Padre Mugica: el legado de su vida y las dudas que aún despierta su muerte.
POR MARCELO LARRAQUY
Lo mataron hace 40 años. El crimen fue atribuido a la Triple A aunque todavía se sospecha de Montoneros. El dramático relato de los últimos meses del primer cura villero.
“No sé si un cristiano tiene derecho a matar. Pero sí tiene la obligación de morir por sus hermanos. Le tenemos miedo a la violencia por una actitud individualista. Nos escandalizamos porque le ponen una bomba a un oligarca y no porque todos los días muere un chico de hambre”.
Once de enero de 1970, revista Siete Días: las palabras del padre Carlos Mugica Echagüe martillaban contra la elite militar y económica que gobernaba el país. Rubio, alto, ojos azules, de familia conservadora, campera negra, pulóveres de cuello alto, jeans gastados, Mugica era un hijo del sistema, un niño privilegiado de la calle Arroyo con viajes de juventud en Europa, que había decidido moverse de lugar. Ahora, a los 39 años, profesor de Teología de la universidad jesuita del Salvador y miembro de la Pastoral de Villas de Emergencia en la Villa 31 de Retiro, en el mandato de “amar al prójimo”, sin desprenderse del Evangelio, denunciaba la violencia institucionalizada, “la violencia del hambre”.
“Nosotros –decía-, sacerdotes de Jesucristo hemos comprendido que nuestro lugar está junto a los pobres ”.
Para entonces, desde hacía cuatro años gobernaba el general Onganía.
Perón estaba proscripto. Lo habían derrocado en el ‘55, vivía en Madrid. Faltaban seis meses para que secuestraran y mataran algeneral Aramburu, quien había comandado la conspiración y ordenado el fusilamiento de un grupo de civiles y militares peronistas sublevados.
A algunos de los que participarían de la muerte de Aramburu – Mario Firmenich, Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus-, Mugica ya los conocía. Fue su asesor espiritual en el Colegio Nacional de Buenos Aires y habían misionado juntos para asistir a los hacheros en el norte santafecino. Pero en la gestación de Montoneros, sus discípulos abandonarían a Mugica, que no estaba dispuesto a promover la lucha armada. Sí estaba dispuesto a morir, “pero no a matar”, como expresaría. Montoneros migraría hacia el grupo de “Cristianismo y Revolución” del ex seminarista Juan García Elorrio.
Sin embargo, la afinidad personal se mantendría. Cuando la policía mató al ejecutor de Aramburu, Fernando Abal Medina, en una pizzería de William Morris, Mugica, en su responso, lo definió como “un mártir cristiano”.
El obispado de Buenos Aires le suspendió por treinta días las licencias administrativas.
Mugica ya formaba parte del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.
La creación del MSTM lo sorprendió en París en 1968, donde había ido a estudiar y también a tomar distancia. Durante ese viaje, participó de las rebeliones callejeras del Mayo francés, conoció a Perón en Puerta de Hierro y también viajó a Escocia a ver a Racing en el recordado partido contra el Celtic.
“Dentro del MSTM, Carlitos era uno más. No era el que más hablaba ni el que determinaba, porque tomábamos decisiones orgánicas por consenso. Y personalidades con compromiso social y capacidades intelectuales había muchísimos, pero su figura llamaba la atención. No era hijo de un obrero telefónico, era hijo de un canciller…”, dice aClarín el padre Domingo Bresci, ex miembro del MSTM, que lo conoció en el seminario de Villa Devoto en 1956.
En 1972, el MSTM debatía su rumbo entre peronismo o“socialismo latinoamericano”, y cuando en el marco de esa discusión interna se reunieron con Perón el 6 de diciembre de 1972 y un cura le preguntó cómo se implementaría el socialismo en su retorno al poder, el General aclaró que él venía a componer las clases.
El país era un caos.
La gente tenía que ponerse de acuerdo antes que radicalizarse. Ese fue su mensaje.
Entre todos los curas, en su primer viaje a la Argentina después de 17 años de exilio, Perón eligió al más carismático, al que más y mejor llegaba a los pobres de las villas, al que había visibilizado su causa, al que fascinaba a los medios con su verbo álgido, crítico, irreverente. Y también al que parecía no temerle a nada ni a nadie: yale habían puesto una bomba en el frente del edificio donde vivía, en Gelly y Obes 2230 a mediados de 1971. Su familia le pidió que se fuera del país.
Mugica prefirió quedarse.
Desde entonces, las amenazas fueron recurrentes. Y respondía con una frase hoy ya convertida en una estampita. “Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su Liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición”. De su mano, Perón recorrió la Villa 31 de Retiro y visitó la capilla Cristo Obrero.
Montoneros tampoco quería perder su potencial político.
Le propuso a Mugica encabezar la lista de diputados para las elecciones de marzo de 1973. Esa posibilidad también seducía al FREJULI de Héctor J. Cámpora, candidato a Presidente. Mugica trasladó la inquietud al MSTM. En forma orgánica, los curas tercermundistas decidieron que no aceptarían cargos políticos. Perón, entonces, decidió incorporarlo al Ministerio de Bienestar Social, junto a José López Rega, para trabajar como asesor –sin cargo rentado- en las villas. Mugica aceptó.
Ese día comenzó a morir un poco.
Su relación con López Rega fue corta y terminó mal. Eran dos proyectos, dos personalidades distintas.
Sólo el peronismo pudo haberlas unido.
En un principio, Mugica prefirió trabajar sobre la urbanización, con la construcción de mejores viviendas en el barrio, y se opuso al traslado de los vecinos a los complejos de vivienda en el Conurbano bonaerense, que comenzaba a construir el ministerio con el “Plan Alborada”.
Después Mugica aceptó la idea de que se mudaran, siempre y cuando los vecinos se organizaran en cooperativas y participaran en la construcción de viviendas. López Rega prefirió la contratación de empresas privadas.
El 28 de agosto de 1973, en una asamblea del Movimiento Villero Peronista (MVP), y a pedido de éste, Mugica comunica su renuncia al cargo de asesor por discrepancias con López Rega, al que acusa de negarle a los villeros “toda participación creadora en la solución de sus problemas”, pero aceptando sin condiciones el liderazgo de Perón. En el audio de la asamblea, que se puede ver en YouTube, se escucha el grito “Mugica y Perón, un solo corazón”.
Enseguida, López Rega sembró sospechas sobre el cura por el destino de 34 millones provistos para la asistencia a la Villa 31. Mugica fue al Ministerio a increparlo. Ese encuentro le dejó la sensación de que López Rega podría mandar a matarlo.
Lo comentó entre los suyos en la parroquia.
Ya en agosto de 1973 la relación de curas tercermundistas y Montoneros estaba partida.
Si antes los curas, frente al secuestro y crimen de Aramburu, eran proclives a una explicación política antes que a una condena (aunque no avalaran la operación), ahora, con el regreso de Perón y expresada la voluntad popular, eran proclives a enterrar los fusiles. En cambio, para Montoneros no era el regreso de Perón al poder el fin último de su lucha sino el intento de establecer un plan propio. “Si abandonamos las armas retrocederíamos en posiciones políticas.
El poder político brota de la boca de un fusil ”, sostenía Firmenich.
Como consecuencia de esa diferencia, “de alrededor de cuatrocientos curas del MSTM, casi todos se quedaron con Perón. Entre quince o veinte, con Montoneros y en apoyo a la continuidad de la lucha armada”, calcula el padre Bresci.
Mugica pondría de manifiesto su posición en una misa de conmemoración en el aniversario de la muerte de Fernando Abal Medina, con una cita de La Biblia. “ Hay que dejar las armas y empuñar los arados”.
El crimen del líder de la CGT José Rucci, tres semanas después, lo separaría aún más de sus ex discípulos del Colegio Nacional. “No son los curas los que se alejan de la Tendencia (Peronista) sino la Tendencia la que se aleja de nosotros, como se ha alejado del pueblo y del General Perón”, diría Mugica más tarde, y criticaría a los “falsos revolucionarios” por no ser más que “una expresión del liberalismo europeo”.
Entonces, esa ironía irreverente que ahora se volvía crítica a las armas, zumbaba los oídos de Montoneros y otros sectores de la izquierda peronista. Era un sonido molesto.
La revista “Militancia”, de Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, con su también filosa ironía, en un artículo colocó a Mugica en la “cárcel del pueblo”, el mismo lugar en el que colocaba a los miembros del establishment.
Lo lastimó: describió a Mugica como cruzado del oportunismo, un “corcho, siempre flotando aunque cambie la corriente”. En el resumen de la Biblia y el Calefón de Discépolo, le agregaba la figura de Mugica.
Esa pelea interna con sus ex compañeros de ruta, y la persistencia de las amenazas, cada vez más ensordecedoras, golpearon al cura.
“A él le dolían las rupturas personales. Con Ortega Peña tenían buenas relaciones, había apoyado su lucha en las villas, hicieron juntos un ayuno en Villa Lugano. Es cierto que a Carlitos a veces se le iba un poco la boca en la disputa verbal, pero fue una distorsión ideológica colocarlo como un enemigo del campo popular”, dice hoy el padre Bresci.
El 1ro de mayo de 1974, Montoneros abandonó la Plaza de Mayo tras su duelo verbal con Perón. Mugica discutió con dirigentes de la Tendencia en su intento de no profundizar más la colisión.
Se mantuvo leal al General. Y se quedó.
Pero en términos personales, nada le era gratuito. La semana siguiente, en una visita al diario La Opinión, le confió a su director,Jacobo Timerman, lo difícil que le resultaba sobrellevar el enfrentamiento político con Firmenich. “Le producía ansiedad, dolor, angustia”, escribió Timerman. Quería volver a escribir en el diario, como lo había hecho desde su fundación, para promover un debate en el peronismo que evitara la violencia.
Pero la violencia política, en mayo de 1974, todavía en las puertas de una espiral ingobernable, ya lo había elegido como blanco. Y lo devoraría.
El sábado 11, al anochecer, un hombre lo abordó después de una homilía, a la salida de la iglesia San Francisco Solano, sobre la calle Zelada, Mataderos. Le dijo “padre Carlos…”, como le decían todos, le disparó quince balas con una ametralladora y se fugó en un auto que lo esperaba. Antes de las 10 de la noche el padre Carlos Mugica ya estaba muerto en la cama de un hospital.
Fuente: el clarín.com
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