viernes, 27 de junio de 2014

“Los jinetes y las jardineras” o la parábola del origen del feminicidio.


Por Alda Facio

Había una vez un mundo habitado por dos sexos: los jinetes y las jardineras. Estos dos sexos conformaban lo que se conocía como la humanidad que junto a otros muchos seres, vivía en una tierra abundante y feliz. Jinetes y jardineras tenían mucho en común: ambos eran seres poderosos, capaces de sentir muchas distintas emociones como el amor, la cólera, la alegría, el miedo, la tristeza, la vergüenza y más. Tenían ambos el increíble poder de reírse de sí mismos, sanar sus propios cuerpos así como capacidades mentales que les permitían inventar, aprender y utilizar estructuras lingüísticas complejas que les permitían concebir, transmitir y aprender conceptos totalmente abstractos. También tenían la capacidad de ser conscientes de sí mismos, así como de su pasado, lo que utilizaban para planear, transformar y realizar proyectos de diversos tipos. Y, a pesar de compartir todo eso, también ostentaban importantes diferencias mutuas que, sin embargo, no les impedían reconocer que lo más importante era que ambos amaban disfrutar de todas las experiencias que sus vidas diferentes les proporcionaban.

Los jinetes eran un sexo magnífico. Viajaban por todo su planeta estableciendo pueblos e intercambiando conocimientos y productos. En los sólidos barcos que construían, los jinetes usaban su poder para ir a todas partes a enseñar y aprender las variadas formas del mundo, las canciones de la experiencia y la interacción.
Las jardineras tenían otra forma de estar en su mundo. Estudiaban las plantas y su crecimiento, pintaban imágenes con brillantes colores que sacaban de la tierra y sus rocas. Nombraban la vida que las rodeaba y tejían maravillosas historias con esas palabras. Cuidaban de todo lo que vivía en el planeta, incluyendo a los jinetes.

De hecho, ellas eran las que les daban vida, no solo a los jinetes, sino a ellas mismas a través de un proceso que se llamaba “alumbramiento”. En definitiva, las jardineras usaban su poder para crear y mantener la vida.
”Poder” para estos dos sexos era una palabra buena. Significaba “fuerza para actuar y crear.” Pero un día los jinetes aprendieron a abusar de su poder y lo usaron sobre las jardineras para dominarlas y controlarlas. En vez de seguir respetando las importantes diferencias entre ellos y las jardineras, los jinetes dijeron: “Estas jardineras son muy poderosas, las vamos a poseer y así poseeremos también los frutos de sus vientres, sus jardines y sus palabras.” Y efectivamente así pasó. Luego de haber utilizado su poder sobre las jardineras, los jinetes aprendieron a usar también a la naturaleza y a los animales, como si fueran simples recursos creados por un Dios Celestial para su beneficio exclusivo.

Con el tiempo los jinetes se volvieron muy egocéntricos y el amor entre los sexos se tornó violento y nada feliz. Poco a poco cada sexo aprendió a temer y sospechar del poder del otro. El tiempo pasó y ciertos miembros del sexo viajero, llamados “hipermanes”, se volvieron demasiado poderosos. Crearon religiones y construyeron sistemas de pensamiento, de trabajo, de gobierno y de guerra centrados en su supuesta superioridad. Esto les dio poder sobre la tierra misma, algo nunca antes imaginado ni siquiera por los dinámicos jinetes. Fue así como nació el Patriarcado, un sistema político, económico, social y religioso producto de la institucionalización del dominio de los jinetes sobre las jardineras, dominio que luego se extendió a todo lo relacionado con ellas. Esta institucionalización del poder de los jinetes sobre las jardineras implicó que todos los jinetes, y no solo los hipermanes, se sintieran los dueños de la fuerza reproductiva y productiva de las jardineras, controlando sus cuerpos, mentes, sexualidad y espiritualidad generalmente por medios “pacíficos” como el derecho y la religión, pero muy a menudo reforzando estos medios mediante el uso de la violencia física, sexual y/o psicológica, al punto de llegar al asesinato si ellas no se sometían.

Desde el inicio del Patriarcado, el grupo de jinetes que hemos llamado los hipermanes no se contentó con tener poder solo sobre las jardineras, sino que decidieron inventar un sistema que les diera poder sobre todos los seres de su planeta. Para ello, entre otras estrategias, se dieron a la tarea de justificar su poder sobre todas las jardineras y demás jinetes. Primero, decidieron erradicar la idea de que jinetes y jardineras compartían la misma energía vital. Borraron además la idea de que las distintas manifestaciones de esa energía eran mutuamente diferentes, ya que no había una más esencialmente humana, superior o más necesaria que las otras. Difundieron la idea de que las diferentes eran las jardineras. Una vez establecido que los jinetes eran el modelo de lo humano en su mundo, fue fácil declarar su superioridad sobre las jardineras, precisamente por las diferencias de ellas con respecto al modelo. Así lograron establecer que el sexo más dinámico era superior al sexo dador de vida que, como ya hemos dicho, era más reposado y tranquilo.

Pero una vez establecida la superioridad de los jinetes sobre las jardineras, los hipermanes tenían que justificar también su superioridad sobre los otros jinetes. Para ello, crearon una forma de ver y sentir el mundo dicotómica y jerárquica basada en el reconocimiento de la existencia de solo dos sexos que, con el tiempo, se convirtió en una característica esencial del paradigma patriarcal. Según esta forma de ver y sentir, todas las cosas, hechos y valores se podían asociar con uno u otro de los sexos que ellos mismos ya habían decretado como opuestos.

Así se asoció la naturaleza con las jardineras y la cultura con los jinetes, y decretaron que todas las cosas y valores se podían clasificar como pertenecientes a la naturaleza o creados por la cultura. Y recuerden que ya habían estableciendo no solo que lo construido por la cultura era más valioso que lo dado por la naturaleza, sino que todo lo construido por la cultura le daba sentido a lo dado por la naturaleza a tal punto que la razón se entendía como lo opuesto a los sentimientos, la producción a la reproducción, la ciencia a la espiritualidad, los jinetes a las jardineras. Esto los llevó a creer que todo se podía explicar y medir de tal forma que ya no se respetó más lo inconmensurable y misterioso de la vida. No contentos con esto, definieron uno de cada uno de los opuestos como carentes de lo que definía al otro; así, los sentimientos fueron definidos como carentes de racionalidad, la quietud como carente de dinamismo y creatividad, la paz como ausencia de guerra, la naturaleza como aquello que debe ser definido y transformado por la cultura.

Y como la sensibilidad, las emociones, la espiritualidad, la quietud y la reproducción eran asociadas con las jardineras, estas fueron definidas como carentes de racionalidad y dinamismo, elementos asociadas con los jinetes. De esa manera lograron que todo lo asociado con las jardineras no tuviera valor propio, sino que existiera “para” o en función de los jinetes, particularmente los hipermanes. Una vez logrado esto, declararon inferior a todos los grupos —aunque fueran compuestos por jinetes— que tuvieran algunas características asociadas con las jardineras o que no fueran tan dinámicos o poderosos como el grupo que se estableció como modelo de lo humano: los jinetes de la clase hipermánica.

Las jardineras y los jinetes que amaban la libertad y la justicia trataron de resistirse a los hipermanes, y a veces lo lograban. Pero la forma dicotómica de ver y sentir el mundo que moldeaba las creencias y prácticas de los hipermanes se fue instalando en sus mentes y corazones y persistió a través de los tiempos. Gracias a ello, los hipermanes se mantuvieron seguros y todopoderosos viajando a lo largo y ancho de la creación y tiranizando a toda la humanidad, especialmente a las jardineras de todas las edades y culturas.

Tanto se sofisticó el sistema de los hipermanes, que la violencia extrema contra las jardineras llegó a vivirse como natural, o como parte de su identidad cultural, y hasta como erotismo. Así la vivían muchos jinetes y no pocas jardineras, quienes “voluntariamente” se sometían o sometían a sus hijas a las más dolorosas o humillantes torturas que los habitantes de ese mundo justificaban como “diferencias culturales”.

Fue así como en todas partes a las jardineras se les hacía creer que el sometimiento total a un jinete, llamado matrimonio, había sido inventado por ellas mismas para “atrapar” a un jinete que las mantuviera y protegiera y que, sin un jinete a su lado, no podrían sobrevivir. Fue así como los jinetes lograron que aún frente al peligro de ser torturadas y hasta asesinadas por sus propios maridos, las jardineras siguieran “voluntariamente” casándose con ellos.

Pero como algunas jardineras se rebelaban contra esta forma de esclavitud, los hipermanes inventaron castigos atroces para aquellas que no se sometieran. En algunas partes de ese mundo se quemaron a millones de jardineras en la hoguera por el único pecado de ser solteras; mientras que, en otras, a las viudas se las quemaba vivas en las piras funerarias de sus difuntos esposos. Todavía en otros, a las viudas se las desterraba de sus hogares si no accedían a convertirse en las esclavas del hermano de su difunto marido.

Eran tan absurdas muchas de las tradiciones en ese mundo que, para considerarse sexualmente atractivas, los cuerpos de las jardineras tenían que ser moldeados a la manera decidida por los hipermanes. Dependiendo de la época histórica, en nombre de la belleza se exigía que ellas tuvieran casi que desaparecer para ser consideradas suficientemente esbeltas; mientras que en otras épocas, pechos, piernas, caderas, labios, ojos, nalgas o cualquier otra parte de sus cuerpos, se inflaban o encogían al gusto de las normas de belleza establecida por los misóginos hipermanes. A veces, a las jardineras se las obligaba a esconder todo menos los ojos, porque las normas de algunas religiones dictaban que el físico de las jardineras perturbaba a los jinetes, mientras que en otras culturas a las jardineras se las convencía que lo más importante era verse “sexy”, aunque su ropa fuera incómoda o hasta peligrosa para su salud. En todas las culturas, la apariencia y el bienestar de las jardineras llegaron a ser decidido por los hipermanes, quienes ejercían su misoginia parapetados detrás de la religión, la cultura o la moda.

Muchos de los jinetes aceptaban que la violencia contra las jardineras se había convertido en un verdadero problema social, pero la mayoría pensaba que era un problema menor, comparado con tantas otras crueldades que los hipermanes cometían contra ellos. Y peor aún, las propias víctimas defendían muchas de estas formas de violencia en nombre del amor romántico, el erotismo, la identidad cultural o religiosa, el respeto por las tradiciones y, aunque cueste creerlo, hasta en nombre de la libertad personal.

Tanto fue el odio y la violencia contra las madres, las hijas, las hermanas, las amigas y las colegas de los jinetes; y tanta fue la complicidad de demasiados jinetes con este sistema, que no se dieron cuenta de que a la mayoría de ellos esto también les hacía daño. No entendieron que un sistema que deshumanizaba precisamente a quienes tenían el poder de dar vida era un sistema que estaba basado en el desprecio por la vida misma. No vieron que un sistema así inevitablemente degeneraría en uno que le haría también la guerra a cualquier jinete que no aceptara sus valores. Peor aún, no vieron que si los cuerpos de las jardineras podían ser mercancías que los jinetes podían comprar a su antojo, por qué no también poder comprar y vender sus órganos, o a otros jinetes o hasta a la Madre Tierra, sus océanos, sus bosques, sus lagos y todos los seres que la habitaban. Fue así como sucedió que ese mundo vio su oxígeno enrarecido, sus aguas contaminadas y sus semillas privatizadas y convertidas en meras mercancías.

Fue tanto el poder sobre las jardineras, y tanto el desprecio de los jinetes y las jardineras por las jardineras, que la violencia contra ellas se fue incrementando al punto que los asesinatos de jardineras se volvieron cotidianos. La sucesión de muertes violentas de mujeres en una ciudad llamada Ciudad Juárez, en un país llamado México, fue el detonador de la atención pública de un fenómeno que se extendía a todas las naciones de ese mundo. La violencia en contra de las jardineras fue declarada uno de los problemas más graves que afrontaba el mundo por el mismo Secretario General de un órgano llamado Naciones Unidas. Pero el asesinato de jardineras, que incluso llegó a presentar signos de tortura, mutilación, saña y/o violencia sexual, seguía creciendo.

Los asesinatos de jardineras representaban la culminación del poder de los jinetes sobre las jardineras. Quienes estudiaban esas cosas demostraron que cuando un grupo utiliza su poder sobre otro, esa situación resulta en la pérdida de poder del grupo dominado, con lo cual se crea una peligrosa desigualdad de poder entre ellos que resulta en una violación reiterada y sistemática de los derechos de las integrantes del grupo dominado. Y, efectivamente, así sucedió: entre más utilizaron los jinetes su poder sobre las jardineras, estas perdían más y más su poder de recrear y cuidar la vida; al punto que la vida, especialmente la de las jardineras, llegó a no valorarse y hasta a despreciarse. Debido a esta situación el concepto de femicidio fue acuñado y usado por primera vez por las jardineras feministas Diana Rusell y Jill Radford, autoras del libro Femicide: The Politics of Woman Killing. En ese libro las autoras establecían que el concepto de femicide se refiere al asesinato de las jardineras por el hecho de ser tales, y que operaba como forma de dominación, poder sobre y control hacia ellas.

Según estas autoras, el femicidio se podía dar tanto en condiciones de paz como de guerra, en democracias como en dictadura. Podía ser cometido por conocidos —maridos, convivientes, novios, familiares, sacerdotes, médicos, amigos— o desconocidos —violentos, violadores, asesinos, grupos delincuenciales, miembros de las fuerzas armadas, policiales o del crimen organizado. Eso sí, todos los femicidios tenían en común su origen en las relaciones desiguales de poder entre los jinetes y las jardineras, las cuales ubicaban a las jardineras en una situación de mayor vulnerabilidad, limitando así el goce de su derecho a la vida, a la integridad personal, a la libertad y al acceso a la justicia y el debido proceso.

A pesar de la adopción de importantes mecanismos y políticas encaminadas a prevenir, investigar, procesar y sancionar los femicidios, los Estados no observaron adecuadamente sus obligaciones de ejercer la debida diligencia al realizar todas esas acciones, porque en el fondo, tanto sus funcionarias como funcionarios no tenían en muy alta estima la vida de las jardineras. Ese poco valor que se le daba a la vida y quehacer de las jardineras se traducía en grandes obstáculos para implementar esos mecanismos, leyes y políticas. Entre los desafíos más grandes se encontraban:

1. Desconocimiento de la teoría de los derechos humanos y no aplicación de sus tratados internacionales, especialmente la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la jardinera, CEDAW y la Recomendación General 19 que establecía que la violencia contra las jardineras era una forma de discriminación producto de las relaciones desiguales de poder entre jinetes y jardineras.
2. Reducción por parte de la población en general a clamar por el alto a la impunidad con respecto a los feminicidios, en vez de demandar el cumplimiento de todas las obligaciones estatales una vez cometida una violación a un derecho humano, incluidas las obligaciones de reparar el daño e impedir su repetición.
3. Falta de voluntad política para afrontar el feminicidio, la cual requeriría, entre otras, una reforma a fondo de la administración de justicia y de la policía.
4. Minimización del feminicidio por parte de las autoridades al no responder con seriedad y celeridad para investigar, procesar y sancionar a los responsables, así como reparar a las víctimas y sus familiares.
5. Ausencia de programas de sensibilización y capacitación sostenidos para todos los funcionarios/as de la administración de justicia y áreas afines.
6. Ausencia de sistemas de registro adecuados que proporcionasen datos precisos para el abordaje de la problemática.
7. Procesos judiciales demasiado centrados en el procesamiento penal de los agresores.
8. Investigaciones policiales y judiciales deficientes, incluyendo omisiones, errores y negligencia y, en algunos casos, hasta re-victimización de la víctima por su asesinato mostrando mayor interés en su vida privada que en el esclarecimiento de los hechos.
9. Poco y dificultoso acceso a la justicia delas y los familiares de las víctimas obstaculizándoles la reparación por su sufrimiento.
10. Ausencia de una comprensión holística de la seguridad pública que reduciría la vulnerabilidad de las jardineras al feminicidio.

Aunque nombrar el asesinato de jardineras por ser tales como femicidio ayudó a desarticular los argumentos que, además de insistir en la naturaleza privada de la violencia de género, tendían a culpabilizar a la víctima, el feminicidio se seguía dando en ese mundo porque los Estados no entendieron que para erradicarlo tenían que crear condiciones de igualdad entre jinetes y jardineras. Solo así podrían no solamente erradicar la impunidad por los feminicidios sino, más importante aún, erradicarlos por completo.

Pero el concepto de igualdad había probado ser uno de los más difíciles de implementar y hasta de entender. Su instrumentalización producía tales disparates como jardineras teniendo que probar ser tan fuertes, tan dinámicas o tan capaces de utilizar el poder sobre las y los otros como los hipermanes. Y como ese tipo de igualdad era imposible o no deseable para casi todas las jardineras, algunas propusieron que ya no se hablara de igualdad sino que mejor buscaran la armonía que habían gozado los dos sexos de ese mundo antes de que los hipermanes controlaran casi todo. Pero el problema era que eso no era ya posible, tanto porque en ese mundo todo lo asociado con la naturaleza, la reproducción, las emociones y los sentidos había sido despreciado por tantos milenios, como porque muy profundo en el corazón de cada jinete estaba la culpa por la injusticia que cometieron sus antepasados con las jardineras. Y muy profundo en el corazón de ellas estaba la vergüenza de haberlo permitido. Además, la ciencia y tecnología hipermánica había demostrado que ya no era posible clasificar a los seres de ese planeta en solo dos sexos, como se había hecho en el pasado cuando la diferenciación se había basado en la observación de los genitales. Ahora sabían que los cuerpos eran mucho más complejos y que la combinación de órganos genitales, cromosomas, gónadas, hormonas y aparato reproductor interno de las personas eran algo único en cada persona y, por tanto, las posibilidades eran casi infinitas. Pero si bien ya no se debía catalogar a las personas como pertenecientes a uno u otro sexo al nacer, lo cierto es que todas las sociedades de ese mundo aún lo hacían, y todo lo culturalmente construido había sido edificado sobre la suposición de la existencia de solo dos sexos: uno masculino y superior, y otro femenino e inferior.

Esta realidad, por más artificial o arbitraria que fuera, hacía que si bien la erradicación de los feminicidios no podía lograrse con una vuelta a un pasado menos violento y desigual donde solo se reconocían dos sexos complementarios, sí se podría lograr si se eliminaban las desigualdades entre todos los seres humanos; empezando por reconocer que los hipermanes no eran el modelo de ser humano y que su perspectiva no era la única posible, así como eliminando el valor peyorativo que en ese mundo se le daba a casi todo lo asociado con las jardineras, aunque estuviera en los cuerpos de los jinetes.

Por eso, unas jardineras que trabajaban con ese instrumento internacional de derechos humanos que hemos mencionado ya, y que se llama la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra las jardineras o CEDAW, proponían que la única forma de acabar con los feminicidios y otras violencias contra ellas era logrando erradicar la desigualdad de poder entre ellos y ellas, y que la única forma posible de lograrlo en esos momentos era implementando el tipo de igualdad que proponía esa Convención. Esa igualdad no se basaba en eliminar las diferencias entre estos dos grupos ni entre las jardineras mismas, sino todo lo contrario, la igualdad que proponía la CEDAW se basaba en reconocer que todos los seres eran igualmente diferentes y todos tenían derecho a gozar de todos los derechos humanos. Además, la igualdad que planteaba esa Convención reconocía que dado que por tantos milenios se había discriminado a las jardineras, la igualdad no se podría lograr con solo declararla, sino que los Estados tendrían que tomar muy variadas medidas concretas para erradicar todas las formas de discriminación si querían lograr la igualdad, incluidas medidas especiales de carácter temporal que en ese mundo se llamaban acciones afirmativas. Más importante aún, en su artículo 5, la CEDAW contemplaba la necesidad de cambiar ese pensamiento dicotómico, jerárquico y sexualizado que impedía que en ese mundo se entendiera que las diferencias entre jardineras y jinetes, así como las desigualdades entre jinetes y entre jardineras, podían considerarse como diferencias mutuas y, por lo tanto, sin jerarquía. Y tampoco eran las diferencias un obstáculo para la igualdad concebida como un derecho, sino todo lo contrario, eran la razón de ser de la misma, porque si todos los seres fueran idénticos no habría necesidad de un derecho a la igualdad.

Sí, aunque ustedes no lo crean, ese instrumento reconocía que todos los prejuicios y estereotipos creados por el pensamiento dicotómico tenían que ser transformados. Así fue como muchas y muchos se dieron cuenta de que esa forma dicotómica de ver y entender el mundo no les permitía entender el concepto de igualdad entre seres diversos y, por ende, no podían ni siquiera visualizar las soluciones a tantos femicidios y violencias. Comprendieron que esta nueva manera de entender la igualdad conlleva la integración de las oposiciones. Así los jinetes serían entendidos como tan diferentes o semejantes a las jardineras como ellas eran diferentes o semejantes a los jinetes. Entendieron que esa igualdad requería conceptos y categorías nuevas. Ya no habría oposición entre masculino y femenino, superior e inferior, sino que tendrían jardineras y jinetes productivamente cuidadores y cuidadosamente productivos. No habría oposición entre seres independientes y seres dependientes, sino seres interdependientes sin importar si eran jinetes o jardineras o cualquier combinación de ambos. Así también se entendió que lo personal era político y lo político personal, y que no podía haber individuos sin comunidad, ni comunidad sin individuos.

Entendieron que solo manteniendo las diferencias tajantes entre lo sicológico y lo social, lo personal y lo político, el cuidar y el construir podrían los jinetes mantener su poder sobre las jardineras. En vez de ver los valores y las cualidades que hasta ese momento habían entendido como femeninas o masculinas, las vieron como distintos aspectos o niveles de un mismo fenómeno: la vida humana en toda su magnífica diversidad.

Y así fue como entendieron que para librarse de los femicidios y las violencias de género tenían primero que lograr la igualdad porque era la ausencia de esta su causa. Para lograrlo, las jardineras tuvieron que perdonar a los jinetes y hacer un gran esfuerzo por sanar su traición repetida durante milenios. Los jinetes tuvieron que recrearse, redefinirse y reafirmarse como seres no en oposición a las jardineras, sino como seres capaces de sentir emociones y cuidar a las y los suyos. Juntos/as las jardineras y los jinetes se abocaron a cuestionar la forma dicotómica de sentir, entender y explicar la realidad, y juntas/os descubrieron las cualidades y valores que requerían para construir esa sociedad igualitaria.

Llegó el día en que jardineras y jinetes se entendieron como seres sentipensantes, interdependientes y poderosamente vulnerables. Seres capaces de pensar amorosamente, vivir el ahora sin desconocer el pasado ni olvidar el futuro, sintiéndose únicas/os a pesar de ser parte del todo. Lo lograron entrando en contacto con su propio ser en vez de alimentando egos heridos. En ese viaje interior despertaron al miedo que aquella primera traición les había provocado y lo reconocieron con renovado respeto. Así pudieron ver cómo la culpa y la vergüenza que brotaba de esa herida les habían impedido construir una verdadera igualdad.

Decidieron sanar la herida dejando ir la culpa y la vergüenza. Fue así como redescubrieron que había más alegría en el perdón, más energía en el amor y más posibilidades de éxito en la ternura. Y éxito tuvieron. Desde que lograron la igualdad entre jardineras y jinetes, nunca más hubo femicidios ni violencias de ningún tipo contra cualquier jardinera por el hecho de serlo. Al contrario, jinetes y jardineras aprendieron a trabajar juntas/os usando sus distintos poderes, ya no sobre otras/os, sino para disfrutar el poder de crear y recrear la vida en su mundo.

Fuente: ApiaVirtual

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