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viernes, 29 de diciembre de 2017

Oramos por la recuperación en Filipinas:Tifón dejó destrucción, desaparecidos y fallecidos.

Foto: http://www.jorgecastronoriega.com/wp-content/uploads/2017/12/tifon7-696x427.jpg

Mas de 240 muertos deja a su paso tifón Tembin, además de decenas de personas desaparecidas en Filipinas

Voz de América, 27 de diciembre, 2017.- El paso de una poderosa tormenta por el sur de Filipinas durante la Navidad dejó muerte, destrucción y decenas de personas en refugios de emergencia.

Según informaron las autoridades al menos 240 personas fallecieron mientras la región intenta responder y recuperarse de la poderosa tormenta tropical Tembin que también provocó deslizamientos de tierra e inundaciones repentinas, especialmente en las provincias de Lanao del Norte (foto) y Lanao del Sur, y en la península de Zamboanga.


Tembin se convirtió en tifón antes de salir del país el día de Navidad con dirección a Vietnam, donde las autoridades activaron un plan para evacuar un millón de personas desde áreas bajas a lo largo de la costa sur.

El gobierno también ordenó medidas de protección para plataformas y barcos de petróleo.

Filipinas, que es azotada por 20 tifones al año, emite advertencias de forma rutinaria, pero el nivel de destrucción provocado por la tormenta tropical Tembin en Mindanao desde la noche del viernes cogió a muchos por sorpresa. La temporada de lluvias empieza, por lo general, en mayo o junio y concluye en noviembre o diciembre.

Funcionarios de desastres dijeron que muchos aldeanos habían ignorado las advertencias de abandonar las zonas costeras y alejarse de las riberas de los ríos, y se vieron arrastrados por las inundaciones repentinas y los deslizamientos de tierra.

El gobierno de Rodrigo Duterte ha movilizado al ejército para ayudar con las labores de rescate y localización de las personas desaparecidas.

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Fuente: Servindi

miércoles, 22 de enero de 2014

Hoy revolución significa echar el freno de emergencia.


Leo Boff.

Se atribuye a Karl Marx esta frase pertinente: «sólo se hacen las revoluciones que se hacen». Es decir, la revolución no se configura como un acto subjetivo y voluntarista. Cuando ocurre así, es pronto vencida por inmadura y falta de consistencia. La revolución sucede cuando las condiciones de la realidad están objetivamente maduras y simultáneamente existe en los grupos humanos el deseo subjetivo de quererla. Entonces, irrumpe, con la posibilidad, no siempre segura, de vencer y consolidarse.

Actualmente tendríamos todas las condiciones objetivas para una revolución. Revolución está tomada aquí en su sentido clásico como el cambio de los fines generales de una sociedad que crea los medios adecuados para alcanzarlos, lo que implica el cambio en las estructuras sociales, jurídicas, económicas y espirituales de esa sociedad.

Hoy en día la degradación general en casi todos los ámbitos, especialmente en la infraestructura natural que sustenta la vida, es tan profunda que, en sí, necesitaría una revolución radical. De lo contrario, podemos llegar demasiado tarde y presenciar catástrofes ecológico-sociales de magnitudes nunca antes vividas en la historia humana.

Pero no existe todavía en los “dueños del poder” la conciencia subjetiva de esta urgencia. Ni la quieren. Prefieren mantener su poderío aun a riesgo de sucumbir ellos mismos en un eventual Armagedón. El Titanic se está hundiendo, pero su obsesión por las ganancias es tan grande que siguen comprando y vendiendo joyas como si no estuviese pasando nada.

Generalmente las “revoluciones” son hechas por los poderosos que se anticipan a los oprimidos, diciendo, como se practica con frecuencia en Brasil: «hagamos nosotros la revolución antes de que la haga el pueblo». Naturalmente no se trata de una revolución sino de un golpe de clase, usando, como en el caso de la “revolución de 1964”, a las fuerzas armadas para ese fin. Los vencedores tienen sus acólitos que les cantan loas, les levantan monumentos, dan el nombre de los golpistas a calles, puentes y plazas, como persiste todavía en Brasil.

La historia de los vencidos raramente se hace. Su memoria es borrada. Pero a veces esta memoria resurge como una fuerza de denuncia peligrosa. El historiador mexicano Miguel León-Portilla ha tenido el mérito de narrar El Reverso de la Conquista de América Latina por los ibéricos. En ella recoge los testimonios dramáticos y lacerantes de las víctimas aztecas, mayas e incas. En portugués ha sido traducido como La conquista de América Latina vista por los Indios (Vozes 1987). Veamos apenas un testimonio indígena con ocasión de la toma de Tlatelolco (próxima a la capital Tenochtitlán, actual ciudad de México). Es simplemente para llorar:

«En los caminos yacen dardos rotos; cabelleras dispersas; casas destejadas, muros en llamas, abundan los gusanos en calles y plazas y las paredes están salpicadas de cerebros reventados; las aguas son rojas, como si las hubieran teñido; hemos masticado hierba salitrosa, pedazos de adobe, lagartijas, ratones y tierra en polvo, además de los gusanos» (León-Portilla, p. 41).

Tales tragedias nos plantean la pregunta nunca respondida satisfactoriamente: ¿Tiene sentido la historia? ¿sentido para quién? Hay todo tipo de interpretaciones, desde las más pesimistas que ven la historia como una secuencia de guerras, asesinatos y matanzas, hasta las más optimistas, como la de los iluministas que pensaban la historia como el crecimiento hacia el progreso sin fin y hacia sociedades cada vez más civilizadas.

Las dos grandes guerras mundiales, la de 1914 y la de 1939, y las que se hicieron después, matando a cerca de 200 millones de personas, han pulverizado ese optimismo. Hoy nadie nos puede decir en qué dirección caminamos: ni los sabios y santos Dalai Lama y Papa Francisco. Los eventos se suceden con toda su ambigüedad, unos esperanzadores, otros amedrentadores.

Me afilio a la tradición judeocristiana que afirma: la historia sólo puede ser pensada a partir de dos principios: el de la negación de lo negativo y el del cumplimiento de las promesas. La negación de lo negativo quiere decir que el criminal no va a triunfar sobre la víctima. El peso de lo negativo de la historia no será el sentido definitivo. Por el contrario, el Creador “enjugará toda lágrima de los ojos, la muerte ya no existirá y no habrá luto ni llanto, ni dolor, porque todo eso ya pasó” (Apocalipsis 21,4).

El principio del cumplimiento de las promesas afirma: “he aquí que renuevo todas las cosas; habrá un cielo nuevo y una tierra nueva; Dios habitará entre nosotros y todos los pueblos serán pueblos de Dios” (Apocalipsis 21, 5; 1 y 3). Es la esperanza inmortal de la tradición bíblica que no desaparecía ni cuando los judíos eran llevados a las cámaras nazis de exterminio.

Con referencia a la situación actual me remito a una frase de Walter Benjamin, citada por un estudioso suyo, Michael Löwy: «Marx había dicho que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez las cosas se presenten de manera completamente diferente. Es posible que las revoluciones sean, para la humanidad que viaja en ese tren, el acto de accionar los frenos de emergencia» (Walter Benjamin: aviso de incendio, Boitempo 2005, p. 93-94). Nuestro tiempo es el de echar el freno antes de que el tren reviente al final de la línea.

jueves, 14 de noviembre de 2013

¿De qué modo Dios interviene en Filipinas?



Martín Gelabert Ballester, OP

Me escribe un amigo y me propone provocativamente: “¿podrías detenerte una vez más explicando de qué manera Dios interviene en la historia? No me extrañaría nada que alguien haya hecho ya responsable a Dios de la tragedia de Filipinas”. Cada vez que ocurre una desgracia provocada por los elementos de la naturaleza surge, de una u otra forma, la pregunta por el papel de Dios en la catástrofe. No es tan frecuente que aparezcan preguntas similares cuando se trata de desgracias todavía mayores, aunque quizás menos llamativas, provocadas por la ambición de los seres humanos. Pienso por ejemplo en las víctimas que producen las guerras. Detrás de las guerras hay grandes intereses económicos: si con el dinero destinado a fabricar armas se produjeran alimentos se acabaría el problema del hambre en el mundo.

Pero no quiero desviarme de la pregunta sobre el modo cómo interviene Dios en la historia. Dios siempre interviene a través de los seres humanos. ¿Cómo se hace presente en Filipinas? Por medio de la solidaridad de tantas personas que entregan su saber, su tiempo, su esfuerzo y su dinero para paliar los efectos inevitables de la catástrofe. No está de más recordar que en esta tarea paliativa las instituciones y personas cristianas ocupan un puesto de preferencia. Cierto: si hay que intervenir es porque antes ha habido una catástrofe. ¿Y cómo es que Dios no la evita, siendo el poderoso dueño del universo? Porque no puede evitarla. Porque este mundo es finito, imperfecto, frágil.

Todas las preguntas son válidas, también la de por qué Dios no evita los tifones. Pero aunque de entrada no caigamos en la cuenta, es similar a la pregunta de por qué nos morimos. Se pueden dar explicaciones de tipo científico (el movimiento de las placas tectónicas juega un papel esencial para regular la temperatura y reciclar el carbono; dicho de otra manera: todo está relacionado y todo contribuye a que la vida pueda continuar). Se pueden hacer consideraciones morales o teológicas. Pero esto no consuela a los que sufren. Ni están en condiciones de escucharlo. Son explicaciones que buscamos precisamente los que no estamos afectados por la desgracia, no sé si para sentirnos tranquilos o para justificar nuestra buena suerte. Los que sufren no buscan explicaciones, sino sentirse acompañados.

Desde la fe sabemos que en la mano que nos tienden los hermanos está Dios acompañándonos. También está en nuestras protestas y preguntas, en nuestras lágrimas, lamentos y tristezas. Está presente en la vida y en la muerte, en la alegría y en el dolor. Pero su presencia es empíricamente indetectable. Es un Dios silencioso. Ante este silencio, que resuena clamoroso en estas catástrofes, necesitamos motivos para seguir creyendo. Pero como la fe es individual e intransferible, puede ocurrir que mientras unos reafirman su fe, otros afirmen que Dios no está presente o que nos ha abandonado. Jesús de Nazaret se planteaba algo similar.