sábado, 19 de marzo de 2016

La religión de los corruptos.


por José Mª Castillo

Es un hecho que, en España y fuera de España, abundan los corruptos mucho más de cuanto podíamos imaginar. Como es un hecho igualmente que, en España y fuera de España, abundan también los ciudadanos que, no sólo son corruptos (comprobados y documentados), sino que, además y junto a su corrupción, son ostensiblemente religiosos. Yo me atrevería a decir que los corruptos religiosos son (o somos) legión. Lo estamos viendo todos los días. Y lo vamos a ver, con incienso de sacristía. Y con lujo y música de trompetas y tambores, en las próximas celebraciones de la semana santa. Individuos que roban, mienten, se quedan con el dinero de otros y, al mismo tiempo, ahí los tienes, besado “cristos” y “vírgenes”, luciendo túnicas y capirotes de penitencia, asistiendo, tan devotos ellos, a ceremonias sagradas, etc, etc.

¿Cómo se explica que religión y corrupción hayan llegado a ser dos prácticas, dos tradiciones, dos convicciones tan vinculadas la una a la otra? ¿No será porque la una y la otra se necesitan mutuamente? Más aún, ¿no ocurrirá este extraño maridaje porque religión y corrupción se potencian mutuamente?

La tradición cristiana se ha interesado por este asunto más de lo que algunos se imaginan. El Evangelio afirma de forma tajante: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). Que, en realidad, viene a decir: “No podéis dar culto a Dios y al dinero”. Dar culto a Dios no es simplemente rezar o ir a misa. Dar culto a Dios es hacer lo que Dios quiere. El problema está en que hay mucha gente que reza y va a misa, pero, en los asuntos más serios de la vida, no hace lo que Dios quiere, sino lo que más le conviene para sus intereses de dinero y ganancia. Teniendo en cuenta que la codicia del dinero se canaliza y se gestiona siempre mediante el poder del que tiene, que usa, abusa y explota al que no tiene. Por supuesto, varían las formas de hacer esta macabra y canallesca gestión. Pero, a fin de cuentas, siempre es esto lo que se hace.

Entonces, y en definitiva, ¿en qué consiste la religión de los corruptos? Consiste en el empeño absurdo por hacer posible lo que es imposible. A saber, pretender servir a Dios (en el rezo, en la misa, en las devociones...), siendo al mismo tiempo un corrupto, un tramposo, un embustero, un hipócrita, que no tiene más remedio que ocultar lo que es y lo que hace. Que no es otra cosa que pretender la cuadratura del círculo. Servir a Dios, sirviendo al dinero, aunque eso se haga a costa de quedare con lo que es de otros, con lo que daña sobre todo a los más indefensos, a los más desamparados.

Naturalmente, para vivir entregado a una tarea, tan vergonzosa y repugnante, se necesita astucia y desvergüenza. Pero se necesita también echarle al asunto una buena dosis de “religión”. Porque la religión tranquiliza la conciencia del tramposo. Y ayuda a que semejante individuo tenga buena imagen. Por esto, ni más ni menos, ocurre - con tanta frecuencia - que religión y corrupción se necesitan mutuamente. Y se potencian la una a la otra. Y si no, ¿por qué ocurre, con tanta frecuencia, que las gentes y los grupos más corruptos son precisamente los que más defienden los intereses de la religión? No vendría mal que, en los próximos días de semana santa, además de rezar y ver santos, dedicásemos algún tiempo a pensar en serio la dosis de corrupción, que hay en nuestra vida, y que, no raras veces, ocultamos (ante los demás y ante nosotros mismos) mediante la excelente tapadera que puede ser la religión .

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