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domingo, 7 de julio de 2019

Los migrantes: los desterrados del mundo y la indiferencia por la vida humana.


Guillermo Castillo Ramírez

Oscar Martínez, y Valeria su hija de casi dos años, no sólo murieron tratando de cruzar el Río Bravo y huyendo de El Salvador… También los mató su país de origen, que sólo tenían pobreza y violencia para ofrecer… y la indiferencia en México y, especialmente, el racismo y la xenofobia del gobierno de Estados Unidos… 


La migración ¿un fenómeno de la globalización?


Una de las consecuencias de los procesos de reestructuración económica y política que implicó la globalización fue el incremento de la precarización de las condiciones de vida de gran parte de la población mundial. Lejos de una prometida inclusión y bonanza generalizada, estos procesos de libre mercado e integración regional sólo propiciaron el crecimiento/concentración de la riqueza en pocas manos y acentuaron una serie de problemáticas generalizadas: la desigualdad se incrementó de manera notoria, la pobreza aumentó de forma sostenida, el despojo y el intervencionismo de los países del norte global sobre los territorios y pueblos del sur continúa. En este contexto, la pobreza, la violencia (los conflictos bélicos y de diverso orden) y el despojo han producido un crecimiento en el número de migrantes (que ronda en cerca de los 260 millones según ACNUR). Asimismo, se han disparado las cifras de migrantes forzados y refugiados (que ahora son más de 60 millones), y también se incrementó el número de muertes y desapariciones (según la OIM de 2014 a 2018 murieron más de 32 mil migrantes, de los cuales cerca de 1600 eran niños). Para el 2019, la zona más mortífera continúa siendo el Mediterráneo, y, en segundo sitio, la frontera México Estados Unidos (EU).


Particularmente y de 2014 a 2018, en la frontera México EU, se estimó en cerca de 1900 el número de migrantes muertos (buena parte de los cuales eran originarios de Triángulo Norte de Centroamérica). Y, desde 1998 a la fecha, y conforme a datos de la patrulla fronteriza de EU, el número anual de migrantes muertos es de más de 250 (y en varios años es muy superior a esa cifra).


Los migrantes centroamericanos, historias de violencia e indiferencia

La migración forzada de centroamericanos en tránsito por México es una de las más grandes, precarias y peligrosas del mundo. De acuerdo a ACNUR para 2015, y en los años siguientes, se estimaba en medio millón de personas. También el número de muertes, agresiones y desapariciones es considerable. Sólo en las últimas semanas, fallecieron cinco menores de edad en centros de detención de EU. Y recientemente perdieron la vida ahogados en el Río Bravo Oscar Martínez y su pequeña hija Valeria, intentando ingresar a EU. Los riesgos que corren estos migrantes, tienen causas múltiples (pobreza, violencia, desastres naturales), y, como gran denominador común, la estructural indiferencia por el valor de la vida de estas personas, tanto en sus países de origen, como en México y, sobre todo, en EU.

En sus lugares de origen, los gobiernos no ofrecen condiciones indispensables de existencia (trabajos, salarios bien remunerados, derechos sociales), ni seguridad (contra pandillas y el crimen organizado); ignoran a los futuros migrantes y los dejan a su suerte. En México, sufren múltiples agresiones por parte de grupos del crimen y algunas fuerzas de seguridad, y son vistos como delincuentes por partes de las autoridades. Finalmente, en EU, se les trata como criminales de alta peligrosidad y transgresores de la ley.

Lejos de estas prácticas y políticas xenófobas (y violatorias de los derechos humanos), los migrantes son personas que huyen de la adversidad y lo único que buscan es la oportunidad de una vida digna y con lo básico. Criminalizar a los migrantes sólo los expone a más riesgos y agresiones, y constituye un acto de violencia estructural e institucional.



-Guillermo Castillo Ramírez es profesor de licenciatura y posgrado de la UNAM



https://www.alainet.org/es/articulo/200809

sábado, 8 de diciembre de 2018

Culturas y religiones en una sociedad plural.


Nos ha tocado vivir la globalización, un intento de unidad por el dinero y el mercado, con muros, reales o burocráticos, que mantienen al margen de la vida a los que no tienen dinero. Un mundo en el que todavía las religiones forman parte de la identidad cultural. Un mundo en el que Dios manda matar a los diferentes. Un mundo en el que no tienen cabida los emigrantes ni los pobres.


Punto Omega


Hablaba Teilhard de Chardin de que la materia, la vida y la conciencia están en una evolución continua y que esta evolución lleva a una cada vez mayor unidad, al mismo tiempo que a una cada vez mayor complejidad, hasta llegar al Punto Omega, punto de máxima unidad y máxima complejidad: una sociedad única de diferentes.

Decía que el fascismo y el comunismo son intentos de unidad fallidos porque no soportan la complejidad y la diversidad e intentan acabar con ella por la violencia.


La nueva era antropozoica

Hemos llegado a un momento en la evolución que algunos consideran una nueva era, la era antropozoica, porque el ser humano interviene en la evolución y la puede dirigir.

Apostamos en Utopía por una sociedad plural en la que tengan cabida todas las culturas y todas la religiones. Cosa bien difícil y alejada de la realidad en una sociedad fortificada que no permite la entrada de subsaharianos, que mueren a diario en el intento de llegar. Recuerdo el fuerte impacto que nos produjo el primer cadáver traído por el mar; ahora llegan cientos y ni nos impresiona. Es lo normal. Hasta ahí hemos llegado.


Publicamos tres reflexiones:


Identidad y convivencia con los diferentes en una sociedad plural, de Jesús Bonet


Cultura y religión en una sociedad violenta, de Emiliano de Tapia


Los inevitables dioses, de Antonio Zugasti


Apostamos por una utopía: una sociedad plural en la que tengan cabida sin problemas las diferentes culturas y las diferentes religiones.

En una sociedad cada vez más plural todos hemos de definir bien nuestra identidad, pero sin miedo a las identidades de otros ni a las diferencias, rechazando únicamente los fundamentalismos y la violencia. El “diferente” cuestiona al “normal”, sus seguridades; pero la “diferencia”, la diversidad, es una riqueza para cualquier sociedad.



Podemos llegar a una sociedad laica, pero creo imposible que lleguemos a una sociedad sin dioses. Pueden ser los dioses más diferentes, pero ahí están todos, señalándoles su camino a los seres humanos. Caminos que pueden llevar a la hecatombe. Nuestra tarea es seguir el camino de Jesús, un camino de salvación.


Y hoy está clarísimo cuál es el dios verdadero de la sociedad capitalista. El clamor de los musulmanes: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta”, ha sido sustituido por la profesión de fe capitalista: “No hay más dios que el Dinero y el Mercado es su profeta”.

domingo, 30 de septiembre de 2018

El eclipse de la ética en la actualidad.



Es necesario enraizar en aquellos valores específicamente humanos para que todos puedan asumir una nueva ética donde primen el cuidado, la solidaridad, la responsabilidad universal y la justicia.

Entre el 10 y el 13 de julio de 2018 se celebró en Belo Horizonte un congreso internacional organizado por la Sociedad de Teología y Ciencias de la Religión (SOTER) en torno a los temas religión, ética y política. Las exposiciones fueron de gran actualidad y de nivel superior. Voy a referirme solamente a la discusión sobre El eclipse de la ética que me tocó introducir.

A mi modo de ver, dos factores han alcanzado el corazón de la ética: el proceso de globalización y la mercantilización de la sociedad.

La globalización ha mostrado los diferentes tipos de ética, según las diferencias culturales. Se ha relativizado la ética occidental, una entre tantas. Las grandes culturas de Oriente y las de los pueblos originarios han revelado que podemos ser éticos de forma muy diferente.

Por ejemplo, la cultura maya centra todo en el corazón, ya que todas las cosas nacieron del amor de los dos grandes corazones del Cielo y de la Tierra. El ideal ético es crear en todas las personas corazones sensibles, justos, transparentes y verdaderos. O la ética del “bien vivir y convivir” de los andinos, asentada en el equilibrio de todas las cosas, entre los humanos, con la naturaleza y con el universo.

Tal pluralidad de caminos éticos ha tenido como consecuencia una relativización generalizada. Sabemos que la ley y el orden, valores de la práctica ética fundamental, son los prerrequisitos para cualquier civilización en cualquier parte del mundo. Lo que observamos es que la humanidad está cediendo ante la barbarie rumbo a una verdadera era mundial de las tinieblas, tal es el descalabro ético que estamos viendo.


La economía especulativa dicta los rumbos de la política y de la sociedad actual como un todo

Poco antes de morir en 2017, advertía el pensador Sigmund Bauman: “O la humanidad se da las manos para salvarnos juntos o, si no, engrosaremos el cortejo de los que caminan rumbo al abismo”. ¿Cuál es la ética que nos podrá orientar como humanidad viviendo en la misma casa común? El segundo gran impedimento a la ética es la mercantilización de la sociedad, lo que Karl Polanyi llamaba ya en 1944 “la gran transformación”. Es el fenómeno del paso de una economía de mercado a una sociedad puramente de mercado. Todo se transforma en mercancía, cosa ya prevista por Karl Marx en su texto La miseria de la filosofía de 1848, cuando se refería al tiempo en el que las cosas más sagradas como la verdad y la conciencia serían llevadas al mercado; sería el “tiempo de la gran corrupción y de la venalidad universal”. Pues estamos viviendo ese tiempo. La economía, especialmente la especulativa, dicta los rumbos de la política y de la sociedad como un todo. La competición es su marca registrada y la solidaridad prácticamente ha desaparecido.

¿Cuál es el ideal ético de este tipo de sociedad? La capacidad de acumulación ilimitada y de consumo sin límites, que genera una gran división entre un pequeñísimo grupo que controla gran parte de la economía mundial y las mayorías excluidas y hundidas en el hambre y la miseria. Aquí se revelan rasgos de barbarie y de crueldad como pocas veces en la historia.

Tenemos que volver a fundar una ética que se enraíce en aquello que es específico nuestro como humanos y que, por eso, sea universal y pueda ser asumida por todos.

Estimo que en primerísimo lugar está la ética del cuidado, que según la fábula 220 del esclavo Higinio, bien interpretada por Martin Heidegger en Ser y tiempo,constituye el sustrato ontológico del ser humano, aquel conjunto de factores sin los cuales jamás surgirían el ser humano y otros seres vivos. Por pertenecer el cuidado a la esencia de lo humano, todos pueden vivirlo y darle formas concretas, conforme a sus culturas. El cuidado presupone una relación amigable y amorosa con la realidad, de mano extendida para la solidaridad y no de puño cerrado para la dominación. En el centro del cuidado está la vida. La civilización deberá ser biocentrada.

Otro dato de nuestra esencia humana es la solidaridad y la ética que de ella se deriva. Sabemos hoy por la bioantropología que fue la solidaridad de nuestros ancestros antropoides la que permitió dar el salto de la animalidad a la humanidad. Buscaban los alimentos y los consumían solidariamente. Todos vivimos porque existió y existe un mínimo de solidaridad, comenzando por la familia. Lo que fue fundacional ayer, lo sigue siendo todavía hoy.


Las culturas de Oriente y los pueblos originarios han revelado que podemos ser éticos de forma muy diferente

Otro camino ético ligado a nuestra estricta humanidad es la ética de la responsabilidad universal: o asumimos juntos responsablemente el destino de nuestra casa común o vamos a recorrer un camino sin retorno. Somos responsables de la sostenibilidad de Gaia y de sus ecosistemas para que podamos seguir viviendo junto con toda la comunidad de vida.

El filósofo Hans Jonas que fue el primero en elaborar El principio deresponsabilidad, le agregó la importancia del miedo colectivo. Cuando este surge y los humanos empiezan a darse cuenta de que pueden conocer un fin trágico e incluso llegar a desaparecer como especie, irrumpe un miedo ancestral que los lleva a una ética de supervivencia. El presupuesto inconsciente es que el valor de la vida está por encima de cualquier otro valor cultural, religioso o económico.

Por último, es importante rescatar la ética de la justicia para todos. La justicia es el derecho mínimo que tributamos al otro de que pueda continuar existiendo y recibiendo lo que le toca como persona. Las instituciones especialmente deben ser justas y equitativas para evitar los privilegios y las exclusiones sociales que tantas víctimas producen, particularmente en nuestro país, uno de los más desiguales, es decir, más injustos del mundo. De ahí se explica el odio y las discriminaciones que desgarran a la sociedad, venidos no del pueblo sino de las élites adineradas, que siempre viven del privilegio y no aceptan que los pobres puedan subir un peldaño en la escala social. Actualmente, vivimos bajo un régimen de excepción en el que tanto la Constitución como las leyes son pisoteadas mediante el Lawfare (la interpretación distorsionada de la ley que el juez practica para perjudicar al acusado).

La justicia no vale solo entre los humanos sino también con la naturaleza y con la Tierra, que son portadoras de derechos y por eso deben ser incluidas en nuestro concepto de democracia socioecológica.

Estos son algunos parámetros mínimos para una ética válida para cada pueblo y para la humanidad, reunida en la casa común. Debemos incorporar una ética de la sobriedad compartida para lograr lo que decía Xi Jinping, jefe supremo de China: “Una sociedad moderadamente abastecida”. Esto significa un ideal mínimo y alcanzable. En caso contrario, podremos conocer un armagedón social y ecológico.

Leonardo Boff es teólogo. Es autor de Cómo cuidar de la casa común (Vozes).

Traducción de María José Gavito Milano.

Fuente: elpais.com

viernes, 20 de julio de 2018

La salud, ¿un negocio de las multinacionales farmacéuticas?


La salud es uno de los dones más preciados de este mundo: los ciudadanos necesitamos que todas las instituciones sanitarias, públicas y privadas, nos ofrezcan la máxima confianza y seguridad de que tenemos confiada nuestra salud a las mejores manos

P. Faustino Vilabrille Linares
A s t u r i a s

La Biblia: “Antes de hablar aprende, y antes de la enfermedad cuídate. Con los remedios el médico da la salud y calma el dolor; el farmacéutico hace sus mezclas, para que la criatura de Dios no perezca. Llama al médico, porque el Señor lo creó y no lo alejes de ti, pues te es necesario. Logra acertar porque él oró al Señor para que lo dirigiera en procurar el alivio y la salud para prolongar la vida del enfermo” (Eclesiástico cap. 38).

Falta claridad:Hace unos días saltó a los medios de comunicación la noticia procedente de la OMS (Organización Mundial de la Salud), que un medicamento, llamado Valsartán para tratar la tensión arterial y fabricado en China, estaba contaminado con un producto potencialmente cancerígeno ( “N-Nitrosodimetilamina (NDMA)”, una impureza que podría producir cáncer, según la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC) de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Aparte de que el título de este escrito, sea bastante sensacionalista para reclamar nuestra atención sobre un grave e importante problema, lo cierto es que en el proceloso mar de los medicamentos, hay bastantes cosas que no están nada claras y huelen bastante a contaminación, a veces química, pero también de inmoralidad y corrupción.

A Jesús de Nazaret le bastaba que la gente tuviese fe verdadera en si misma (“tu fe te ha salvado”) para sanar de sus enfermedades, pero hoy la cosa es mucho más incierta y no sabemos muy bien en manos de quien estamos, ciertamente no en las de Jesucristo, porque el mundo del medicamento está bastante lleno de cosas poco claras y sospechosas, que es para desconfiar a veces, y no poco, de las multinacionales farmacéuticas.

Los intereses económicos y corporativos de algunas multinacionales están tan presentes y tan faltos de ética y honestidad, incluso a veces por encima del bien y la salud del enfermo, que llevan a sospechar y desconfiar de ellas e incluso de algún profesional que nos prescribe sus medicamentos.

No es fácil adentrarse en este mundo del medicamento porque todo es impreciso: los aspectos técnicos, los datos estadísticos, la información tan insegura que dan, y sobre todo la que dejan de dar, las cifras económicas astronómicas que manejan, las mismas enfermedades que a veces ya no sabes si son reales o inventadas, las sanciones tan enormes a las que son castigadas por diferentes fraudes, etc.
Veamos:

La globalización le ha permitido a las Multinacionales farmacéuticas maximizar sus beneficios ya que compran las materias primas en los países donde son más baratas (países en vías de desarrollo), instalan sus fábricas en donde las condiciones laborales son más ventajosas y venden sus productos fundamentalmente en los países donde la población tiene mayor poder adquisitivo y los servicios de salud están más desarrollados. Desde hace unos años a esta parte vemos proliferar cada vez la propaganda de medicamentos en la TV, como si el medicamento fuera un artículo más de consumo como un detergente o una lavadora, lo cual envilece el rigor y la consideración que debe tener un producto directamente relacionado con la enfermedad y la salud.

Son uno de los sectores económicos más importantes del mundo. El mercado farmacéutico está casi a nivel de las ganancias por ventas de armas o las telecomunicaciones. Por cada dólar invertido en fabricar un medicamento se obtienen mil de ganancia.
El sector farmacéutico se encuentra en continuo crecimiento y se caracteriza por una competencia oligopólica en la que 25 empresas controlan cerca del 50% del mercado mundial. Un reducido grupo de países (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) dominan la casi totalidad de la producción, investigación y comercialización de los fármacos en el mundo. Los precios que fijan son muy elevados, lo que los hace inaccesibles a una gran parte de la población mundial, mientras que algunos de sus productos dañan la salud de los enfermos.

Investigación y Oligopolio: El 90% del presupuesto dedicado por las farmacéuticas para la investigación y el desarrollo de nuevos medicamentos está destinado a enfermedades que padecen un 10% de la población mundial (cáncer, artrosis, diabetes, trastornos de lípidos, hipertensión, etc).
Su poder oligopólico está poniendo en riesgo la sostenibilidad de los sistemas sanitarios públicos y el acceso a los medicamentos a gran parte de la población; han generado graves problemas de salud (Talidomida), han creado situaciones de alarma social para vender sus productos (Tamiflú contra la Gripe A) y han promovido la corrupción (sobornos a médicos y políticos) o dañado a la salud a personas.
De las 10 más grandes Multinacionales Farmaceuricas, 5 tienen su sede en Estados Unidos (50%), 2 en Suiza (20%), otras 2 en el Reino Unido (20%), y 1 en Francia (1%), aunque también hay empresas japonesas, europeas y nórdicas con importantes niveles de ganancias. Algunas informaciones dan un reparto ligeramente diferente.

Un mercado ingente: El mercado farmacéutico mundial se estimó en 1,11 billones de dólares en 2017 y se prevé que alcance los 1,43 billones de dólares en 2020. En 2017 las 15 principales compañías farmacéuticas mundiales generaron ventas por valor de 568.617 millones de dólares, lo que representa el 51% de la cuota de mercado mundial. La factura farmacéutica PÚBLICA en España superó los 10.000 millones de euros en 2017 y el pago de esta factura la realizan fundamentalmente las administraciones sanitarias, a través de la financiación de los hospitales, públicos y concertados, y mediante el pago a las oficinas de farmacia. Pero el mercado farmacéutico total en España se encuentra en los 18.902 millones de euros (F: Redacción Médica).

Los márgenes de ganancias de estas industrias son muy importantes alcanzando a veces entre el 70 y el 90%, con una tasa de ganancias del 20%, superando ampliamente el 15,8% de los bancos comerciales.

Las 10 más importantes:

Nombre Ventas en 2017 Ganancias en
en millones de $ millones de $ Nacionalidad:
PFIZER…..52824………………47,4…………EE.UU.
ROCHE……39494………………37,5…………SUIZA
SANOFI…..35850………………38,3…………FRANCIA
MERCK……35151………………41,4…………EE.UU.
JOHNSON….33464………………23,5…………E.UU.
NOVARTIS…32562………………45,4…………SUIZA
GILEAD…..29953………………11,7…………EE.UU.
ABBVIE…..25638………………34…………..G.BRETAÑA
GLASO S.K..23002………………28,4…………G.BRETAÑA
AMGEN……22991…………………………… EE.UU.

El tratamiento más caro: El tratamiento (Sovaldi) de la Hepatitis C se ha convertido en su origen en uno de los tratamientos más caros de los historia, costando una pasilla 1000 veces más que producirla. Gilead, su productora, llegó a cobrar hasta 78.000 € por un tratamiento de 12 semanas. La Universidad de Liverpool demostró que el costo por pastilla era tan solo de 0,90 €. Para muchos enfermos de algunos países de ingresos medios, los acuerdos de licencia voluntaria restrictiva de Gilead siguen dejando el tratamiento fuera del alcance de los ciudadanos y sus Gobiernos. (Ver Médicos sin Fronteras 27/03/2017) Algunas farmacéuticas a la hora de hacer investigaciones sobre la cura de nuevas enfermedades prefieren hacer investigaciones sobre enfermedades más rentables que solo favorecen a una minoría que es la población con más poder económico y no se preocupan por hallar curas para aquellas que padecen los más pobres. Estas industrias se preocupan más por su rentabilidad que por ayudar a la sociedad.

Nueva Tribuna publicaba el 19 de agosto de 2017 un escrito de la Federación de Asociaciones para Defensa de la Sanidad Pública, que entre otras cosas dice:

“El mercado farmacéutico supera las ganancias por ventas de armas o las telecomunicaciones.
La globalización les ha permitido maximizar sus beneficios ya que compran las materias primas en los países donde son más baratas (países en vías de desarrollo), instalan sus fábricas en donde las condiciones laborales son más ventajosas y venden sus productos fundamentalmente en los países donde la población tiene mayor poder adquisitivo y los servicios de salud están más desarrollados.

Por cada dólar invertido en fabricar un medicamento se obtienen mil de ganancias, gracias a que si alguien necesita una medicina y dispone de recursos la compra.
El sector farmacéutico se encuentra en continuo crecimiento y se caracteriza por una competencia oligopólica en la que 25 empresas controlan cerca del 50% del mercado mundial. La capacidad competitiva se basa en la investigación y desarrollo (I +D), en la apropiación de las ganancias mediante el sistema de patentes y en el control de las cadenas de comercialización de los medicamentos.

Estas empresas buscan conseguir fabulosas ganancias, recurriendo a estrategias muchas veces cuestionables que gracias a su poder suelen gozar de una gran impunidad, aplastando a competidores menores y presionando a los gobiernos. Los precios que fijan son muy elevados lo que los hacen inaccesibles a una gran parte de la población mundial, mientras que algunos de sus productos dañan la salud de los enfermos.

Entre las principales estrategias utilizadas hoy por la industria farmacéutica para obtener sus ganancias mil millonarias cabría destacar:

Realizan una gran presión propagandística de los medicamentos que fabrican, aunque no sean útiles y puedan ser nocivos para la salud.
Explotan al máximo los medicamentos en forma de monopolio y en condiciones abusivas que no tienen en cuenta las necesidades objetivas de los enfermos ni su capacidad adquisitiva.

Reducen la investigación de las enfermedades que afectan principalmente a los países pobres, porque no son rentables, mientras se concentran en los problemas de las poblaciones con un alto poder adquisitivo, aun cuando no se trate de enfermedades (como la proliferación de “medicamentos” antienvejecimiento)
Fuerzan las legislaciones nacionales e internacionales para favorecer sus intereses, aunque sea a costa de la salud y la vida de millones de personas.
La colaboración de las multinacionales farmacéuticas con la industria química, las universidades, y su apuesta en el I+D han ayudado al crecimiento económico y al desarrollo de la ciencia y la tecnología. Pero su poder oligopólico está poniendo en riesgo la sostenibilidad de los sistemas sanitarios públicos y el acceso a los medicamentos a gran parte de la población, y han generado graves problemas de salud (Talidomida), han creado situaciones de alarma social para vender sus productos (Tamiflú contra la Gripe A) y han promovido la corrupción (sobornos a médicos y políticos) o dañado a la salud.

Algunas estrategias de la industria farmacéutica para incrementar sus ganancias

Para alcanzar y mantener estos enormes beneficios (a expensas de los servicios sanitarios públicos), recurren en muchos casos a colocar en puestos políticos y gubernamentales a personas afines a sus intereses o a directivos de sus empresas.

Patentes comerciales: Una estrategia que incrementó el poder político y económico de las grandes compañías farmacéuticas estadounidenses fue la ley de extensión de patentes (Ley Hatch-Waxman) aprobada por Reagan en 1984, (hasta esa fecha la política de patentes no afectaban a los medicamentos por considerarlos un bien necesario). Esta medida se extendió posteriormente al resto del mundo gracias a la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1994, que vela por que la globalización no afecte a los intereses del gran capital multinacional. Ahora el 60% de las patentes de medicamentos son de EE.UU., frente al 20% de la Unión Europea. Gracias a esto EE.UU. domina el mercado de los 50 medicamentos más vendidos.

Problemas asociados a las patentes de medicamentos:
Dificultan el acceso a la atención sanitaria y a la disponibilidad de medicamentos esenciales a gran parte de la población por su elevado coste que es fijado abusivamente por los laboratorios.
Favorecen los intereses industriales a expensas de la mayoría de la población. El caso del tratamiento de la Hepatitic C con Sovaldi a un precio brutal es un ejemplo paradigmático.
Imposibilitan una auténtica competencia.
Son injustas con los países subdesarrollados.

Costo de la Investigación: El principal argumento para mantener las patentes de los medicamentos esta en los gastos por investigar nuevos medicamentos, sin embargo la mayor parte del coste de la investigación de un nuevo fármaco no recae sobre la industria ya que los gobiernos y los consumidores financian el 84% de la investigación, mientras que solo el 12% correspondería a los laboratorios farmacéuticos.

En realidad, el incremento de los costes no está relacionado con la fabricación de los medicamentos, ni tampoco con la inversión en investigación y desarrollo, sino en los gastos asociados a la comercialización y la promoción de sus productos. Mientras que la investigación y desarrollo de fármacos recibe en torno al 13% del prepuesto, los gastos de marketing suponen entre el 30-35%.
El 90% del presupuesto dedicado por las farmacéuticas para la investigación y el desarrollo de nuevos medicamentos está destinado a enfermedades que padecen un 10% de la población mundial (cáncer, artrosis, diabetes, trastornos de lípidos, hipertensión, etc).

Las claves de la actuación deberían ser:
1.-Modificar los criterios de la financiación pública y la fijación de precios, para que estos incluyan criterios que tenga en cuenta los costes reales de la investigación y producción. Existen algunos mecanismos que deben de plantearse como las subastas de medicamentos para abaratar los precios, revisiones de los precios abusivos, los precios por equivalentes terapéuticos, los contratos de riesgos compartidos e incluso la denuncia de las patentes cuando las empresas quieran imponer precios abusivos e irracionales valiéndose de su situación de monopolio.

2.-Garantizar el abastecimiento de los medicamentos eficaces, evitando los que se producen por intereses económicos de las empresas farmacéuticas, para ello es importante contar con una empresa pública farmacéutica que pueda asegurar la fabricación de los medicamentos necesarios.

3.-Fomentar el uso racional del medicamento para lo que es precisa la creación de agencias de evaluación y una muy activa política sobre los prescriptores de formación y evaluación independiente de la industria, de utilización de la medicina basada en la evidencia y de prevención del uso inapropiado de los mismos.

4.-Complementario a lo anterior es el control estricto del marketing y la información realizada por la industria y su financiación de eventos “científicos”.

5.-Desarrollar la investigación pública tanto para orientarla hacia los principales problemas de salud como para desarrollar patentes públicas que permitan escapar de la asfixia económica de las patentes privadas.

6.-Eliminar los copagos del RDL 16/2012 para acabar con las barreras económicas para el acceso de medicamentos necesarios. (Nota personal: el actual Gobierno ya lo está planteando).

Algunas de estas medidas son fáciles de implementar y otras tienen una eficacia más a medio plazo, pero lo que es evidente es que hay que plantarle cara a la industria farmacéutica y anteponer el derecho a la salud a los desproporcionados beneficios empresariales.
Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública”.

ALGUNAS SANCIONES A LAS MULTINACIONALES FARMACEUTICAS:
Pfizer acepta un acuerdo con el Departamento de Justicia de Estados Unidos por una sanción de 2.300 millones de dólares en 2009.
Novartis llega a un acuerdo con el Departamento de Justicia de Estados Unidos por valor de 423 millones de dólares en 2010.
Sanofi-Aventis, acusada de fraude, accede a pagar más de 95 millones de dólares en 2009.
GlaxoSmithKline paga una sanción de 3.000 millones de dólares en 2011.
AstraZeneca Novartis desembolsa 520 millones de dólares en 2010 por las acusaciones de fraude.
Johnson & Johnson, multado con 1.100 millones de dólares en 2012.
Eli Lilly, condenada a pagar más de 1.400 millones de dólares por marketing ilegal en 2009.
Merck, condenada a pagar 670 millones de dólares por fraude a Medicaid en 2007
Abbott, condenada a pagar 1.500 millones de dólares por fraude a Medicaid en 2012.

Aparte de estas grandes sanciones hay otras muchas de menor cuantía, así como otros fraudes tendentes a aumentar las ventas, consistentes en acortar la fecha de caducidad, o poner límites muy estrictos a determinadas patologías, como en la diabetes, el colesterol, la tensión arterial…, pues cuanto más se reduzca el límite superior primero se considerará enfermedad y primero habrá que medicarse, y…más ventas.

Sobre la estrategia comercial de las Multinacionales Farmacéuticas puede leerse el libro: Medicamentos que matan y crimen organizado (Edit. Lince);

Afortunadamente las legislaciones nacionales e internacionales en los países desarrollados son cada vez más rigurosas con las multinacionales farmacéuticas en defensa de los pacientes, pero lamentablemente en el Tercer Mundo aun falta mucho camino por recorrer.

El Servicio Público de Sanidad es de máxima importancia para la gran mayoría de la población. Sin ella nos sería imposible el acceso a una sanidad de calidad. Por tanto debemos defenderlo incondicional y absolutamente y dar todo nuestro apoyo a todas las organizaciones que luchan sinceramente por este objetivo, y no solo por nosotros, sino también por todos los seres vivos que nos sirven de sustento, cuya buena salud sin duda también condiciona la nuestra.

En las fuentes de documentación que damos al principio hay mucha más información sobre este importante tema, que podemos consultar.

Fuentes de información: nuevatribuna.es; No, gracias; STATISTA (2018). ctxt.es; el diario.es; Discovery Salud; Medicamentos que matan y crimen organizado (Edi. Lince); Arsenal terapéutico; Evaluate, etc. etc.

domingo, 18 de marzo de 2018

Ética política ante la globalización del mercado y del capital.


por Agustín Ortega. 

Debido a algunas declaraciones y supuestas intenciones de Donald Trump, algunos han dicho de forma apresurada que estamos en una desglobalización. En donde se revierten los procesos mundiales de los mercados, las economías y finanzas que están marcando nuestra época. Más, como se ha mostrado por autores y la realidad misma, estamos lejos de esa pretendida desglobalización. La globalización ha venido para quedarse. Y es la que define la era en la que vivimos. No hay marcha atrás en los procesos científicos, tecnológicos e informacionales con la revolución de las redes informáticas y la economía del conocimiento. Todo lo cual ha sido aprovechado por la imponente economía financiera y especulativa que, con su tecnocracia del mercado y del capital e ingeniería bursátil-accionarial, es la que domina el mundo.

Los estados y gobiernos se encuentran a merced e impotentes ante todos estos poderes transnacionales, mercantiles y financieros que es el mayor poder conocido en la historia de la humanidad. Los auténticos amos y gobernantes del mundo son todas estas empresas multinacionales o corporaciones financieras-bancarias que concentran un poder mucho mayor que el de los estados. Entre otras cuestiones, esta imperante globalización del mercado y del capital tiene como prueba los numerosos y recientes casos de corrupción de gobernantes a manos de estas empresas y corporaciones.

La globalización no supone un proceso perverso e irreversible en todos sus aspectos, no es mala en sí misma. La revolución de las tecnologías y la técnica, per se, no tienen por qué ser malvadas. Y pueden -y en la realidad así lo han hecho- contribuir a unir con lazos de solidaridad y fraternidad. Aunque a nadie se le esconde la mala utilización y abuso de dichas redes tecnológicas e informacionales ya que, asimismo, paradójicamente, llevan al aislamiento, a la soledad, a adicciones, a la despersonalización e inhumanidad, etc. Como nos muestran todo tipo de estudios sociales e informes, el lado perverso de la globalización que se ha impuesto -la neoliberal y capitalista con su ídolo del mercado-capital- ha causado una creciente desigualdad e injusticia social, ambiental y global.

Cada vez más, unos pocos enriquecidos han acumulado en pocas manos la inmensa mayoría de los bienes y recursos. A costa del hambre, la pobreza y exclusión de la mayor parte de la humanidad. Entre las élites y ricos del mundo, ha generado mucho escándalo que el papa Francisco en su magisterio (véase sus encíclicas Evangelii Gaudium o Laudato si’) afirme que la causa de toda esta desigualdad e injusticia que padecen los pobres sea toda esta tecnocracia del mercado libre y de la especulación financiera. Es decir, la ideología neoliberal y capitalista, que impone ese fundamentalismo de la libertad de mercado y que lleva a su total autonomía, sin ningún control ético ni político. Como cualquier estudioso de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) sabe, desde sus inicios con León XIII (RN), los papas y la misma DSI se opusieron a aceptar esa libertad mercantil total. Por ejemplo, tal como ya nos muestra RN, en el ámbito del contrato de trabajo, sin ningún marco moral y gubernativo. Los empresarios podrán afirmar que disponen de libertad, con una legalidad formal, para contratar como quieran, pero si no se asegura un trabajo digno con un salario justo para el trabajador y su familia, entonces esa libertad de mercado se corrompe y se cae en la injusticia.

Y ya en 1931, después del crac del 29, Pío XI (Quadragesimo Anno) denunció todo este “imperialismo internacional” del dinero, que fue como la semilla de la actual globalización capitalista. Como es sabido, después de esta crisis, sobre todo fruto de las luchas del movimiento obrero, la economía y la política apuntalaron el estado social de derechos, hoy cada vez más destruido. Se hizo una intervención sobre los mercados para promover un empleo decente, una fiscalidad justa y políticas sociales en educación, sanidad, vivienda… que, en Europa, trajo una época de mayor solidaridad y justicia social.

Posteriormente siguiendo a Pío XI, el papa Pablo VI en su magisterio (Populorum Progressio y Octogesima Adveniens) insistiría en dicha cuestión de la injusticia del mercado capitalista libre, así como en la regulación ético-política de todo este mercado para orientarlo, al mismo tiempo, en la libertad e igualdad. En la línea de Francisco, ya en la época de la globalización, los papas Juan Pablo II (CA) y Benedicto XVI (CV), este último en el marco de la última crisis financiera global, reafirmaron que los mercados deben ser controlados por la sociedad civil y los estados, articulados con instituciones mundiales.

En este sentido, en el camino marcado por León XIII y con unos términos novedosos, Juan Pablo II (Laborem Exercens) mostró como el mercado de trabajo no sólo debe ser gestionando por el empresario como por la sociedad civil, los sindicatos, los gobiernos, etc. que han de velar y fiscalizar que el empleo sea decente. El mismo papa (Centesimus Annus), junto a los estudios de economía ética, nos mostró que en la sociedad y en el mundo no todo puede ser gobernado por el mercado y que este tiene unos límites, ya que la oferta y la demanda sólo funciona para quien es solvente y tiene dinero o recursos. En esta línea, hay bienes y recursos que, por su misma naturaleza, no pueden ser objeto de compra ni de venta mercantil.

Por todo ello, la economía y el mercado deben ser controlados con una ética política mundial, para que sirvan a la vida y necesidades de las personas, de los pueblos y los pobres, todos esos seres humanos, países y empobrecidos del mundo que no pueden acceder al mercado, y que impida que los bienes vitales como, por ejemplo, la tierra con los alimentos y la salud o la misma educación, sean productos de la mercantilización para el lucro, la privatización y la especulación.

jueves, 11 de enero de 2018

El logos y el tao.


José Ignacio González Faus

Aunque las grandes manchas de color son a veces simplistas, pueden resultar también pedagógicas. Corro pues el riesgo de simplificar para ayudar a entender un poco los universos mentales del Occidente en que vivimos y de ese Oriente al que miramos y al que muchos miran para salir de su sensación de vacío.

La gran aportación de Occidente a la historia humana la dio Grecia con el descubrimiento del “logos”. Este término clásico significa a la vez palabra, razón y sentido: brotó de la experiencia de que las cosas son razonables: tienen una “lógica” que puede ser captada y expresada por nuestra palabra. Esta armonía, este encuentro entre la realidad y nuestra mente es una de las primeras experiencias de sentido: si no hubiera posibilidad de encuentro entre la realidad y nosotros, nos encontraríamos ante un sinsentido impresionante.

La experiencia fundamental del Oriente me parece ser la del Tao. Y quizá no es casualidad que la obra de Lao-Tsé, autor del Tao-te-King (libro de la virtud y del Tao) sea, luego de la Biblia, la obra más difundida en la historia del mundo. Pero el Tao es indefinible: no se comunica con conceptos sino provocando su experiencia.La traducicón mejor del Tao podría ser lo que los cristianos llaman el Espíritu, el cual es también inobjetivable. Hay definiciones del Tao que parecen extrañas, pero no lo son: “el Tao es el camino infinito que conduce al Tao”. “El Tao no lleva a cabo ninguna acción, pero no deja nada por hacer”. “Cuando su tarea ha sido cumplida y las cosas han sido acabadas, todo el mundo dice: las hemos hecho nosotros”… ¡Y eso vale exactamente del Espíritu Santo de los cristianos!

Dejando ahora las connotaciones religiosas, creo que, con el Logos y el Tao, nos hallamos ante dos experiencias originarias, y complementarias, de apertura a la realidad: una desde la visión y otra desde la respiración. La posibilidad de ver permite objetivar las cosas: así las conocemos (o creemos conocerlas) y podemos manejarlas: por eso es normal que del Logos occidental haya surgido la técnica, que nos permite dominar las cosas, con el peligro de erigirnos nosotros en sujetos y, por tanto, en superiores. En cambio, la conciencia de la respiración nos permite percibir la vida, darnos cuenta de que vivimos y, a la vez, de que vivir es estar recibiendo: pues si te falta el aire te ahogas y mueres.

Pero la experiencia de la respiración, del vivir, siendo más honda y menos pretenciosa que la de la vista, puede llevar a un inmovilismo conservador ante el mundo que nos envuelve. Desde la vista, el hombre se siente superior a las cosa; desde la respiración se siente casi inferior a ellas. Y otro detalle curioso: nuestra posibilidad de hablar viene del hecho mismo de la respiración: expulsamos el aire articulándolo en forma de sonidos. Pues bien: un himno medieval al Espíritu Santo decía que “enriqueces la garganta con la palabra” (“sermone ditans guttura”).

Si he sabido evocar esa doble experiencia fundante y fundamental, parecerá claro que nuestra plenitud humana reclama el encuentro entre las dos, sin que ninguna ignore o excluya a la otra, pero de modo que ambas se complementen y se controlen.

El Logos expresa, el Tao empapa; el Logos explica lo exterior, el Tao llena nuestro interior. La palabra puede ser superficial, el Tao es necesariamente profundo. Con la terminología cristiana (de Palabra y Espíritu), un autor del siglo II, san Ireneo, decía que ésas son “las dos manos de Dios”. Y será verdad que la Encarnación de la Palabra es el tesoro de Occidente, pero es también verdad cristiana que el Espíritu ha sido derramado “sobre toda carne” (Joel 3; Hchs 2). Por eso, toda auténtica experiencia espiritual humana, nazca donde nazca, procede del mismo Dios a quien confiesan los cristianos y no hay, por tanto, posibilidad de exclusivismos sino más bien obligación de acoger a Aquel que (como el aire) “sopla donde quiere” (Jn 3,).

La teología, y aún más la piedad occidental (tanto católica como protestante) adolecen de un olvido del Espíritu que ha llevado demasiado a tratar de explicar las cosas, más que a vitalizarlas o cambiarlas. Cuando Marx escribe su famosa tesis 11 sobre Feuerbach (“hasta ahora los filósofos han explicado el mundo; lo que importa es transformarlo”) está dando una versión laica de esta misma tesis teológica: el mundo del Logos necesita al Tao (o al Espíritu en lenguaje nuestro).

Más allá de alusiones teológicas, parece claro que Occidente necesita hoy una buena inyección del Tao que devuelva calidad y plenitud humana a su logos, a su razón y a su palabra: porque sin Tao se ha ido convirtiendo en “razón instrumental” y búsqueda del máximo beneficio económico. Aunque también, según me comentó R. Panikkar la última vez que nos vimos en Tabertet, él temía que Oriente esté perdiendo su Tao, contagiado por ese virus occidental del máximo beneficio económico…

La primera globalización que necesitamos es, pues, la del encuentro entre el Logos y el Tao.

viernes, 21 de abril de 2017

El capitalismo perjudica gravemente nuestra salud.


Departamento de Comunicación de FUHEM

La tendencia a mercantilizarlo todo, incluido el cuerpo humano, protagoniza el último número de la Revista Papeles: “Cuerpos frágiles y capitalismo”

¿Es el cuerpo humano un objeto de explotación del que se puede extraer beneficio? ¿Puede ser comprado, vendido, enajenado, troceado o separado de la persona? La tendencia actual a mercantilizarlo todo y cosificar todos los atributos humanos no tiene límites: desde la creación de pobreza y desigualdad, al macabro tráfico de órganos, pasando por la violencia sexual que acompaña a todo conflicto bélico o las relaciones sociales basadas en la posesión que vende el amor romántico.

La globalización económica amenaza con una mercantilización descontrolada y el cuerpo humano es la última frontera: “La violencia que se ejerce sobre los cuerpos en la sociedad actual es incesante y se relaciona en buena medida con el productivismo y consumismo imperantes”, señala Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de la revista en la introducción del número. Se puede comprar salud en todos los ámbitos de la vida: la niñez, la adolescencia, la sexualidad, el trabajo, la comida, el culto al cuerpo, el deporte, el ocio, la vejez y la muerte.

La salud de nuestros cuerpos no se puede entender sin los impactos sociales y económicos que trae consigo el sistema en el que vivimos. Así lo exponen Joan Benach, Juan Manuel Pericàs y Elena Martínez-Herrera en su artículo La salud bajo el capitalismo: ser pobre significa vivir menos y vivir peor, enfermar más y tener menos acceso a los servicios sanitarios. Entonces, “¿qué opinaría la población de los países ricos si hubiera un tratamiento sin utilizar que pudiera eliminar el sida, el cáncer de mama o el infarto de miocardio?”, se preguntan los autores del artículo.

Esta búsqueda incesante de beneficios del capital se ve incrementada debido a su alianza con la industria cultural, tal y como analiza Jon E. Illescas en su artículo El cuerpo sitiado, en el que sitúa a nuestros cuerpos como “la última propiedad que les resta a los desposeídos de este sistema económico, porque no solo las prostitutas venden su cuerpo, sino que lo hacen todas las profesiones de la clase obrera asalariadas por el capital”.
Cosificar y mercantilizar el cuerpo tiene otro de sus máximos exponentes en la violencia sexual que se produce en los conflictos armados, a pesar de que no fue hasta la década de los 90 en los Balcanes o en el genocidio de Ruanda, cuando empezó a adquirir notoriedad mediática con un objetivo claro: “Humillar simbólicamente al enemigo al agredir al otro género transmitiendo el mensaje de que no ha sido capaz de proteger a ‘sus’ mujeres”, tal y como señalan los investigadores de la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autónoma de Barcelona en su artículo Violencia sexual en los conflictos armados.

El lado más macabro y criminal de esta comercialización del cuerpo humano se sitúa en el tráfico de órganos, como expone Nancy Scheper-Hughes en su investigación sobre el tráfico de riñones en países como Filipinas, Brasil, Turquía, Israel, Palestina, Egipto, Moldavia y Estados Unidos. Un mercado muy vinculado a la pobreza y la desigualdad, donde los pobres pagan un nuevo impuesto con sus cuerpos: “Del mismo modo que la servidumbre por deudas impulsó las redes internacionales de adopción ilícita, la servidumbre por deudas impulsa los cárteles de venta de riñones”.
La vulnerabilidad de nuestros cuerpos queda puesta de manifiesto en las etapas de mayor dependencia, donde la peor parada siempre es la mujer: “La división sexual del trabajo ha motivado que los cuidados se hayan considerado actividades reproductivas y no un verdadero trabajo”, expone Paloma Moré, Doctora en Sociología en Cuerpos vulnerables.

Un elemento fijador de estas posiciones es el amor romántico porque funciona como “mecanismo de control y servidumbre femenina, que sacrifica la singularidad de cada una en favor del poder procurado por el varón; porque si una mujer no tiene marido y no tiene hijos a quienes cuidar con abnegación ha perdido su rumbo”, escribe Nieves Salobral, doctoranda de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, en La ética del amor abnegado en el neoliberalismo.

La revista se completa con las secciones habituales, que se pueden consultar aquí: 

https://www.fuhem.es/ecosocial/noticias.aspx?v=10166&n=0


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sábado, 4 de febrero de 2017

Proteccionismo versus globalización.


Manfred Nolte 

La globalización, que no es sino un neologismo de lo que los clásicos de la economía quisieron instruir acerca del libre comercio y la libre circulación de factores, y que hoy se traduce en una creciente integración de los países del planeta añadiendo a la de bienes y capitales, la libertad de la información, se somete en estos momentos a la ley del péndulo de la opinión pública mundial –y ha pasado a ser, en apenas unos meses, de heroína del progreso, del crecimiento y del bienestar mundial a villana a la que se atribuyen todos los males de la crisis, del estancamiento de las economías desarrolladas, de la creciente desigualdad económica y de la injusticia social.

En particular se ha incluido como soflama principal en el librillo de los movimientos populistas de todo índole hasta el punto de que constituye un raro patio de vecindad donde se congregan ideologías dispares que apenas tienen por lo demás nada en común. El descrédito de la globalización conviene a radicales de izquierdas y a extremistas de derechas, a nacionalistas explícitos o encubiertos, a xenófobos racistas intransigentes, a involucionistas de diversa filiación. Con ellos conviven otros agentes menos revanchistas y más moderados, aquellos que convienen que si bien la globalización ha sido en el pasado una fuente innegable de progreso y bienestar, ha sesgado su trayectoria beneficiosa, que en la actualidad es necesario enmendar o refundar. Sea como fuere nos ubicamos en el tránsito de la percepción de un fenómeno que de una indiscutible positividad ha pasado a ser una política cuestionada y para muchos, como se ha dicho, fundamentalmente desacreditada.

El rechazo de la globalización conduce de forma natural a otra política, ampliamente utilizada en circunstancias históricas pretéritas como es el proteccionismo –un concepto decimonónico ya olvidado- y en su versión más tajante el aislacionismo. Si abrir nuestras puertas a terceros, bien sea en materia de tráfico de mercancías, de servicios, de capitales o de personas, se ha vuelto contra nuestros intereses, cerraremos dichas esclusas en la medida en la que nos convenga para restablecer el equilibrio quebrantado y restituir el bienestar de los nacionales de un país o del segmento particular de una sociedad que ha sido vulnerado. El último episodio de carácter global tuvo lugar en los años treinta del siglo pasado y fue protagonizado por el Presidente Hoover. Para combatir la gran crisis del 29 Hoover enrocó a Estados Unidos en una vorágine de aranceles y cupos que no solo ahondó la crisis nacional sino que condujo a la ruina a todos sus socios comerciales. La dinámica de la acción-reacción condujo a los socios comerciales de Estados Unidos a represaliarse con análogas medidas tarifarias y proteccionistas. Como consecuencia de todo ello la economía americana cayó un 25% en un plazo de cuatro años, y con ella la de las grandes potencias occidentales. La llegada al poder del demócrata F.D. Roosevelt revirtió las consecuencias deflacionistas del proteccionismo y puso a Estados Unidos y a la economía mundial rumbo a una nueva era de crecimiento.

El delirio proteccionista ha rebrotado en nuestros días con virulencia de la mano del UKIP y una mayoría del pueblo británico. Pero sobre todo y con particular estruendo y una mímica desproporcionada de la mano del recién nombrado líder de los Estados Unidos, el Sr. Donald Trump. El particular boletín oficial del estado del mandatario americano que constituyen sus redes sociales no ha escatimado proclamas en demérito y demonización de la globalización. Por la fisuras de la globalización se habrían colado en Norteamérica todos sus acérrimos enemigos. Ante este descarado caballo de Troya –siempre según Trump- “tenemos que proteger nuestras fronteras de los estragos de otros países que fabrican nuestros productos, atracando nuestras compañías y destruyendo nuestros puestos de trabajo. La protección conducirá a una gran prosperidad y fortaleza, siguiendo dos simples reglas: compra ‘americano’ y contrata ‘americano’. Recuperaremos nuestras fronteras, recuperaremos nuestros trabajos, recuperaremos nuestros sueños. Vamos a reconstruir nuestro país con manos americanas, con mano de obra americana. La riqueza de nuestra clase media ha sido arrebatada de sus hogares y distribuida por todo el mundo. Eso es el pasado”.

El gran bofetón que el mandatario americano propina al librecambismo –supresión de acuerdos, deportaciones, vallas etc.- obliga a evidenciar aspectos del máximo interés para todos los ciudadanos del mundo, porque a todos afecta hoy en día lo que suceda en la primera potencia económica y militar del planeta.

El primero, que todos los segmentos de la población mundial han ganado con la globalización. Branko Milanovic y su ya estelar ‘curva del elefante’ han hecho inventario de los últimos treinta años: la media global del PIB per cápita del periodo creció un 25%. El veinte por ciento de los más pobres un 40%. El cinco por ciento de los más ricos un 60%. El 60% de la población de los países emergentes un 70%. Y el intervalo entre el 75 y el 90% de los más favorecidos, las clases medias occidentales, apenas un 5%.

El segundo consiste en el recordatorio de que la globalización ha sido muy beneficiosa también para los países pobres y en desarrollo. Fijémonos que es Estados Unidos y no México quien repudia la globalización. Los cientos o miles de empleos que la industria automovilística americana ha prometido crear a punta de pistola del Sr. Trump serán otros tantos cientos o miles que dejarán de crearse en México o en otros centros de coste más bajo y más competitivo para la exportación. Añádase a este argumento el efecto de las deportaciones en términos de provisión de puestos de trabajo. A los doce millones de mexicanos que residen en Estados Unidos hay que sumar una comunidad de origen mexicano de algo más de 30 millones.

El tercero, que las desigualdades registradas dentro de los países no tienen su causa directamente en la globalización sino en la falta de competencia de los gobiernos de turno para formar mano de obra capacitada (ganadores) en detrimento de la mano de obra no capacitada (perdedores de la globalización).

El cuarto, que a pesar de que la clase media americana ha ganado muy poco con la globalización, su paro es virtualmente inexistente y su nivel de vida es de los más altos del mundo, un 50 por ciento superior al de Europa o Japón. Por otra parte la tecnología americana domina el planeta, su industria financiera es puntera y sus universidades lideran el ranking mundial de notoriedad.

Finalmente, recordar que la retórica de ‘America first’ (primero, América) tiene el tufillo de una declaración de guerra económica. Pero el proteccionismo unilateral no contemplará un escenario de terceros países con los brazos cruzados. El mundo de hoy está íntimamente relacionado y la exposición exterior de la balanza de pagos de Estados Unidos es muy significativa. A la guerra de contingentes puede unirse otra de divisas. Como ha señalado la Canciller Merkel nadie puede ganar la batalla del proteccionismo. Tampoco Estados Unidos.

domingo, 20 de noviembre de 2016

La decadencia de occidente.


Mario Vargas Llosa

El populismo de los últimos años…


El ‘Brexit’ y el triunfo de Trump son un síntoma inequívoco de esa muerte lenta en la que se hunden los países que pierden la fe en sí mismos y renuncian a luchar.


Primero fue el Brexity, ahora, la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Sólo falta que Marine Le Pen gane los próximos comicios en Francia para que quede claro que Occidente, cuna de la cultura de la libertad y del progreso, asustado por los grandes cambios que ha traído al mundo la globalización, quiere dar una marcha atrás radical, refugiándose en lo que Popper bautizó “la llamada de la tribu” —el nacionalismo y todas las taras que le son congénitas, la xenofobia, el racismo, el proteccionismo, la autarquía—, como si detener el tiempo o retrocederlo fuera sólo cuestión de mover las manecillas del reloj.

No hay novedad alguna en las medidas que Donald Trump propuso a sus compatriotas para que votaran por él; lo sorprendente es que casi sesenta millones de norteamericanos le creyeran y lo respaldaran en las urnas. Todos los grandes demagogos de la historia han atribuido los males que padecen sus países a los perniciosos extranjeros, en este caso los inmigrantes, empezando por los mexicanos atracadores, traficantes de drogas y violadores y terminando por los musulmanes terroristas y los chinos que colonizan los mercados estadounidenses con sus productos subsidiados y pagados con salarios de hambre. Y, por supuesto, también tienen la culpa de la caída de los niveles de vida y el desempleo los empresarios “traidores” que sacan sus empresas al extranjero privando de trabajo y aumentando el paro en Estados Unidos.

No es raro que se digan tonterías en una campaña electoral, pero sí que crean en ellas gentes que se suponen educadas e informadas, con una sólida tradición democrática, y que recompensen al inculto billonario que las profiere llevándolo a la presidencia del país más poderoso del planeta.

La esperanza de muchos, ahora, es que el Partido Republicano, que ha vuelto a ganar el control de las dos cámaras, y que tiene gentes experimentadas y pragmáticas, modere los exabruptos del nuevo mandatario y lo disuada de llevar a la práctica las reformas extravagantes que ha prometido. En efecto, el sistema político de Estados Unidos cuenta con mecanismos de control y de freno que pueden impedir a un mandatario cometer locuras. Pues no hay duda que si el nuevo presidente se empeña en expulsar del país a once millones de ilegales, en cerrar las fronteras a todos los ciudadanos de países musulmanes, en poner punto final a la globalización cancelando todos los tratados de libre comercio que ha firmado —incluyendo el Trans-Pacific Partnership en gestación— y penalizando duramente a las corporaciones que, para abaratar sus costos, llevan sus fábricas al tercer mundo, provocaría un terremoto económico y social en su país y en buen número de países extranjeros y crearía serios inconvenientes diplomáticos a Estados Unidos.

Su amenaza de “hacer pagar” a los países de la OTAN por su defensa, que ha encantado a Vladímir Putin, debilitaría de manera inmediata el sistema que protege a los países libres del nuevo imperialismo ruso. El que, dicho sea de paso, ha obtenido victoria tras victoria en los últimos años: léase Crimea, Siria, Ucrania y Georgia. Pero no hay que contar demasiado con la influencia moderadora del Partido Republicano: el ímpetu que ha permitido a Trump ganar estas elecciones pese a la oposición de casi toda la prensa y la clase más democrática y pensante, muestran que hay en él algo más que un simple demagogo elemental y desinformado: la pasión contagiosa de los grandes hechiceros políticos de ideas simples y fijas que arrastran masas, la testarudez obsesiva de los caudillos ensimismados por su propia verborrea y que ensimisman a sus pueblos.

Una de las grandes paradojas es que la sensación de inseguridad, que de pronto el suelo que pisaban se empezaba a resquebrajar y que Estados Unidos había entrado en caída libre, ese estado de ánimo que ha llevado a tantos estadounidenses a votar por Trump —idéntico al que llevó a tantos ingleses a votar por el Brexit— no corresponde para nada a la realidad. Estados Unidos ha superado más pronto y mejor que el resto del mundo —que los países europeos, sobre todo— la crisis de 2008, y en los últimos tiempos recuperaba el empleo y la economía estaba creciendo a muy buen ritmo. Políticamente el sistema ha funcionado bien en los ocho años de Obama y un 58% del país hacía un balance positivo de su gestión. ¿Por qué, entonces, esa sensación de peligro inminente que ha llevado a tantos norteamericanos a tragarse los embustes de Donald Trump?

Porque, es verdad, el mundo de antaño ya no es el de hoy. Gracias a la globalización y a la gran revolución tecnológica de nuestro tiempo la vida de todas las naciones se halla ahora en el “quién vive”, experimentando desafíos y oportunidades totalmente inéditos, que han removido desde los cimientos a las antiguas naciones, como Gran Bretaña y Estados Unidos, que se creían inamovibles en su poderío y riqueza, y que ha abierto a otras sociedades —más audaces y más a la vanguardia de la modernidad— la posibilidad de crecer a pasos de gigante y de alcanzar y superar a las grandes potencias de antaño. Ese nuevo panorama significa, simplemente, que el de nuestros días es un mundo más justo, o, si se quiere, menos injusto, menos provinciano, menos exclusivo, que el de ayer. 

Ahora, los países tienen que renovarse y recrearse constantemente para no quedarse atrás. Ese mundo nuevo requiere arriesgar y reinventarse sin tregua, trabajar mucho, impregnarse de buena educación, y no mirar atrás ni dejarse ganar por la nostalgia retrospectiva. El pasado es irrecuperable como descubrirán pronto los que votaron por el Brexit y por Trump. No tardarán en advertir que quienes viven mirando a sus espaldas se convierten en estatuas de sal, como en la parábola bíblica.

El Brexit y Donald Trump —y la Francia del Front National— significan que el Occidente de la revolución industrial, de los grandes descubrimientos científicos, de los derechos humanos, de la libertad de prensa, de la sociedad abierta, de las elecciones libres, que en el pasado fue el pionero del mundo, ahora se va rezagando. No porque esté menos preparado que otros para enfrentar el futuro —todo lo contrario— sino por su propia complacencia y cobardía, por el temor que siente al descubrir que las prerrogativas que antes creía exclusivamente suyas, un privilegio hereditario, ahora están al alcance de cualquier país, por pequeño que sea, que sepa aprovechar las extraordinarias oportunidades que la globalización y las hazañas tecnológicas han puesto por primera vez al alcance de todas las naciones.

El Brexit y el triunfo de Trump son un síntoma inequívoco de decadencia, esa muerte lenta en la que se hunden los países que pierden la fe en sí mismos, renuncian a la racionalidad y empiezan a creer en brujerías, como la más cruel y estúpida de todas, el nacionalismo. Fuente de las peores desgracias que ha experimentado el Occidente a lo largo de la historia, ahora resucita y parece esgrimir como los chamanes primitivos la danza frenética o el bebedizo vomitivo con los que quieren derrotar a la adversidad de la plaga, la sequía, el terremoto, la miseria. Trump y el Brexit no solucionarán ningún problema, agravarán los que ya existen y traerán otros más graves. Ellos representan la renuncia a luchar, la rendición, el camino del abismo. Tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, apenas ocurrida la garrafal equivocación, ha habido autocríticas y lamentos. Tampoco sirven los llantos en este caso; lo mejor sería reflexionar con la cabeza fría, admitir el error, retomar el camino de la razón y, a partir de ahora, enfrentar el futuro con más valentía y consecuencia.

*Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (Arequipa, 28 de marzo de 1936), I marqués de Vargas Llosa, conocido como Mario Vargas Llosa, es un escritor peruano. Uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos, su obra ha cosechado numerosos premios, entre los que destacan el Príncipe de Asturias de las Letras 1986 y el Nobel de Literatura 2010. Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2015. © Mario Vargas Llosa, 2015

Por: Mario Vargas Llosa
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Madrid, sabado 19 de noviembre 2016

Fuente: reportero24.com

domingo, 13 de noviembre de 2016

Se profundiza la crisis de la globalización.


Rodolfo Cavagnaro - Especial para Los Andes

No hay una fecha cierta para determinar en qué momento comenzó la globalización, aunque casi todos coinciden en señalar como momento simbólico la caída del Muro de Berlín, que fue el ícono de la división este-oeste mundial durante más de 40 años.

El proceso que se denominó globalización, se fue construyendo de a poco más por el empuje del entusiasmo de la gente y con la complacencia pasiva de los gobernantes de aquel momento. 

Mientras Alemania encaraba la reunificación del país, se reconocía al Papa Juan Pablo II como uno de los inspiradores del final del ciclo anterior, mientras Ronald Reagan, presidente de EEUU parecía el ganador de la batalla contra la Unión Soviética, cuyo líder Michael Gorbachov reconocía el fin de una época e iniciaba el camino hacia la democratización de Rusia, mientras los antiguos satélites recuperaban su autonomía.

Mientras crecía el flujo de transacciones mundiales, se avanzaba en ideas para liberalizar el comercio, que terminó con la conformación de la Organización Mundial del Comercio, con la idea de ordenar y fijar algunas reglas. 

Esta organización, surgida luego de finalizada la Ronda Uruguay del GATT, es la única a la que los países que la conforman le han reconocido poder sancionatorio. Esto es significativo porque para ello los países renuncian a parte de su soberanía, algo que no hicieron ni siquiera en la conformación de la Organización de las Naciones Unidas.

Sorpresa y resistencia

La primera sorpresa fue descubrir la magnitud que tenía el nuevo mercado producto de la desaparición de las divisiones y eso hizo que muchos entraran en pánico y así surgieron los primeros movimientos anti-globalización con los procesos de fusiones y adquisiciones de empresas.

Esta fue la respuesta de las corporaciones para bajar los niveles de competencia a nivel global con las excusa de tener mayor escala. Estas fusiones y compras de empresas buscaban optimizar costos e implicaba concentrar procesos productivos en aquellos países que mejores condiciones ofrecieran, incorporar nuevas tecnologías y comenzar a globalizar marcas.

En este proceso los que vendieron ganaron plata, los que compraron ganaron también, pero quedó mucha gente sin trabajo porque la tentación para los inversores era que las ganancias provendrían de la supresión de “puestos de trabajo improductivo”.

Otra de las respuestas fueron los bloques regionales, y nació como idea de los países para complementar sus economías, y juntas encontrar las escalas que las grandes corporaciones conseguían entre sí. En general, todas fueron concebidas con modelos de libre comercio dentro del bloque y aranceles comunes para frenar el ingreso de mercancías provenientes de terceros países ajenos al bloque.

Así se consolidó la Unión Europea y también el Mercosur, aunque con importantes diferencias. Los europeos, con Alemania a la cabeza, dieron apoyo a los países que mayor atraso tenían para que pudieran encontrar condiciones similares a las del resto (España, Portugal o Grecia), pero salvo ciertas protecciones a producciones regionales, estaban abiertos al mundo. 

El Mercosur, al contrario, arrancó solamente fijando un arancel externo común, el cual a los cinco años comenzaría a disminuir hasta llegar a un mínimo. En ese lapso las empresas de los distintos países tendrían tiempo de conseguir condiciones de competitividad. Pero eso no ocurrió, las empresas pidieron extender la protección y se dieron situaciones que hoy condicionan la subsistencia del acuerdo.

En medio del procesos de protección crecía el comercio intrazona, pero las fusiones y adquisiciones permitían que grandes grupos económicos se asentaran en el Mercosur y aprovecharan las protecciones para consolidarse y sacar empresas de la competencia. Con mucha habilidad consiguieron que los gobiernos fueran flexibles a sus demandas y así consolidaron un modelo proteccionista donde abundan los oligopolios con protección arancelaria en perjuicio de los consumidores, como el del sector automotriz.

Mientras esto ocurría, se liberaban los mercados financieros y así, millones de flujos de fondos circulan por el mundo en busca de inversiones especulativas generando ganancias ficticias sin una contraparte en riquezas producidas y casi sin regulaciones. Estas inversiones financieras, además, en Argentina no pagan impuesto a las ganancias, como ocurre con el resto, con los cual no hay incentivos a invertir en producción sino en especulación.



Ganadores y perdedores

En este proceso, los grandes perdedores fueron las economías desarrolladas, pero no fue más que el efecto ceguera de sus propios dirigentes. Las grandes empresas se fueron de sus economías porque pagaban muchos impuestos y se instalaron en países que les daban franquicias para hacerlo.

Se perdieron puestos de trabajo y, además, los países pobres les exportaron pobres que no podían mantener.

Al principio, y bajo un paraguas humanitario, la mayoría los aceptaron, pero comenzaron a surgir movimientos pidiendo limitaciones porque estos pobres que llegaban comenzaron a hacer los trabajos que los propios nacionales no querían hacer y aceptando menores salarios o sistemas de contratación fuera de la ley dentro de esos países.

Cuando esas economías entraron en crisis, aparecieron movimientos populares enojados con las clases dirigentes, emulando en los países desarrollados los que años antes había surgido en otros países, como Venezuela, Argentina, Ecuador o Bolivia, por citar solo algunos de ellos. En todos los casos, las protestas tomaban formas políticas y a través de las instituciones democráticas, llegaron líderes autoritarios, carismáticos y sin respetar las formas tradicionales de la política.

En Europa ya surgieron varios movimientos de tipo nacionalistas exigiendo protección y consignas xenófobas, pero lo que nadie imaginaba era que llegarían a tener tanta preponderancia en países como Gran Bretaña o Estados Unidos.

El resultado del Brexit, la salida de gran Bretaña de la Unión Europea fue la respuesta de los obreros industriales del norte de Inglaterra y sus familias ante la permanente pérdida de puestos de trabajo.

El triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, ganando en Estados tradicionalmente industriales, muestra cómo la crisis de credibilidad en los sectores dirigentes tradicionales llegó a sus límites.

La crisis financiera de 2008 fue generada por la liberación de los mercados financieros iniciada por Bill Clinton a principios de siglo y 8 años después la economía no termina de despegar mientras China compite con todo el mundo practicando “dumping social”. El problema es que la mayoría de las empresas son de capitales de occidente asociadas con capitales chinos.

Las propuestas de Trump parecen excéntricas y complicadas para llevarlas adelante, pero eran las que los disconformes con el sistema querían escuchar para darle un cachetazo al modelo tradicional.

El nuevo presidente, aparte de prometer protección, fustigó a los empresarios, al establishment representado por los intereses financieros de Wall Street, poner aranceles a importaciones de China y México, terminar con tratados de libre comercio y hasta quiere dejar de poner plata en la OTAN.

La globalización está en crisis porque nació y se desarrollo sin reglas. Así como los países tienen reglas muy estrictas para que los ciudadanos puedan convivir, la sociedad global no tiene ninguna y en ella se ha instalado el más cruel mercantilismo. Hace falta una nueva generación de dirigentes que pongan las reglas para que el desarrollo sea armónico o estamos condenados a retroceder 50 años.

Fuente: losandes