mucho. Está descolocado. "¿Dónde quedan las Malvinas?", le pregunta a su papá. "¿Cómo dónde quedan las Malvinas? Al sur", le contesta. "Sí, ya sé. ¿Pero dónde?", replica. Su viejo no sabe qué decirle.

"A las 6.30 recibimos el primer intenso bombardeo. Aguardamos tranquilos porque no podíamos hacer nada. Sólo nos limitamos a leer las cartas que habíamos recibido con Walter. No sé cómo explicarlo, pero los dos estábamos sumamente tranquilos. Reíamos y cantábamos y no por miedo ni nervios. Eso lo puedo asegurar". 01/05/1982

Poco antes de salir a las Malvinas, en el regimiento se hizo un sorteo que le daría el alta del servicio a cinco colimbas. Marcelo fue uno de ellos. A punto de irse a su casa, vio llorar a López, un compañero tucumano. Estaba sobre una pared, desconsolado. En unos días debía partir a la guerra. Sintió pánico. No tuvo vergüenza en mostrarse abatido, roto. Marcelo no dudó en tomar su lugar. "Fuimos a informarle al principal que cambiara la situación y no tuvo problemas. La verdad, no lo pensé mucho. 'Si van todos los pibes, yo también voy', dije. Estaba seguro que no me iba a morir", dice Marcelo. Con López todavía se ven seguido. Son amigos íntimos.

"No sé si pasamos de esta noche pues nos anunciaron que nos van a bombardear por aire y por mar. No tengo miedo de morir pero lo siento por mis padres, hermano y abuela. A todos ellos, gracias. Nos piden que nos rindamos. La respuesta es: '¡Traigan al principito y vengan a buscarnos!'". 01/05/1982

El 13 de abril se subió a un micro hasta El Palomar. De ahí, un avión a Río Gallegos. Partió para Malvinas un día después, pero su vuelo tuvo que regresar porque el avión que iba adelante había tenido un desperfecto mecánico que produjo problemas en el aterrizaje. Fue como un aviso de lo que iba a venir. El 15 de abril llegó a las Islas Malvinas. "Nos dieron un mapa en inglés y nos ordenaron que camináramos unos 15 kilómetros. Un superior me pidió que llevara un bidón de agua de 40 litros. A los cinco kilómetros me caí al piso y no me pude levantar más. Me temblaban las piernas. Me dijeron que esperara ahí por una camioneta. Llegó a las cuatro horas", dice Marcelo.

"Doy gracias a Dios por haber visto la luz del día...() nos despertamos y le dije al Negro (Walter): '¡Qué hacés, negro puto! ¡Todavía estamos vivos!'. Cada vez nos damos cuenta que el viejo (el principal) está cada vez más cagado. Nos hizo hacer un pozo más hondo y está muy inquieto. No le gusta estar solo y no sale del pozo ni para respirar. Mi compañero y yo no la damos de valientes pero estamos en el pozo sólo para dormir". 02/05/1982

Marcelo Olindi tiene 51 años y es uno de los miles de soldados que participó de la guerra de Malvinas, de la que hoy se cumplen 32 años. Habla con tranquilidad. No le gusta ponerse serio. Cada vez que su relato se vuelve tenso, cambia la dirección y comenta alguna anécdota de la guerra que le suena divertida por lo ridícula y vergonzosa. Está en la sede de La Plata del CECIM (Centro de Ex Combatientes de Islas Malvinas), donde es secretario de actividades recreativas. Parece sentirse como en su casa. Está rodeado por sus "hermanos de la vida", como le gusta llamar a otros excombatientes con los que todavía comparte el día a día. Mientras cuenta su historia, Luis Aparicio y Ernesto Alonso, otros exsoldados, caminan por la oficina, chequean los mails y realizan algunos llamados. Se preparan para otro 2 de abril.

Forma parte de un grupo de soldados que fueron a Malvinas por haber hecho el servicio militar obligatorio en el momento del conflicto. La intención del grupo, fundado en 1982, es la de alejarse de la reivindicación de la guerra. Hace un tiempo que impulsa la causa judicial contra los militares que cometieron crímenes contra los soldados y reclama la identificación de los 123 cuerpos enterrados como NN en el cementerio de Darwin.

MARCELO. Posa adelante de un cuadro de la sede de La Plata del CECIM.

Su papá se enteró de que debía hacer el servicio militar obligatorio y no lo dudó. Asistió a la oficina de Avelino Segundo Latorre, el principal del regimiento 7 de La Plata. Como hicieron muchos otros padres que tenían una posición más o menos acomodada, le ofreció lo que pudo para que su hijo tuviera algún tipo de privilegio en la vida como colimba. Como tenía una empresa constructora, puso al servicio todo tipo de materiales para lo que sea. Marcelo fue a parar a la utilería. Como casi nadie, tenía ropa limpia y cuidada. Cuando llegó a las Malvinas, siguió bajo las órdenes de Latorre. Esta vez, lo mandaron al almacén. Estaba encargado de distribuir la comida al resto de sus compañeros. Un trabajo que no tenía un peligro directo y lo tenía más o menos cerca de los pocos productos que llegaban.

"Todavía acá la noticia del hundimiento Belgrano pesa mucho. Hoy me doy cuenta que acá la calentura de un viejo y el orgullo de un país valen más que la vida de 300 pibes. Por eso rezo para que esto cueste la menor cantidad de víctimas posibles y el menor sufrimiento". 03/05/1982

Desde que salió de La Plata sabía que su arma no funcionaba. Era una ametralladora PAN que estaba falseada, inservible. Los primeros días se obligó a cargarla consigo. Después, desistió. No tenía sentido. Tenía 19 años y carecía de entrenamiento y conocimiento. No sabía cómo protegerse. Tampoco conocía cómo lanzar una bomba o disparar un arma. 

Cuando llegó la primera ración de comida, abrió las cajas con entusiasmo. Debían llegar albóndigas, bombones y otras cosas. Tenía hambre. "Cuando las vamos a preparar, vemos que en realidad eran jabones. 'Se habrán equivocado', pensamos. Casi sobre el final de la guerra llegó otro camión. Abrimos las cajas y era papel higiénico. Nosotros le teníamos que llevar la comida a los que estaban en primera línea. ¿Qué podíamos darle si sólo teníamos papel higiénico y japones?", comenta Marcelo en una extensa charla con TN.com.ar.

"Hoy nos bañamos después de 34 días sin ver agua". 06/05/82

A la sede del CECIM llega Malvina. "Mi nena", la presenta Marcelo mientras sonríe y le da un beso. Tiene 14 años y, pese a que el principio juega un rol protestón en el que sólo parece preocupada por mirar su celular, luego se compenetra en la historia que cuenta su papá. Lo mira en silencio, con admiración.

En Malvinas, la comida no llegó nunca (las primeras 4 víctimas de las 36 que sufrió el regimiento de infantería 7, los soldados Hornos, Granados, Zelarayán y Vargas, murieron por una explosión de una mina mientras intentaban robar animales de un depósito). La única forma de no morir de hambre era a través del mercado negro. Marcelo se convirtió en uno de los referentes para el intercambio de productos. Cambiaba cigarrillos por whisky, galletitas o fideos. Lo que sea.

"No sé qué pasará esta noche pero pido que este diario llegue a manos de mi familia. Si me pasa algo, que mi hermano se quede con el reloj y mi abuela con la pulsera. Jamás sabré agradecer todo lo que hiciste por mí. Lástima que uno se acuerde de eso en estos momentos". 10/05/1982

Como buena parte de los chicos que estuvieron en las Malvinas, repudia la conducta de los militares de carrera. Los que se suponía que eran los más preparados y debían dar el ejemplo, sólo regalaron señales de cobardía y corrupción, salvo contadas ocasiones. Recuerda que su principal en La Plata, Avelino Latorre, en los primeros días en las Islas se vistió de enfermero para no combatir. 

"Esperamos el ataque final. Vieja, mis pensamientos van para vos. Te quiero mucho" 30/05

Marcelo nunca tuvo que disparar un arma pero sí sufrió los bombardeos. También salió lastimado. Cerca del final de la guerra, robó una camioneta junto a otros soldados. El castigo de los ingleses ya no se aguantaba. La desesperación crecía y el miedo a morir se tornaba cada vez más fuerte. Decidieron escapar hacia Puerto Argentino. En camino al lugar donde se suponía que conseguirían algo de paz, chocaron con otro vehículo de soldados. Se golpeó la cabeza y quedó inconsciente.

Vio compañeros muertos y demasiado sufrimiento. Durmió en pozos, empapado, sin poder cambiarse la ropa y con un frío demasiado cruel. "A mí no me gusta contar las cosas feas. Prefiero ver todo desde otro ángulo", comenta mientras recuerda cuando un general arengó a los soldados a correr y tirar unas granadas que, pese a lo que creían todos, no eran de fuego sino de humo.

"¡Socorro! ¡Nos están cagando a tiros!" 12/06

Volvió de las Malvinas sin ningún tipo de lesión, como estaba seguro que iba a ser. Recién dos años más tarde, en 1984, decidió contarles a sus papás que en realidad había ganado el sorteo para no viajar a la guerra pero él quiso tomar el lugar del tucumano López. Su mamá no paraba de llorar. Su padre repetía una y otra vez: "No me sorprende". Estudió arquitectura, ingeniería y medicina. No pudo terminar ninguna carrera. Trabajó en una empresa de seguros durante varios años. El dueño del lugar lo empleó especialmente por ser un excombatiente. "Una rareza para la época. En general, después de la guerra las puertas se cerraron para casi todos", comenta.

"Hoy hemos capitulado luego de replegarnos hacia Puerto Argentino y vivir dos días en un depósito de lana" 13/06

El día que se cumplían 20 años de su salida hacia Malvinas, el 13 de abril del 2002, a las 6, el horario en el que se despertaba tanto en el servicio militar obligatorio como en la mayoría de los días en la guerra, sufrió un ACV (accidente cerebrovascular), unos minutos después de que su mujer se fuera de su casa. "Está claro que algo debe haber pasado por mi cabeza para que me pase eso. Lo primero que pensé fue: 'Estoy discapacitado'", dice. A causa del accidente le quedó la parte derecha del cuerpo paralizada. Se mueve con dificultad. Arrastra la pierna y camina con lentitud. Tiene el brazo retraído, inmóvil.

"Todo es un lujo y nos tratan de mil maravillas. Esto es increíble". 14/06

Tiene tres hijos y reparte su vida en sus dos trabajos como portero para escuelas de La Plata y la permanente colaboración con CECIM. Todos los martes a la noche, los excombatientes se juntan a comer. Aunque les duele, todavía hablan de la guerra. Es una forma de no encerrarse, de sacarse de encima parte de la angustia, de compartirla con otros que vivieron lo mismo mientras todavía luchan por algunos derechos que creen fundamentales. Marcelo es el que suele contar los chistes, el divertido del grupo. Es como si pretendiera olvidar con una sonrisa. Por lo menos hasta que regresen, otra vez, los recuerdos feos. Esos que, pese a todo, no se pueden borrrar.

"Hace dos días que estamos en el Canberra. Nos han tratado a las mil maravillas. No parecen piratas sino caballeros. Nos avisaron que en 24 o 36 horas estaremos en un puerto argentino. La cama fue de primera calidad. Doy gracias a Dios por lo que me protegió". 16/06

Fuente: Tn.com.ar

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