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sábado, 24 de febrero de 2018

Decenas de miles de jubilados se manifiestan en toda España para reclamar pensiones más dignas.


La más multitudinaria se ha producido a las puertas del Congreso de los Diputados, donde han contado con el apoyo de diputados del PSOE, Podemos y representantes sindicales.

Decenas de pensionistas se han concentrado este jueves en más de 30 ciudades españolas, como Madrid, Barcelona, A Coruña, Sevilla o Murcia para reclamar "pensiones dignas". Las concentraciones tenían el objetivo de visibilizar el descontento de los jubilados por la subida de la prestación al 0,25%.

Los afectados reclaman que los incrementos de las pensiones cubran el incremento de los precios y que los Presupuestos Generales del Estado incluyan partidas para asegurar la financiación de la Seguridad Social.

En Madrid, los pensionistas han ocupado al mediodía la Plaza de las Cortes frente al Congreso de los Diputados, cortando el tráfico en la Carrera de San Jerónimo, casi rodeando la sede parlamentaria y han conseguido romper el cordón policialen varios puntos para llegar hasta las mismas puertas de la Cámara Baja.

Los jubilados revientan el cerco policial en la Carrera de San Jerónimo. Ahora se concentran al pie de las escaleras del Congreso. "Menos Ladrones y más pensiones", gritan pic.twitter.com/EVTTyZUget







Los pensionistas han sido acompañados por varios diputados de Podemos y el PSOE. Una delegación de las entidades organizadoras de la concentración, entre los que se encuentran los sindicatos CC.OO. y UGT, ha registrado en el Congreso un escrito en el que demandan "romper el bloqueo político de PP y Ciudadanos" para cambiar la actual legislación de pensiones. 
Todas las regiones se suman a la protesta


Manifestación del Movimiento Gallego por la Defensa de las Pensiones Públicas, que convocó hoy una movilización en A Coruña para pedir al Gobierno que garantice la actualización de las pagas según el coste de la vida e incrementar las mínimas.EFE/Cabalar

Las mareas de jubilados se han extendidos por otras ciudades españolas como A Coruña, Sevilla, Barcelona o Zaragoza, que han vivido concentraciones multitudinarias en las que también se ha exigiendo la dimisión del presidente del Gobierno. 

En Barcelona, alrededor de 400 manifestantes, según datos de la Guardia Urbana, han entrado en la Plaza de Catalunya al grito de "Rajoy dimisión" y otras ciudades catalanas como Girona, Lleida, Figueres (Girona), Mataró (Barcelona), Reus (Tarragona), Sabadell (Barcelona), Terrassa (Barcelona) y Tortosa (Tarragona) también han protagonizado concentraciones en las calles de sus respectivas ciudades.



Miles de jubilados y pensionistas, convocados por la plataforma de asociaciones de jubilados, viudas y pensionistas de Bizkaia, se han manifestado hoy por las calles de Bilbao. EFE/MIGUEL TOÑA


En diversas ciudades de País Vasco, entre ellas las tres capitales , las asociaciones de pensionistas han reunido, según fuentes municipales, a cerca de 35.000 personas. Los pensionistas han llenado las calles del centro de Bilbaoincluso antes de la marcha portando pancartas y coreando lemas con mensajes como 'Basta de robar a los pensionistas', 'Unidos en defensa de las pensiones', 'Esta lucha la vamos a ganar', 'Las pensiones son un derecho' o 'Menos ladrones y más pensiones'.


En Sevilla los pensionistas se han concentrado en torno una Plaza Nueva abarrotada de gente, según mostraban algunos tuiteros. 






Plaza Nueva de Sevilla, hoy. Concentración por las pensiones públicas. Andalucía despierta. Ya es hora.


En Murcia, alrededor de mil personas se manifestaron frente a la sede del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS). Varios jubilados han quemado en una hoguera improvisada las cartas de Empleo en las que les fue notificada la subida del 0,25%. El responsable de UGT de la región ha criticado que el Gobierno se gaste "tres euros en mandar una carta que hay que confeccionar, ensobrar, ponerle un sello y luego distribuirla a la casa de cada uno", cuando la subida de las pensiones es de sólo dos euros.


Las asociaciones de pensionistas de Asturias y Gijón (APA y APG) han sido las convocantes de la marcha en Oviedo, en la que se han reunido más de 4.500 pensionistas asturianos indignados con los recortes en la prestación.


Otros 500 pensionistas se han reunido en torno a la Plaza de España de Mérida convocados por la Plataforma de Jubilados y Pensionistas de Mérida y comarca, cuyo representante ha recalcado que el sistema de pensiones es algo que les "preocupa mucho" tanto para ellos como "para la gente que viene por detrás", es decir, quienes quedan por jubilarse y los jóvenes. "Cargarse el sistema de pensiones es cargarse su futuro (de los jóvenes) cuando sean mayores", ha apuntado.


Las cifras de la delegación del Gobierno en Canarias indican que en la manifestación en santa Cruz de Tenerife se concentraron unas 600 personas y unas 1.800, lo hicieron en Las Palmas de Gran Canaria.

Fuente: publico.es

lunes, 15 de julio de 2013

Erosión del sentido de la vida y las manifestaciones de la calle.





Poco a poco va quedando claro que las manifestaciones masivas de la calle que han ocurrido en los últimos tiempos en Brasil y en todo el mundo, expresan más que reivindicaciones puntuales, como una mejor calidad del transporte urbano, mejor sanidad, educación, empleo, seguridad y el rechazo a la corrupción y a la democracia de las alianzas apoyadas por negocios trapaceros. Fermenta algo más profundo, diría casi inconsciente, pero no menos real: el sentimiento de una ruptura generalizada, de frustración, de decepción, de erosión del sentido de la vida, de angustia y miedo ante una tragedia ecológico-social que se anuncia por todas partes y que puede poner en peligro el futuro de la humanidad. Podemos ser una de las últimas generaciones que habiten este planeta.

No es extraño que el 77% de los manifestantes tengan estudios superiores, es decir, son gente capaz de sentir este malestar del mundo y expresarlo como un rechazo a todo lo que está ahí.

Primero, es un malestar frente al mundo globalizado. Lo que vemos nos avergüenza porque significa una racionalización de lo irracional: el imperio norteamericano decadente para mantenerse necesita vigilar a gran parte de la humanidad, usar la violencia directa contra quien se opone, mentir descaradamente como en la motivación de la guerra contra Iraq, irrespetar cualquier derecho y las normas internacionales, como el "secuestro" del presidente Evo Morales de Bolivia, que han hecho los europeos, pero forzados por las fuerzas de seguridad estadounidenses. Niegan los valores humanitarios y democráticos de su historia que inspiraron a otros países.

Segundo, la situación de nuestro Brasil. A pesar de las políticas sociales del gobierno del PT que aliviaron la vida de millones de pobres, hay un océano de sufrimiento, producido por la favelización de las ciudades, por los bajos salarios y por la ganancia de la máquina productivista de estructura capitalista, que debido a la crisis sistémica y a la competencia cada vez más feroz, sobreexplota la fuerza de trabajo. Sólo para dar un ejemplo: la investigación realizada en la Universidad de Brasilia entre 1996-2005 encontró que cada 20 días se suicidaba un empleado de la banca debido a las presiones por metas, exceso de tareas y pavor al desempleo. Y no hablemos de la farsa que es nuestra democracia. Me valgo de las palabras del sociólogo Pedro Demo, profesor de la UNB, en su Introducción a la Sociología (2002): «Nuestra democracia es la representación nacional de una hipocresía refinada, llena de leyes bonitas, pero hechas siempre en última instancia por las élites dominantes para que les sirva a ellas de principio a fin. El político se caracteriza por ganar bien, trabajar poco, hacer negocios turbios, emplear a familiares y parientes, enriquecerse a costa del erario público y entrar en el mercado desde arriba ... Si ligásemos democracia con justicia social, nuestra democracia sería su propia negación» (p. 330, 333). Ahora entendemos por qué la calle pide una profunda reforma política y otro tipo de democracia donde el pueblo quiere codecidir los caminos del país.

Tercero, la degradación de las instancias de lo sagrado. La Iglesia Católica nos ha ofrecido grandes escándalos que han desafiado la fe de los cristianos: sacerdotes pederastas, obispos e incluso cardenales. Escándalos sexuales dentro de la Curia Romana, el cuerpo de confianza del Papa. Manipulación de millones de euros en el Banco del Vaticano (IOR), donde los altos eclesiásticos se aliaron con mafiosos y millonarios corruptos italianos para blanquear dinero. Iglesias neo-pentecostales en sus programas de televisión atraen a miles de fieles, usando la lógica del mercado y transformando de la religiosidad popular en un negocio infame. Dios y la Biblia se ponen al servicio de la disputa mercadológica para ver quien atrae más telespectadores. Hay sectores de la Iglesia Católica que tampoco escapan a esta lógica, con el espectáculo de misas-show y sacerdotes-cantores con su autoayuda fácil y canciones melifluas.

Por último, no escapa al malestar generalizado la difícil situación del planeta Tierra. Todos se están dando cuenta de que el proyecto de crecimiento material está destruyendo las bases que sustentan la vida, devastando los bosques, diezmando la biodiversidad y causando acontecimientos cada vez más extremos. La reacción de la Madre Tierra está dada por el calentamiento global, que sigue subiendo, si llegase en las próximas décadas a 4-6 grados Celsius más, por el calentamiento abrupto, podría diezmar la vida que conocemos y hacer imposible la supervivencia de nuestra especie, desapareciendo nuestra civilización.

Ya no podemos engañarnos a nosotros mismos, cubriendo las heridas de la Tierra con esparadrapos. O cambiamos de rumbo, manteniendo las condiciones de la vitalidad de la Tierra, o el abismo nos espera.

Como insiste la Carta de la Tierra: «Nuestros retos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales, están interrelacionados», esta interconexión real, aunque en parte inconsciente, lleva a las calles a miles de personas que quieren otro mundo posible y necesario ahora. O aprovechamos la oportunidad de cambiar o no habrá futuro para nadie. El inconsciente colectivo presiente este drama, de ahí el grito de la calle pidiendo cambios. Si no atendemos sus exigencias, se puede retrasar la tragedia, pero no podremos evitarla. El tiempo de escuchar y actuar es ahora.




Fuente: Koinonia

martes, 25 de junio de 2013

Brasil: el precio del progreso.




Boaventura de Sousa Santos, Doctor en Sociología del Derecho por la Universidad de Yale y catedrático de Sociología en la Universidad de Coímbra


Con la elección de la presidenta Dilma Roussef, Brasil quiso acelerar el paso para convertirse en una potencia global. Muchas de las iniciativas en ese sentido venían de atrás, pero tuvieron un nuevo impulso: Conferencia de la ONU sobre el Medio Ambiente, Rio+20 en 2012, Mundial de Fútbol en 2014, Juegos Olímpicos en 2016, lucha por un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, papel activo en el creciente protagonismo de las “economías emergentes”, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y África del Sur), nombramiento de José Graziano da Silva como director general de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 2012 y de Roberto Azevedo como director general de la Organización Mundial del Comercio a partir de 2013, una política agresiva de explotación de los recursos naturales, tanto en Brasil como en África, principalmente en Mozambique, fomento de la gran agricultura industrial, sobre todo para la producción de soja, agrocombustibles y la cría de ganado.

Beneficiado por una buena imagen pública internacional granjeada por el presidente Lula y sus políticas de inclusión social, este Brasil desarrollista se impone ante el mundo como una potencia de nuevo tipo, benévola e inclusiva. No podía, pues, ser mayor la sorpresa internacional ante las manifestaciones que en la última semana sacaron a la calle a centenares de miles de personas en las principales ciudades del país. Si ante las recientes manifestaciones en Turquía la lectura sobre las “dos Turquías” fue inmediata, en el caso de Brasil fue más difícil reconocer la existencia de “dos Brasiles”. Pero está ahí a ojos de todos. La dificultad para reconocerla reside en la propia natureza del “otro Brasil”, un Brasil furtivo a análisis simplistas. Ese Brasil está hecho de tres narrativas y temporalidades. La primera es la narrativa de la exclusión social (uno de los países más desiguales del mundo), de las oligarquías latifundistas, del caciquismo violento, de las élites políticas restrictas y racistas, una narrativa que se remonta a la colonia y se ha reproducido sobre formas siempre mutantes hasta hoy.

La segunda narrativa es la de la reivindicación de la democracia participativa, que se remonta a los últimos 25 años y tuvo sus puntos más altos en el proceso constituyente que condujo a la Constitución de 1988, en los presupuestos participativos sobre políticas urbanas en centenares de municipios, en el impeachment del presidente Collor de Mello en 1992, en la creación de consejos de ciudadanos en las principales áreas de políticas públicas, especialmente en salud y educación, a diferentes niveles de la acción estatal (municipal, regional y federal). La tercera narrativa tiene apenas diez años de edad y versa sobre las vastas políticas de inclusión social adoptadas por el presidente Lula da Silva a partir de 2003, que condujeron a una significativa reducción de la pobreza, a la creación de una clase media con elevada vocación consumista, al reconocimiento de la discriminación racial contra la población afrodescendiente e indígena y a las políticas de acción afirmativa, y a la ampliación del reconocimiento de territorios y quilombolas [descendientes de esclavos] e indígenas.

Lo que sucedió desde que la presidenta Dilma asumió el cargo fue la desaceleración o incluso el estancamiento de las dos últimas narrativas. Y como en política no existe el vacío, ese terreno baldío que dejaron fue aprovechado por la primera y más antigua narrativa, fortalecida bajo los nuevos ropajes del desarrollo capitalista y las nuevas (y viejas) formas de corrupción. Las formas de democracia participativa fueron cooptadas, neutralizadas en el dominio de las grandes infraestructuras y megaproyectos, y dejaron de motivar a las generaciones más jóvenes, huérfanas de vida familiar y comunitaria integradora, deslumbradas por el nuevo consumismo u obcecadas por el deseo de éste.

Las políticas de inclusión social se agotaron y dejaron de responder a las expectativas de quien se sentía merecedor de más y mejor. La calidad de vida urbana empeoró en nombre de los eventos de prestigio internacional, que absorbieron las inversiones que debían mejorar los transportes, la educación y los servicios públicos en general. El racismo mostró su persistencia en el tejido social y en las fuerzas policiales. Aumentó el asesinato de líderes indígenas y campesinos, demonizados por el poder político como “obstáculos al crecimiento” simplemente por luchar por sus tierras y formas de vida, contra el agronegocio y los megaproyectos mineros e hidroeléctricos (como la presa de Belo Monte, destinada a abastecer de energía barata a la industria extractiva).

La presidenta Dilma fue el termómetro de este cambio insidioso. Asumió una actitud de indisimulable hostilidad hacia los movimientos sociales y los pueblos indígenas, un cambio drástico respecto a su antecesor. Luchó contra la corrupción, pero dejó para los aliados políticos más conservadores las agendas que consideró menos importantes. Así, la Comisión de Derechos Humanos, históricamente comprometida con los derechos de las minorías, fue entregada a un pastor evangélico homófobo, que promovió una propuesta legislativa conocida como cura gay. Las manifestaciones revelan que, lejos de haber sido el país que se despertó, fue la presidenta quien se despertó. Con los ojos puestos en la experiencia internacional y también en las elecciones presidenciales de 2014, la presidenta Dilma dejó claro que las respuestas represivas solo agudizan los conflictos y aislan a los gobiernos.

En ese sentido, los alcaldes de nueve capitales ya han decidido bajar el precio de los transportes. Es apenas un comienzo. Para que sea consistente, es necesario que las dos narrativas (democracia participativa e inclusión social intercultural) retomen el dinamismo que ya habían tenido. Si fuese así, Brasil mostrará al mundo que sólo merece la pena pagar el precio del progreso profundizando en la democracia, redistribuyendo la riqueza generada y reconociendo la diferencia cultural y política de aquellos que consideran que el progreso sin dignidad es retroceso.