martes, 17 de junio de 2014

Diálogo sobre el materialismo científico.


Blas Lara

Nuevos planteamientos para viejos problemas.
Señores, tendrán que ir buscando otras explicaciones.

Este artículo vuelve sobre un materialismo radical contrario no solamente a las religiones sino a la filosofía y a la ética más aceptada académica y socialmente.

Creo que este tipo de artículos merecen una reflexión que reconozca las dificultades de los problemas planteados y atisbe soluciones razonables. He compartido esta preocupación con mi amigo Gonzalo Haya y nos ha parecido que podemos dialogarlo con los lectores de ATRIO.

En primer lugar me pregunto ¿Se explica todo el sistema humano de respuestas solamente con los procesos físico-químicos?

Por ejemplo sabemos que si se inyecta en una determinada región del cerebro de una oveja virgen una cantidad extremadamente pequeña de una hormona, la oxitocina, se pueden inducir en la hembra animal unos comportamientos característicamente maternos hacia crías que no son suyas. (Seguramente también en una hembra humana). ¿Origen químico de los instintos?

El problema de fondo es el mismo que escribí hace unas semanas en un artículo sobre la bioquímica del amor. ¿Se puede postular que el enamoramiento sea pura y sola bioquímica?

Gonzalo Haya: ¿Propones un materialismo reduccionista a ultranza?

Blas Lara: Yo acepto sin restricciones ni reservas aquellas consecuencias que derivan legítimamente de los avances de la ciencia contemporánea sin que me inhiban consideraciones filosóficas ni religiosas. Pero no iré más allá de lo que estrictamente demuestran. Ampliaré estas ideas más adelante .

Mi finalidad es la de llamar la atención del lector sobre la necesaria actualización del pensamiento frente a los replanteamientos de la ciencia. Porque si todo fuera pura química, estaríamos frente a un problema filosófico de talla. Viejo problema, pero muy actual.

Quiero decir que una respuesta cerradamente reduccionista socava los viejos cimientos del edificio filosófico que cobija al pensamiento cristiano clásico. A parte de que el reduccionismo materialista nos aboca a un existencialismo de desesperación, absurdo y sin sentido.

Pienso que deben de ser pocas las personas que estarían dispuestas a aceptar el materialismo reduccionista puro y duro; porque, si se es realmente consecuente con él, serían muchas las derivaciones que se seguirían sobre el plan filosófico, religioso y aún personal en la vida de cada uno.

Entiendo que el pensamiento occidental, y particularmente el cristiano, tiene que ser capaz de afrontar con valentía las bases de cuestiones eternas, partiendo de los datos de la ciencia contemporánea. Hay muchas cuestiones, especialmente las relativas al cerebro ‑y al espíritu‑ que convendría tratar de reformular. Es eso solo lo que pretendo.

GH: Las consecuencias éticas a mí me valen para rechazar el materialismo radical, porque considero válido un conocimiento valorativo, aunque tenga sus imprecisiones, y es el que empleamos en las cosas más importantes de la vida. No sé si es posible dar una respuesta a ese materialismo en el plano científico. En todo caso sería oportuno mostrar por qué los científicos en general han superado ese materialismo del siglo XIX o del XX.

BL: Yo tengo precisamente la impresión contraria. Pienso en amigos y conocidos que se declaran abiertamente materialistas, y en muchos otros que parecen pasar tranquilamente de la cuestión.

Concedo que son muy aparentes las diferencias entre la materia inerte y la materia viviente

GH: ¿Por qué mencionas ahora la diferencia entre la materia inerte y la vida?


BL: Precisamente porque para la doxa común de la gente ordinaria, no hay razón para plantearse el problema.

Algunas de las características más simples, que diferencian la materia inerte ‑por ejemplo un trozo de metal‑ de la materia viva que compone un organismo cualquiera:
Hay desagregación de partes en la materia inerte versus la unidad e integración de componentes en la materia viviente. En esta unidad del organismo vivo, se pueden destacar varios, más bien múltiples, sistemas jerárquicamente organizados, funcionando secuenciados con controles muy finos de los parámetros directores.
Materia inerte. Estabilidad del conjunto de las partes ‑átomos, moléculas‑, desplegadas en el espacio y mantenida gracias a fuerzas físicas.
Materia viva. Estabilidad funcional en continua autoconstrucción. Despliegue en el tiempo. Replicación. Metabolismo. Mecanismos de selección natural. Etc.

Estas diferencias que todo el mundo percibe parece que bastarían para asentar la proposición de que una cosa es la materia, y otra es la vida y los fenómenos que conlleva. Una cosa son las moléculas de las hormonas de oxitocina y otra los comportamientos maternales de la hembra oveja.

GH: La diferencia está clara, y veo que eres honesto acumulando los argumentos que más bien apoyarían la posición filosófica y cristiana.

BL: Sin embargo la ciencia contemporánea explora la « a-bio-poiesis » que eliminaría las diferencias ontológicasentre la materia inerte y la materia viviente

Con ese nombre, a-bio-poiesis, derivado del griego, se designan hoy los estudios de los orígenes de la vida, en particular en el planeta Tierra. Excluyendo, bien entendido, la intervención directa de un Agente Divino (Dios).

(Un tratamiento científico de este tema lo pueden encontrar en un libro bien documentado y muy equilibrado: Sobre el origen de la vida, de Manuel Martínez Luque-Romero, un investigador que posee amplios conocimientos tanto científicos como filosóficos).

CONSTATACIONES:

Han quedado establecidos por la investigación actual, de manera teórica y a veces empírica pero siempre con solidez y coherencia, los elementos de doctrina siguientes:
Todas y cada una de las características que se atribuyen a la vida: replicación, metabolismo, mecanismos de selección natural, etc… son constatables científicamente, que existen amagos – más que eso – inicios, ensayos evidentes, en la materia inerte prebiótica. No es aquí el lugar apropiado para apuntalar estas afirmaciones. Me remito sea a una amplia literatura que se puede encontrar hasta en internet. (O en la obra de Manuel Martínez citada más arriba).
Tan es así que es más que plausible que la aparición de la vida se pueda ya explicar a partir de la química en términos teóricos, aunque por ahora parcialmente.
De ahí se puede inferir también con cierta probabilidad que tiene que haber vida ‑de una forma u otra‑ en los espacios interestelares, puesto que la química y sus leyes son idénticas en cualquier lugar y tiempo del universo. Con tal de que, en ese lugar y tiempo, se den las condiciones físicas y químicas apropiadas para la emergencia del material biótico.
Geólogos y paleontólogos han hecho inventario, a lo largo de la historia del planeta Tierra, de una serie de acontecimientos susceptibles de propiciar los procesos de biogénesis.
Si el Big Bang aconteció hace 13,8 Ga (mil millones de años), el origen del planeta Tierra se sitúa hace unos 4,54 Ga y los primeros indicios de vida, fósiles bióticos, han sido localizados hace 3,5 Ga en Akilia, Groenlandia.
Por consiguiente tratamos aquí de enunciados relativos a eventos históricos. No de meras construcciones metafísicas de valor epistemológico cuestionable. Contra facta non valent argumenta.

GH: No entiendo mucho de esas constataciones que presentas, pero las consecuencia que yo sacaría de ellas es que la vida es una prolongación -algo más compleja, pero prolongación- de los procesos fisico-químicos.

BL: PRIMERA CONCLUSION: Así lo creo. Lo que no se debe, de ninguna manera, es ignorar estos datos de la ciencia. Como no se puede ignorar, en nombre de mitos y creencias, la existencia de los dinosaurios, la teoría darwiniana ‑u otra variante‑ de la evolución de las especies, Lucy, la existencia de homínidos, etc. Es ceguera, quizás confortable, pero no honrada intelectualmente.

GH: De acuerdo. Y la tarea de un científico cristiano es interpretar sus creencias a la luz de las nuevas constataciones empíricas. La religión no dice cómo va el cielo sino cómo se va al cielo.

BL: Aunque mi explicación personal del rechazo del materialismo radical tiene que quedar para otro artículo, no puedo concluir éste sin apuntar a la objeción más importante que suscitan estas teorías científicas.

Estas teorías nos explican con bastante plausibilidad el cuándo, y el cómo de los orígenes de la vida. Pero no el para qué. Falta el sentido, y el impulso, cuando no una forma de diseño. Con las interrogaciones sobre el para qué y el sentido entramos ya en la metafísica. Un dominio en el que los científicos no tienen derecho a entrar; y, si lo desean, habrán de quitarse la bata blanca de científicos y despojarse de una autoridad que pierden al entrar en ese terreno.

Dogmatismo científico. El punto de partida implícito – un axioma oculto que subyace a los razonamientos cerradamente reduccionistas de ciertos científicos – es que no hay pregunta que no pueda ser respondida en términos de física y química. El fallo grave de este axioma, o presupuesto, es que no hay manera de probarlo. Para creer en él hay que asumirlo sin más interrogación. Se ha cambiado una fe por otra fe. Puesto que fe es suspender la acción de la inteligencia y someterse precríticamente a una manera de ver el mundo (Teilhard de Chardin).

GH: De acuerdo. Creo más bien que es cuestión de delimitar el campo de competencias de cada uno. A la ciencia le corresponde explicar cómo se producen los diversos fenómenos inertes o vivos; pero no debería hablar, ni en positivo ni en negativo, sobre un antes y un después. A la filosofía y a la ética les corresponde interpretar y orientar la relación del hombre con la naturaleza.

BL: En conclusión. Señores, que viven instalados en arcaicas visiones del mundo predarwinianas, ¡ tendrán que buscar otras explicaciones!

Es tarea del hombre del XXI, especialmente si es cristiano, buscar nuevas y radicales formulaciones, so pena de caer en el nihilismo más negro. ¿O es que hay que vendarse los ojos?

ANTICIPO DE UNA SEGUNDA CONCLUSION

En un artículo próximo explicaré cómo admitiendo sin reservas la teoría de la biogénesis no me quedo en un materialismo cerrado, porque rechazo como ciega y engreída la actitud del autoproclamado ateo, sobre todo si es además militante de sus ideas.

Desarrollaré en cuanto me sea posible un concepto monista de materia y vida que no puedo explicar en términos puramente científicos. El Espíritu late, vibra, en la materia, y es objeto de nuestra admiración y asombro. Tal como sentimos tanto en la inmensidad de los espacios, y sobre todo al asomarnos a lo infinitamente pequeño, a los fantásticos abismos del átomo.

Partiré en mi azarosa aventura guiado por ideas de viejos amigos como Baruch Spinoza, o de personajes recientes como el físico cuántico David Bohm. Espero tener buena suerte en mi caminar. Y contar con la comprensión y tal vez la ayuda de algún lector.

Fuente: Atrio

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