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martes, 11 de junio de 2019

¿Espiritualidad cristiana?


José Arregi

¿Es adecuado hablar de espiritualidad cristiana, como si fuera distinta de la judía, musulmana, budista o simplemente laica sin etiqueta confesional ni expresión religiosa? En efecto, la espiritualidad, más allá de toda forma, es siempre la misma, como el mismo es el Aliento sin forma que anima en el fondo todas las formas: el átomo de hidrógeno, la rosa que florece, el mirlo que canta. Toda espiritualidad transciende sus expresiones, sean religiosas o laicas. Toda espiritualidad vive del mismo Espíritu que anima, mueve y une a todos los seres.

Es cierto. Pero es igualmente cierto que los seres humanos, como todos los seres del universo, somos formas animadas por un aliento divino. No hay “alma” sin forma ni forma sin “alma”. Las formas solo son por el Espíritu o el Aliento que las anima, y el Espíritu solo es en las formas del mundo que lo portan y manifiestan. Como el agua en la fuente, el sentido en la palabra, la luz en el color, la vida en el viviente o la consciencia en el cerebro. O como Dios en el mundo.

Somos formas vivientes, seres vivientes emergiendo de una forma concreta y limitada, a la que el propio límite abre al infinito. Tenemos unas raíces, procedemos de una tradición, bebemos de una fuente, una tierra concreta nos nutre. Por eso no existe una espiritualidad intemporal y acultural, neutra o abstracta, sin forma, pero nunca se circunscribe tampoco a una forma inmóvil, inmutable y cerrada. No puede ser vivida y expresada sin alguna forma, pero no debe ser identificada con ninguna forma.

El Espíritu se hace carne, como la palabra. La espiritualidad toma forma. Cada forma tiene un color. La luz es la misma, pero se refracta en todos los colores del arcoíris, aunque los colores no existen sino en el ojo que los ve o en el cerebro que los procesa, y a menudo sucede que lo que para uno es gris para otro es azul, para uno morado y para otro fucsia, o incluso verde para uno y rojo para otro. Nadie ve el color verdadero, pues no existe. Ningún color es superior a otro, y nadie es dueño de la luz.

Es lícito, pues, hablar de espiritualidad cristiana, aunque también ella adopta diversos colores o tonos, como el verde en la primavera. Habría que llamarla más bien espiritualidad de Jesús, “cristianizada” por las diversas iglesias que, a la vez que la transmitieron, en alguna medida también la traicionaron. La seguimos traicionando.

La espiritualidad cristiana es la espiritualidad del Espíritu profético que llenó a Jesús de esperanza subversiva, que le hizo abandonar su casa y su familia, orar de noche en la soledad de la montaña e ir de casa en casa, de aldea en aldea, de camino en camino, anunciando: “Levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Se acerca el Reino o el Jubileo de Dios, decía: la cancelación de las deudas, la recuperación de las propiedades y de la dignidad enajenada, el descanso y el respiro de todos los vivientes.

La espiritualidad cristiana de Jesús es la espiritualidad de la compasión: Vio la multitud hambrienta y tuvo compasión, como está escrito. La espiritualidad que no obra ni por mandato divino ni por reconocimiento humano, ni por miedo al castigo ni por deseo del premio, sino por entrañas de piedad para con el herido. La espiritualidad que hace sentir más gozo en compartir que en tener y que merece la pena dar la vida por transformar el mundo, aunque aparentemente fracasemos. No depende del éxito.

La espiritualidad cristiana de Jesús transciende la religión, el cristianismo incluido, con todas sus creencias, ritos y formas: Misericordia quiero, no sacrificios, dijo. Misericordia, no dogmas ni cánones, ni liturgias ni templos, ni iglesia ni clero.
La espiritualidad cristiana de Jesús, como toda auténtica espiritualidad, es una forma particular que nos abre al Espíritu universal: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba”, dijo. Pero añadió: “Y de su propio fondo brotarán ríos de agua viva”.

“Ésa será tu espiritualidad cristiana de Jesús –se me podrá objetar–, más que la espiritualidad cristiana de Jesús”. Seguramente. Es la espiritualidad que hoy me inspira Jesús. Ni yo ni nadie puede escapar de la interpretación, necesariamente ligada a la forma particular que somos cada uno, hasta el propio Jesús. Convierte tu destino en gracia. Busca en el fondo de tu forma el Aliento universal. Bebe el agua de la Vida de tu propio pozo.

(Publicado en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS el 9 de junio de 2019)

martes, 2 de abril de 2019

Espiritualidad del descanso.


No nos faltan medios para el esparcimiento y la diversión, pero algo fundamental nos falla: vivimos cada vez más cansados. Y no es infrecuente que aquello mismo que nos podría descansar, como el deporte, lo convirtamos en competición agotadora, o que de unas soñadas vacaciones volvamos estresados. ¿Qué te pasa que estás tan cansada, pobre humanidad?

Pon atención en la vida y en las palabras. “Cansar” viene de la confluencia de dos verbos latinos: quassare (dar golpes, agitar) – de donde viene, por cierto, cascar: las palabras no engañan– y campsare (doblar, abatir). Golpeados, agitados, doblados, abatidos. Es imposible vivir cansados y sin saber descansar. Las neuronas se dañan, la salud se arruina, el aliento vital se sofoca y se extingue. ¿A dónde vas, especie humana que te llamaste Sapiens? ¿Dónde hallarás una unidad muy especial de cuidados intensivos para recuperar tu aliento?

Abramos los ojos, observémonos. Cuanto más nos cansamos, menos descansamos, más incapaces nos volvemos de aflojar la carrera, de seguir huyendo de nuestro propio centro y de la compasión con todas las criaturas. Y cuanto menos descansamos, más cansamos, más nos irritamos, menos toleramos. Mirad el hemiciclo del Congreso, templo de la crispación o de la hipocresía. Mirad por aquí esta campaña electoral, esas derechas cada vez más extremas que supuran mentira y agresión. Son vergüenza para la ciudadanía, y a la vergüenza nos arrastran. Están cansados, y nos cansan hasta el hastío y la extenuación. Y la Iglesia calla.

Miremos el mundo, su inquietante panorama. Esta civilización incivil, este ritmo asfixiante y loco, este sistema económico infame que nos hemos impuesto y nos impide encontrar un lugar de paz en la tierra común de los vivientes. Cuanto más avanza la humanidad y cuanto más poderosos nos hacemos, más tememos, más rivalizamos sin tregua. Cuanto más tenemos, más queremos. Cuanto más ganan unos pocos, más numerosos son los que padecen una mayor pobreza. Cuantas más máquinas fabricamos, más horas trabajamos, y cuanto más trabajamos, más necesidades inútiles nos creamos. Cuanto más poseemos, más competimos, en guerra todos contra todos y contra nosotros mismos. Y cuanto más general se vuelve la guerra, menos son los que ganan y más son los que pierden, hasta que todos lleguemos a perderlo todo. La codicia nos ha ganado.
La humanidad, nacida del Sol y de la Tierra, vive en el momento más crítico de su historia.

Hermanos del aire y del agua, del laurel en flor y del zorzal que canta, nos hemos convertido en sus peores enemigos. Nos apoderamos del fruto del árbol del bien y del mal. Hemos olvidado que somos tierra humilde, humus, hermanos, humanos. Quisimos ser el “Dios” omnipotente que no existe sino en nuestra imaginación. Nos aferramos al ego que no somos. Y hasta aquí nos ha conducido nuestro error. Y el error se volverá catástrofe planetaria, si no corregimos este rumbo al abismo. Lo peor no ha quedado atrás: se presenta ante nosotros, y podrá hacerse realidad. Los desahuciados de sus casas, los exiliados de sus patrias por el hambre y la guerra, siempre unidas, los expulsados de todas las patrias por el egoísmo son el síntoma y el precio de la impiedad. En el grito de la Tierra y de los pobres suenan todas las alarmas.

Si queremos vivir, hemos de convertirnos, volver al hogar desertado. Descansar por fin, recobrar aliento. Reposar en la fuente de la vida, respirar en la calma de nuestro ser, uno con todo. Recuperar la armonía. Redescubrir la sabiduría y hacer del creciente conocimiento gnosis o génesis, nuevo nacimiento. He ahí la espiritualidad que nos apremia, con religión –una religión reinventada– o sin religión alguna, eso es lo de menos. Sabiduría de la vida, inteligencia espiritual, espiritualidad integral liberadora, conciencia ecofeminista profunda… Llámalo como quieras, pero es urgente. No te dañes más y cuídate, oh pequeño corazón agitado.
Volvamos. Tal vez todavía estemos a tiempo. Tal vez podamos aún hacer que amanezca el séptimo día de la creación, el sábado del descanso creador, del respiro de todas las criaturas. Recordemos: “El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa”. Con nadie ni consigo compite y, libre su ego, en todo se encuentra y descansa.

(Publicado en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS el 31 de marzo de 2019)

viernes, 14 de diciembre de 2018

El aporte de la espiritualidad de los pueblos indígenas a las CEB’s.


Por: Juan Manuel Hurtado López

Del 23 al 27 de julio de 2018 celebramos el XX Encuentro Nacional de Comunidades Eclesiales de Base en la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas. A raíz de esta experiencia y en relación con el tema del aporte de la espiritualidad de los pueblos indígenas a las CEB’s, me surgen los siguientes aportes.


1. “Tocamos lo integral, la armonía”



En el Núcleo que se ubicó en Tila, Chiapas, en la capilla de Cristo Rey, nos encontramos reunidos alrededor de 150 hermanos y hermanas de CEB’s entorno a un inmenso Altar Maya. Es un rico Altar cargado de variadas frutas, enormes calabazas, plátanos, yuca, piñas, flores de varios colores, mazorcas de maíz rojo, negro, blanco y amarillo; frijol de varios colores, exuberantes guías de plantas tropicales, propias de esa región. Ahí está el incienso, los tambores, el caracol, las flautas. Ahí están las candelas sembradas: roja al oriente, negra al poniente, blanca al norte, amarilla al sur. Y al centro de nuestro inmenso Altar Maya están las candelas azul y verde: representando a Dios Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra, donde se cruza el camino de Dios con el camino de la humanidad para, juntos, tejer la historia. Sobre el Altar está un crucifijo, una Biblia, la Virgen de Guadalupe y una foto de jTatic Samuel.

Es un Altar total, integral, armónico, no falta nada: está el tiempo y el espacio, Dios y la humanidad, el hombre y la mujer, el cielo y la tierra. Llega el momento de la oración. Cada uno de los 150 hermanos ahí presentes hemos recibido una vela. El Principal va a empezar la oración.

El escenario es inmejorable. Un recio templo de piedra, alto, hecho de forma casi exagonal, cubre el escenario, y al frente y detrás del Altar una enorme pintura de Mons. Oscar Arnulfo Romero, mártir que luego sería canonizado el 15 de octubre y un crucifijo grande, copia del Señor de Tila.


Ahora el principal va a empezar la oración.

Primero se inciensan las velas del Altar y luego se van encendiendo en el orden arriba señalado. A continuación los presentes encendemos nuestras candelas, todos nos dirigimos hacia el oriente, hacemos una reverencia y suena el caracol tres veces. El Principal ora en voz alta: el perfume del incienso inspira nuestra escucha y contemplación. Todo es oración. Luego giramos -siempre sobre el lado izquierdo- hacia el poniente y hacemos una reverencia. Vuelve a sonar el caracol tres veces. El Principal continúa la oración. Aspiramos el perfume del incienso, elevamos nuestro espíritu. Ahí están presentes todas las necesidades del pueblo y de la tierra, ahí está Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahí está la Virgen María y los Santos, nuestros cuidadores: jCajcanantic, ahí están todos los patronos de nuestras parroquias, ahí está el Señor de Tila, patrono de esta parroquia que es Santuario diocesano de San Cristóbal de Las Casas. Ahí está jTatic Samuel y su palabra profética, ahí está Mons. Romero y su testimonio martirial.

Continuamos la oración ahora girando hacia el norte y luego hacia el sur. El caracol sigue sonando y antecediendo cada momento de oración hacia los cuatro rumbos del universo. Finalmente nos dirigimos todos hacia el centro: ahí donde está Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra, el Paswanej: nuestro Hacedor; el jManwanej: nuestro Comprador, el que nos rescató. Nuestra oración continúa y ahí entran todas las necesidades de quienes hemos venido a este Encuentro desde los muy diversos rumbos de nuestro país: de Mexicali y de Monterrey, de Puebla y de Veracruz, de Michoacán y de Tapachula, de Guanajuato y de Jalisco, de la Ciudad de México y de Tlaxcala, de Chiapas y de Colima.

Es un momento intenso de oración en el que tocamos la vida herida de nuestro país con tanta violencia y tanto desaparecido y asesinado, ahí están nuestros hermanos migrantes, ahí está el sufrimiento de nuestras comunidades indígenas y campesinas heridas por el hambre, la miseria y la injusticia e inequidad. Pero también presentamos a Dios Padre y Madre la lucha de nuestros pueblos, la exigencia de los familiares de los mártires de Acteal y de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, la lucha de los mineros de Pasta de Conchos, la lucha de los maestros. Es todo un rosario de súplicas engarzadas por el dolor y la esperanza. Sí, nuestra vida es pascual, muerte y resurrección. Caminamos desde el rojo del amanecer por el oriente hasta el poniente que es de color negro, lugar de la muerte y del descanso, para luego renacer de nuevo.

También hacemos presente el dolor y sufrimiento de nuestra Madre Tierra –figurada en el Altar Maya- saqueada y herida por el deterioro ecológico. Pero también hacemos memoria de todas las luchas en defensa y cuidado de nuestra Madre Tierra, la Laudato Sii y el Sínodo panamazónico. Nos sentimos parte de esta tragedia y de esta esperanza. Viajamos en la misma barca con toda la creación. Lo que le pase a una planta, a un árbol, a una semilla, a una montaña, a un río, a nosotros nos afecta vitalmente.

Para terminar este momento de oración sembramos nuestra candela alrededor del Altar Maya y besamos a nuestra Sagrada Madre Tierra. Culminamos nuestra oración con tres piezas de baile ritual.


2. Compartir y aprender


Los pueblos indígenas han dicho que están en disposición de compartir sus flores y sus frutos con otros pueblos, sus ritos y sus mitos, sus tradiciones y cultura, sus libros sagrados como el Popol Vuh y el Chilam Balam, sus valores y principios, sus Ciudades Antiguas Sagradas como Palenque, Tonina’, Tenam Puente, Bucsotz, Uxmal o Chichen Itza’. Y poco a poco los habitantes de otras culturas, de otros pueblos, hemos ido bebiendo de sus ricos manantiales, hemos ido enriqueciendo nuestro espíritu con otras sabidurías, nos hemos sentado en el Pop, en el petate de su historia para aprender de esta espiritualidad y sabiduría milenarias. 

Hemos aprendido de la profunda espiritualidad encerrada en sus 20 calendarios, en su kam wuj, en el libro del destino; hemos aprendido de las energías de cada uno de los 20 días del calendario maya que están en relación con el nacimiento del hombre y de su destino; hemos aprendido de sus profecías, de su cosmovisión. Para los mayas todo es espiritualidad: el movimiento de un astro, del sol y de la luna, la fuerza y el movimiento del viento y del fuego; la fecundidad de la Madre Tierra y lo infinito del cielo, las montañas y la cuevas, los nacimientos de agua y los ríos, el mismo calendario maya es un contenido de espiritualidad y de teología. Los mayas fueron grandes astrónomos y conocedores del cielo y del movimiento de los astros y lo dejaron en gran parte escrito. No obstante la destrucción que hicieron los españoles de sus códices, de sus calendarios, de sus sabias enseñanzas sobre la medicina, una buena parte de esta riqueza se ha podido rescatar, gracias a las investigaciones de muchos años.

Esto es lo que ofrecen los pueblos mayas, estas son las flores y los frutos de su cultura que a ellos les ayudaron a vivir en armonía y paz y ahora los ofrecen a nosotros. Como miembros de las Comunidades Eclesiales de Base, tenemos un recorrido de muchos años de usar los signos y los símbolos como elementos para expresar nuestra espiritualidad; el lenguaje corporal, simbólico en las celebraciones y en nuestra oración no nos es ajeno. Más bien nos sentimos como en casa.

Por esta razón, en el pasado Encuentro Nacional de Comunidades Eclesiales de Base celebrado en nuestra diócesis de San Cristóbal de Las Casas, pudimos beber parte de esta espiritualidad en la celebración de inicio y en los diferentes Núcleos en los que participamos. La espiritualidad mayense es como una fiesta, como un banquete: se participa en la medida en la que el vaso de nuestro corazón está dispuesto a llenarse. Creo que para la mayoría de nosotros, el haber participado en los trabajos y en las celebraciones y oraciones, fue una experiencia de bendición.


3. Los pueblos mayenses nos ofrecen algo más

Pero los pueblos indígenas no sólo nos ofrecen estas flores y estos frutos de su cultura y espiritualidad. Los pueblos indígenas nos ofrecen actitudes, principios, costumbres. En esta sociedad de consumo desbordado, utilitarista, mercantilista en la que todo se compra y se vende hasta la dignidad y el honor, la integridad personal, los pueblos indígenas ofrecen su desapego natural de la acumulación, del derroche, de idolatrar el dinero. Saben vivir en la austeridad y desapego. Nos ofrecen su espíritu de compartir lo que se tienen como las cosechas y los frutos; éstos no se amontonan, no se acaparan en unas solas manos. Los frutos son para compartir en la comunidad como cuando hacen sus fiestas patronales y se preocupan de que todas las familias vayan a sus fiestas y participen del rito y de la comida, de la oración y de lo que han preparado con tanto esmero durante todo un año.

Nos ofrecen también un espíritu contemplativo de la creación. Es la convicción de que todos nosotros somos una partecita de la inmensa creación y de que todos los seres están vivos: los astros y las piedras, los animales y las plantas, los mares y los ríos, el cielo y la tierra. Todo está habitado.

Nos ofrecen la posibilidad de vivir en armonía con todo lo creado, respetando a todos los seres, y no esa actitud agresiva de dominio y destrucción que ha mostrado la así llamada civilización occidental.

En las comunidades, cuando existe un conflicto, una enfermedad, lo primero que se hace es una oración, es mirar el corazón para ver qué es lo que no está en paz, que es lo que causa el conflicto. No es entonces cuestión sólo de poder, de imposición, de ganancia, de intereses. Va más a lo profundo del ser, a lo que no está en orden en el corazón. De hecho los hermanos indígenas tienen la expresión: “caminar con un corazón”. Y esto se aplica a un matrimonio, a una persona, a una comunidad. Entonces, la solución a los problemas parte desde la armonía del corazón de cada quien. Y por eso es necesaria, fundamental la oración, el reconocer que hay un Hacedor, un arreglador de los problemas.

Esta espiritualidad, esta perspectiva también nos la ofrecen los pueblos originarios como parte de nuestra espiritualidad.

Y sobre todo nos comparten el sentido sagrado de la creación. Las cosas, los montes, los ríos, las cuevas, los animales, la milpa, el sol, la luna, no son cosas, no son objeto, mercancía que se puede canjear por dinero o por poder. Una montaña sagrada, una cueva, un río, el lugar donde están enterrados los ancestros, no se pueden vender para hacer ahí una fábrica, un comercio, un centro recreativo. Ahí habitan los guardianes de los cerros, de las cuevas y de los ríos; ahí habita la memoria de los antepasados, su fuerza, su sabiduría. Ahí se recrea y se renueva la vida y el espíritu cada vez que estos pueblos, estas comunidades se acercan a presentar su ofrenda: sus flores, su incienso, su candela, su música, su oración, su baile ritual. Estos lugares son parte de su ser y de su historia, de su espíritu y de su identidad, de su esperanza y de su lucha. Por eso no se pueden vender, sería como vender el alma, el corazón, la historia de nuestros antepasados, de aquellos que nos trajeron a este mundo.

Acercarse a esta profunda riqueza cultural, espiritual, ancestral, es descubrir en el fondo de nuestros corazones lo que ya habita en nosotros desde hace miles de años y aparece como dormido. Por eso en la danza ritual volvemos a sentir la armonía primigenia, en el sonido del caracol escuchamos las voces profundas de nuestro ser y de nuestra historia, en el incienso tocamos nuestra relación con Dios, el Creador y Formador, al que es Corazón del Cielo y Corazón de la Tierra, el jManujel: nuestro Comprador, el que nos rescata.

Creo que las Comunidades Eclesiales de Base, en el pasado Encuentro Nacional, por lo menos tuvimos un atisbo de esta inmensa y profunda riqueza. Y esta riqueza está abierta a todas las Comunidades Eclesiales de Base de México y de América Latina y El Caribe.

lunes, 26 de noviembre de 2018

La espiritualidad como emergencia de la vida.

Por Jordi Font

 En este artículo de FronterasCTR nos proponemos presentar un breve estado de la cuestión que servirá como marco para situar la propuesta teórica de un modelo antropológico que da cuenta de la espiritualidad como una emergencia de la vida y que es sustrato para la vivencia de una fe religiosa conscientemente asumida. En su desarrollo queda manifiesto la insuficiencia de la metodología de las ciencias de la naturaleza para dar cuenta de la realidad humana de la espiritualidad. Nos acercamos a la espiritualidad desde un modelo antropológico con el que dar cuenta de la espiritualidad y de la salud. El objetivo de aplicar este modelo es que nos permite comprender el proceso evolutivo madurativo de la vida humana, y no meramente una explicación que establezca relaciones causales. Con ello apuntamos a un marco de discurso no reducible a la ciencia natural empírica, aunque integre resultados actuales de las ciencias neurológicas. Este marco del discurso lo entendemos compatible con las visiones que consideran insuficiente el naturalismo clásico.

Estado de la cuestión[1]

La espiritualidad como emergencia de la vida. Conceptos previos 

Creo que es fundamental precisar desde el inicio los límites del significado que atribuimos al concepto de experiencia religiosa y de experiencia espiritual. Entendemos lo religioso como todas aquellas mediaciones empíricas y simbólicas, formalizaciones y objetivaciones, que pueden ser compartidas (textos, espacios, ritos, liturgias…) y que vehiculan la relación del sujeto y del grupo con la realidad trascendente.

Espiritualidad es la tendencia humana hacia una realidad no física vivida como algo que emerge de uno mismo pero que no puede manejar conscientemente, pero si aportar mediaciones empíricas y simbólicas que la faciliten. La diferencia entre espiritualidad y religión estaría entre el dedo que señala (sería la religión), y el lugar hacia dónde señala (sería lo espiritual inefable).

La palabra que puede definir de forma más clara la percepción de espiritualidad es la palabra intuición. Intuimos que hay un misterio que captamos, que no se acaba, la búsqueda de algo más. Es una vivencia. Una vivencia sin símbolos es vivir la misma vida, captar lo que estoy viviendo.

Dos emergencias de la vida: la espiritualidad y la salud

La naturaleza es lo que palpamos y lo que se esconde en agujeros que no sabemos detectar. Nunca se agota, siempre va más allá (no agotan lo que es la vida, lo que supone la búsqueda de la indeterminación humana que busca al otro, pero que no se acaba, la búsqueda de algo más).

La vida es lo que conocemos por experiencia propia y por experiencia del cosmos que va evolucionando. Y esta vida se manifiesta en dos emergencias que son concomitantes: la emergencia que llamamos saludes la expresión de la fuerza vital que mantiene el bien-ser (puede objetivarse con indicadores[2]objetivos) y la emergencia de la vida que es la espiritualidad que intuye, pero sin comprender en su plenitud.

La espiritualidad, emergencia de la vida, es la potencia vital que avanza asintóticamente y se desarrolla en un proceso evolutivo de maduración. La evolución va desde un estado de relación egocéntrico, de supervivencia, que ofrece seguridad, a un estado de relación con la alteridad que supone pasar de lo conocido a lo desconocido, que es el otro, pasando por el riesgo de abandonar las seguridades, hasta poder alcanzar una unión mística no dual. En este sentido, espiritualidad es una experiencia subjetiva referida a un proceso de maduración que, a partir de la experiencia de la incompleción humana, puede alanzar los niveles de experiencia mística inefable. Podemos decir que espiritualidad es la experiencia del sujeto que se dispone a entrar en relación interior con algo que es una realidad que le atrae con una cualidad superior a las seguridades de supervivencia que le aseguran bienestar.

Nos acercamos a la espiritualidad, desde un modelo antropológico con el que dar cuenta de las dos emergencias de la vida a las que nos hemos referido, la espiritualidad y la salud. El objetivo de aplicar este modelo es que nos permite comprender el proceso evolutivo madurativo de la vida humana. Y al buscar la comprensión, y no meramente una explicación que establezca relaciones causales. Con ello apuntamos a un marco de discurso no reducible a la ciencia natural empírica, aunque integre resultados actuales de las ciencias neurológicas. Este marco del discurso lo entendemos compatible con las visiones que consideran insuficiente el naturalismo clásico, de las que hemos hablado en la introducción.

En síntesis, desde el punto de vista antropológico, la vida espiritual es un proceso vital, psicobiológico evolutivo, hacia la maduración de la persona humana en el que distinguimos:

El proceso evolutivo madurativo, de la vida humana, en el que la espiritualidad es una emergencia de la vida cuya maduración no acaba, trasciende el ciclo vital. Es una dimensión que no se agota con el ciclo vital, hay una dimensión que lo trasciende y tiende hacia una relación de unidad total, en una vivencia no-dual.

Además, la maduración espiritual se manifiesta psicológicamente pero no la podemos poseer. Solo se percibe, es inefablepero incorporada a nosotros, vivimos en Ella, (podría expresarse en palabras de Pablo: “No soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí”, Ga. 2,20).

Hay que admitir que hay realidades no físicas que podemos intuirlas. Queda abierta la posibilidad de intuir otra Realidad, la de Dios.

TEXTO COMPLETO AQUÍ


lunes, 16 de abril de 2018

Espiritualidad y religiones.


Iosu Perales

De vez en cuando algún obispo hace públicas reflexiones muy críticas rayanas en la intolerancia acerca de prácticas como el yoga, el reiki y otras meditaciones orientales. Dicen de ellas que no son compatibles con la fe cristiana, lo cual suscita perplejidad en buena parte de la ciudadanía. 

Para muchas personas espiritualidad y religión son lo mismo. Más todavía, hay quienes creen que sólo puede ser espiritual quien forma parte de una Iglesia. Es una idea equivocada. Mucho antes que el cristianismo –por poner un ejemplo tan cercano a nosotros– ya había hombres y mujeres que practicaban el cultivo del espíritu, que meditaban, que ayunaban, que vivían una intensa vida interior. Ahora bien, es también verdad que hay muchas personas con una religiosidad practicante y una gran espiritualidad. La realidad de esta relación es por consiguiente muy diversa y desde luego que todas las formas deben ser respetadas.

Creo que hay que diferenciar también entre quienes se sienten partícipes de una religión y no son miembros de una Iglesia y quienes lo son y observan sus normas. Lo religioso excede lo institucional, y puede encontrar en este último un ambiente favorable u hostil, como lo hizo notar hace muchos años el teólogo brasileño Leonardo Boff en su libro Iglesia: carisma y poder.


Un amiga, teóloga, me tiene dicho que precisamente por ser seguidora del Evangelio no es parte de ninguna Iglesia. “Los dogmas ya no me dicen nada. Las tradiciones del cristianismo, tal como las aprendí, me son cada vez más ajenas”. Mi amiga busca una espiritualidad que alimente de verdad el sentido de su vida. Por eso toma distancia, revisa y critica la religión aprendida. Como en su caso, pienso que mucha gente percibe que el sistema religioso que nos han enseñado habla de un concepto anticuado del mundo. Es necesario caminar con otros zapatos.


Mi amiga, como millones de personas en el mundo, practica el yoga. Encuentra en ello una calma mental y un equilibrio emocional que le ayudan a ser mejor persona. En la relajación encuentra una buena vía para viajar a su interior, conocerse y reconciliarse consigo misma. De alguna manera hace meditación, aunque es verdad que hay otras prácticas de raíz oriental más especializadas. En realidad no hay meditación mala. Precisamente, en las sociedades ruidosas del presente, qué falta hacen el silencio, la meditación, la prudencia y el diálogo crítico, que son virtudes esenciales en estos tiempos en los que la felicidad, tejida de solidaridad, sentido de justicia y buen trato, es un bien escaso.


Mi amiga cita a Einstein cuando dice: “A mí me basta con el misterio de la eternidad de la Vida, con el presentimiento y la conciencia de la construcción prodigiosa de lo existente”. Y añade: “La religión, el sistema religioso en el que me educaron me llenó de respuestas fijas, preestablecidas, muchas de ellas amenazantes, angustiantes, generadoras de miedo, de culpa y de infelicidad”. Lo que quiere decir es que es tiempo de humanizarnos superando los ritos rígidos y rutinarios. Su referente es Jesús de Nazaret en quien ve a un hombre espiritual y un maestro ético que no es responsable de los dogmas construidos desde el poder y justificados con monoteísmos rígidos y agresivos.


La meditación no es contraria en todo caso a la práctica de una religión. A través de ella se fortalece una cualidad humana que consiste en preguntarse sobre el sentido de la vida y en buscar respuestas. Se puede estar en los dos lugares al mismo tiempo. La posición escogida por mi amiga es un ejemplo de lo que está ocurriendo con mucha gente que deja de sentirse vinculada a la Iglesia católica y a las religiones organizadas en poderosas estructuras en general. Ahora bien, otros muchos millones de personas también practican yoga y meditación sin ser seguidoras de los evangelios. O bien son agnósticas o directamente ateas.


Como he afirmado toda meditación es buena. Hay autores que datan su presencia en hace cinco mil años. Budismo, hinduismo, paganismo, islamismo, judaísmo, cristianismo… han ido configurando formas de meditación que no deben ser jerarquizadas. Cada quien busca y procura encontrar aquella que encaja mejor en su personalidad, en sus creencias. No sería bueno que del mismo modo que las religiones discuten sobre cuál es la verdadera y se ufanan de que sus divinidades son más poderosas, las meditaciones discutieran sobre cuál es superior a las demás.


La espiritualidad no se cobija bajo un paraguas que representa una fe segura, lo que es muy legítimo, sino que se hace preguntas, es permanente búsqueda, es cuestionadora, es crítica, un camino propio. Es como un viaje al interior de la persona que medita a su modo e interpela a la conciencia para actuar de una determinada manera. Pero como digo creo que es perfectamente compatible con ser miembro de una Iglesia. Es desde la libertad que cada cual debe elegir, no debe haber imperativos externos que marquen las fronteras de lo prohibido y de lo permitido.


Por todo esto, no alcanzo a entender las descalificaciones de quienes erigiéndose en jueces consideran que entre el yoga y cualquier modalidad de meditación, bien sea laica u oriental, hay un muro infranqueable con la fe cristiana. Sinceramente creo que además de ser una afirmación errática, de autoaislamiento, es sectaria. Me suena a que quienes lo afirman están molestos por una cierta pérdida de control, una frustración derivada de ver que mucha gente medita de una u otra manera fuera de su ámbito. Al contrario, la empatía entre los seres humanos debería llevarnos, primero al respeto, segundo a la humildad de no creer que nuestra propuesta es la única válida. Lamentablemente, el integrismo sigue arraigado en algunos sectores católicos. Son incapaces de estar a la altura de los tiempos y ven lo nuevo como una amenaza.


Antes de llegar a un posicionamiento de choque y anulación del otro, los afirmantes deberían preguntarse porque las iglesias se vacían. Tal vez la idea de Dios más generalizada en las jerarquías no se asocia a la fiesta, a la alegría, al placer, a la belleza, y por ahí hay una respuesta. Tal vez durante siglos ha predominado la difusión de un Dios-control, de premios y castigos, y por ahí hay otra respuesta. En particular las jerarquías de la Iglesia Católica han perdido el paso de los nuevos tiempos y su discurso no convence, no es atractivo.


El clero se está haciendo mayor y su prestigio cultural y hasta religioso va en descenso. Es un fenómeno que abarca asimismo a protestantes y judíos. Este paulatino abandono de creencias antes indiscutidas afecta también a las ideologías. Con todo, hoy vivimos en sociedades dinámicas donde los postulados han ido cambiando: hoy por ejemplo los Derechos Humanos son el cemento en torno a los que se construye un nuevo consenso. Las iglesias deberían comprometerse de verdad, con hechos, con esta narrativa. En este contexto se extiende una espiritualidad laica que no tiene una única forma de vida, sino que se expresa de manera diversa y acoge experiencias de meditación que al parecer resultan exitosas. Abrir un frente contra el yoga o el reiki, no es sino dar un paso más en la dirección equivocada.


Termino. Un dicho ruso dice “la teoría es gris y verde el árbol de la vida”. Respetemos la pluralidad de opciones que buscan acercarse al menos a la felicidad. La vida se nos presenta como un abanico de posibilidades. No hay una única alternativa, una única creencia. Lo que hay son oportunidades a las que podemos optar libremente siempre desde el principio de que no hay meditación negativa y de que todas sus formas pueden ser compatibles. Lo que cuenta es la experiencia personal en la búsqueda del sentido de la vida.

martes, 16 de mayo de 2017

Envejecer.

José Arregi

Nadie quiere morir joven, pero nadie quiere envejecer. No parece que el dilema vaya a tener una fácil solución, a no ser que todas las ciencias y el principal de todos los saberes, que es la sabiduría espiritual o el saber vivir a fondo, se den la mano para enseñarnos el arte de vivir, el arte de envejecer y el arte de morir. Vivir, envejecer y morir humanamente. ¿De qué nos servirán nuestros teneres, poderes y saberes, si no sabemos vivir? ¿Y de qué nos valdrán los beneficios de la juventud si no aprendemos a envejecer y no aceptamos morir?

Pero ¿acaso no sería preferible no tener que envejecer ni morir? ¿Y si fuera posible evitar lo uno y lo otro? La pregunta no es superflua. Hace unos días, a un científico francés experto en el asunto le escuché que ya han nacido quienes van a vivir 200 años. Ya al ritmo actual, antes del 2050, el porcentaje de los habitantes del planeta mayores de 60 años se duplicará. Y es de suponer que las nuevas tecnologías, aún apenas ensayadas o todavía ni siquiera imaginadas, podrán ir retrasando indefinidamente la temida muerte (¿por qué tan temida “nuestra hermana la muerte corporal”, que decía Francisco de Asís y a la que dio la bienvenida a los 44 años?). No es absurdo pensar que algún día, no demasiado lejano, nuestra especie Sapiens llegará a una cierta a-mortalidad. Me asusto de solo pensarlo. Me asusto porque solo algunos se podrán beneficiar de esa a-mortalidad –los más ricos, como siempre, a costa de los empobrecidos–, y también porque temo que la a-mortalidad traiga consigo más males que bienes para quienes la posean. Hoy por hoy, prefiero morir a prolongar esta vida indefinidamente. Y prefiero envejecer antes de que la hermana muerte funda del todo mi aliento vital con el Aliento Vital. Y quiero elegir ese momento con la mayor libertad y, cuando llegue, ser dueño de mi aliento para darlo por fin enteramente. Para eso quiero envejecer.

¿Pero qué es envejecer? Desde un punto de vista biológico, envejecer significa acumulación de daños moleculares y celulares a lo largo del tiempo. Los órganos se cansan, las piernas se vuelven más torpes, la memoria más floja, la mente más débil. No es esa vejez la que quiero, aunque hoy parece inevitable. Espero que algún día podremos evitar todos esos deterioros, y así lo deseo, siempre y cuando –salvedad crucial– no sea a costa de la igualdad de todos los humanos y de la armonía de todos los vivientes.
No bastará vivir muchos años si no vivimos humanamente. No bastará con evitar la vejez en cuanto deterioro biológico, si no alcanzamos la sabiduría espiritual, la sabiduría de la vida profunda. No bastará con mantenernos jóvenes de cuerpo, si no llegamos a ser sabios de espíritu.

Pues bien, muchas tradiciones han asimilado la vejez en cuanto ancianidad (acompañada de muchas pérdidas) con esa sabiduría de la vida. Quiero reivindicar esa acepción del término vejez, contra el frívolo y unilateral enaltecimiento de la juventud, la glorificación de la salud y de la forma física, la exaltación de las facultades corporales y mentales, la boga del reishi, la búsqueda del elixir de la eterna juventud en farmacias, parafarmacias, herbolarios, droguerías, grandes superficies, páginas web y tiendas online. No solo de juventud vive el ser humano, sino de sabiduría. Cierto que la sabiduría no depende del número de años, pero es más fácil encontrarla en los viejos que en los jóvenes, con perdón de los jóvenes y sin contarme entre los sabios.
La condición de la sabiduría es saber envejecer. Es decir: saber que hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para intentar y un tiempo para desistir, un tiempo para hablar y un tiempo para callar, un tiempo para crecer y un tiempo para decrecer, un tiempo para liderar y un tiempo para dejarse llevar.
Envejecer es descubrir que todo ha valido la pena a pesar de todo, y que aceptarlo todo aceptándose del todo es la única forma de transformarlo todo. Envejecer es reconocer que la bondad es lo único que ha valido y que valdrá la pena. Y llegar por fin a la paz consigo y con todo.
Envejecer es darnos del todo, hasta morir, hasta nacer, hasta ser nuestro ser verdadero en la Plenitud de lo que ES.

(Publicado en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS el 14-05-2017)



sábado, 14 de mayo de 2016

Espiritualidad laica y Pentecostés.


José María García Mauriño

La espiritualidad laica ve así la fiesta de Pentecostés
La espiritualidad es el arte de vivir, de respirar, de acoger y de infundir espíritu. Las instituciones religiosas ya no tienen el monopolio de la verdad y del bien, de lo que hemos de creer y de lo que hemos de hacer. Es la espiritualidad emancipada de la tutela de la vida religiosa institucional,

Y la fiesta de Pentecostés la vemos así:

El espíritu de todo ser humano, de todo hombre y mujer, es patrimonio de toda la humanidad. No pertenece en exclusiva a ninguna religión, a ninguna ideología. Es la fuerza de su dignidad, la energía de los Derechos humanos que anida en el interior de cada persona. Hemos de invocar su presencia humanizadora al mundo entero, tan necesitado de humanización.

En este mundo no hay paz. Los hombres y mujeres se matan de manera ciega y cruel. No sabemos resolver nuestros conflictos sin acudir a la fuerza destructora de las armas. Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo ensangrentado por las guerras. Que este espíritu, esta fuerza del ser humano, despierte en nosotros el respeto a toda persona, a todos los pueblos. Debemos hacernos constructores de paz. No nos abandonemos al poder del mal.
Muchos de nosotros y nosotras vivimos esclavos del dinero. Atrapados por un sistema que nos impide caminar juntos hacia un mundo más humano. Los poderosos son cada vez más ricos, los débiles cada vez más pobres. Este espíritu humano liberará en nosotros la fuerza para trabajar por un mundo más justo. Ojalá nos hagamos más responsables y solidarios. No caigamos en manos de nuestro egoísmo.

La humanidad está rota y fragmentada. Una minoría de hombres y mujeres disfrutamos de un bienestar que nos está deshumanizando cada vez más. Una mayoría inmensa muere de hambre, miseria y desnutrición. Entre nosotros crece la desigualdad y la exclusión social. La fuerza del espíritu humano despertará en nosotros la compasión que lucha por la justicia. Nos enseñará a defender siempre a los últimos. No nos dejará vivir con un corazón enfermo.
Muchos viven sin conocer el amor, el hogar o la amistad. Otros caminan perdidos y sin esperanza. No conocen una vida digna, sólo la incertidumbre, el miedo o la depresión. Esperamos que el espíritu humano reavive en nosotros la atención a los que viven sufriendo. Que nos enseñe a estar más cerca de quienes están más solos. Que nos cure de la indiferencia.

Muchos de nosotros y nosotras no conocen el amor ni la misericordia. Se alejan de la humanidad porque tienen miedo. Nuestros jóvenes ya no saben hablar otro lenguaje. Los valores éticos se van borrando de las conciencias. Queremos despertar en todos y todas, la fe y la confianza en la humanidad.
La mayoría de nosotros, hombres y mujeres del mundo no sabemos cuidar de la vida. No acertamos a progresar sin destruir, no sabemos crecer sin acaparar. Estamos haciendo de este mundo un lugar cada vez más inseguro y peligroso. En muchos va creciendo el miedo y se va apagando la esperanza. No sabemos hacia dónde nos dirigimos. Esperamos contra toda esperanza que este espíritu humano nos haga caminar hacia una vida más sana, más justa y solidaria. La esperanza es propia de los que luchan, no de los que se quedan en casa. Otro mundo posible nos está esperando.

jueves, 28 de enero de 2016

¿Son necesarias las religiones hoy en día?




“Sin feminismo todo intento de reformar la Iglesia terminará en fracaso” (Tamayo)
“El Estado español no es laico. Artículos de la Constitución lo impiden, por eso es necesario reformarla”, señala el profesor de Teología y Religiones en el Mundo Contemporáneo

PERFIL
Juan José Tamayo Acosta (Palencia, 1946) es profesor de Teología y Religiones en el Mundo Contemporáneo en la Universidad Carlos III de Madrid y desde allí también dirige la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría. Es además una de las voces más prestigiosas y reconocidas a nivel nacional e internacional. El profesor Tamayo aboga por una reforma de la Constitución española para “acabar con los privilegios de la Iglesia”.
El profesor Juan José Tamayo es autor de 72 publicaciones en las que defiende la Teología de la Liberación


Tamayo trabaja activamente en el área del feminismo, concretamente en el estudio crítico y análisis de las masculinidades sagradas, en la base del patriarcado. Licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de Comillas en 1971 y doctor en Teología por la de Salamanca en 1976, ha sido profesor en diversas instituciones de España y América. También es diplomado en Ciencias Sociales por el Instituto León XIII en 1972 y licenciado (1983) y doctor (1990) en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid.

El teólogo Juan José Tamayo Acosta visitó por primera vez Llanes para participar en un debate sobre aconfesionalidad, Estado y religión, en el que denunció la falta de laicidad del Estado español y abogó por una reforma constitucional “para acabar con los privilegios de la Iglesia”.

–¿Es laico el Estado español? 
–Ni es laico ni es aconfesional. La Constitución española tiene dos artículos que impiden que lo sea, el 16.3 y el 27, y por eso es necesario reformarla. El primero coloca a la Iglesia en un sillón de honor y establece religiones de segunda. El segundo permite incorporar la religión a la escuela no como información sino como elemento dentro de la ética. Además, después de aprobar las Cortes en pleno la Constitución se dan a conocer los acuerdos con la Santa Sede, que son una actualización del Concordato y llenan de privilegios fiscales, educativos, culturales, militares y jurídicos a la Iglesia. En España ha habido transición política, con muchas limitaciones, pero no religiosa y se conservan residuos del nacionalcatolicismo. –¿Debe impartirse Religión en los centros educativos? –No tiene por qué desaparecer, pero los centros no pueden ser lugares para catequizar y convertir a los jóvenes a una religión. Debe estudiarse como una historia de las religiones que sea laica, científica, crítica. No tiene que enseñarla un clérigo, un imán, un rabino o un pastor por el hecho de serlo, sino una persona especializada independientemente de su vinculación con una religión. Las autoridades religiosas tampoco deben intervenir en la elaboración del programa, en criterios de evaluación o selección del profesorado, como está sucediendo ahora, porque es una injerencia antidemocrática.

¿Hay diferencia entre Estado laico y aconfesional?

Hay una sentencia del Tribunal Constitucional de 2001 que dice que es indistinto. Algunos sectores conservadores entienden que el laicismo es una manera de organizar la sociedad que persigue a la religión y defiende el ateísmo, pero no es así, el laicismo es un modelo organizativo de Estado en el que el criterio de cohesión de los que forman parte es el principio de ciudadanía y el enfoque son los derechos humanos.

–¿Son los estados laicos más democráticos? 
–Sí, porque el Estado laico gobierna para todos desde criterios jurídicos basados en la Constitución y éticos basados en derechos humanos. Un Estado confesional no puede ser democrático porque trata de manera preferencial a los creyentes de la religión que profesa sobre el resto de ciudadanos.

–¿Los gobiernos en España están al servicio de la Iglesia?
–Todos los gobiernos de la democracia han sido rehenes de la Iglesia católica. Los de centro, que llevaron el peso de la elaboración de la Constitución, pero también los socialistas, que en sus catorce años de mandato no dieron un paso adelante en la separación Iglesia-Estado y mantuvieron los acuerdos y privilegios con la Santa Sede que podían haber sido denunciados. Se refleja cuando juran su cargo con la Biblia y el crucifijo al lado de la Constitución.

–¿Qué hay de los partidos emergentes? –
Están obligados por su propio programa, en el que defienden separación de Religión-Estado y eliminación de privilegios, a establecer el desenganche con el Vaticano.

–¿Son necesarias las religiones hoy en día?

–No me atrevo a decir que sean necesarias. La dimensión religiosa no está inscrita en la naturaleza del ser humano, es una opción personal que se elige, se vive y transmite en el ámbito social y comunitario, que te puede llevar a la felicidad, aunque a lo largo de la historia ha hecho más infelices a los humanos por la imagen de Dios que se ha presentado, el dogma y la moral represiva.

¿Qué papel debe desempeñar la religión en estos tiempos?

–El lugar de la religión son los sectores excluidos, el mundo de la marginación y la pobreza, de la opresión. Tiene que ejercer una función crítica en un mundo desigual entre pobres y ricos.

–Fue crítico con Juan Pablo II y Ratzinger. ¿Vive una luna de miel con el Papa Francisco?
–Estoy en una actitud de diálogo crítico, pero es cierto que está trabajando en la buena dirección. Para llegar a buen puerto tiene que democratizar la Iglesia, incorporando a las mujeres y transformando la curia vaticana.

¿No ha cambiado la actitud del papado hacia la mujer con Francisco? 
–No, sigue en la misma línea excluyente que sus predecesores, que se refleja en la negativa a reconocer el sacerdocio de la mujer, la concesión de espacios de responsabilidad y del acceso a lo sagrado. Francisco tiene que tener claro que sin feminismo todo intento de reformar la Iglesia terminará en fracaso.

LA NUEVA ESPAÑA-ASTURIAS
LA PROVINCIA-LAS PALMAS

jueves, 29 de octubre de 2015

¿Hacia una sociedad post-religiosa?


Gonzalo Haya

La Ecumenical Association of Third World Theologians(EATWOT) realizó en 2011 una Consulta Latinoamericana sobre Religión. La consulta se planteó ante una generalizada percepción “subliminar” de la religión como construcción humana que tanto podía ayudar como dificultar la relación con lo trascendente. Su propósito fue iniciar una reflexión teológica sobre la religión. La revista VOICES recogió en 2012 la contribución de varios teólogos latinoamericanos bajo el título Hacia un paradigma pos-religional.

Realmente ¿se está universalizando una cultura que prescinde de la religión? Sí y no. La respuesta de los teólogos consultados induce a reflexionar y a matizar ese título.

En la imposibilidad de resumir un documento de quince teólogos con más de 300 páginas, y como un pequeño servicio para quienes no tengan oportunidad o tiempo de leerlo, recogeré aquí muy escuetamente las ideas que me han parecido de mayor interés respecto al nuevo paradigma y a su relación con la religión.
Hacia un paradigma

Mirando a la distancia de siglos, se pueden apreciar cambios muy significativos en los hábitos culturales de la humanidad, que nos permiten considerarlas como épocas con características, o paradigmas, diferentes.

Hay consenso en dos o tres grandes paradigmas civilizatorios; otros describen cinco. En los comienzos se puede apreciar un paradigma naturalista: los grupos nómadas veneraban a la naturaleza con temor y respeto (algo que de algún modo continúa en “las teologías indias y afros” Alejandro Ortiz). Al desarrollarse una agricultura sedentaria surgieron las religiones con sus dioses locales -posteriormente evolucionaron hacia el monoteísmo- que organizaron la sociedad mediante sus leyes divinas (creencias, preceptos y ritos). Este paradigma religioso se ha ido resquebrajando desde el Renacimiento y ha dado origen al paradigma humanista “moderno”, centrado en la razón, la filosofía y la ciencia, en el que el hombre y la sociedad civil han ido asumiendo su responsabilidad y se han emancipado de la tutela religiosa.

En la actualidad ya es un tópico decir que estamos viviendo “no una época de cambios sino un cambio de época”; más difícil es precisar en qué consiste este paradigma naciente, cuál es la raíz que ha desencadenado ese cambio porque, mirando de cerca, los árboles no dejan ver el bosque. No obstante podemos señalar las característica que parecen más decisivas.

Quizás la característica más influyente sea el crecimiento exponencial de los conocimientos y su radicalidad que cuestiona –física y filosóficamente- la estabilidad de las leyes físicas mediante la constatación de la interrelacionalidad, la superación del dualismo sujeto-objeto, y la indeterminación cuántica, que desestabiliza el “cosmos” con el “kaos” subatómico. “El sujeto no es un ser definido de una vez por todas sino en constante devenir; es el resultado de sus relaciones. Es una afirmación de fundamental importancia, que lleva a la reformulación de conceptos clave, como el de verdad, el de identidad… la relación con los otros… con la naturaleza y el cosmos” (Luigi Schiavo).

Los avances de la investigación en arqueología, historia, psicología, sociología… han cuestionado igualmente la metafísica inmutabilidad de los conceptos y leyes sociales, y le han contrapuesto una diversidad de soluciones válidas para los problemas humanos. La experiencia personal y colectiva se ha rebelado contra la norma institucional.

Algunos sociólogos apuntan que la importancia que va adquiriendo la inteligencia artificial está llevando a la “tecnoesfera”, a que el hombre ceda su autonomía ante la máquina, hasta el punto de que un cohete inteligente decidirá por sí mismo a quién puede matar. Al menos ya se puede decir que la sociedad civil está cediendo su autonomía ante el dios mercado. La religión y la ética están suplantadas por la técnica “se debe hacer todo lo que se puede hacer”; se está relegando el sentido de la vida; el único valor reconocido es la eficiencia (R M Grácio das Neves).

Otra gran característica de nuestra época es la globalización. La multiplicación de las comunicaciones, físicas y virtuales, por una parte nos aporta nuevos conocimientos e interpretaciones que cuestionan la precariedad del pensamiento propio y nos abren al pluralismo; por otra parte somos incapaces de asimilar tal exceso de información y fácilmente caemos en el escepticismo o nos dejamos arrollar por un pensamiento único.
Pos-religional



¿De qué modo afecta este nuevo paradigma a las religiones? y ¿a quiénes afecta?

Ya hemos visto que el paradigma naturalista, o cósmico, pervive todavía en las teología indias y afros; que el paradigma religioso ha convivido varios siglos con el humanista; y que actualmente las religiones orientales compiten con el nuevo paradigma tecnocientífico. Cabe pues preguntarse a quiénes afecta este nuevo paradigma.

Aunque no soy un experto, creo que afecta principalmente a los intelectuales en la cultura occidental, y que muchas de sus características se están difundiendo en un ambiente de estudios medios y superiores. En cuanto al pueblo más sencillo, de cultura básica, creo que se rige por su inteligencia emocional (ética o religiosa) más que por las complicadas explicaciones o normas científicas o religiosas; le basta con ser “buena gente”. “Se puede generalizar diciendo que en medio mundo la religión está en efervescencia y en el otro medio está en crisis… y los dos medios mundos están… mezclados” (EATWOT).

En cuanto al modo en que afecta a la religión, considero de mayor interés los artículos finales porque concretan las consecuencias prácticas de ese nuevo paradigma para la religión cristiana, y en particular para la católica. Lo referente al teísmo y a la no dualidad (Juan Diego Ortiz y obispo Spong) necesitaría un comentario aparte sobre los conceptos de trascendencia e inmanencia.

La comisión teológica (EATWOT ) concluye que el paradigma pos-religional “continuará siendo religioso… en cuanto relacionado con la dimensión espiritual del ser humano y de la sociedad, aunque cambien las culturas y las épocas”, lo que supera es el modo actual de concebir las religiones agrarias. En este sentido enumera una serie de rasgos que pueden resumirse en que las religiones son construcciones humanas, no estamos sometidos a ellas, no son por naturaleza eternas, y no tienen el monopolio de la espiritualidad.
Luigi Schiavo considera que habrá que revisar conceptos clave como revelación, encarnación, y en general la cristología que ha suplantado al mensaje subversivo del Reino (aquello del dedo que señala a la luna). El fondo del problema está en que “a partir del nuevo paradigma relacional se entiende que no hay una verdad ya confeccionada y lista sino que existe un proceso colectivo y plural de búsqueda de la verdad”; en consecuencia debe darse prioridad a lo relacional sobre lo institucional, “preocupándose más por la fidelidad a los valores que por la historia de las definiciones y formulaciones doctrinarias”. En concreto hay que revisar los conceptos de jerarquía y magisterio (“la dictadura de la fidelidad doctrinal y del dogmatismo”), el patriarcalismo, y la misión (la inculturación del evangelio). Propone en cambio volver al evangelio y renovar su capacidad profética mediante la opción por los pobres.
Marià Corbí propone las líneas de un nuevo paradigma axiológico no sometido a ningún sistema de creencias, ni religioso ni laico, porque la religión es creación humana, no revelación divina. Este paradigma debe ser adecuado a una sociedad globalizada, y no puede ser exclusivo ni excluyente; debe recoger lo mejor de la sabiduría humana. Un paradigma axiológico adecuado a la sociedad en continua evolución de conocimientos, que interprete la realidad y regule los hábitos culturales como modos de sobrevivencia para la comunicación y el servicio mutuo; ofrecido sin imposiciones sino como “la mejor de las posibilidades humanas”.
Conclusiones

En conclusión diría que la cultura intelectual de occidente, está desarrollando un nuevo paradigma hermenéutico de la realidad con consecuencias axiológicas sobre nuestra ética social, y que este paradigma cuestiona las religiones tradicionales (en cuanto a sus creencias, preceptos, ritos y jerarquías).

Me pregunto si, desde el punto de vista cristiano, un paradigma cultural puede cuestionar la religión y la ética. El paradigma cultural se basa en la razón (con sus aciertos y sus deficiencias), y desde el punto de vista cristiano, la razón es obra de Dios desde la creación; por tanto es anterior a la religión en tiempo y en rango. Jesús cuestionó (Mc 11,14 y Jn 4,23 insinúan que derogó) su religión judía, cuya institución se atribuía directamente a Dios, pero revalorizó su espiritualidad; y esta espiritualidad coincide con el fondo de todas las religiones y de una ética humanitaria.

En cambio cualquier paradigma cultural tiene que respetar una ética y una espiritualidad, porque son tan inherentes al hombre como la razón. Cada una de estas tres capacidades humanas presenta aciertos y desviaciones, por eso deben interrelacionarse para aproximarse al misterio de una realidad que nos supera. La razón, la ética y la espiritualidad juntas tienen que juzgar tanto a las religiones como a cualquier paradigma cultural. No podemos aceptar que un paradigma cultural nos conduzca a un pensamiento único, a un dios mercado o a un consumismo.

Creo en definitiva que ese nuevo paradigma hermenéutico y axiológico debe inducir a las religiones (especialmente al judaísmo, cristianismo e islamismo) a flexibilizar su estructura y a potenciar la espiritualidad común. Jesús no impuso doctrinas, preceptos ni ritos; propuso un movimiento de fraternidad universal, que denominó como el Reinado de Dios.

Fuente: Atrio

domingo, 13 de septiembre de 2015

El camino del silencio.


Carlos F. Barberá

En este tiempo de análisis de tendencias, no puede dejarse a un lado el de la espiritualidad y con ella la del silencio. Una tendencia todavía minoritaria pero que va ganando cuerpo y relevancia.

Considerada por unos un avance en el camino de las religiones, por otros precisamente como su relevo (ya no más religiones sino espiritualidad), no cabe duda de que, como todo fenómeno social, atesora luces y sombras. ¿Cómo valorar unas y otras?

A mi modo de ver, todo ello se inscribe en un marco con las siguientes coordenadas: la crisis de la idea de progreso y la crisis del Dios del teísmo.

Comencemos con la primera. Si se hace una de esas encuestas hoy tan en boga, pocos sin duda sabrán enunciar cuáles fueron las pretensiones de la Ilustración. Acaso ni siquiera conozcan la palabra. Por otra parte también serán escasos los que acierten a definir a qué se refiere la palabra posmodernidad. Pues bien, en realidad ese desconocimiento no es relevante. Sin ser capaces de definirlo muchos perciben que viven en un mundo de individualidades diferentes y no raras veces opuestas. Muchos se dan cuenta de la caducidad de los grandes principios, de los grandes relatos. Muchos han experimentado las quiebras de la existencia, su radical relatividad. Perciben, aunque sea vagamente, que conceptos como futuro, progreso, carecen ya de valedores. Nadie apuesta por ellos como si se tratara de valores seguros. ¿Quién puede prever el mañana si nadie pudo hacerlo con lo que estamos viviendo y sufriendo hoy?

En el humus de ese clima va echando raíces y germinando algo antes más en sordina, la valoración y la vivencia del momento. Frente a slogans de corte ilustrado (descubre, muévete, crea, construye) aparecen hoy otros de signo bien opuesto: detente, mira, reflexiona, medita, aprovecha el momento.

Muchas veces se ha señalado que el contagio de lo occidental ayudó a oriente (Japón, ahora China) a integrarse en la humanidad avanzada. Ahora parece darse el camino de vuelta: es el contagio de lo oriental el que gana terreno en occidente. Ya no son el trabajo y la producción lo decisivo en cada vida humana sino la entrada en sí mismo, la búsqueda de la riqueza del yo profundo.

En el ámbito religioso esos movimientos coinciden con la crisis del teísmo. Durante siglos se ha cultivado una imagen divina mezcla de la reflexión filosófica y de la necesidad de un Dios cercano. Ese Dios que amaba a los humanos y que en realidad acababa estando a su servicio. Aun manteniendo que su ser estaba por encima de todo lo pensable o imaginable (“a Dios nadie le ha visto nunca”), Dios terminó siendo una realidad más junto a las de este mundo pero, eso sí, todopoderosa. Un interlocutor con el que establecer una relación en términos de igualdad. Un partner.

Cada vez más las conciencias más despiertas descubren que es otra imagen y otra experiencia de Dios la que hay que cultivar. Un Dios en que se unen las paradojas. El que sobrepasa todo lo real y es a la par lo más inmanente a esa misma realidad. Un Dios que sostiene toda la realidad dándole a la vez plena autonomía. Un Dios para el que usamos nombres que al mismo tiempo han de ser borrados.

La vivencia del momento y la búsqueda de ese Dios inmanente y trascendente han dado como resultado la llegada del silencio. Es el rechazo de un Dios cosificado, la reticencia frente a los ritos (que en ocasiones hacen que el hombre sea para el sábado y no al revés), la evidencia de la relatividad de lo humano, todo conspira para empujar a muchos a una purificación, a un descenso al fondo de sí mismo en búsqueda de un Dios real pero no tematizable.

Pero no hay que olvidar que, después de los “maestros de la sospecha” (Ricoeur), no podemos ya permitirnos el lujo de una mirada ingenua. Cioran, un acerbo crítico de tantas realidades, dedicó una reflexión a la mística: “Cuando hayamos dejado de referir nuestra vida secreta a Dios, podemos elevarnos a éxtasis tan eficaces como los de los místicos y vencer en este mundo sin referirnos al más allá. Pues si, empero, la obsesión de otro mundo debiera perseguirnos, nos sería fácil construirlo, proyectar uno de circunstancias, aunque no fuera más que para satisfacer nuestra necesidad de lo invisible” (La tentación de existir).

Este texto casi sarcástico plantea algo sin embargo muy real: ¿existen garantías de que hacemos algo más que buscarnos a nosotros mismos y construirnos lo que creemos necesitar para estar más a gusto o sentirnos más realizados?

Schillebeeckx ha hablado de Dios como una “inmediatez mediada” y ha escrito: “lo divino se muestra y se halla expuesto no junto ni sobre lo humano sino precisamente en el humano”. En tal caso el silencio no puede ser una forma de evadirse de la realidad humana sino un camino para adentrarse en ella. Desde ese punto de vista han de examinarse quienes adopten la vía del silencio.

Quienes no cuenten con Dios ni le busquen, el silencio ha de tener un significado distinto. Pero también ellos han de pasar por la criba de la sospecha. Una en particular que me da vueltas desde hace tiempo. Años atrás hubo en el mercado alternativo una droga que se llamaba éxtasis y, si aun lo los hay, sin duda habrá compuestos químicos que lleven a una conciencia extática. ¿Cuáles serán los criterios para evaluar el valor de esa experiencia?

Fuente: Atrio

jueves, 23 de abril de 2015

Política y espiritualidad.


Jose Arregi

Con tantas elecciones a la vista y la atención en las encuestas y en el reparto del poder, reivindicar la espiritualidad en la política puede parecer pura ingenuidad o floritura de evasión. Pero lo haré.

Es un grave error pensar que la espiritualidad atañe a la vida privada y que la política se encarga de la vida pública. La espiritualidad –la luz en los ojos, la paz en el corazón, el respiro en el pecho– de las personas y de las comunidades transforma la vida pública.

La política –la calidad del trabajo y del salario, el sistema sanitario o educativo, el cuidado de la naturaleza, la vivienda en que vivimos…– nos configura en lo más íntimo de nuestra vida privada. La política –la grande y la pequeña, ambas inseparables– es el cuidado del bien común de la humanidad, empezando por los últimos, y de todos los seres empezando por los más amenazados. ¿Pero cómo cuidaremos y salvaremos la vida si la política carece de espiritualidad o de alma?

Digo espiritualidad, no religión. De ningún modo querría sugerir, como hemos oído tantas veces a recientes papas y obispos cercanos, que los males actuales de la política se deben a que nuestra sociedad y nuestros representantes han dejado de creer en “Dios” o abandonado la práctica de la religión o desertado la doctrina y las normas morales de la Iglesia católica. El Espíritu no está vinculado a la religión. Lo mismo puede haber una espiritualidad religiosa que una espiritualidad sin religión o una espiritualidad contra la religión. Nada, nadie, tiene el monopolio del Espíritu que habita y alienta, aletea y vibra en el corazón de todos los seres.

Lo que no puede haber es una política verdadera sin espiritualidad. Claro que lo mismo vale a la inversa: no puede haber una verdadera espiritualidad que, de una u otra manera, no se traduzca en praxis política, con la ambigüedad y riesgos que le son inherentes. La “espiritualidad pura” no existe. No existe el espíritu sin carne común de mundo y de acción social estructurada. No puede haber una espiritualidad apolítica. Sería una ilusión alienante. Así es, pero aquí insistiré en el otro polo, inseparable e imprescindible: una política sin espiritualidad carece de alma y lleva a la muerte. Lo sabemos, mejor, lo padecemos de sobra. Abre los ojos y mira.

Espiritualidad es mirar, sentir, vivir en sintonía con el misterio, el fondo, el espíritu que todo lo mueve desde la bondad del ser hacia la bondad de la vida. Ponlo si quieres con mayúscula: Espíritu. Y ponle los nombres que quieras: aire, aliento, dynamis, energía, prana, Qi, musubi, mana, pu-am, nyama… Emana de los bosques y de las nubes, de los átomos y de las estrellas, del fondo de todas las criaturas. Es la fuerza creadora, inteligente, del bien, de la bondad. Es el silencio que todo lo revela. Es atención y conciencia. Es gratitud y asombro. Es piedad y compasión. Es reverencia, respeto, cuidado. Es Lo que Es en todo. Es Dios. Y tú también eres eso. ¿Y qué sería la política sin esa mirada y miramiento al misterio de todo? ¿A dónde nos conduciría una política sin espíritu, desalmada? ¿A dónde nos ha conducido? Todos somos responsables y algunos, los políticos, lo son mucho más, pues nos representan y dirigen.

Mientras vamos descubriendo cada día con estupor nuevos fraudes y robos de quienes han dirigido la pequeña y la gran política, mientras cada día aguantamos las mentiras de los grandes medios sobre, por ejemplo, Oriente Medio y Venezuela, mientras siguen ahogándose centenares de inmigrantes africanos y en cada uno de ellos se nos ahoga el aliento vital común, mientras el gran capital y el FMI –en cuya presidencia se han sentado proxenetas y defraudadores– se empeñan en convencernos de que ya estamos saliendo de la crisis con la misma receta que la provocó –que los pobres sean cada vez más numerosos y más pobres, para que los ricos sean cada vez menos numerosos pero más ricos–, mientras todo eso sucede y para que no suceda, es urgente que los políticos se dejen inspirar por el Alma de Todo. Y es urgente creer profundamente que sí se puede, porque el Espíritu es nuestro ser verdadero, que nos hace respirar, esperar, vivir. En El/Ella todos los seres somos uno.

(Publicado el 19-04-2015 en DEIA y los Diarios del Grupo Noticias)

Fuente: Atrio

sábado, 28 de marzo de 2015

Espiritualmente correcto.



El discurso religioso lo tiene muy crudo si quiere ser escuchado en el ámbito público, donde se intenta una comunicación aséptica asumible por todos. Por su propia condición, la confesionalidad religiosa tiende a la afirmación de absolutos, ya sean de naturaleza divina (teología) o humana (ética). Y en general, el ámbito público de nuestro tiempo parece empeñado en promover una paz social basada, por lo que respecta a la comunicación, en discursos matizados al extremo, esto es, en discursos de afirmaciones siempre relativas o relativizadas.

Por supuesto, no ayuda en nada la radicalización violenta de la religión, que no hace sino confirmar el prejuicio de que la religión, per se, conduce al fanatismo, y más si se trata de religiones monoteístas, a las que algunos asocian con una naturaleza totalitaria y violenta, ya que la afirmación de un dios único –dicen– conlleva la exclusión de otras divinidades y, por tanto, la imposición de una cosmovisión sobre, o contra, otras.

Mi preocupación a este respecto la puedo expresar a modo de preguntas:
¿Puede darse un diálogo social real, cuando las partes, o algunas de ellas, se sienten intimidadas para expresar públicamente sus convicciones?
¿Puede de veras haber un proceso de escucha real –ésta es un a priori necesario para la buena comunicación– , cuando la confesionalidad es públicamente prejuzgada como fanatismo?

Quizás nuestra sociedad no lo crea, ya que lo único que salta a la palestra pública son las noticias que remarcan el ‘talante impositivo’ de la religión: la manipulación de las conciencias por parte de telepredicadores, los abusos sexuales de clérigos, los atentados yihadistas (¿hay que decir ahora ‘daeshistas’?), etc. Y además está la historia: una historia que ha dejado muchas cicatrices respecto a lo religioso. Pero yo observo que buena parte de la feligresía de las distintas confesiones se siente intimidada ante la expresión pública de sus convicciones por temor a ser tildada de fanática. Y esto se expresa en un discurso religioso público muy aguado o, por remedar terminología actual, ‘espiritualmente correcto’. Y si bien es bueno sentir un cierto grado de intimidación ante ‘lo público’, a fin de no pasar de afirmar absolutos a afirmar absolutismos, cayendo entonces en el desprecio del otro, también me preocupa el hecho de que la confinación de la religión a la esfera de lo privado, finalmente, vaya en contra de la calidad democrática de nuestra sociedad.

Sí, porque una sociedad cuyos miembros no saben dialogar y actuar solidariamente desde la pluralidad de las convicciones más firmes, no es una sociedad libre, sino un conglomerado social cargado de temores que pueden explotar en algún momento. Para ser tal sociedad libre, es necesario practicar la escucha que nos permita conocer al otro tal y como realmente es, con sus convicciones y sus dudas. Por eso creo que el laicismo necesita comprometerse con la escucha de la rica realidad religiosa, del mismo modo que las confesiones deben escuchar a conciencia la diversidad de nuestra sociedad actual, aprendiendo sobre todo a unir esfuerzos por el bien común y cada uno desde la expresión pública de sus convicciones.

Por todo ello, creo que España necesita algo más que discursos y debates ‘política o espiritualmente correctos’; necesita que la ‘cuestión religiosa’ deje de ser un debate entre los poderes políticos y religiosos para convertirse en un debate más llano y cotidiano, más abierto y atrevido, más amplio en horizontes y así trascender de una vez por todas su monopolización pública en torno a temas que sólo tienen que ver con luchas de poder entre quienes lo detentan.

Publicado en Entreparéntesis (12/03/15)

Pedro Zamora García

Barcelona, 1957. Casado con Puri Menino, dos hijas (Caterina y Estela), un hijo (Jairo) y un nieto (Adrián), Vivo en El Escorial (Madrid). Ocupación actual: Director teológico de la Fundación Federico Fliedner, y profesor de Biblia en SEUT y Universidad Pontificia Comillas. Fui ordenado pastor de la Iglesia Evangélica Española en 1991. He escrito tres libros: 1. Fe, política y economía en Eclesiastés, Verbo Divino: Estella, 2002 2. La fe sencilla, Fliedner Ediciones: Madrid, 2011 3. Reyes I. La fuerza de la narración, Verbo Divino: Estella, 2011