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sábado, 15 de abril de 2017

La fiesta de Pascua y ázimos.


Bases bíblicas veterotestamentarias de la celebración
Jesús PELÁEZ


El titulo del presente artículo puede resultar a simple vista extraño al lector. Hay una serie de interrogantes que afloran a la superficie espontáneamente:

¿Tienen algo que aportar las fiestas del Antiguo Testamento a nuestras celebraciones litúrgicas?

¿No ha cambiado fundamentalmente el concepto de celebración del Antiguo al Nuevo Testamento?

¿No están superadas ya todas las fiestas del Antiguo Testamento desde una óptica cristiana?...

Sin embargo, hay un dato incontestable: fiestas como la Pascua o Pentecostés y otras son la terminal indudable de un dinamismo que, nacido con frecuencia en culturas no bíblicas, pasa a formar parte del talante festivo del pueblo de Dios antes o al llegar a la Tierra Prometida, llegando a su plenitud en Jesús y la comunidad cristiana primitiva. Estas fiestas están tan enraizadas en el Antiguo Testamento que, sin éste como clave hermenéutica y punto de partida, resulta imposible descifrar su profundo significado liberador.

Por otra parte, el proceso evolutivo que han seguido las fiestas del Antiguo Testamento desde su origen hasta Jesús tiene muchos puntos de contacto con la evolución de nuestras fiestas cristianas (auténticas celebraciones de la vida, que han sido bautizadas, "liturgizadas", y se han convertido en celebraciones de sí mismas, lejos de la vida en que se originaron)[1].



CELEBRACIÓN O FIESTA

Por celebración entendemos "la expresión comunitaria, ritual y alegre de experiencias y anhelos comunes, centrados en un hecho histórico o contemporáneo"[2].

Según esta definición es fundamental para la fiesta que haya algo que celebrar (un hecho) y un grupo que celebre (una comunidad). El hecho que celebramos puede ser pasado o presente, pero la celebración lanza a los participantes al futuro (anhelo de que ese hecho pasado o contemporáneo siga produciendo efectos beneficiosos que se puedan disfrutar a partir de ahora). Toda fiesta debe tener, por tanto, una dimensión escatológica o apertura de la esperanza. Siendo la celebración expresión comunitaria hace falta ponerse de acuerdo en el cómo de la misma (un rito), y por ser celebración debe tener carácter festivo, alegre, jubiloso (alegría).

Son, por tanto, ingredientes esenciales de la fiesta: un hecho, una comunidad, un rito y alegría esperanzadora.



LAS FIESTAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

De todas las fiestas del Antiguo Testamento podemos hacer dos grupos:

1) Unas son de tipo familiar como la circuncisión, la fiesta de introducción en la vida religiosa del niño cuando éste lee por primera vez un trozo de la ley, llamada bar mitzvah, matrimonio, funerales.

2) Otras son fiestas nacionales. Las más antiguas de éstas son tres: Azimos, Semanas y Tabernáculos. La fiesta de Pascua quedó finalmente ligada a la de Azimos. Entre las posteriores se encuentran el Día de la expiación, la Fiesta de las luces, la de las Suertes.

Forma capítulo aparte el Sábado, verdadera institución judía.

Dada la abundancia de fiestas enumeradas y la limitación del presente artículo, nos vamos a ceñir al estudio de la fiesta de Pascua y Azimos, la más representativa de ellas, entre las de carácter nacional.



1. La fiesta de Pascua y Azimos. Origen y evolución

Son muchos los textos bíblicos que aluden a esta fiesta. Unos son más o menos litúrgicos[3], otros históricos y se refieren a la celebración de las diferentes pascuas históricas[4].

Siendo dos fiestas distintas en su origen (Pascua-Azimos), vamos a estudiarlas por separado.

- La Pascua[5]era fiesta de nómadas pastores o seminómadas Se celebraba fuera del santuario, sin sacerdote ni altar. Consistía en el sacrificio de un animal joven para obtener la fecundidad y prosperidad del ganado. La víctima era asada a fuego, no se le podía romper ningún hueso. Con su sangre se untaban los palos de la tienda (más tarde, las jambas de las puertas), para así alejar amenazas o desastres, verdadero rito protector de peligros. En principio, el rito del sacrificio del cordero no incluía banquete. Al incluirse éste, se comía acompañado de pan sin levadura de los beduinos y hierbas amargas, hierbas del desierto, no hortalizas. Se cenaba con el atuendo de quien está preparado para una larga marcha: báculo de pastor en mano, lomos ceñidos, sandalias en los pies[6] . La fiesta era de noche, noche de luna llena, la más luminosa.

Era una fiesta anual, fiesta de primavera, tiempo en que se salía con el rebaño a la búsqueda de pastos, momento decisivo y peligroso. El carácter de esta fiesta era cíclico (el eterno retorno de las estaciones) y tenía, en su origen, aire de ritmo mágico más que histórico.

- Los Azimos[7]aluden a la nueva cosecha. Esta fiesta indicaba el comienzo de la siega de las cebadas que se hace en primavera y culminaba en la fiesta de las semanas, fin de la cosecha, siete semanas después.

Para impedir que los espíritus nefastos del año anterior penetrasen en el año entrante, se descartaba toda la harina vieja y fermentada. Había que esperar a que la harina nueva fermentase sola para utilizar la nueva levadura. La espera duraba unos siete días, los días de los Azimos, es decir, días en que se comían los panes sin levadura, por no haber levadura disponible de la nueva cosecha.

Esta fiesta la tomaron los israelitas con toda probabilidad de los cananeos (Lv 23,10). Después de la conquista de Canaán, la Pascua de los nómadas se unificó seguramente con la fiesta agrícola de la primavera o Azimos y ambas fiestas cambiaron su significado originario.

De origen preisraelita (la Pascua) y cananeo (los Azimos) pasaron a ser una sola fiesta, fiesta de acción de gracias al Dios de la Alianza por la liberación de la esclavitud de Egipto.

En una primavera, Dios intervino para liberar a su pueblo de la esclavitud, comenzando así la historia de Israel como pueblo y como pueblo elegido. Esta liberación se consumó con la instalación en la Tierra Prometida. Las fiestas de Pascua y Azimos sirvieron para conmemorar estos acontecimientos (Exodo y Conquista o Asentamiento en la Tierra).

El sacrificio de los animales sustituye al de los primogénitos del pueblo; el exterminador pasa de largo ante las puertas rociadas con sangre; los panes Azimos indican las prisas de la partida; las hierbas amargas recuerdan la dureza de la esclavitud; el comienzo habitual del año para los nómadas (la primavera, trashumancia del ganado en busca de pastos) se convierte en el nuevo comienzo del año israelita (Ex 12,2).

Esta nueva fiesta, en su origen familiar, se hizo fiesta de peregrinación al templo tras la reforma cultual de Josías, fiesta nacional. El tiempo postexílico unió el degüello del animal en el templo con la comida sacrificial en la intimidad de la familia o círculos de amigos en las casas de Jerusalén, dándole así mayor importancia a: sacrificio que a la casa.

Hasta aquí la fiesta de Pascua y Azimos. Las otras dos grandes fiestas antiguas (la fiesta de las Semanas o Pentecostés y la de los Tabernáculos) siguieron un proceso similar al que acabamos de exponer[8].

De lo anteriormente expuesto se pueden destacar, en síntesis, los siguientes puntos:

Las fiestas de Pascua y Azimos eran fiestas nómadas o agrícolas en las que se celebraba cíclicamente el comienzo del año y la primera cosecha. Estaban vinculadas, en su origen, a dos momentos cruciales importantes de la vida del pueblo (trashumancia del ganado y recolección).

Estas fiestas, al ser aceptadas e integradas por Israel, se purifican de lo mágico y supersticioso y se cargan, en un segundo momento, de contenido histórico: celebran, con ocasión del año o la cosecha nuevos, el nacimiento de un pueblo a la libertad (Exodo) y la instalación en la tierra (Conquista o Asentamiento). Nace así una nueva fiesta enraizada en la historia de la salvación, historia lineal, no cíclica.

De fiesta familiar (sin templo, ni sacerdotes) se convierte, en una etapa posterior, en una celebración cúltica nacional (sacrificio del cordero en el templo), entroncada en la vida (cena en casa). La fiesta se hace liturgia.

La liturgia tiende a crear un nuevo tipo de relación comunitaria en el pueblo: alegría, juego, abolición de barreras y diferencias sociales. Zenger[9] comenta así: “Estrechamente ligada a la historización de las antiguas fiestas agrícolas está la creciente acentuación del papel de integración social. Las fiestas se consideran en Israel como actos genuinamente humanos y promotores de humanidad. Esto viene subrayado sobre todo por el movimiento deuteronomista que evoca continuamente la alegría y el juego como factores determinantes de esas fiestas y quiere comunicar mediante ellas experiencias liberadoras y gratificantes. Además no sólo se promueve el efecto comunitario de las fiestas trasladando su culmen ritual a Jerusalén, sino que el aspecto social se recalca también por la circunstancia de que durante los ritos deben caer las diferencias y barreras sociales al celebrar conjuntamente la fiesta. Así, los ritos no son un mero acto individual, sino que están ordenados al conjunto del pueblo de Yahvé."

En la liturgia festiva se actualiza constantemente el hecho salvífico pasado, convirtiendo la celebración en actual liberación del nuevo pueblo reunido o, lo que es igual, encuentro salvífico de Dios con su pueblo, garantía de futuras actuaciones salvíficas de Dios[10].

La fiesta de Pascua y Azimos es, como como acabamos de ver, una auténtica celebración en el sentido más arriba expresado: celebración enraizada en la vida, en la historia del pueblo, convertida en experiencia de la liberación actual y garantía de futuras liberaciones.



2. La decadencia de las fiestas en el Antiguo Testamento

Las fiestas del Antiguo Testamento, surgidas de la celebración de la vida, no tardaron mucho en ritualizarse y en dejar de ser celebraciones auténticas de los momentos fuertes de la cultura nómada o agrícola o de la historia de la salvación.

Fiestas nacidas de la cultura ambiental se israelizaron, se historificaron, pero, al mismo tiempo, se ritualizaron hasta el extremo de no ser ya celebraciones de la vida, sino celebraciones de sí mismas, separadas y desconectadas de la vida que las originó.

La corriente profética se enfrenta curiosamente con las fiestas y ritos de Israel porque se han apartado de su origen (la vida) y han creado en el seno de la comunidad la dicotomía vida-culto.

La protesta de los profetas va en una doble línea:

Por un lado, los ritos no llevan al encuentro con Yahvé, sino que representan en gran medida una adoración idolátrica de la naturaleza y su fertilidad. En esto la actitud de Oseas ante la celebración cultual es tajante. El segundo capítulo de su libro es un buen ejemplo de ello. “Los israelitas querían venerar simultánea­mente al Señor que los guiaba en la historia y a los baales que los alimentaban con el ciclo de las estaciones. Como el Señor es celoso y no admite dioses rivales, venerar otros dioses es hacerle traición. El ha querido encargarse también de la fecundidad de hombres y campos (Dt 28,4); si los israelitas buscan esas bendiciones cortejando a otras divinidades, el Señor los hará fracasar para que aprendan o recuerden quién los controla y otorga, y así se conviertan al amor exclusivo de su Señor"[11].

Por otro lado, los ritos se convierten en celebración de sí mismos. A este respecto, el profeta Amós tiene párrafos impresionantes. Transcribo uno: “Detesto y rehuso vuestras fiestas, no me aplacan vuestras reuniones litúrgicas; por muchos holocaustos y ofrendas que me traigáis, no los aceptaré ni miraré vuestras víctimas cebadas. Retirad de mi presencia el barullo de los cantos, no quiero oír la música de fa cítara; que fluya como agua el derecho y la justicia como arroyo perenne” (Am 5,21-24).

Con bastante claridad -comenta L. A. Schökel[12]- plantean estos versos los grandes problemas del Antiguo Testamento: la relación y tensión entre el culto y la justicia social. El israelita inventa el culto primero para honrar al Señor, cosa valiosa; después lo practica para asegurarse el favor de Dios, para aplacar su ira sin tener que cambiar su conducta, y esto es farsa, execración, intento de soborno... La injusticia vicia el culto.

En resumen, el rito ya no es celebración de la vida, sino que viene a confirmar la violación constante de la misma.

Finalmente, falta sobre todo a las fiestas -como dice E. Zenger[13] - "esa fuerza social constructiva que deberían tener en cuanto fiestas de Yahvé y en cuanto ritos hechos por seres humanos que, mediante ellos, habrían de configurar la historia de su vida colectiva como convivencia de personas liberadas y con iguales derechos. La actitud de la crítica profética del rito no va dirigida contra los ritos en sí, sino que pretende hacer patente que Israel se halla de hecho en una disposición indigna del rito y propiamente incapaz para él, en tanto no se haga realidad como principio básico de la convivencia el orden salvífico y jurídico de Yahvé. En este sentido, la crítica cultual de los profetas esal mismo tiempo crítica social y crítica de la fe: el rito sólo agrada a Yahvé cuando promueve la convivencia humana. Y al revés, un rito que desarrolle y libere la vida humana ha de abrir, al mismo tiempo, esa vida a la experiencia de que la vida humana es un regalo de Yahvé y debe aceptarse responsablemente como tal".

Lo que los profetas contestan, por tanto, no es el culto o la celebración, sino una celebración aislada de la vida; condenan fundamentalmente la dicotomía culto-vida[14].

En el Nuevo Testamentose abre un capítulo radicalmente nuevo. Jesús acaba con el culto, convirtiendo la vida del hombre en culto a Dios. La vida es la verdadera celebración y el único rito agradable a Dios es la ofrenda de la vida por amor. Jesús sustituye el templo, el cordero, los sacerdotes, la alianza, y se hace él mismo todo aquello. La liturgia será el amor hasta dar la vida; el cordero, su misma persona; el templo, él y la comunidad cristiana; él será también el sumo sacerdote de la nueva y definitiva alianza de Dios con su pueblo.

En un nuevo ciclo los cristianos se reunirán para celebrar la vida de Jesús y la propia en la celebración eucarística, verdadera celebración festiva y comunitaria del hecho salvador v liberador de la muerte y resurrección de Jesús en la comunidad, el éxodo definitivo, la verdadera Pascua del Cordero Inmolado[15].



Conclusiones

Formulo, para terminar, algunas de los interrogantes que las fiestas veterotestamentarias plantean a nuestras celebraciones cristianas:

- Las fiestas israelitas, como hemos visto, son fiestas enraizadas en la tradición festiva del pueblo preisraelita o cananeo. Asumieron los ritos y símbolos de otros pueblos como base para sus nuevas celebraciones. Integraron antiguos ritos, purificándolos de superstición o idolatría, y los llenaron de contenido histórico salvífico. Para celebrar utilizaron lenguaje, símbolos, ritos de otros pueblos asumiendo la tradición popular festiva de ellos.

¿Se da en nuestra celebración una valoración de la simbólica, lenguaje y ritos no estrictamente cristianos? Dicho de otro modo, ¿nuestra celebración está enraizada en la tradición festiva de nuestro pueblo?



- El rito es necesario en toda celebración comunitaria.

Pero ¿es igualmente necesario el ritualismo lleno de significaciones arcaicas y ocultas?



- El rito es medio de expresión comunitaria, el ritualismo impide la expresión.

Nuestras celebraciones, ¿son ritos auténticos o hemos caído en ritualismos vacíos de contenido?



- En toda celebración debe resaltarse el aspecto lúdico, festivo.

La fiesta transcurre siempre dentro de un marco, pero éste, con frecuencia, es desbordado. La fiesta es el exceso, lo que sobrepasa la cotidianeidad.

¿Hay en nuestras celebraciones un margen para la fiesta entendida como exceso, alegría, juego e improvisación? Mucho tendríamos que aprender de nuestras tradiciones festivas populares donde el marco ritual está constantemente asediado por la expresión espontánea e inesperada.



- La fiesta tiene un dinamismo social constructivo que tiende a crear una nueva comunidad de iguales en la diversidad, un mundo más justo y equitativo.

¿Se da este dinamismo en nuestras celebraciones? El poder de cambio y transformación está reducido en ellas a su mínima ex­presión.



- Finalmente, para que haya fiesta religiosa es necesaria una doble dimensión horizontal-vertical (yo-tú / nosotros-Dios).

Este esquema se transforma en nuestras celebraciones con frecuencia en yo-Dios, omitiendo los términos tú-nosotros.



Todos estos interrogantes, en la medida en que no hallen respuesta satisfactoria, hacen que la celebración muera y que la crítica profética veterotestamentaria caiga sobre ella con la misma intensidad que lo hizo con las antiguas celebraciones.



[1] Para la elaboración del presente artículo he tenido presente los siguientes títulos, que recomiendo como lectura complementarla y enriquecedora:

H. Cox, The Feast of Fools. A theological Essay on Festivity and Fantasy. Harvard Univ. Press. 1969. (Existe traducción castellana.)

J. Mateos, Cristianos en fiesta. Ed. Cristiandad. Madrid, 1972 (véase el capítulo v, dedicado a la Celebración: esencia, decadencia. definición, expresión, necesidad y cualidades. pp. 237-316).

Liturgia y fases de la vida humana, Concilium 132 (1978). En especial E. Zenger, Rito y crítica al rito en el Antiguo Testamento, pp. 196-209.

Para estudiar las fiestas en el Antiguo Testamento. Origen y evolución, véase R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Ed. Herder, Barcelona. 1964, pp. 610-648.

En este tema, como en otros muchos, puede ayudar un buen comentario teológico a los Profetas como el de L. Alonso Schökel y J. L. Sicre, Profetas, Comentarlo I-II. Ed. Cristiandad, 1980.

La Celebración eucarística: caminos de futuro, Pastoral Misionera, 6 (1977). Por lo que se refiere a la Pascua Cristiana o Eucaristía, véase el artículo de J. M. Castillo, El significado fundamental de la Eucaristía, en esta misma revista, pp. 60-69.

[2] J. Mateos, o. c., n. 261.

[3] Ex 23,15;34,18-25; Lv 23,5-6; Nm 28.16-25; Dt 16,1-6; Ez 45,21-24.

[4] La pascua del Exodo (Ex 12); de Josué (Jos 5,1-12); de Josías (2Re 23,21-23); de la vueltadel destierro (Esd 6.19-22); de Ezequías (2Cr 30).

[5] La palabra "pascua" proviene según la Biblia de la raíz psh (cojear. andar con muletas, saltar): Dios saltó, omitió las casas donde se celebraba la pascua en la última de las plagas de Egipto (Ex 12.13.23.27). Pero esta etimología bíblica es secundaria. De hecho, la pascua de la salida de Egipto no es la primera que celebraron los israelitas; se habla de ella sin previa presentación o explicación en Ex 12,21, como de algo ya conocido y preexistente.

Otros han querido derivar su etimología del acádico pasâhu (calmar, apaci­guar) o de una raíz egipcia que significa "golpe".

[6] La misión de los 12 se describirá en estos términos también en el evangelio de Marcos: bastón y sandalias (Mc 6,8-9). E) enviado debe caminar libre de impedimenta y va a estar asediado de peligros.

[7] Los ázimos (massót) son panes sin levadura

[8] La fiesta de las semanas, o de la siega, se celebraba siete semanas después de la fiesta de Pascua y Azimos (50 días después: Pentecostés). Era una fiesta alegre, de origen cananeo. Se presentaban en ella las primicias de la cosecha a la divinidad. En un período posterior, la fiesta de las semanas se enraiza en la historia de la salvación, al ser asumida por el pueblo de Dios y pasa a conmemorar la alianza de Dios con el pueblo en el Sinaí, tras un proceso evolutivo no demasiado claro, utilizando la indicación de Ex 19,1. según la cual los israelitas llegaron al Sinaí el tercer mes después de la salida de Egipto, que había tenido lugar a mediados del mes primero. Y la fiesta, de agrícola y local, pasa a ser fiesta de peregrinación nacional al santuario de Jerusalén.

La fiesta de los tabernáculos (de las tiendas, cabañas o chozas) es también una fiesta agrícola que indica el fin de la recogida de las cosechas de la tierra (Ex 23,16). Después de la cosecha del trigo, la uva y la aceituna. se va a dar gracias a la divinidad. La fiesta era acompañada de alegría, regocijo, danzas y bailes populares en los campos y viñedos.

No se conoce a ciencia cierta el origen de Ia misma: si proviene de una fiesta de año nuevo o de una fiesta nómada de las tiendas.

Durante la fiesta se habitaba en tiendas o cabañas, "tal vez por la idea de que en ciertas épocas, especialmente en el paso de un año a otro, los poderes malignos se ponen en actividad y atacan a las viviendas. Para engañarlos y esquivarlos se pasarían aquellos días bajo techos provisionales. Más tarde, la fiesta es asumida por el pueblo de Dios cambiando de significación. Se conmemora en ella el paso de los israelitas por el desierto cuando Dios los hizo habitar en las chozas (Lv 23,42-43), convirtiéndose en una fiesta de peregrinación al santuario de Jerusalén, de siete (ocho) días de duración.

[9] E. Zenger, a.c., p. 202.

[10] Esta dimensión de apertura al futuro o escatológica esté resaltada en la celebración de la Pascua actual judía donde se ha introducido en el ritual de una cena una quinta copa, preparada para Ellas, a quien se espera como precursor de la instauración del reino de Dios y su Mesías.

[11] L. Alonso Schökel - J. L. Sicre, o. c.,. II, p. 874.

[12] L. Alonso Schökel - J. L. Sicre. o. c., II, p. 980.

[13] E. Zenger. a.c., p. 204.

[14] Léase a este respecto el magnífico discurso de Jeremías a la puerta del templo (Jr 7,1ss).

[15] Este apartado merece tratamiento aparte, por lo que aquí está solamente esbozado.

sábado, 6 de febrero de 2016

Necesitamos construir puentes en la vida y en la política.


por Leonardo Boff*

En Brasil constatamos hoy una seria división entre las personas por razones político-partidistas. Hubo gente que dejó de participar en la confraternización de Navidad debido a divergencias políticas: unos por críticas al partido que está en el poder por haber mentido en la campaña; otras a causa de la excesiva corrupción atribuida a grupos importantes del PT. Unos son férreos defensores del impeachment a la Presidenta Dilma Rousseff. Otros no consideran las famosas “pedaladas” [operaciones irregulares por las que algunos bancos adelantan pagos de pensiones o subvenciones estatales, resultando así préstamos irregulares de bancos privados al Estado, cosa que se ha hecho siempre pero que en 2014 aumentó mucho. Nota de ATRIO] razón suficiente para sacarla del cargo más alto de la República, conquistado con el voto de la mayoría de la población. Admitamos que las pedaladas sean un pecado, pero son solo pecado venial, cometido sin mala intención. 

Por un pecado venial, en sana teología, nadie es condenado al infierno. A lo máximo pasa un tiempo en la clínica purificadora de Dios que es el purgatorio. Este no es la antesala del infierno sino la antesala del cielo.

Ignoremos estas contradicciones. El hecho es que indudablemente existe en la sociedad gran irritación, intolerancia racial, discusiones ácidas y muchas palabras fuertes que los niños no deberían ni siquiera oír. Especialmente internet ha abierto la puerta por donde pasa todo tipo de ofensa. Algunos han quedado anclados en el pasado y se imaginan todavía en la guerra fría. Llamar al otro comunista es una ofensa. Olvidan que el imperio soviético se derrumbó y el muro de muro de Berlín cayó en 1989.

Los puentes de los espacios sociales, diferentes, pero aceptados y respetados han sido averiados o destruidos. Una sociedad no puede sobrevivir sanamente viendo que su tejido social se está desgarrando. Ahí existe el peligro de los radicalismos de derecha (dictaduras como la de los militares) o de izquierda (como el socialismo soviético totalitario).

Más que hacer muchas argumentaciones teóricas, estimo que las historias pueden darnos buenas lecciones y convencernos de la verdad de las cosas. Voy a contar una historia que oí hace mucho tiempo y que tiene una fuerza de convicción efectiva. Aquí está:

Dos hermanos vivían en buena armonía en dos granjas vecinas. Tenían una buena producción de granos, algunas cabezas de ganado y cerdos bien cuidados. Cierto día tuvieron una pequeña discusión. Las razones no tenían mayor importancia: una vaquilla del hermano menor se había escapado y había comido un buen trozo del maizal del hermano mayor. Discutieron con cierta irritación. La cosa parecía haberse quedado ahí.
Pero no fue así. De repente, ya no se hablaban. Evitaban encontrarse en la bodega o por el camino. Se hacían los desconocidos.Un buen día, apareció en la granja del hermano mayor un carpintero pidiendo trabajo. El granjero lo miró de arriba abajo y, con un poco de pena, le dijo: “¿Ve aquel riachuelo que corre por allá abajo? Es la división entre mi granja y la de mi hermano. Con toda esa leña que hay en la leñera construya una cerca bien alta, para que no me vea obligado a ver a mi hermano ni su granja. Así estaré en paz”.
El carpintero aceptó el servicio, tomo las herramientas, y se puso a trabajar. Mientras tanto, el hermano mayor se fue a la ciudad a resolver algunos asuntos.
Cuando al caer la tarde volvió a la granja, al caer la tarde, quedo horrorizado con lo que vio. El carpintero no había hecho una cerca, sino un puente que pasaba por encima del río y unía las dos granjas.
Y hete aquí que pasando por el puente venía su hermano, menor diciendo: “Hermano, después de todo que pasó entre nosotros, me cuesta creer que usted haya hecho ese puente solo para encontrarse conmigo. Tiene usted razón, es hora de acabar con nuestra desavenencia. ¡Un abrazo, hermano!”.
Y se abrazaron efusivamente y se reconciliaron. El hermano encontró al otro hermano.
De pronto vieron que el carpintero se estaba marchando. Y le gritaron: “Eh, carpintero, no se vaya usted, quédese unos días con nosotros… nos ha traído tanta alegría…”
Pero el carpintero respondió: “No puedo, hay otros puentes que construir por el mundo. Hay muchos todavía que necesitan reconciliarse”. Y se fue caminando tranquilamente hasta desaparecer en la curva del camino.


El mundo y nuestro país necesitan puentes y personas-carpintero que generosamente relativizan los desacuerdos y construyen puentes para que podamos vivir por encima de los conflictos y diferencias inherentes a la incompletitud humana. Tenemos que aprender y reaprender siempre a tratarnos fraternalmente.

Tal vez sea este uno de los imperativos éticos y humanitarios más urgentes en el actual momento histórico.

*Leonardo Boff es teólogo, filósofo y articulista del JB online.

Fuente: Atrio
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sábado, 26 de diciembre de 2015

Cada vez que nace un niño es señal de que Dios todavía cree en el ser humano.




Estamos en época de Navidad, pero el aura no es de Navidad, sino más bien de Viernes Santo. Tantas son las crisis, los ataques terroristas, las guerras que las potencias belicosas y militaristas (EE.UU., Francia, Inglaterra, Rusia y Alemania) conducen juntas contra el estado islámico, destruyendo prácticamente Siria, con una muerte espantosa de civiles y niños, como la misma prensa ha mostrado, la atmósfera contaminada de rencores y espíritu de venganza en la política brasileña, por no hablar de los niveles astronómicos de corrupción: todo esto apaga las luces de Navidad y ensombrece los pinos que deberían crear el ambiente de alegría y de inocencia infantil que todavía existe en toda persona humana.

Quién pueda ver la película Niños Invisibles, en siete escenas diferentes, dirigidas por directores de renombre como Spike Lee, Katia Lund, John Woo, entre otros, puede darse cuenta de las vidas destruidas de los niños en muchas partes del mundo, condenados a vivir de la basura y en la basura; y sin embargo, hay escenas conmovedoras de camaradería, de pequeñas alegrías en los ojos tristes, y de solidaridad entre ellos.

Y pensar que son millones en el mundo de hoy y que el propio niño Jesús, según las Escrituras, nació en un pesebre para animales, porque no había lugar para María, cercana al parto, en ninguna posada en Belén. Él se mezcló con el destino de todos estos niños maltratados por nuestra falta de sensibilidad.

Más tarde, ese mismo Jesús ya adulto dirá: "quien recibe a estos hermanos míos más pequeños, a mí me recibe". La Navidad tiene lugar cuando se da esta acogida, como la que el Padre Lancelotti organiza en São Paulo para cientos de niños de la calle bajo un viaducto, que contó durante años con la presencia del presidente Lula.

En medio de todas estas desgracias en el mundo y en Brasil, me viene a la mente una pieza de madera con una inscripción pirograbada que un interno de un hospital psiquiátrico de Minas me dio durante una visita que hice allí para animar al personal. En ella está escrito: «Cuando nace un niño es señal de que Dios todavía cree en el ser humano».

¿Puede haber un acto de fe y esperanza mayor que este? En algunas culturas de África se dice que Dios está de manera especialmente presente en los que nosotros llamamos "locos". Por eso son adoptados por todos y todos cuidan de ellos como si fueran un hermano o una hermana. Así se integran y viven en paz. Nuestra cultura los aísla y no los reconoce.

La Navidad de este año nos remite a esta humanidad ofendida y a todos los niños invisibles cuyos padecimientos son como los del niño Jesús, que ciertamente en el invierno de los campos de Belén temblaba en el pesebre. Según una antigua leyenda, se calentó con el aliento de dos caballos viejos que, en recompensa, adquirieron después completa vitalidad.

Vale la pena recordar el significado religioso de la Navidad: Dios no es un viejo barbudo con ojos penetrantes, ni un juez severo que juzga todas nuestras acciones. Es un niño. Y como niño no juzga a nadie. Sólo quiere vivir y ser querido. Del pesebre viene esta voz: «¡Oh, criatura humana, no temas a Dios! ¿No ves que su madre ha envuelto sus pequeños brazos? Él no amenaza a nadie. Más que ayuda, necesita ser ayudado y llevado en brazos».

Nadie mejor que Fernando Pessoa entendió el significado humano y la verdad del niño Jesús:

Él es el Niño Eterno, el Dios que faltaba. Es tan humano que es natural. Es el Divino que sonríe y juega. Por eso sé con toda seguridad que él es el Niño Jesús verdadero. Es un niño tan humano que es divino. Nos llevamos tan bien los dos, en compañía de todo, que nunca pensamos el uno en el otro… Cuando me muera, Niño mío, déjame ser el niño, el más pequeño. Tómame en tus brazos y llévame a tu casa. Desnuda mi ser cansado y humano. Acuéstame en la cama. Cuéntame historias, si me despierto, para que me vuelva a dormir. Y dame tus sueños para que juegue, hasta que nazca cualquier día que tú sabes cuál es.

¿Se puede contener la emoción ante tanta belleza? Por esto, todavía, a pesar de los pesares, podemos celebrar discretamente la Navidad.

Termino con este otro mensaje que tiene significado y que me encanta: «Todo niño quiere ser hombre. Todo hombre quiere ser rey. Todo rey quiere ser "dios". Sólo Dios quiso ser niño».

Abracémonos unos a otros como quien abraza al Divino Niño que se esconde en nosotros y que nunca nos abandonó. Y que la Navidad sea todavía una fiesta discretamente feliz.


lunes, 28 de julio de 2014

El humor como expresión de salud psíquica y espiritual.


Leonardo Boff

Todos los seres vivos superiores poseen un acentuado sentido lúdico. Basta observa a los gatos y los perros de nuestras casas. Pero el humor es propio sólo de los seres humanos. El humor nunca fue considerado un tema «serio» por la reflexión teológica, aunque es sabido que se encuentra presente en todas las personas santas y místicas, que son los únicos cristianos verdaderamente serios. En la filosofía y en el psicoanálisis tuvo mejor suerte.

Humor no es sinónimo de chiste, pues puede haber chiste sin humor y humor sin chiste. El chiste es irrepetible; repetido, pierde su gracia. La historieta llena de humor conserva siempre su gracia y nos gusta oírla muchas veces.

El humor sólo puede ser entendido a partir de la profundidad del ser humano. Su característica es ser un proyecto infinito, portador de inagotables deseos, utopías, sueños y fantasías. Tal dato existencial hace que haya siempre un desajuste entre el deseo y la realidad, entre lo soñado y su concretización. Ninguna institución, religión, Estado ni ley consiguen encuadrar totalmente al ser humano, aunque para encuadrarlo exista justamente cierto tipo de orden. Pero él desborda estas determinaciones. De ahí la importancia de la violación de lo prohibido para la vivencia de la libertad y para que surjan cosas nuevas. Y esto en el arte, en la literatura y también en la religión.

Cuando nos damos cuenta de esta diferencia entre la ley y la realidad ―véase por ejemplo, la esdrújula moral católica sobre la prohibición de usar el condón en estos tiempos en que abunda el sida― surge el sentido del humor. Dan ganas de reír, pues tiene todo tan poco buen sentido y es tanto hablar en pleno desierto, ya que nadie escucha ni observa, que sólo puede provocarnos humor. Esas personas viven en la luna, no en la Tierra.

En el humor se vive el sentimiento de alivio del peso de las limitaciones y del placer de verlas relativas y sin la importancia que ellas mismas se dan. Por un momento, la persona se siente libre de los superegos castradores, de las imposiciones que nos exige la situación y realiza una experiencia de libertad, como una forma de plasmar su tiempo, dar sentido a lo que está haciendo y construir algo nuevo. Detrás del humor existe la creatividad, propia del ser humano. Por más limitaciones naturales y sociales que haya, siempre hay espacio para crear algo nuevo. Si no fuese así, no habría genios en la ciencia, en el arte y en el pensamiento. Inicialmente son tenidos por «locos», excéntricos, anormales. Mucho tiempo después, una nueva mirada descubre la genialidad de un van Gogh, la creatividad fantástica de Bach, casi desapercibidas en su tiempo. Se dice de Jesús que los suyos vinieron a llevárselo, pues decían “está loco” (Mc 3,21). De San Francisco se dijo lo mismo: es un «pazzus», un loco, cosa que él aceptaba como expresión de la voluntad de Dios. Y era un santo lleno de humor y alegría hasta el punto de llamarlo «el fraile siempre alegre».

En palabras más pedestres: el humor es señal de que nos es imposible definir al ser humano dentro de un cuadro establecido. En su ser más profundo y verdadero es un creador y un ser libre.

Por eso puede sonreír y mirar con humor los sistemas que lo quieren aprisionar en categorías establecidas. Y el ridículo que constatamos en señores serios (por ejemplo, profesores, jueces, directores de escuela y hasta monseñores) que quieren, solemnemente y con aires de una autoridad superior cuasi divina, hacer a los otros ciegos y sumisos, o que obedezcan cual ovejas a sus órdenes. Eso también causa humor.

Estaba en lo cierto aquel filósofo (Th. Lersch, Philosophie des Humors, Múnich 1953, 26) que escribió: «La esencia secreta del humor reside en la fuerza de la actitud religiosa, pues el humor ve las cosas humanas y divinas en su insuficiencia delante de Dios». Desde la seriedad de Dios, el ser humano sonríe de las seriedades humanas con pretensión de ser absolutamente verdaderas y serias. Son nada delante de Dios. Y existe también toda una tradición teológica que nos viene de los Padres de la Iglesia Ortodoxa que hablan del Deus Ludens (Dios lúdico), pues creó el mundo como un juego para su propio entretenimiento. Y lo hizo sabiamente, uniendo humor con seriedad.

Quien vive centrado en Dios tiene motivos para cultivar el humor. Relativiza las seriedades terrenas, hasta los propios defectos y es un ser libre de preocupaciones. Santo Thomas Moro, condenado a la guillotina, cultivó el humor hasta el final: pedía a los verdugos que le cortasen el cuello pero que no le tocasen la larga barba blanca. San Lorenzo sonría con humor a los verdugos que lo asaban en la parrilla y los invitaba a darle la vuelta porque un lado ya estaba bien cocido, o san Ignacio de Antioquia, anciano obispo de la primera Iglesia, que suplicaba a los leones que viniesen a devorarlo para pasar más rápidamente a la felicidad eterna.

Conservar esta serenidad, vivir en estado de humor y comprenderlo a partir de las insuficiencias humanas es una gracia que todos debemos buscar y pedir a Dios.


jueves, 3 de abril de 2014

Cuidar de la Madre Tierra y amar a todos los seres.


El amor es la mayor fuerza que existe en el universo, en los seres vivos y en nosotros los humanos. Porque el amor es una fuerza de atracción, de unión y de transformación. Ya el antiguo mito griego lo formulaba con elegancia: «Eros, el dios del amor, se irguió para crear la Tierra. Antes, todo era silencio, vacío e inmóvil. Ahora todo es vida, alegría, movimiento». El amor es la expresión más alta de la vida que siempre irradia y pide cuidado, porque sin cuidado languidece, enferma y muere.

Humberto Maturana, chileno, uno de los mayores exponentes de la biología contemporánea, mostró en sus estudios sobre la autopoiesis, es decir, sobre la autoorganización de la materia de la cual resulta la vida, cómo el amor surge desde dentro del proceso evolutivo. En la naturaleza, afirma Maturana, se verifican dos tipos de conexiones (él las llama acoplamientos) de los seres con el medio y entre sí: una necesaria, ligada a la propia subsistencia, y otra espontánea, vinculada a relaciones gratuitas, por afinidades electivas y por puro placer, en el fluir del propio vivir.

Cuando esta última ocurre, incluso en estadios primitivos de la evolución hace miles de millones de años, surge ahí la primera manifestación del amor como fenómeno cósmico y biológico. En la medida en que el universo se inflaciona y se vuelve complejo, esa conexión espontánea y amorosa tiende a incrementarse. A nivel humano, gana fuerza y se vuelve el móvil principal de las acciones humanas.

El amor se orienta siempre por el otro. Significa una aventura abrahámica, la de dejar su propia realidad e ir al encuentro del diferente y establecer una relación de alianza, de amistad y de amor con él.

El límite más desastroso del paradigma occidental tiene que ver con el otro, pues lo ve antes como obstáculo que como oportunidad de encuentro. La estrategia ha sido y sigue siendo esta: incorporarlo o someterlo o eliminarlo como hizo con las culturas de África y de América Latina. Esto se aplica también a la naturaleza. La relación no es de mutua pertenencia y de inclusión sino de explotación y de sometimiento. Negando al otro, se pierde la oportunidad de alianza, de diálogo y de mutuo aprendizaje. En la cultura occidental ha triunfado el paradigma de la identidad, con exclusión de la diferencia. Esto ha generado arrogancia y mucha violencia.

El otro goza de un privilegio: permite surgir el ethos que ama. Fue vivido por el Jesús histórico y por el paleocristianismo antes de constituirse en institución con doctrinas y ritos. La ética cristiana estuvo más influenciada por los maestros griegos que por el sermón de la montaña y la práctica de Jesús. El paleocristianismo, por el contrario, da absoluta centralidad al amor al otro, que para Jesús es idéntico al amor a Dios. El amor es tan central que quien tiene amor lo tiene todo. Testimonia esta sagrada convicción de que Dios es amor (1 Jn 4,8), que el amor viene de Dios (1 Jn 4,7), y que el amor no morirá jamás (1Cor 13,8). Ese amor incondicional y universal incluye también al enemigo (Lc 6,35). El ethos que ama se expresa en la ley áurea, presente en todas las tradiciones de la humanidad: «ama al prójimo como a ti mismo»; «no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti». El Papa Francisco está rescatando al Jesús histórico: para él es más importante el amor y la misericordia que la doctrina y la disciplina.

Para el cristianismo, Dios mismo se hizo otro por la encarnación. Sin pasar por el otro, sin el otro más otro, que es el hambriento, el pobre, el peregrino y el desnudo, no se puede encontrar a Dios ni alcanzar la plenitud de la vida (Mt 25,31-46). Esta salida de sí hacia el otro a fin de amarlo en sí mismo, amarlo sin retorno, de forma incondicional, funda el ethos más inclusivo posible, el más humanizador que se pueda imaginar. Ese amor es un solo movimiento, va al otro, a todas las cosas y a Dios.

En Occidente fue Francisco de Asís quien mejor expresó esta ética amorosa y cordial. Él unía las dos ecologías, la interior, integrando sus emociones y deseos, y la exterior, hermanándose con todos los seres. Comenta Eloi Leclerc, uno de los mejores pensadores franciscanos de nuestro tiempo, sobreviviente de los campos de exterminio nazi de Buchenwald:

«En vez de hacerse rígido y cerrarse en un soberbio aislamiento, Francisco se dejó despojar de todo, se hizo pequeño. Se situó con gran humildad en medio de las criaturas, próximo y hermano de las más humildes entre ellas. Confraternizó con la propia Tierra, como su humus original, con sus raíces oscuras. Y he aquí que “nuestra hermana y Madre-Tierra” abrió ante sus ojos maravillados el camino de una hermandad sin límites, sin fronteras. Una hermandad que abarcaba a toda la creación. El humilde Francisco se hizo hermano del Sol, de las estrellas, del viento, de las nubes, del agua, del fuego, de todo lo que vive, y hasta de la muerte».

Ese es el resultado de un amor esencial que abraza a todos los seres, vivos e inertes, con cariño, ternura y amor. El ethos que ama funda un nuevo sentido de vivir. Amar al otro, sea el ser humano, sea cada representante de la comunidad de vida, es darle razón de existir. No hay razón para existir. El existir es pura gratuidad. Amar al otro es querer que él exista porque el amor hace al otro importante. «Amar a una persona es decirle: tú no podrás morir jamás» (G. Marcel); “tú debes existir, tú no puedes irte».

Cuando alguien o alguna cosa se hacen importantes para el otro, nace un valor que moviliza todas las energías vitales. Por eso cuando alguien ama, rejuvenece y tiene la sensación de comenzar la vida de nuevo. El amor es fuente de suprema alegría.

Solamente ese ethos que ama está a la altura de los desafíos de la Madre Tierra devastada y amenazada en su futuro. Ese amor nos podrá salvar a todos, porque nos abraza y hace de los distantes, próximos y de los próximos, hermanos y hermanas.


Fuente: Koinonia

lunes, 3 de febrero de 2014

¿Cuál es el lugar de lo religioso en el mundo?


Leo Boff

Por más que la sociedad se mundanice y, en cierta forma, se muestre materialista, no podemos negar que en los tiempos actuales se está dando una vuelta vigorosa de lo religioso, de lo místico y de lo esotérico. Tenemos la impresión de que existe cansancio del exceso de racionalización y funcionalización de nuestras sociedades complejas. La vuelta de lo religioso solamente revela que en el ser humano existe una búsqueda de algo mayor. Hay un lado invisible en lo visible que nos gustaría sorprender. Quién sabe si allí se encuentra un sentido secreto que sacia nuestra búsqueda incansable de algo que no sabemos identificar. En ese horizonte no confesional quizás tenga sentido hablar de lo religioso o de lo espiritual. Sufrió todo tipo de ataques pero consiguió sobrevivir. La primera modernidad lo veía como algo premoderno, un saber fantástico que debía dar lugar al saber positivo y crítico (Comte). Luego fue leído como una enfermedad: opio, alienación y falsa conciencia de quien todavía no se ha encontrado o si se ha encontrado, se ha vuelto a perder (Marx). Después, fue interpretado como la ilusión de la mente neurótica que busca pacificar el deseo de protección y hacer soportable el mundo contradictorio (Freud). Más adelante, fue interpretado como una realidad que por el proceso de racionalización y de desencanto del mundo tiende a desaparecer (Weber). Por fin, algunos lo tenían como algo sin sentido, pues sus discursos no tienen objeto verificable ni falsificable (Popper y Carnap).

Estimo que el gran equívoco de estas distintas interpretaciones reside en el hecho de situar lo religioso en un lugar equivocado: dentro de la razón. Las razones comienzan con la razón. La razón en sí misma no es un hecho de razón. Es una incógnita. Ya rezaba la sabiduría de los Upanishad: «aquello por lo cual todo pensamiento piensa, no puede ser pensado». Tal vez en este «no pensado» se encuentra la cuna de lo religioso, es decir, de aquellas instancias exorcizadas por la racionalidad moderna: la fantasía, el imaginario, aquel fondo de deseo del cual irrumpen todos los sueños y las utopías que pueblan nuestra mente, entusiasman los corazones, encienden la espoleta de las grandes transformaciones de la historia. Su lugar reside en aquello que el filósofo Ernst Bloch llamaba principio esperanza.

Es propio de estas instancias –de lo utópico, de la fantasía y del imaginario– no adecuarse al dato racional concreto. Antes bien, contestan el dato, pues sospechan que el dato es siempre hecho; tanto el dato como el hecho no son todo lo real. Lo real es aún mayor. A lo real pertenece también lo potencial, lo que todavía no es pero puede llegar a ser. Por eso, la utopía no se antagoniza con la realidad; revela la dimensión potencial e ideal de esta realidad. Ya decía el sabio E. Durkheim en la conclusión de su famosa obra Las formas elementales de la vida religiosa: «la sociedad ideal no está fuera de la sociedad real; es parte de ella». Y concluía: «solamente el ser humano tiene la facultad de concebir lo ideal y añadirlo a lo real». Yo diría, de detectarlo dentro del dato real, haciendo que este real en el cual está lo ideal, sea siempre mayor que el dato que tenemos en nuestra mano.

Es en el interior de esta experiencia de lo potencial, de lo utópico, donde irrumpe el hecho religioso. Por eso decía Rubem Alves, quien mejor ha estudiado en Brasil el “enigma de la religión” (título de su libro): «La intención de la religión no es explicar el mundo. Ella nace justamente de la protesta contra este mundo que puede ser descrito y explicado por la ciencia. La descripción científica, al mantenerse rigurosamente dentro de los límites de la realidad instaurada, sacraliza el orden establecido de las cosas. La religión, por el contrario, es la voz de una conciencia que no puede encontrar descanso en el mundo así como es y tiene como proyecto trascenderlo».

Por esta razón, lo religioso es la organización más ancestral y sistemática de la dimensión utópica, inherente al ser humano. Como bien decía Bloch: «donde hay religión, hay esperanza» de que no todo está perdido. Esta esperanza es un amor por aquello que todavía no es, “la convicción de realidades que no se ven” como dice la Epístola a los Hebreos (11,1), pero que son el fundamento de lo que se espera.

Quien vio con lucidez esta singularidad de lo religioso fue el filósofo y matemático Ludwig Wittgenstein que dijo: en el ser humano no existe solo la actitud racional y científica que siempre indaga cómo son las cosas y para todo busca una respuesta. Existe también la capacidad de extasiarse: «extasiarse no puede expresarse por una pregunta; por eso tampoco existe ninguna respuesta». Existe lo místico: «lo místico no reside en cómo es el mundo, sino en el hecho de que exista». La limitación de la razón y del espíritu científico reside en el hecho de que ellos no tienen nada sobre lo cual callar.

Lo religioso y lo místico terminan siempre en el noble silencio, pues no existe en ningún diccionario la palabra que lo pueda definir.

Hasta aquí hemos hablado de lo religioso en su naturaleza sana. Pero puede enfermar y ahí nace la enfermedad del fundamentalismo, del dogmatismo y de la exclusividad de la verdad. Como toda enfermedad remite a la salud, lo religioso debe ser analizado a partir de su salud y no de su enfermedad. Entonces lo religioso sano nos hace más sensibles y humanos. Su retorno sano es urgente hoy, pues nos ayuda a amar lo invisible y a hacer real aquello que todavía no es, pero puede ser.

Fuente:koinonia

miércoles, 22 de enero de 2014

Hoy revolución significa echar el freno de emergencia.


Leo Boff.

Se atribuye a Karl Marx esta frase pertinente: «sólo se hacen las revoluciones que se hacen». Es decir, la revolución no se configura como un acto subjetivo y voluntarista. Cuando ocurre así, es pronto vencida por inmadura y falta de consistencia. La revolución sucede cuando las condiciones de la realidad están objetivamente maduras y simultáneamente existe en los grupos humanos el deseo subjetivo de quererla. Entonces, irrumpe, con la posibilidad, no siempre segura, de vencer y consolidarse.

Actualmente tendríamos todas las condiciones objetivas para una revolución. Revolución está tomada aquí en su sentido clásico como el cambio de los fines generales de una sociedad que crea los medios adecuados para alcanzarlos, lo que implica el cambio en las estructuras sociales, jurídicas, económicas y espirituales de esa sociedad.

Hoy en día la degradación general en casi todos los ámbitos, especialmente en la infraestructura natural que sustenta la vida, es tan profunda que, en sí, necesitaría una revolución radical. De lo contrario, podemos llegar demasiado tarde y presenciar catástrofes ecológico-sociales de magnitudes nunca antes vividas en la historia humana.

Pero no existe todavía en los “dueños del poder” la conciencia subjetiva de esta urgencia. Ni la quieren. Prefieren mantener su poderío aun a riesgo de sucumbir ellos mismos en un eventual Armagedón. El Titanic se está hundiendo, pero su obsesión por las ganancias es tan grande que siguen comprando y vendiendo joyas como si no estuviese pasando nada.

Generalmente las “revoluciones” son hechas por los poderosos que se anticipan a los oprimidos, diciendo, como se practica con frecuencia en Brasil: «hagamos nosotros la revolución antes de que la haga el pueblo». Naturalmente no se trata de una revolución sino de un golpe de clase, usando, como en el caso de la “revolución de 1964”, a las fuerzas armadas para ese fin. Los vencedores tienen sus acólitos que les cantan loas, les levantan monumentos, dan el nombre de los golpistas a calles, puentes y plazas, como persiste todavía en Brasil.

La historia de los vencidos raramente se hace. Su memoria es borrada. Pero a veces esta memoria resurge como una fuerza de denuncia peligrosa. El historiador mexicano Miguel León-Portilla ha tenido el mérito de narrar El Reverso de la Conquista de América Latina por los ibéricos. En ella recoge los testimonios dramáticos y lacerantes de las víctimas aztecas, mayas e incas. En portugués ha sido traducido como La conquista de América Latina vista por los Indios (Vozes 1987). Veamos apenas un testimonio indígena con ocasión de la toma de Tlatelolco (próxima a la capital Tenochtitlán, actual ciudad de México). Es simplemente para llorar:

«En los caminos yacen dardos rotos; cabelleras dispersas; casas destejadas, muros en llamas, abundan los gusanos en calles y plazas y las paredes están salpicadas de cerebros reventados; las aguas son rojas, como si las hubieran teñido; hemos masticado hierba salitrosa, pedazos de adobe, lagartijas, ratones y tierra en polvo, además de los gusanos» (León-Portilla, p. 41).

Tales tragedias nos plantean la pregunta nunca respondida satisfactoriamente: ¿Tiene sentido la historia? ¿sentido para quién? Hay todo tipo de interpretaciones, desde las más pesimistas que ven la historia como una secuencia de guerras, asesinatos y matanzas, hasta las más optimistas, como la de los iluministas que pensaban la historia como el crecimiento hacia el progreso sin fin y hacia sociedades cada vez más civilizadas.

Las dos grandes guerras mundiales, la de 1914 y la de 1939, y las que se hicieron después, matando a cerca de 200 millones de personas, han pulverizado ese optimismo. Hoy nadie nos puede decir en qué dirección caminamos: ni los sabios y santos Dalai Lama y Papa Francisco. Los eventos se suceden con toda su ambigüedad, unos esperanzadores, otros amedrentadores.

Me afilio a la tradición judeocristiana que afirma: la historia sólo puede ser pensada a partir de dos principios: el de la negación de lo negativo y el del cumplimiento de las promesas. La negación de lo negativo quiere decir que el criminal no va a triunfar sobre la víctima. El peso de lo negativo de la historia no será el sentido definitivo. Por el contrario, el Creador “enjugará toda lágrima de los ojos, la muerte ya no existirá y no habrá luto ni llanto, ni dolor, porque todo eso ya pasó” (Apocalipsis 21,4).

El principio del cumplimiento de las promesas afirma: “he aquí que renuevo todas las cosas; habrá un cielo nuevo y una tierra nueva; Dios habitará entre nosotros y todos los pueblos serán pueblos de Dios” (Apocalipsis 21, 5; 1 y 3). Es la esperanza inmortal de la tradición bíblica que no desaparecía ni cuando los judíos eran llevados a las cámaras nazis de exterminio.

Con referencia a la situación actual me remito a una frase de Walter Benjamin, citada por un estudioso suyo, Michael Löwy: «Marx había dicho que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez las cosas se presenten de manera completamente diferente. Es posible que las revoluciones sean, para la humanidad que viaja en ese tren, el acto de accionar los frenos de emergencia» (Walter Benjamin: aviso de incendio, Boitempo 2005, p. 93-94). Nuestro tiempo es el de echar el freno antes de que el tren reviente al final de la línea.

sábado, 24 de agosto de 2013

La extrema arrogancia del imperio: el espionaje universal.


por Leo Boff

El secuestro del Presidente de Bolivia Evo Morales, impidiendo que su avión sobrevolase el espacio europeo y la revelación del espionaje universal por parte de los órganos de información y control del gobierno estadounidense (NSA) nos llevan a reflexionar sobre un tema cultural de graves consecuencias: la arrogancia. Los hechos referidos muestran a qué nivel ha llegado la arrogancia de los europeos, forzados por los Estados Unidos. La arrogancia es un tema central de la reflexión griega de la cual venimos. Modernamente ha sido estudiada en profundidad por un pensador italiano con formación en economía, sociología y psicología analítica, Luigi Zoja, cuyo libro ha sido publicado en Brasil: História da Arrogância (Axis Mundi, São Paulo, 2000).
En este libro denso, se hace la historia de la arrogancia en las culturas mundiales, especialmente en la cultura occidental. Los pensadores griegos (filósofos y dramaturgos) notaron que la racionalidad que se liberaba del mito venía habitada por un demonio que la llevaría a conocer y a desear ilimitadamente, en un proceso sin fin. Esa energía tiende a romper todos los límites y a terminar en la arrogancia, el verdadero pecado que los dioses castigaban duramente. Se llamó hybris al exceso en cualquier campo y Némesis al principio divino que castiga la arrogancia.
El imperativo de la Grecia antigua era méden ágan: «nada en exceso». Tucídides hará decir a Pericles, el genial político de Atenas: «amamos lo bello pero con frugalidad; usamos la riqueza para emprendimientos activos, sin ostentaciones inútiles; para nadie la pobreza es vergonzosa, pero es vergonzoso no hacer lo posible para superarla». En todo buscaban la justa medida.
La ética oriental, budista e hindú, predicaba la imposición de límites al deseo. El Tao Te King ya sentenciaba: «no hay mayor desgracia que no saber contentarse» (cap.46); «habría sido mejor parar, antes que el vaso se desbordase» (cap.9).
La hybris-exceso-arrogancia es el mayor vicio del poder, sea personal, sea de un grupo o de un imperio. Hoy esa arrogancia toma cuerpo en el imperio norteamericano, que somete a todos, y en el ideal del crecimiento ilimitado que subyace a nuestra cultura y a la economía política.
Ese exceso-arrogancia ha llegado en los días actuales a su culmen en dos frentes: en la vigilancia ilimitada, que consiste en la capacidad de que un poder imperial controle, por sofisticada tecnología cibernética, a todas las personas, violando los derechos de soberanía de un país y el derecho inalienable a la privacidad personal. Es señal de debilidad y de miedo de un imperio que ya no consigue convencer con argumentos ni atraer por sus ideales. Entonces necesita usar la violencia directa, la mentira, irrespetar los derechos y los estatutos consagrados internacionalmente. Según los grandes historiadores de las culturas, Toynbee y Burckhard, estas son las señales inequívocas de la decadencia irrefrenable de los imperios. Pero al hundirse causan estragos inimaginables.
El segundo frente de la hybris-exceso reside en el sueño del crecimiento ilimitado mediante la explotación despiadada de los bienes y servicios naturales. Occidente creó y exportó a todo el mundo este tipo de crecimiento, medido por la cantidad de bienes materiales (PIB). Rompe con la lógica de la naturaleza que siempre se autorregula manteniendo la interdependencia de todos con todos. Así un árbol no crece ilimitadamente hasta el cielo; de la misma forma el ser humano conoce sus límites físicos y psíquicos. Pero este proyecto hace que el ser humano imponga a la naturaleza su regulación arrogante: así consume hasta enfermarse y al mismo tiempo busca la salud total y la inmortalidad biológica. Ahora que os límites de la Tierra se han hecho sentir, pues se trata de un planeta pequeño y enfermo, lo fuerza con nuevas tecnologías a producir más. La Tierra se defiende creando el calentamiento global con sus eventos extremos.
Con propiedad dice Soja: «el crecimiento sin fin no es nada más que una ingenua metáfora de la inmortalidad» (p.11). Samuel P. Huntington en su discutido libro El choque de civilizaciones(Paidós 1998) afirmaba que la arrogancia occidental constituye «la fuente más peligrosa de inestabilidad y de un posible conflicto global en un mundo multicivilizacional» (p.397). Este sobrepasar todos los límites está agravado por la ausencia de la razón sensible y cordial. Por ella leemos emotivamente los datos, escuchamos los mensajes de la naturaleza y percibimos lo humano de la historia humana, dramática y esperanzadora.
La aceptación de los límites nos hace humildes y conectados a todos los seres. El imperio norteamericano, por la lógica propia de la arrogancia dominadora, se distancia de todos, crea desconfianzas pero jamás amistad y admiración.
Termino con un cuento de León Tolstoi en el estilo de João Cabral de Mello Neto: ¿De cuánta tierra precisa un hombre? . Un hombre hizo un pacto con el diablo: recibiría toda la tierra que consiguiese recorrer a pie. Se puso a andar día y noche, sin parar, de valle en valle, de monte en monte. Hasta que extenuado cayó muerto. Comenta Tolstoi: si conociese su límite, sabría que apenas le bastaban unos metros; más que eso no necesitaría para ser sepultado.
Para ser admirados, los Estados Unidos no necesitarían más que su propio territorio y su propio pueblo. No precisarían desconfiar de todos ni fisgonear la vida de todo el mundo.




Fuente: Koinonia

sábado, 10 de agosto de 2013

¿Un Concilio de toda la cristiandad?


Hemos celebrado los 50 años de la muerte del Papa Juan XXIII (1881-1963), seguramente el Papa más importante del siglo XX. A él se debe la renovación de la Iglesia católica que intentó definir su lugar dentro del mundo moderno. El 25 de enero de 1959, sin avisar a nadie, declaró ante los cardenales estupefactos reunidos en la abadía benedictina de San Pablo Extramuros que iba a convocar un concilio ecuménico. Había hecho por su cuenta un juicio crítico sobre la situación del mundo y de la Iglesia y había percibido que estábamos ante una nueva fase histórica: la del mundo moderno, con su ciencia, su técnica, sus libertades y derechos. La Iglesia tenía que ubicarse positivamente dentro de esta realidad que surgía. La actitud que había hasta entonces era de desconfianza y condena. El Papa entendía que este comportamiento llevaba a la Iglesia al aislamiento y a un estancamiento que le hacía daño.

Repitió el viejo dicho: vox temporis vox Dei (“la voz del tiempo es la voz de Dios”). Esto no significa, dijo, “que todo en el mundo tal como está sea la voz de Dios. Significa que todo porta un mensaje de Dios, bueno para que lo sigamos, malo para que lo cambiemos”.

En efecto, el Concilio Vaticano II se realizó en Roma (1962-1965), el Papa lo abrió, pero murió antes de su finalización (1963). Su espíritu, sin embargo, marcó todo el evento, con consecuencias hasta nuestros días.

Dos fueron sus lemas principales: aggiornamento y concilio pastoral. Aggiornamento es decir sí a lo nuevo, sí a la actualización de la Iglesia en su lenguaje, en su estructura y en su forma de presentarse al mundo. Concilio pastoral quería expresar una relación de apertura con la gente y con el mundo, de diálogo, de aceptación y de fraternidad. Así que nada de condena al modernismo y a la "Nouvelle Théologie" como se había hecho furiosamente antes. En lugar de doctrinas, diálogo, aprendizaje mutuo e intercambio.

Tal vez esta afirmación de Juan XXIII resuma todo su espíritu: “La vida del cristiano no es una colección de antigüedades. No se trata de visitar un museo o una academia del pasado. Esto, sin duda puede ser útil —como lo es la visita a los monumentos antiguos— pero no es suficiente. Se vive para progresar, si bien sacando provecho de las prácticas y de las experiencias del pasado, para ir siempre más lejos en el camino que Nuestro Señor nos va mostrando”.

De hecho, el Concilio puso a la Iglesia en el mundo moderno, participando de sus avatares y sus logros. La Iglesia en América Latina pronto se dio cuenta de que no solo existía el mundo moderno, sino el submundo del cual poco se había hablado en el Concilio. En Medellín (1969) y en Puebla (1979) se vio que la misión de la Iglesia en este submundo hecho de pobreza y opresión debía ser de promoción de la justicia social y de liberación.

Han pasado ya 50 años desde el Concilio. El mundo y el submundo cambiaron mucho. Han surgido nuevos desafíos: la globalización económico-financiera y la consecuente conciencia planetaria, la disolución del imperio soviético, las nuevas formas de comunicación social (internet, redes sociales y otras) que han unificado el mundo, la erosión de la biodiversidad, la percepción de los límites de la Tierra y la posibilidad de exterminio de la especie humana y con ella del proyecto planetario humano.

Con las categorías del Concilio Vaticano II no podemos atender esta nueva realidad amenazante. Todo apunta a la necesidad de un nuevo Concilio ecuménico. Ahora no se trata de convocar solamente a los obispos de la Iglesia Católica. Ante los peligros que tenemos que enfrentar, todo el Cristianismo, con sus Iglesias, está siendo desafiado. Precisamos tomar en serio la alianza que el gran biólogo E. Wilson proponía entre las Iglesias y las religiones y la tecnociencia, si es que queremos salvar la vida del planeta. (cf. La creación, Salvemos la vida en la Tierra, 2006). ¿Cómo pueden contribuir estas fuerzas religiosas a que todavía tengamos futuro? La supervivencia de la vida en la Tierra es el supuesto de todo. Sin ella, se desvanecen todos los proyectos y todo pierde sentido. Los cristianos deberán olvidar sus diferencias y polémicas y unirse para esta misión salvadora.

El Papa Francisco tiene la capacidad de convocar a la totalidad de las expresiones cristianas, a los hombres y a las mujeres, asesorados por personas de reconocido saber, incluso no religiosas, para identificar el tipo de colaboración que podemos ofrecer en la línea de una nueva conciencia de respeto, de veneración, de cuidado de todos los ecosistemas, de compasión, de solidaridad, de sobriedad compartida y de responsabilidad sin restricciones, pues todos somos interdependientes.

Con su forma de ser y de pensar el Papa Francisco despierta en todos nosotros la razón cordial, sensible y espiritual. Unida a la razón intelectual, protegeremos y cuidaremos, cuidaremos y amaremos esta única Casa Común que el universo y Dios nos han legado. Sólo así garantizaremos nuestra continuidad sobre la Tierra.


Fuente: Koinonia

lunes, 15 de julio de 2013

Erosión del sentido de la vida y las manifestaciones de la calle.





Poco a poco va quedando claro que las manifestaciones masivas de la calle que han ocurrido en los últimos tiempos en Brasil y en todo el mundo, expresan más que reivindicaciones puntuales, como una mejor calidad del transporte urbano, mejor sanidad, educación, empleo, seguridad y el rechazo a la corrupción y a la democracia de las alianzas apoyadas por negocios trapaceros. Fermenta algo más profundo, diría casi inconsciente, pero no menos real: el sentimiento de una ruptura generalizada, de frustración, de decepción, de erosión del sentido de la vida, de angustia y miedo ante una tragedia ecológico-social que se anuncia por todas partes y que puede poner en peligro el futuro de la humanidad. Podemos ser una de las últimas generaciones que habiten este planeta.

No es extraño que el 77% de los manifestantes tengan estudios superiores, es decir, son gente capaz de sentir este malestar del mundo y expresarlo como un rechazo a todo lo que está ahí.

Primero, es un malestar frente al mundo globalizado. Lo que vemos nos avergüenza porque significa una racionalización de lo irracional: el imperio norteamericano decadente para mantenerse necesita vigilar a gran parte de la humanidad, usar la violencia directa contra quien se opone, mentir descaradamente como en la motivación de la guerra contra Iraq, irrespetar cualquier derecho y las normas internacionales, como el "secuestro" del presidente Evo Morales de Bolivia, que han hecho los europeos, pero forzados por las fuerzas de seguridad estadounidenses. Niegan los valores humanitarios y democráticos de su historia que inspiraron a otros países.

Segundo, la situación de nuestro Brasil. A pesar de las políticas sociales del gobierno del PT que aliviaron la vida de millones de pobres, hay un océano de sufrimiento, producido por la favelización de las ciudades, por los bajos salarios y por la ganancia de la máquina productivista de estructura capitalista, que debido a la crisis sistémica y a la competencia cada vez más feroz, sobreexplota la fuerza de trabajo. Sólo para dar un ejemplo: la investigación realizada en la Universidad de Brasilia entre 1996-2005 encontró que cada 20 días se suicidaba un empleado de la banca debido a las presiones por metas, exceso de tareas y pavor al desempleo. Y no hablemos de la farsa que es nuestra democracia. Me valgo de las palabras del sociólogo Pedro Demo, profesor de la UNB, en su Introducción a la Sociología (2002): «Nuestra democracia es la representación nacional de una hipocresía refinada, llena de leyes bonitas, pero hechas siempre en última instancia por las élites dominantes para que les sirva a ellas de principio a fin. El político se caracteriza por ganar bien, trabajar poco, hacer negocios turbios, emplear a familiares y parientes, enriquecerse a costa del erario público y entrar en el mercado desde arriba ... Si ligásemos democracia con justicia social, nuestra democracia sería su propia negación» (p. 330, 333). Ahora entendemos por qué la calle pide una profunda reforma política y otro tipo de democracia donde el pueblo quiere codecidir los caminos del país.

Tercero, la degradación de las instancias de lo sagrado. La Iglesia Católica nos ha ofrecido grandes escándalos que han desafiado la fe de los cristianos: sacerdotes pederastas, obispos e incluso cardenales. Escándalos sexuales dentro de la Curia Romana, el cuerpo de confianza del Papa. Manipulación de millones de euros en el Banco del Vaticano (IOR), donde los altos eclesiásticos se aliaron con mafiosos y millonarios corruptos italianos para blanquear dinero. Iglesias neo-pentecostales en sus programas de televisión atraen a miles de fieles, usando la lógica del mercado y transformando de la religiosidad popular en un negocio infame. Dios y la Biblia se ponen al servicio de la disputa mercadológica para ver quien atrae más telespectadores. Hay sectores de la Iglesia Católica que tampoco escapan a esta lógica, con el espectáculo de misas-show y sacerdotes-cantores con su autoayuda fácil y canciones melifluas.

Por último, no escapa al malestar generalizado la difícil situación del planeta Tierra. Todos se están dando cuenta de que el proyecto de crecimiento material está destruyendo las bases que sustentan la vida, devastando los bosques, diezmando la biodiversidad y causando acontecimientos cada vez más extremos. La reacción de la Madre Tierra está dada por el calentamiento global, que sigue subiendo, si llegase en las próximas décadas a 4-6 grados Celsius más, por el calentamiento abrupto, podría diezmar la vida que conocemos y hacer imposible la supervivencia de nuestra especie, desapareciendo nuestra civilización.

Ya no podemos engañarnos a nosotros mismos, cubriendo las heridas de la Tierra con esparadrapos. O cambiamos de rumbo, manteniendo las condiciones de la vitalidad de la Tierra, o el abismo nos espera.

Como insiste la Carta de la Tierra: «Nuestros retos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales, están interrelacionados», esta interconexión real, aunque en parte inconsciente, lleva a las calles a miles de personas que quieren otro mundo posible y necesario ahora. O aprovechamos la oportunidad de cambiar o no habrá futuro para nadie. El inconsciente colectivo presiente este drama, de ahí el grito de la calle pidiendo cambios. Si no atendemos sus exigencias, se puede retrasar la tragedia, pero no podremos evitarla. El tiempo de escuchar y actuar es ahora.




Fuente: Koinonia