“Gusano soy y no hombre” (Salmo 22:6) afirma el escritor del salterio con voz desgarrada y herida. Y no es el único, lo acompañan millones de voces humanas en una añeja sinfonía cuyo leit motiv, recurrente y oscuro, toma a Job por el cuello y lo obliga a proferir con rudeza:
“¿Cómo puede el hombre
declararse inocente ante Dios?
¿Cómo puede alegar pureza
quien ha nacido de mujer?
Si a sus ojos no tiene brillo la luna,
ni son puras las estrellas,
mucho menos el hombre, simple gusano; ¡mucho menos el hombre, miserable lombriz!”(Job 25:4-6).
Y, frente al mismo Dios, el Dios del hombre-gusano, el Dios del hombre-lombriz, está el mismo ser humano que, también, se siente “poco menos que un dios”,coronado de gloria y honra” (Salmo 8:5), un ser extraordinario que tiene “el mundo a sus pies” (Salmo 8:6).
Ante el mismo Dios de siempre, el hombre puede ser hoy un hombre-lombriz y mañana un hombre-casi-dios. Un vaivén emocional que viaja constantemente del agradecimiento al reclamo . Un día el hombre-Jesús entra a la ciudad lleno de aceptación y respeto, en medio de palabras de alegría y esperanzas de triunfo (Juan 12:13), y un instante después cuelga de una cruz y articula nuestro leit motiv, solitario y desahuciado: “¿Por qué me has abandonado? “ (Marcos 15:34). ¿Hay enojo en la expresión del crucificado? ¡Lo hay sin duda!.
Goethe no se queda atrás al retratar este vaivén emocional. Fausto se comparaba con los ángeles, “Yo, imagen de la divinidad” pero a renglón seguido cae al precipicio insondable del hombre-gusano:
“Me asemejo al gusano que escarba en el polvo
Y mientras busca allí el sustento de su vida
Le aniquila y sepulta el pie del caminante. “
Encontramos un bordado de reclamos del hombre hacia Dios en las Escrituras, un bajorrelieve de preguntas recurrentes. Los ¿Por qué? y ¿Hasta cuándo? se estrellan contra Yahvé sin disimulo y con un evidente aire acusatorio.
“¿Por qué, Señor, te mantienes distante? ¿Por qué te escondes en momentos de angustia?” (Salmo 10:1)
“¿Por qué me rechazas, Señor? ¿Por qué escondes de mí tu rostro?” (Salmo 88:14)
Solo en el salterio podemos encontrar el duro cuestionamiento לָ֭מָּה (lam-ma = ¿por qué?) una veintena de ocasiones.
“Angustiada está mi alma; ¿hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?” (Salmo 6:3)
“¿Hasta cuándo, Señor, me seguirás olvidando? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?” (Salmo 13:1)
La acusación por la dilación de la ayuda, por el tiempo que transita sin respuesta, por la sensación de abandono, discurre sinuosamente por los entresijos de la fe. Solo en el salterio encontramos unas 9 veces la angustiosa pregunta עַד־אָ֣נָהיְ֭הוָה (ad anah YHVH = ¿hasta cuándo Yahvé?).
Nada hacen los salmodiados reduccionismos al estilo “No le preguntes ¿por qué? a Dios, pregúntale ¿para qué?” porque muchas veces el ser humano no hallará respuesta a ninguna de las dos cuestiones.
Ahí encontramos a Moisés, al final de sus días, habiendo entregado su vida al proyecto de liberación de su pueblo, 40 años de trabajo arduo en el desierto, expresando su amargura por la incomprensible determinación de Dios. Como una sentencia de muerte, su deber era morir sin entrar a la Tierra Prometida (Deuteronomio 4:21-22). De pie frente a la Tierra de su deseo, frente al sueño de todo su esfuerzo es cuando Moisés eleva su reclamo a Dios: “¿Quién puede comprender el furor de tu enojo?” (Salmo 90:11). Porque el hombre encuentra incomprensible su vida, sus circunstancias carecen de sentido una y otra vez. Y, entonces, se sitúa frente a su Dios, lo encara y lo cuestiona.
¿Es entonces posible que un creyente sienta enojo contra Dios? ¿Tolera Dios el reclamo del ser humano? ¿Hay pecado en el enojo contra Dios?
Es notorio que el creyente de la Escritura encuentra espacio para el enojo contra su Dios. Es también evidente que lo sabe expresar libre y directamente y, también no queda duda, que para Dios no hay malicia o pecaminosidad en estos reclamos sinceros.
Porque enojo con Dios no significa separación de Dios; tampoco significa ruptura con Dios, ni cese de la fe en Dios o renuncia de la esperanza en Dios. Porque nuestros cuestionamientos no denotan negación de su existencia ni en ellos subyace la abjuración de la deidad. Porque, justamente, en ellas podemos encontrar la continuación de la relación del hombre con su creador, porque sin relación no hay preguntas, ni reclamo ni enojo.
A las preguntas ¿por qué? y ¿hasta cuándo? del Antiguo Testamento se les une la expresión del Nuevo Testamento: “Si hubieras”. Es el caso de las hermanas que pierden a su hermano. Marta y María encuentran su propio espacio para el enojo contra Jesús. Saben encararlo en medio de su angustia y saben, también, abrir su corazón con sus propias palabras cuando comunican su enfado por partida doble:“si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.” (Juan 11:21,32).
Y no hubo mal en ese reclamo, su enojo se encuentra muy lejos de la maldad y del pecado y, paradójicamente, muy cerca de Jesús y de su poder para resucitar a Lázaro.
Dios sabe que la corta plomada de nuestra inteligencia no siempre logra comprender. Sabe que aun al hombre creyente lo asalta la angustia y lo acosa la ansiedad. Para el hombre de fe el enojo es una expresión más de su confianza en Dios. Es la expresión de la esperanza que desespera porque sabe que de Dios puede recibir auxilio y consuelo. Y porque sabe que la fuente de su paz está en Dios, lo busca y lo invoca para que acuda cuanto antes en su ayuda.
Dios permite el enojo (Efesios 4:26) pero la perpetuación del enfado es comparada con el homicidio (Mateo 5:22 ss) porque el enojo puede ser un mecanismo sano o un instrumento de destrucción.
De una forma u otra nos han enseñado a no efadarnos en vez de enseñarnos cómo lidiar con los sentimientos de enojo. Nos enseñaron a satanizar el enojo, a sentirnos culpables y a pensar que no es natural enojarse. Enojarse corresponde a seres humanos malos, débiles y poco espirituales según la construcción social.
Un aspecto teológico que no debemos ignorar es que Dios equipó al ser humano con emociones, el enojo es una de ellas. También lo creó con libertad de expresión. Lo dotó con una extraordinaria capacidad de comunicación. Dios espera que expresemos nuestros sentimientos con libertad. La psicología enseña que el enojo reprimido es una de las principales causas de la depresión. El antidoto contra el enojo es la honestidad y no la represión. Por el contrario, el enojo reprimido atenta contra la autoestima.
Se considera intrínsecamente que el enojo es contrario al amor. Pero esto también está muy alejado de la verdad. Esa concepción empuja a muchas personas a relaciones de codependencia y autoanulación temiendo expresar su enojo o desacuerdo con la pareja por miedo a ser abandonado.
Lo mismo sucede referido a Dios. Una espiritualidad enferma anula los sentimientos de frustración, reclamo y enojo contra Dios. Una espiritualidad que cree que no tiene derecho a sentir y a disentir por temor al abandono divino. Una fe represiva que cohíbe al hombre y a la mujer en su dimensión más humana, lo deshumaniza.
La evidencia bíblica nos da permiso para enojarnos con Dios. Un Dios que muchas veces resulta incomprensible. Y esa misma evidencia escrituraria nos muestra a un Dios que sigue mostrando misericordia y gracia, un Dios condescendiente que convive con el hombre, un Dios con/en nosotros, emmanuel.
Fuente: Lupa Protestante
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