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lunes, 29 de abril de 2019

Es demasiado el miedo que le tenemos a la libertad.


"Cuando la libertad reside en un valor supremo, que relativiza todo lo demás, los dictadores de pacotilla y discurso pierden toda su autoridad"


Una de las cosas que se ven con más claridad, cuando hay elecciones, es “el miedo a la libertad”. Todos decimos que queremos ser libres. Y por eso pedimos y exigimos que se nos respete la libertad. Pero no nos damos cuenta que pensamos y decimos esas cosas tan maravillosas, sobre la libertad, precisamente cuando, en lo más profundo de nuestro ser y de nuestra vida, más miedo nos da – y hasta más pánico nos causa – que nos propongan como proyecto y programa, para nuestra existencia entera, precisamente la libertad sin limitación alguna.

Hay demasiada gente en la vida a la que un buen dictador le quita de encima la carga insoportable de la libertad. Un buen dictador, que manda, impone y se impone, por eso mismo, es el gobernante que mucha gente anhela. Y si no, ¿por qué ahora en Europa hay tantos países en los que está creciendo la derecha más totalitaria? ¿No tuvimos bastante con Hitler, Mussolini, Stalin y sus compinches del siglo XX, para quedar satisfechos del “autoritarismo totalitario” que sembraron de muerte y exterminio hasta el último rincón de la Europa que, desde la Ilustración, venía soñando en la libertad?


Pero, ¡por favor!, que nadie se imagine que, al decir estas cosas, estoy haciendo una apología de la democracia, sea del color que sea. Quien se quede en eso, no ha tocado fondo. Ni se ha enterado de lo que quiero decir. Porque el problema de la libertad es mucho más profundo. 

Por eso ahora hablo, no como “político”, ni como “religioso”, y menos aún como “clérigo” o como “hombre de Iglesia”. No. Nada de eso. Hablo desde el Evangelio, con sus páginas ardientes en mis manos y su ideal inalcanzable en lo más profundo de mis convicciones. Cuando el Evangelio relata el llamamiento que Jesús les hizo a sus primeros discípulos, lo que se pone en cuestión y se plantea, para que aquellos hombres lo afronten y lo resuelvan, es sólo una palabra: “Sígueme”. Jesús no les propone un programa de vida, ni un objetivo, ni un ideal, ni crescribió genialmente Dietrich Bonhoeffer: “en realidad, se trata de la absoluta seguridad y la firmleeza en la vida, siguiendo el proyecto de vida que vivió Jesús”.

La libertad no reside en las ideas y los discursos. La libertad está en los hechos. Cuando la libertad reside en un valor supremo, que relativiza todo lo demás, los dictadores de pacotilla y discurso pierden toda su autoridad, su poder y el valor de sus promesas. De forma que quienes les siguen son los ejemplares más perfectos del miedo a la libertad.

Tocamos así el centro de la política. Pero, sobre todo, el centro mismo, no de la Religión, sino del Evangelio. Es el centro que nunca tocamos. Porque es demasiado el miedo que le tenemos a la libertad. Tenía razón Eric Fromm. Y mucho antes que él, el “proyecto de vida” que es el Evangelio.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Gritar y gritar todos los días.


Faustino Vilabrille

“El impulso de uno sería gritar todos los días al despertar en un mundo lleno de injusticias y miserias de todo orden: ¡Protesto!” (Federico García Lorca).

Lc 21,25-28.34-36:
Dijo Jesús a sus discípulos: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

Estos días hemos visto por Tv. a la nave InSight aterrizar en el planeta Marte y la euforia casi histérica de cómo lo celebraban en la NASA. El proyecto costó 993 millones de dólares.
Paralelamente a esa euforia celebrativa presenciamos el esfuerzo desesperado de miles de hispanoamericanos, especialmente de Honduras, luchando desesperadamente por huir del hambre y la miseria hacia América del Norte, y como Trump envía miles de militares a cerrarles el paso. Por otro lado también la espantosa tragedia de más y más africanos que intentan llegar a Europa que les cierra las puertas, porque África es toda ella un grito de hambre, de sed, de sufrimiento, de impotencia, de desesperación, de tristeza, de espolio, que casi a diario convierten el Mediterráneo en un cementerio de Europa y mar de muertos.

África y América del Sur son dos continentes sumamente ricos en materias primas y posibilidades de futuro, pero sin embargo están cada vez llenos de pobres, que los países del norte del planeta empobrecemos cada vez más porque literalmente les robamos sus materias primas y sus tierras y con ellas su agua, a la vez que les vendemos armas para luchen entre ellos y entre tanto nuestras multinacionales sobornen a sus gobiernos para que les dejen vía libre para sus latrocinios. Sirva como ejemplo el Congo cuya tierra muy pródiga en recursos minerales que se han llegado a evaluar en 24 billones de dólares en oro, cobre, diamantes,cobalto, coltán y otras codiciadas materias primas, mientras que más de ocho de cada diez personas (82%) vive bajo el umbral de la pobreza absoluta y uno de cada seis niños muere antes de cumplir cinco años a fuerza de miseria, malnutrición y desgarradora violación de niñas, pero cuyos funcionarios se embolsaron más 100 millones de dólares en sobornos de la multinacional estadounidense Och-Ziff.

De estos sobornos saben también bastante Chad, Níger, Libia, Zimbabue, Guinea, Togo, entre otros estados africanos. Es el saqueo de Africa. Con el dinero de esos sobornos financian los dirigentes sus campañas electorales y así resultan reelegidos, incluso por decenas de años. Del drama de Africa saben también bastante Suiza y la multinacional francesa Areva. (Ver Transparency International). La compra de tierras por millones de hectáreas es el último asalto a Africa.

El Grupo del G8, formado por Rusia, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania, Reino Unido y Japón, (la Unión Europea que cuenta con representación política), con su iniciativa de Nueva Alianza para la Seguridad Alimentaria y la Nutrición, en realidad está utilizando dinero dedicado a combatir la pobreza para facilitar el acceso a zonas africanas clave a grandes empresas mundiales para controlar la mayor parte del mercado global alimentario, facilitando a las multinacionales el acceso a tierras fértiles y a corredores agrícolas bajo el pretexto de luchar contra la pobreza y ayudar a los necesitados en África. Entre otras multinacionales depredadoras de Africa figuran: Monsanto, Unilever, Syngenta, DuPont, Cargill, Diaego, SABMiller, Coca Cola, y Yara (la productora noruega de fertilizantes más grande del mercado), y eso sin entrar en la manipulación genética de especies que no sabemos a dónde nos puede conducir… (Informe de: The Lusaka Times, periódico electrónico de Zambia).

Los poderosos de hoy económica y políticamente, que se consideran los amos del mundo, pasan tan indiferentes ante el sufrimiento de los cientos de millones de oprimidos, que son como locos enamorados de la muerte, que no tienen la honradez de reconocer que matan para robar (Eduardo Galeano).
Es evidente que el imperialismo capitalista se extiende de momento por este planeta como un monstruo apocalíptico que quiere comer el mundo hasta llegara a fagocitarse a si mismo. Porque “El capitalismo no es nada más que una empresa de ladrones comunes disfrazada de ‘civilizacion’ que extendió, imperialísticamente, a escala global, un ‘sistema’ (económico, político, ideológico y social) para legalizar y legitimar con leyes un robo masivo y planetario del trabajo social y de los recursos naturales, enmascarado de ‘economía mundial’ “. (Manuel Freytas)

Carente de toda ética, no le importa robar a los pobres hasta matarlos de hambre y gastar cientos de millones en ir a marte. No ven, no piensan, que lo primero es quitar el hambre del mundo, quitar la
esquilmación de la tierra, no malgastar millones de toneladas de alimentos y ropas, no derrochar tanta energía lumínica que, además de contaminar para producirla, ella misma contamina y altera el rimo vital
de muchas especies. Por el contrario, respetar y cuidar el planeta que nos sostiene, producir alimentos sanos y no enfermos que nos enferman a nosotros y al final nos matan, después de gastar millones de millones en reparar una salud miserablemente perdida, en vez de hacer la vida digna a todo ser humano y a todos los seres vivos del planeta. El avance ético de la humanidad va infinitamente más lento que el avance tecnológico, con lo que este se puede volver en contra de la propia humanidad, alterando el equilibrio cósmico hasta el punto de que, como dice Jesús, “haya signos en el sol, la luna y las estrellas y angustia entre los hombres hasta quedar sin aliento por el miedo ante lo que se le viene encima al mundo, que hasta las potencias del cielo temblarán”.

Pero Jesús no nos deja bajo del yugo de la opresión del miedo, al que acuden tantas veces las religiones, para mantener sometida a la gente a sus exigencias opresoras, sino que Jesús entra en la historia de la humanidad para abrirnos un claro horizonte de esperanza y por eso nos dice: Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

Porque el impulso de uno sería, como García Lorca, “gritar todos los días al despertar en un mundo lleno de injusticias y miserias de todo orden:
¡Protesto!”. Como protestar por esa exhibición de lujo ostentoso en la recepción del mandatario chino que estos días visita España, cuyas multinacionales gastan millones en sobornos por todo el mundo como hicieron el año 2010 en Venezuela, pagando 176 millones de euros para lograr contratos de infraestructuras energéticas (El País 29/11/2018).

Pero también es un hecho evidente que cada día hay más personas conscientes y comprometidas en dar un giro radical a la deriva de este mundo del neoliberalismo. Está creciendo la conciencia colectiva de que este mundo no puede seguir así, que hay que pensar con conciencia de humanidad, de solidaridad mundial, de compromiso de luchar por un mundo mejor, pero mientras esta conciencia no sea tan fuerte, apasionada y universal como lo es, por ejemplo el futbol, opio actual del pueblo que trae loca a la gente, aun nos queda mucho camino por recorrer. Pero se andará, “haciendo camino al andar”.

Para pensar cada uno: “¿Qué prefieres, que te anestesie y te duerma con la mentira y la ignorancia placentera, o que te golpee y te despierte con la llama de la vida y de la inteligencia reflexiva?” De ahí que hay que gritar y gritar todos los días: “Otro mundo mejor es posible”, como lo hicieron ayer, día 29 de noviembre, más de 200 personas en Oviedo pidiendo el cese del Director de la prisión asturiana que tiene bloqueada la Unidad Terapéutica y Educativa que reinsertó a tantos presos, para que vuelva a funcionar plenamente.


sábado, 22 de septiembre de 2018

Autocrítica y fundamentalismo.


José Ignacio González Faus

Frutos de la era postverdad, son la desaparición de toda autocrítica y la reaparición de los fundamentalismos.

La palabra autocrítica la encontré por primera vez en “El Ciervo” de mis años mozos, que pedía saber ser críticos con la propia Iglesia, envuelta entonces en un caparazón de sacralidad que la hacía intocable. Pese a acusaciones irritadas (“malos hijos”, “falta de amor a su madre”), la autocrítica acabó imponiéndose (unas veces bien hecha y otras mal, como suele pasar en las historias humanas).

Aquellas confesiones fueron generando propósitos de enmienda que cuajaron en el Vaticano II y han contribuido a que la Iglesia (con todos sus defectos) siga viva y haya dado ejemplos sorprendentes de calidad humana. Queda mucho por hacer pero queda también el balance de que la autocrítica, hecha con espíritu penitencial y no de resentimiento o protagonismo, acaba siendo fecunda aunque duela.

En un libro-antología de textos antiguos (”La libertad de palabra en la Iglesia y en la teología”), mostré que la Iglesia, al recuperar la autocrítica, recuperó la fidelidad a su propia tradición. Hoy en cambio, cuando tras algún atentado se nos dice que el terrorista “ha sido abatido”, nadie osa preguntar qué hay tras esa expresión ambigua. Y desde esta Catalunya en la que escribo, hay derecho a ser independentista o no serlo, pero ¿quién encontrará una mínima palabra de autocrítica en uno de los dos bandos? Y ¡mira que amos han hecho mal las cosas! Pero en ambos, la más mínima autocrítica supone el fin de una carrera política. Con lo que pasamos al punto siguiente.

El fundamentalismo es una identificación tan absoluta con las propias convicciones que considera débil y ofensivo el mero intento de pasarlas por el tamiz de una razón crítica. Los matices son como virus en su ordenador mental. Está tan seguro de sus propias posiciones y las vincula tanto con su identidad, que se siente dispensado de toda ley que las contradiga. Es una de las actitudes a las que más propensos somos los humanos, por nuestra necesidad de seguridad.

Se lo vincula con algunas sectas pseudocristianas de EE UU que toman literalmente todas las afirmaciones de la Biblia, sin aceptar no ya la crítica histórica sino ni siquiera los más elementales géneros literarios. Si el mito del Génesis dice: “Dios creó al hombre del barro de la tierra”, eso solo puede ser entendido en el sentido literal de modelar una figura de barro y luego soplar sobre ella. Que al hombre se le llame de Adam (en hebreo: terrícola) no aporta nada para entender la intención del relato bíblico…

Pero el fundamentalismo no es solo religioso. Es hora de caer en la cuenta de la presencia de actitudes fundamentalistas en la sociedad laica y, en concreto, en el campo político. Pues ahí es donde más nos pica hoy y donde más habrá que rascarse o ponerse alguna pomada razonante. Veamos ejemplos:

Un partido anegado por una riada de corrupción que no solo inundó a personas concretas sino al partido mismo, sufre una pérdida de votos que acaba posibilitando una moción de censura que lo saca del gobierno. Pues bien: la reacción ante un desastre, que reclamaba una seria regeneración, es enterrar toda autocrítica como si la corrupción no existiera, proclamar el orgullo partidista y girar a posiciones de extrema derecha, calificadas como centro-derecha y donde no hay más “centro” que el del ego-centrismo.

En sus discursos, ni un argumento ni una razón: solo eslóganes y peroratas (“vamos a dar miedo” etc). Su presidente (acosado por un master ambiguo) declara que no hay más ética que lo legal (ignorando que según santo Tomás la ley ha de mirar al bien común y no a la moral individual). Pero luego califican de “felonía” una moción de censura totalmente legal. Para ellos y Ciudadanos la intransigencia sustituye a la inteligencia.

Por el otro lado, la “sultana de la alegre Andalucía” proclama el orgullo de ser del PSOE como si fuera un partido concebido sin pecado original y ve ahí una razón para reclamar el voto. Para los independentistas no existe la Constitución ya antes de ser independientes. Y Puigdemont se permite decirle a Sánchez que “el tiempo de gracia termina”. Como si fuera Dios…

Según esos ejemplos, las únicas fuentes de autoestima son la incapacidad para enfrentarse con la realidad tal cual es, y la ausencia de honradez autocrítica. Así reaccionan cuando la porquería los envuelve de manera total, y tan pública que es imposible disimularla: “si he cometido algún error…”, dicen en situaciones donde sobra la condicional y solo cabe decir: “he cometido un robo mayúsculo”. ¡Qué contraste con el viejo Lao Tse: “de la humildad brota la grandeza”!…

Decían los sabios, con cierta preocupación que estábamos pasando del clásico “homo sapiens” al “homo oeconomicus”. Si Cicerón me permitiera el barbarismo añadiría que ahora estamos pasando al “homo chulus”. Mi antiguo profesor de latín no aceptará ese adjetivo, pero el lector lo entenderá sin esfuerzo.

Es pues hora de sembrar trigo de autocrítica entre tanta cizaña fundamentalista. Pues aquí se cumple a nivel grupal, una frase de Jesús: “quien quiere salvar su vida la pierde; y el que entrega su vida por una causa noble es el que la salva”. Fundamentalismos y falta de autocrítica acaban haciendo un daño inmenso a la causa que pretenden defender.

domingo, 13 de agosto de 2017

Laicidad: Libertad, Igualdad, Fraternidad.


La revolución francesa simboliza el punto de partida del proceso de laicización de la sociedad, tanto como de las instituciones del Estado francés. Es un punto de inflexión en la historia de Occidente, que abrió paso a la más auténtica noción de Modernidad. La laicidad liberó al Estado de su anterior responsabilidad sobre las distintas opciones religiosas, circunscribiendo la religión a la libertad personal de cada individuo para que así pueda adoptar una determinada creencia, cambiar la que profesa, o simplemente no abrazar ninguna.

Por esta razón, la laicidad no consiste en una actitud combativamente antirreligiosa, atea o anticlerical, como interesadamente quieren hacerla ver precisamente quienes perdieron ancestrales privilegios con el proceso revolucionario que estallara en 1789.

El triunfo de las ideas republicanas puso fin al Antiguo Régimen, sustentado en el absolutismo monárquico y en una inicua opresión feudal, cuyas minorías privilegiadas, la nobleza y el clero, usufructuaban de los beneficios económicos producidos por la burguesía y del trabajo de subsistencia de los campesinos, en condición de siervos. Además de las rentas que debían pagar para laborar las tierras, propiedad de aristócratas y del alto clero, se les imponían tributos a favor del rey y la entrega del 10 % de las cosechas a la Iglesia, para “agradecer las bendiciones de Dios”.

Es a partir de la Revolución Francesa que, por primera vez en la historia, transcurrida la etapa del terror, surge en el seno de una nación de tradición y cultura católicas, la voluntad de plasmar en leyes de la República el derechosuperior de los intereses nacionales, independientes de las prerrogativas reclamadas por el Vaticano: la abolición de los diezmos de la Iglesia, la promulgación de la Constitución Civil del Clero, que obligaba a los eclesiásticos a reconocer y jurar la nueva Constitución, el fin de los privilegios en la tenencia de la tierra.

Lo más trascendental, sin embargo, surge en el ámbito de los derechos personales. Con la pretensión de validez universal de sus redactores, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano proclamaba que todos los individuos nacen libres e iguales, constituyendo un importante antecedente para el reconocimiento de derechos posteriores basados en el valor de la libertad, en que el derecho a la libertad de conciencia llegó a erigirse principal.

En esa temprana mirada, la soberanía del pueblo se aparta de “la voluntad de Dios”, proyectándose en un sentido republicano, abriéndoles a los ciudadanos el derecho a cambiar de gobierno cuando el soberano actúa contra sus intereses; desde el punto de vista del derecho, sólo se considera legítimo aquel derecho democrático que reafirma la libertad individual.

La noción de igualdad es otro principio básico de la laicidad. Al afirmar que existe una serie de derechos inherentes a la persona, se colige un postulado de igualdad que va más allá de las obvias diferencias (físicas, intelectuales, culturales, sociales, de género) que caracteriza a la especie humana, reconociendo la identidad común que constituye el ser sujetos de los mismos derechos básicos.

La igualdad concebida en el contexto intelectual de la Revolución significaba igualdad real y concreta para todos los ciudadanos, en el convencimiento de que no puede haber libertad si la ley no es igual para todos. El gran paso lo constituía el hecho que este principio era independiente de la opción espiritual y de la ideología que pudiera sustentar cada uno.

Política, sociológica y filosóficamente, la fraternidad es el principio tal vez menos desarrollado de la trilogía. Tampoco ha sido recogida con precisión en los sucesivos pactos internacionales posteriores a la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), en los que aparece minimizada o relativizada. Si en los doscientos y más años transcurridos desde la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, las continuas discrepancias surgidas entre libertad e igualdad (haciéndonos creer que deberíamos optar primordialmente por una u otra), han estado motivadas por ásperas diferencias doctrinarias, al parecer no existiría interés de añadir un nuevo conflicto en el derecho internacional, intentando consensuar ética y filosóficamente el concepto de fraternidad.

Pero la fraternidad bien podría constituir un puente entre libertad e igualdad. La introducción primigenia del concepto al parecer se debería a Robespierre, quien lo entendía como la virtud de unir a los hombres, de establecer nexos sociales, de vincularlos afectivamente, ajena por completo a la imagen de caridad del poderoso frente a la sumisión del humilde.

Obviamente la fraternidad no puede considerarse un derecho ni una obligación, ni la democracia puede legislar sobre ella. Y esta limitación podría explicar la infinidad de exclusiones e iniquidades que todavía hoy, pleno siglo XXI, avergüenza las conciencias de hombres y mujeres de bien. Por lo tanto, cabe a una educación laica y democrática la responsabilidad de cultivar la dimensión pública de los futuros ciudadanos con la noción de fraternidad, como parte sustantiva de una nueva ética de convivencia.

Hoy podemos concluir que el laicismo se identifica estrechamente con el proceso histórico que, a partir de la Ilustración y la Revolución francesa, ha abierto nuevos espacios de libertad a los seres humanos, frente a los continuos intentos de sometimiento de la sociedad por parte de religiones, ideologías o creencias, cualquiera que sea su origen o inspiración. Las concepciones tradicionales de libertad, igualdad y fraternidad se entroncan fundamentalmente con las ideas progresistas que, en los últimos cien años, han luchado por la positivación de derechos sociales básicos para la dignidad humana.

De esta manera, la laicidad constituye el ideal moderno de un ordenamiento jurídico identificado preferencialmente con un sistema republicano, que manteniendo su autonomía del ámbito religioso, pueda establecer garantías constitucionales o normativas respecto a la libertad de conciencia y a la protección de los derechos humanos, en un diálogo permanente con todas las concepciones filosóficas o ideológicas que, respetuosas de la democracia y el pluralismo, se encuentren presentes en la sociedad.

Fuente: laicismo. org

sábado, 4 de febrero de 2017

Proteccionismo versus globalización.


Manfred Nolte 

La globalización, que no es sino un neologismo de lo que los clásicos de la economía quisieron instruir acerca del libre comercio y la libre circulación de factores, y que hoy se traduce en una creciente integración de los países del planeta añadiendo a la de bienes y capitales, la libertad de la información, se somete en estos momentos a la ley del péndulo de la opinión pública mundial –y ha pasado a ser, en apenas unos meses, de heroína del progreso, del crecimiento y del bienestar mundial a villana a la que se atribuyen todos los males de la crisis, del estancamiento de las economías desarrolladas, de la creciente desigualdad económica y de la injusticia social.

En particular se ha incluido como soflama principal en el librillo de los movimientos populistas de todo índole hasta el punto de que constituye un raro patio de vecindad donde se congregan ideologías dispares que apenas tienen por lo demás nada en común. El descrédito de la globalización conviene a radicales de izquierdas y a extremistas de derechas, a nacionalistas explícitos o encubiertos, a xenófobos racistas intransigentes, a involucionistas de diversa filiación. Con ellos conviven otros agentes menos revanchistas y más moderados, aquellos que convienen que si bien la globalización ha sido en el pasado una fuente innegable de progreso y bienestar, ha sesgado su trayectoria beneficiosa, que en la actualidad es necesario enmendar o refundar. Sea como fuere nos ubicamos en el tránsito de la percepción de un fenómeno que de una indiscutible positividad ha pasado a ser una política cuestionada y para muchos, como se ha dicho, fundamentalmente desacreditada.

El rechazo de la globalización conduce de forma natural a otra política, ampliamente utilizada en circunstancias históricas pretéritas como es el proteccionismo –un concepto decimonónico ya olvidado- y en su versión más tajante el aislacionismo. Si abrir nuestras puertas a terceros, bien sea en materia de tráfico de mercancías, de servicios, de capitales o de personas, se ha vuelto contra nuestros intereses, cerraremos dichas esclusas en la medida en la que nos convenga para restablecer el equilibrio quebrantado y restituir el bienestar de los nacionales de un país o del segmento particular de una sociedad que ha sido vulnerado. El último episodio de carácter global tuvo lugar en los años treinta del siglo pasado y fue protagonizado por el Presidente Hoover. Para combatir la gran crisis del 29 Hoover enrocó a Estados Unidos en una vorágine de aranceles y cupos que no solo ahondó la crisis nacional sino que condujo a la ruina a todos sus socios comerciales. La dinámica de la acción-reacción condujo a los socios comerciales de Estados Unidos a represaliarse con análogas medidas tarifarias y proteccionistas. Como consecuencia de todo ello la economía americana cayó un 25% en un plazo de cuatro años, y con ella la de las grandes potencias occidentales. La llegada al poder del demócrata F.D. Roosevelt revirtió las consecuencias deflacionistas del proteccionismo y puso a Estados Unidos y a la economía mundial rumbo a una nueva era de crecimiento.

El delirio proteccionista ha rebrotado en nuestros días con virulencia de la mano del UKIP y una mayoría del pueblo británico. Pero sobre todo y con particular estruendo y una mímica desproporcionada de la mano del recién nombrado líder de los Estados Unidos, el Sr. Donald Trump. El particular boletín oficial del estado del mandatario americano que constituyen sus redes sociales no ha escatimado proclamas en demérito y demonización de la globalización. Por la fisuras de la globalización se habrían colado en Norteamérica todos sus acérrimos enemigos. Ante este descarado caballo de Troya –siempre según Trump- “tenemos que proteger nuestras fronteras de los estragos de otros países que fabrican nuestros productos, atracando nuestras compañías y destruyendo nuestros puestos de trabajo. La protección conducirá a una gran prosperidad y fortaleza, siguiendo dos simples reglas: compra ‘americano’ y contrata ‘americano’. Recuperaremos nuestras fronteras, recuperaremos nuestros trabajos, recuperaremos nuestros sueños. Vamos a reconstruir nuestro país con manos americanas, con mano de obra americana. La riqueza de nuestra clase media ha sido arrebatada de sus hogares y distribuida por todo el mundo. Eso es el pasado”.

El gran bofetón que el mandatario americano propina al librecambismo –supresión de acuerdos, deportaciones, vallas etc.- obliga a evidenciar aspectos del máximo interés para todos los ciudadanos del mundo, porque a todos afecta hoy en día lo que suceda en la primera potencia económica y militar del planeta.

El primero, que todos los segmentos de la población mundial han ganado con la globalización. Branko Milanovic y su ya estelar ‘curva del elefante’ han hecho inventario de los últimos treinta años: la media global del PIB per cápita del periodo creció un 25%. El veinte por ciento de los más pobres un 40%. El cinco por ciento de los más ricos un 60%. El 60% de la población de los países emergentes un 70%. Y el intervalo entre el 75 y el 90% de los más favorecidos, las clases medias occidentales, apenas un 5%.

El segundo consiste en el recordatorio de que la globalización ha sido muy beneficiosa también para los países pobres y en desarrollo. Fijémonos que es Estados Unidos y no México quien repudia la globalización. Los cientos o miles de empleos que la industria automovilística americana ha prometido crear a punta de pistola del Sr. Trump serán otros tantos cientos o miles que dejarán de crearse en México o en otros centros de coste más bajo y más competitivo para la exportación. Añádase a este argumento el efecto de las deportaciones en términos de provisión de puestos de trabajo. A los doce millones de mexicanos que residen en Estados Unidos hay que sumar una comunidad de origen mexicano de algo más de 30 millones.

El tercero, que las desigualdades registradas dentro de los países no tienen su causa directamente en la globalización sino en la falta de competencia de los gobiernos de turno para formar mano de obra capacitada (ganadores) en detrimento de la mano de obra no capacitada (perdedores de la globalización).

El cuarto, que a pesar de que la clase media americana ha ganado muy poco con la globalización, su paro es virtualmente inexistente y su nivel de vida es de los más altos del mundo, un 50 por ciento superior al de Europa o Japón. Por otra parte la tecnología americana domina el planeta, su industria financiera es puntera y sus universidades lideran el ranking mundial de notoriedad.

Finalmente, recordar que la retórica de ‘America first’ (primero, América) tiene el tufillo de una declaración de guerra económica. Pero el proteccionismo unilateral no contemplará un escenario de terceros países con los brazos cruzados. El mundo de hoy está íntimamente relacionado y la exposición exterior de la balanza de pagos de Estados Unidos es muy significativa. A la guerra de contingentes puede unirse otra de divisas. Como ha señalado la Canciller Merkel nadie puede ganar la batalla del proteccionismo. Tampoco Estados Unidos.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Libertad para el capital, crisis, desigualdad y pobreza para el resto.



Publicado en ctxt.es el 4 de noviembre de 2016
Juan Torres López

Un estudio publicado el pasado mes de octubre por dos economistas del Fondo Monetario Internacional, (Davide Furceri y Prakash Loungani, The Distributional Effects of Capital Account Liberalization), ha demostrado que cuanto mayor es la libertad de movimientos del capital más elevada es la desigualdad.

Los autores reconocen en su trabajo algo que es muy típico de la economía ortodoxa: se da por hecho que la liberalización de los movimientos de capital es muy positiva porque genera crecimiento a largo plazo y mayor bienestar pero no se comprueba si eso es realmente así para toda la gente. Como dicen estos economistas, si esos efectos benéficos afectan por igual a todos los grupos de población “no ha sido objeto de mucho estudio”.

La conclusión a la que llegan en esta investigación es muy importante por venir de dos economistas nada sospechosos de radicalismo izquierdista y, sobre todo, porque se deriva de un estudio realizado para muchos países (149) y para un periodo de tiempo muy largo (1970-2010).

Los autores estudian tres vías por las que la mayor libertad de los movimientos de capital suele aumentar generalmente la desigualdad, tal y como ellos confirman en su investigación. En primer lugar, porque está asociada a sistemas financieros menos inclusivos que aumentan las tasas de pobreza. En segundo, porque esa mayor libertad suele anticipar crisis financieras que generalmente terminan con efectos muy asimétricos sobre la población y, finalmente, porque limita el poder de negociación de los trabajadores y eso hace que caiga la participación de los salarios en la renta nacional.

En resumidas cuentas, los datos demuestran que la liberalización concentra aún más las rentas y genera mayor desigualdad.

Pero no solo eso. Además, sabemos desde hace tiempo que la mayor libertad para los movimientos de capital está asociada a más inestabilidad y a mayor número de crisis financieras.

Para que se vea de la forma más sencilla posible esa coincidencia, pongo a continuación dos gráficos en los que se comprueba (a la izquierda) cómo el mayor grado de liberalización del capital se corresponde claramente con un mayor número de países con crisis financieras y (a la derecha) que hay una clara correspondencia a lo largo de mucho tiempo entre la evolución de ambos fenómenos (más países con crisis y liberalización de capital) con la desigualdad. Como puede comprobarse, las dos gráficas suben o bajan en los mismos periodos de tiempo, lo que significa que los fenómenos que reflejan coinciden). Es fácil comprobar que hay un periodo (1945-1970) en el que prácticamente no hay ningún país que sufra crisis financieras, que tiene bastante menos desigualdad (reflejada como una menor participación del 10% más rico en el total de la renta) y muy poca libertad de movimientos para el capital. Y al revés, también se comprueba fácilmente que cuando hay más desigualdad y más crisis es justamente cuando hay mayor libertad de movimientos del capital.




Otros estudios también han demostrado que la liberalización del capital no solo no reduce la pobreza, como se empeña en afirmar sin ningún fundamento empírico la “sabiduría” económica convencional, sino que, por el contrario “está asociada a una menor participación de los pobres en el ingreso” (Philip Arestis y Asena Caner, Capital account liberalisation and poverty: how close is the link?).


Esta coincidencia entre mayor libertad para el capital y mayor número de crisis, más pobreza y desigualdad más elevada no es ni mucho menos casual. En un artículo que publiqué hace unos meses (¿Para qué sirven los sindicatos?) mostraba que otras investigaciones han demostrado que hay un mejor rendimiento económico, mayor actividad, más empleo y más inversión productiva cuando hay más afiliación sindical. Es así, porque ésta hace que aumenten los salarios y eso empuja las ventas y, al mismo tiempo, los costes laborales más elevados obligan a las empresas a innovar y, por tanto, a realizar más inversiones productivas que incrementen la productividad. Y esta mayor inversión productiva debilita la pura especulación financiera que, entonces, se convierte en realidad en un estorbo.

Por el contrario, cuando se combate a los sindicatos y se hacen reformas laborales simplemente orientadas a aumentar el poder de negociación de las empresas, la afiliación sindical disminuye (entre otras razones porque se difunde el miedo a sindicarse y se castiga a los trabajadores sindicados). Eso hace que los salarios bajen y que las empresas comiencen a aumentar fácilmente sus beneficios, sin necesidad de preocuparse por innovar o invertir en productividad. Pero como los salarios más bajos hacen que disminuyan las ventas y la menor inversión y la productividad más reducida hacen que disminuya la actividad productiva y el rendimiento del capital dedicado a ella, lo que ocurre es que el ahorro empresarial (que se concentra cada vez más en las empresas con gran poder de mercado o con clientes cautivos) se va a la inversión financiera que es la que tiene entonces una rentabilidad mayor y más rápida. Y así se incrementa la financiarización y, lógicamente, las demandas de mayor libertad para los movimientos de capital que la alimentan. Pero cuando se liberalizan, los capitales se expanden como un gas a la búsqueda de ganancia inmediata y fácil y eso crea una gran inestabilidad financiera que se agrava porque, además, esos dos fenómenos (menor rentabilidad en el lado productivo y mayor en el financiero) desatan el endeudamiento, bien para poder salir adelante como sea, en el primer caso, bien para apalancarse y multiplicar la inversión especulativa en el segundo.

Es verdad que el estudio de estos dos economistas del Fondo Monetario Internacional no ha descubierto el Mediterráneo pero, al menos, sirve para corroborar la realidad. Y aunque al final no se atreven a condenar claramente la liberalización del capital sino que se limitan a pedir prudencia, su investigación sirve para comprobar que cuando se da mayor libertad para el capital no se consigue que mejore el rendimiento económico sino que los grupos sociales ya de por sí más ricos aumenten todavía más sus ingresos, sus privilegios y su poder de decisión.

Si este mundo tuviera la cabeza en su sitio nunca se hubiera permitido que los capitales y mucho menos los terroríficamente especulativos de nuestra época tuvieran la plena libertad de movimientos que tienen. Le damos al dinero y a los grandes propietarios la libertad que negamos al conjunto de los seres humanos y a los desheredados (por culpa del dinero, por cierto) en particular.

En aras de darle libertad a los capitales se hace esclavas a las personas. ¡Y se llaman liberales quienes defienden eso!

La evidencia empírica demuestra que esa libertad se traduce inevitablemente en crisis desastrosas que producen un daño tremendo a las personas, a las naciones y a la naturaleza. Sabemos que sus costes son mucho mayores que sus beneficios y que no hay una mínima razón científica que pruebe que la completa liberalización de los capitales es mejor para las economías que su control. No se puede justificar ni siquiera asumiendo las hipótesis más disparatadas de la economía liberal: que todos los mercados son de competencia perfecta (algo materialmente imposible) y que todos los seres humanos nos comportamos con información perfecta y gratuita, no solo sobre todas las circunstancias presentes sino también futuras, y como si cada uno de nosotros solo fuésemos una simple agencia de maximización del beneficio o la utilidad en busca siempre de nuestro propio y exclusivo interés.

Cuánta razón llevaba John K, Galbraith cuando decía en su libro La cultura de la satisfacción que “los disparates de los ricos pasan en este mundo por sabios proverbios”.

martes, 14 de junio de 2016

Más allá del homo sapiens.


José Arregi

Más pronto que tarde, los avances científicos nos obligarán a repensar casi todo lo que la filosofía y la teología nos han enseñado y que en buena medida seguimos pensando acerca del ser humano y de su “singularidad”: su autoconciencia y libertad, su razón y corazón, su mente o espíritu. ¿Somos tan singulares como hemos pensado durante miles de años? Necesitamos una gran cura de humildad, que es como decir sabiduría. O humanidad. O incluso transhumanidad.

Lo cierto es que nos hallamos en camino, aunque no sabemos exactamente hacia dónde. A las religiones monoteístas y sus teologías les está costando más asumir esta visión inacabada, provisional, evolutiva del ser humano; están anclados en un paradigma demasiado antropocéntrico y fixista, ligado a dogmas que consideran revelados e intocables. Pero las ciencias nos irán obligando, nos están obligando ya a superar esa visión.

Las neurociencias demuestran que todo lo que llamamos “humano” depende de las neuronas, que son células, que son moléculas, que son átomos organizados. Y todos los animales, salvo las esponjas, poseemos neuronas, en grados muy diversos de complejidad organizativa. A cerebros más complejos capacidades más altas. Y esa evolución que nos lleva desde el átomo a la autoconciencia es un proceso unitario de saltos cualitativos, y los saltos cualitativos se producen a medida que se da una mayor complejización cuantitativa.

Cierto, la mente y los factores sociales que la condicionan contribuyen también a modelar el cerebro, por eso que llaman “plasticidad” del cerebro. Hay una cierta interacción: del cerebro emerge la mente, y la mente actúa sobre el cerebro. La mente o “espíritu” también hace ser en alguna medida al cerebro que nos hace ser inteligentes o espirituales. Los sentimientos, los pensamientos y la conciencia son sin duda más que mera biología (células, genes y neuronas), y la biología es sin duda más que mera química (átomos, moléculas, sustancias). Pero la psicología existe gracias a la biología y no puede existir sin ella, ni la biología sin la química. La mente o “espíritu” no puede ser sin el cerebro. Dependemos de las neuronas para reír y llorar, pensar y hablar, recordar y proyectar, confiar y temer, amar y odiar, ser fieles o infieles, valientes o cobardes. Y para creer y orar, amar e imaginar a Dios para bien o para mal. Nos diferenciamos de las lombrices por el número de neuronas y de conexiones neuronales. Somos más que neuronas, pero siempre por medio de las neuronas, y de los átomos y las moléculas que las forman.

Hay más. Las neurociencias no solo estudian el cerebro, sino que abren caminos para cambiarlo profundamente. Lo que ayer era insospechable es hoy realidad. Lo que hoy solo se empieza a barruntar, e infinitamente más, algún día será realidad. Que sea para bien o para mal, he ahí la cuestión. Pero será. Hace tres meses, en marzo del 2016, 20 años después de que un ordenador venciera al mejor jugador de ajedrez de la época, Gary Kasparov, el programa AlphaGo de Google ganó por 4 a 1 uno al surcoreano Lee Sedol, el mejor jugador mundial de go, una especie de ajedrez oriental que consiste en ir colocando piedras negras y blancas sobre las casillas de un tablero. Parece sencillo, pero debe de ser más complicado que el ajedrez convencional. Pues bien, un ordenador le puede al cerebro humano mejor preparado.

Y la capacidad del ordenador aumentará sin medida. Stephen Hawking no alberga ninguna duda de que este hecho tendrá lugar, sino sobre si cuando tenga lugar será beneficioso para nosotros. En septiembre de 2015, dijo en una entrevista: “Los ordenadores superarán a los humanos gracias a la inteligencia artificial en algún momento de los próximos cien años. Cuando eso ocurra, tenemos que asegurarnos de que los objetivos de los ordenadores coincidan con los nuestros”.

¿Pero no podrán igualmente mejorar las capacidades del cerebro humano? Éste ya es absolutamente portentoso, con sus 100.000 millones de neuronas y 500 billones de conexiones entre ellas (conexión más, conexión menos). Nada impide, sin embargo, pensar que sus capacidades puedan aumentar y sus prestaciones “mejorar” indefinidamente, gracias, por ejemplo, a implantes de nanorobots invisibles. Y entonces ¿qué seremos? Çuando nuestro cerebro actual llegue a ser o lo hagamos ser mucho más capaz…, ¿seremos aún humanos? La pregunta es ineludible, como ineludible parece la futura interacción y simbiosis creciente entre el cerebro y el robot. Cuando Nicholas Negroponte, hace 30 años, predijo libros electrónicos y videoconferencias, nadie le creyó; hace unos meses anunció que podremos aprender idiomas con solo tomar una pastilla, que instalará un nanochip en nuestro cerebro. Así será con todo.

¿Con todo? ¿También con nuestras cualidades “espirituales”: conciencia, libertad, inteligencia, amor? ¿Y por qué no? Todas las funciones que llamamos “espirituales”, insisto, emergen de lo que llamamos materia: de menos surge más, gracias a relaciones u organizaciones más complejas. Pero es ingenuo –y sería descorazonador– pensar que, con nuestra especie humana, la evolución ha llegado al máximo grado de capacidad cerebral o neuronal, al máximo grado de desarrollo “espiritual”, a la última “singularidad” posible… ¿Qué nos permite pensar, además, que no puedan existir ya en algún lugar de este o de otros universos otros seres más “espirituales” que nuestra especie sapiens? En cualquier caso, la evolución prosigue, con una peculiaridad: la de que la especie humana se ha convertido ahora –esto no lo sospechó Darwin– en el factor decisivo de su propia evolución y de la evolución de la vida en general en todo el planeta. ¿Hasta dónde llegaremos? Y vuelve la pregunta más inquietante: ¿Será para bien del ser humano y de la comunidad de los vivientes? ¿Qué habremos ganado con todos nuestros progresos si no nos llevan a cuidar mejor la vida en su conjunto?

El horizonte está lleno de enormes amenazas y de inmensas posibilidades. Todo nos llama a dar un gran salto más allá de nuestros esquemas y conductas tan estrechas, de nuestros intereses tan egoístas, tan engañosos al final. No habrá esperanza para nuestra especie y para todas las especies que dependen cada vez más de nosotros, mientras no superemos nuestro actual nivel “espiritual” de conciencia y libertad. Y no lo logramos solo con las ciencias, pero tampoco sin ellas. Ciencia, educación, política, espiritualidad… todo nos hará falta para ser espirituales o más sabios.

Solo seremos sabios cuando seamos humildes, cuando nos sepamos tierra, humus, misteriosa “materia” dotada de movimiento y relación y gracias a ello de infinita creatividad, de posibilidad de ser más, de misterioso “espíritu” emergiendo de la materia. Seremos sabios cuando queramos y podamos ser de verdad hermanas, hermanos de todos los seres. Y es posible que para eso tengamos que dejar de ser esta especie que hoy llamamos muy impropiamente homo sapiens.

(Publicado en DEIA y en los Diarios del GRUPO NOTICIAS el 12-06-2016)

viernes, 15 de abril de 2016

Declaración de religiosos y sacerdotes que trabajan en Territorio Mapuche.


Urgen caminos de paz como fruto de la justicia

Como hombres y mujeres de Iglesia que colaboramos en territorio mapuche deseamos expresar nuestro sentir ante una nueva escalada de violencia en el territorio. Nuestra fe en Jesús liberador y en el Reino de justicia y de paz nos mueve a decir nuestra palabra:

1. Nos sentimos profundamente afectados frente a lo que denominamos una presión creciente sobre el territorio mapuche que está produciendo violencia, falta de comunicación, desconfianza y polarización.
En muchos territorios donde prestamos nuestro servicio, vemos que esta presión proviene de un modo de vida basado en el consumo que tiene como paradigma acaparamiento de tierras y el extractivismo.
Lo vemos en los actuales conflictos territoriales por el agua (centrales hidroeléctricas), por la tierra (forestales), por el mar (pesca industrial) y gravemente por los basurales y tendidos eléctricos. Los actuales escenarios de conflictos están todos relacionados con estas actividades industriales que responden a ese modelo de intervención que amenaza la vida de las comunidades mapuche.

2. Nos duelen y rechazamos los hechos de violencia que esta presión sobre el territorio ancestral mapuche está produciendo: militarización del territorio, persecución política judicial a muchos hombres y mujeres de comunidades, incendios a viviendas, personas heridas por “enfrentamientos”, niños y niñas afectados por este clima de conflicto, amedrentamientos y amenazas, así como lo que hemos visto últimamente la quema de templos cristianos, que lo único que hace es polarizar más a la sociedad local y tensar más las relaciones. Este tipo de hechos lo único que hace es producir más desconfianza en la convivencia local y regional, lo cual no beneficia a nadie.

3. Nos duele este quiebre profundo que en la convivencia. La sociedad nacional y local está cada vez más polarizada. Las miradas entre gobierno y comunidades está siendo cada vez más antagónicas. Las vías de comunicación son demasiado débiles, están agotadas o incluso cortadas. Esta desconfianza se ha instalado también entre personas, grupos y en muchos casos entre comunidades. Pareciera que para muchos la solución pasa por hacer imponer a cualquier costo los propios intereses, excluyendo al otro diferente, descartando la construcción de sociedad plural en la que vivimos.

4. Esta mirada antagónica, en una lógica de enemigos, no construirá la paz, ni menos el derecho. No es una lógica cristiana ni tampoco democrática. Desde una mirada verdaderamente cristiana necesitamos rescatar la confianza y la apertura al otro. Necesitamos buscar sinceramente la gracia de la reconciliación y el reconocimiento por sobre una mirada de la venganza y de exclusión.

5. Reconocemos la violencia de los innumerables atropellos a la nación mapuche. Pero estamos claros que la respuesta y la solución no es con más violencia, más incendios, más agresiones policiales. Ello solo atrae más represión y víctimas, donde todos pierden. Nos preocupa que el conflicto se continúe polarizando hacia extremos cada vez más violentos mediante incendios intencionales, disparos de armas de fuego, represión policial a comunidades, detenciones arbitrarias, daños físicos a comuneros y efectivos de carabineros, vulneración de derechos de los niños y una larga lista de eventos que destruyen la convivencia. El camino de la judicialización del conflicto por las reivindicaciones de las comunidades mapuche ha sido claramente descalificado como vía de solución, por los mismos jueces y especialistas en el tema. Criminalizar las demandas de un pueblo que busca recuperar sus derechos reconocidos por tratados internacionales no lleva a ninguna solución real. El país debe asumir el carácter político de las reivindicaciones del pueblo nación mapuche, reconociéndolo constitucionalmente y generando espacios reales que garanticen su participación en la toma de decisiones en los asuntos que le afectan y competen.

6. Lamentamos que como Iglesia Católica, tantos años comprometida con la causa de los derechos del pueblo mapuche, hoy estemos cada vez más callados y distantes, incapaces de mediar o interpelar en busca del diálogo para la construcción de la justicia que trae la verdadera paz. Parece que hemos perdido la fuerza profética del Evangelio frente a los desafíos de una sociedad plural e intercultural en la que los pueblos indígenas reclaman su lugar. Es claro que los actores de la violencia en la Araucanía son diversos, pero las responsabilidades y las consecuencias las cargamos todos y cada uno según su lugar en la sociedad. La Iglesia, por vocación propia y por su responsabilidad histórica con el pueblo mapuche, no puede omitirse del papel que le corresponde en esta tarea de contribuir al entendimiento y la búsqueda del bien común en el territorio mapuche. Basta recoger las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia para reconocer la violencia permanente sobre las comunidades mapuche en la Araucanía. Desde el despojo de sus tierras y de su autonomía política, la pobreza y la segregación social han herido gravemente a la nación mapuche. En las últimas décadas el daño creciente a la naturaleza y sus criaturas en el territorio ancestral, promovida por una elite empresarial que no se detiene en su afán de lucro, se han convertido en el campo de batalla contra un modelo económico que busca conquistar y colonizar los últimos espacios ancestrales del pueblo mapuche. El Papa francisco nos lo ha dejado claro en su Encíclica Laudato Si’.

7. Sabemos que la inmensa mayoría de la nación mapuche, cada vez más consciente de sus derechos, no está por una solución violenta, pero tampoco acepta la dilación por décadas de sus derechos a la tierra, cultura y autodeterminación. ¿Cómo abordarlo? Los gobiernos han venido fallando sucesivamente. El documento “nuevo Trato” y sus propuestas quedaron en nada. Una vergüenza considerando que era un documento del gobierno chileno y tenía propuestas concretas. Ni hablar de las sucesivas “mesas de diálogo” que los gobiernos de turno han instalado fallidamente.

8. El camino no es fácil, pero debemos intentar reconstruir las confianzas. Es cierto que cuando uno ha sido herido se hace más difícil hablar de cercanía, confianza, reconciliación, paz. Sí, es muy difícil, pero ciertamente si caminamos desde los pasos de la reparación justa podremos hacerlo. Esto es difícil, pero no imposible. Lento, pero no imposible.

9. Creemos que debe haber gestos fundamentales para cimentar esta confianza. Dos gestos fundamentales que desde el Estado pueden allanar los caminos para que “la palabra” venza a la violencia y sea camino de paz:

a) Restitución: Urge concentrar el esfuerzo político del Estado en la restitución de las tierras despojadas y en devolverles su productividad sustentable para las comunidades que desde siempre han vivido de ellas y en ellas reivindican su identidad. Se gasta tanta energía y recursos en buscar culpables de acciones violentas, en vez de invertirlas en una vía factible y dialogada de restitución.

Habrá que presionar políticamente a las empresas a “entregar” o vender esas tierras. Esto implica mucha audacia, pues estas empresas tienen mucho poder, no solo económico, sino también político, pero no parecen ver el efecto de su codicia. Quizás volver a pensar en la expropiación, como último recurso, como se propone en “lnforme de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas”(pag-577) encomendado por el presidente Lagos (2003). Esto serían pasos reales para un nuevo trato. Esta restitución debe ser expresión del perdón que pedimos a los pueblos indígenas y a todos los que han sufrido las consecuencias de la ocupación del territorio mapuche. Necesitamos entender y decirnos a nosotros mismo que nos hemos equivocado; todos, Estado, empresas, sociedad civil, iglesias. Necesitamos pedir perdón por lo mal que lo hemos hecho al construir una sociedad que atropelló y continúa atropellando los derechos de los pueblos

b) Reparación: Esto significa redefinir las políticas de fomento productivo en vista a un territorio con otro paradigma, diferente al meramente económico extractivista. Necesitamos recuperar una mirada sobre “nuestra casa Común” como nos invita el Papa Francisco en su enciclica Laudato Si’, y que los pueblos originarios han estado luchando tanto tiempo por sostener. No basta con tener tierras si las condiciones de desigualdad se mantienen y hacen imposible vivir de la tierra. Para que las familias y comunidades puedan elegir verdaderamente qué tipo de economía quieren tener es necesario hacer un esfuerzo de envergadura para ofrecer alternativas productivas sustentables. La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a producir sus alimentos culturalmente adecuados de forma sostenible, es decir, su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo. Esto consiste por lo menos en destinar los mismos recursos que se han entregado al modelo forestal en un modelo agrícola sustentable. Reparar el daño en lo que sea posible genera nuevas posibilidades de convivencia, es un acto de justicia que trae la paz.

10. Estos pasos gigantes pueden hacer que podamos acercarnos y mirarnos con confianza. Pero implica una fortaleza interior gigante. Confiar es arriesgar. Se trata de confiar y esperar que el resultado sea satisfactorio para todos y no solo para unos pocos. Es creer que sin el otro, por muy distinto que sea, no se puede construir una sociedad fraterna.

Pedro Pablo Achondo SSCC, Rio Bueno
Javier Cardenas SSCC, La Unión
Juan Fuenzalida SJ, Tirua
Carlos Bresciani SJ, Tirua
David Soto SJ, Tirua
Oscar Gutierrez, Alto Biobio
Jaime Riquelme, Alto Biobio
Fernando Díaz svd, JUPIC Araucanía
Hernan Llancaleo, Coordinador Pastoral Mapuche Concepción
Palmira Alcamán, CC de Vedruna, Padre Las Casas.

www.reflexionyliberacion.cl

jueves, 7 de abril de 2016

Tres mujeres revolucionan el pensamiento convencional.



Paco Puche

Cuando hablamos de pensamiento convencional nos estamos refiriendo al pensar propio del neoliberalismo. Es ésta una manera de ver el mundo que hoy impregna a grandes grupos sociales en muchos países. Una visión pesimista de la naturaleza humana y del mundo de la vida, un mundo de dientes y garras ensangrentadas.

Y las tres mujeres revolucionarias, sencillamente siendo honestas con sus descubrimientos desembarazados del pensar común, son Lyn Margulis, una microbióloga, Marija Gimbutas, una arqueóloga y Elinor Ostrom, una economista
Entre las tres destruyen los mitos del egoísmo dominante en la especie humana y en el conjunto de los seres vivos, el mito de la tragedia inexorable en que deviene el uso y gobierno de los bienes comunes y el mito de la guerra universal de la especie humana y del mundo de la vida.

Margulis (1938-2011), por ejemplo, nos sitúa en un mundo simbiótico dominante, desde el que se construye Gaia, ese superorganismo que recrea las condiciones de su existencia. Por eso nos dice que la versión darwiniana, que ha asumido el neoliberalismo económico, de la “supervivencia de los mejor dotados, se desvanece con la nueva imagen de cooperación continua, estrecha interacción y mutua dependencia entre formas de vida (…) pues la vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más complejas asociándose a otras no matándolas”. Y lo demuestra en su especialidad con una evidencia, ya ampliamente aceptada a pesar de su rechazo inicial, que está en el corazón de uno de los mayores cambios operados en el mundo de la vida hace unos 2.000 millones de años: el paso de las células procariotas a las células eucariotas. En los escarceos iniciales unas bacterias (procariotas, células sin núcleo) trataban de alimentarse de otras y terminaron integrándose de forma colaborativa (eucariota, células con núcleo). Gracias a esa trascendental bifurcación de hace tantos años existimos los seres humanos. ¡Aleluya!

Si el mundo general de la vida es sustancialmente un mundo cooperativo (naturalmente con excepciones en los momentos de grandes desequilibrios), no podría ser normal esa idea hobbesiana de la lucha generalizada de todos contra todos. Marija Gimbutas (1921-1994) descubre en sus quehaceres profesionales como arqueóloga, que se pueden encontrar grandes periodos en los que no hay señales de guerra: ni restos de armas, ni de enterramientos de guerreros, ni de murallas defensivas; y sí se encuentran muchos restos de imágenes escultóricas de la diosa Madre que son dominantes en las épocas por ella estudiadas, señal bonoba de amor y cuidados. La época que excavó y estudio fue en el neolítico, en la zona del sureste europeo (la Vieja Europa, así llamada por ella) y sus resultados apuntan a más de mil años de evidencias de paz. Sus descubrimientos fueron comparados con el desciframiento de la piedra Rosetta.
Sus hallazgos en una época y lugar determinados se pueden generalizar con los meta análisis que han realizado arqueólogos actuales.

Los trabajos de varios profesores de la Universidad Complutense de Madrid, coordinados por Víctor Fernández, muestran que en el registro arqueológico universal, al día de hoy, las muestras de guerras entre grupos humanos (no de violencias individuales varias) aparecen solo desde hace unos 12.000 años antes del presente. Se ubican en la necrópolis sudanesa de Jebel Sahaba, en donde aparece “el ejemplo más antiguo conocido de muerte violenta colectiva, resultado tal vez un conflicto por los recursos en un momento de gran sequía” (Diccionario de Prehistoria, 2011).

El carácter tan colaborativo y simbiótico de la especie humana tendría que reflejarse en muchas de sus prácticas. Lo hace en la familia, en la tribu, en el barrio, pero el manejo de la propiedad o el uso comunitario de los bienes comunes, está marcado en el pensamiento neoliberal con el sambenito de la tragedia: los bienes comunes son inviables, dice el prejuicio extendido, porque el egoísmo irrestricto, los aprovechados y los tramposos destruirán los bienes que manejan. Solo la propiedad privada (y en su caso la pública) pueden hacer duradero en el tiempo estos imprescindibles bienes de la comunidad – agua, pastos, bosques, pesquerías, territorios, biodiversidad, etc.

La tercera mujer revolucionaría ha sido Elinor Ostrom (1933-2012), economista galardonada en 2009 con el Premio Nobel. En una entrevista que se publicaba con motivo del Nobel contestaba a la pregunta: ¿Estaríamos en lo cierto si afirmáramos que, dicho en términos generales, usted ha descubierto que la posesión común puede ser más eficaz que lo que la gente pensó que podría serlo?, ella afirmó: “¡Así es! No es que sea una panacea, pero es mucho más eficaz que lo que nuestros razonamientos comunes nos dan a entender. Hemos estudiado varios cientos de sistemas de irrigación en el Nepal. Y sabemos que los sistemas de irrigación gestionados por los campesinos son más eficaces en términos de aprovisionamiento de agua y presentan una mayor productividad que los fabulosos sistemas de irrigación construidos con la ayuda del Banco Mundial y la Agencia Norteamericana de Ayuda al desarrollo (USAID), etc. Así, sabemos que muchos grupos locales son muy eficaces”.

Y no es una panacea porque para que existan instituciones comunitarias que llegan cientos de años funcionando bien es necesario que se cumplan condiciones de autogobierno, autogestión, de medios para hacer cumplir las reglas acordadas y para disuadir a los tramposos.

Por todo esto, Ostrom concluye que “aún no se ha encontrado un ejemplo de un bien común que haya sufrido un deterioro ecológico cuando todavía era común”.

Dejamos la conclusión final a este trabajo a un primatólogo muy interesante, Frans de Waal, cuyo pensamiento, sin explicitarlo, resume las enseñanzas de estas tres mujeres revolucionarias. Él afirma que “Los estudiosos del derecho, la economía y la política carecen de herramientas para contemplar sus sociedad con objetividad. Raramente consultan el amplio conocimiento del comportamiento humano acumulado por la antropología, la psicología, la biología o la neurología. Somos animales altamente cooperativos, sensibles a la injusticia, a veces beligerantes y principalmente amantes de la paz”.

Lyn Margulis, Marija Gimbutas y Elinor Ostrom han dejado un legado extraordinario a la humanidad que nos permitirá avanzar en el conocimiento de nosotros mismos, cumpliendo el mandato que estaba inscrito en el templo de Apolo de Delfos.

abril de 2016

viernes, 18 de marzo de 2016

En defensa de la persona humana.



Juan de Dios Regordán Domínguez

Parece que en los momentos actuales se recrudece aquello de “el hombre es un lobo para el hombre”. A veces da la impresión de que la vida humana vale poco. Se mata con crueldad y se pasa página como si nada hubiera pasado. Con el nombre de “refugiados” se dejan sufrir a miles de personas, abandonadas ante el precipicio de la muerte. ¿Dónde están los organismos defensores de la persona humana? ¿Para qué sirven los presupuestos que se libran para sus actuaciones? Impresiona ver reportajes en los que tigres, leones y otras fieras tienen gestos de caricias hacia niños o personas
desvalidas. ¿Por qué el hombre, muchas veces, mata sin piedad? A pesar de todo, sigue siendo prioritaria la defensa de la persona humana como tal, de su libertad, de su dignidad y de su derecho a la justicia.

Pero hay que reconocer que la libertad constituye una conquista que hay que ganar día a día. No basta con proclamarla a los cuatro vientos. Es preciso hacerla concreta y real para todos y cada uno. No obstante, esta libertad sólo alcanza su plenitud cuando se basa en los principios de igualdad y solidaridad. Las libertades y los derechos individuales tienen que ser ejercidos por todos los ciudadanos, sin que su situación económica o su pertenencia a una determinada clase social pueda ser un impedimento.

Hemos de aspirar a vivir en esta sociedad pluralista de una manera participativa en la que se garanticen todos los derechos y las libertades defendidos en la Declaración de los Derechos del Hombre. Sin embargo, nadie, en nombre de la libertad o de una pretendida eficacia, puede defender “la injusticia de privilegios”.

Un buen Gobierno debe corregir las desigualdades de partida y convertir las normales diferencias de la sociedad en factores que incrementen el bienestar de todos y, principalmente, el de los más desfavorecidos. Conviene recordar que la libertad, la igualdad de oportunidades, unidas a los objetivos de calidad de vida y eficacia económica, constituyen los principios esenciales de un proyecto político económico que conlleve una más justa redistribución de la riqueza. No basta con aspirar a un crecimiento económico general, es necesario arbitrar mecanismos correctores en la política económica para conseguir la justa redistribución de la riqueza generada.

miércoles, 10 de febrero de 2016

La misericordia.



Voces. Rodolfo Cardenal. [Noticias UCA]

Hay quienes invocan la misericordia como subterfugio para justificar la impunidad. Pero esos tales tienen un concepto equivocado de la misericordia. La misericordia no es permisiva. Eso sería banalizarla. Y eso es, precisamente, lo que hacen los oficiales militares salvadoreños señalados por crímenes de lesa humanidad al reclamar el perdón cristiano. Quizás porque sospechan que la ley de amnistía que los protege puede desaparecer por una sentencia judicial. El perdón que reclaman es un perdón sin la verdad que aporta la justicia. Pero el perdón sin verdad no sana. Tampoco la amnistía reconcilia. Por eso, El Salvador aún tiene abiertas aquellas antiguas heridas que, en la actualidad, sangran literalmente.

La misericordia acerca el corazón a la miseria del otro, en este caso, a las decenas de miles de víctimas humilladas por incontables violaciones a su dignidad humana y derechos. Por lo tanto, no desconoce esta realidad, sino que se acerca a ella respetuoso y asombrado ante el horror causado por la maldad humana. Misericordia es poner el corazón en la miseria. Por eso, el misericordioso lo pone ahí donde esa miseria se ha materializado en extremos inenarrables. Así, los señalados por violaciones a los derechos humanos encontrarán misericordia cuando de manera avergonzada y arrepentida pongan su corazón en esa realidad execrable que ellos mismos han producido.

La misericordia es intrínsecamente dolorosa. El corazón sufre cuando se acerca a la miseria del otro y también cuando se acerca a la ruindad moral, porque el amor intenta triunfar sobre la indignación. Cuando el corazón se acerca a las víctimas se aflige y también lo hace cuando se aproxima a la perversidad del victimario. En ambos casos, se esfuerza para que el amor triunfe y así pueda abrirse el horizonte para la reconciliación de víctimas y victimarios. La reconciliación auténtica pasa por la verdad sobre las víctimas y por la superación de la vileza del victimario. El misericordioso sabe que la víctima vale más que esa miseria, que la mantiene encadenada en la humillación, el olvido y la injusticia. Asimismo, sabe que el victimario vale más que la miseria que lo mantiene en la oscuridad. Pero la misericordia es imposible cuando se niega empecinadamente la maldad causada por acciones intrínsecamente perversas. Más allá de eso, el misericordioso sabe que en este mundo histórica y socialmente pervertido, casi todo pecador es además una víctima. Y conoce suficientemente su propia miseria para comprender la del otro.

Ahora bien, los seres humanos no podemos ser auténticamente misericordiosos, porque no somos capaces de vivir simultáneamente el amor y la ira que provoca la indignación ante la víctima y la ruindad del victimario. Solo Dios es misericordioso. En Él, el amor triunfa sobre su ira. En eso consiste su dolor. Nosotros en cambio nos quedamos con que Dios es amor y eliminamos su ira, con lo cual nos hacemos un dios a la medida, una simple proyección de nuestros deseos infantiles. O bien nos quedamos solo con la ira y nos hacemos un dios del miedo, que desfigura toda religiosidad humana y que está presente en la actualidad en muchos de los que se consideran muy cristianos y muy católicos.

La misericordia es intrínseca y dinámicamente igualitaria. La carta de Pablo a los romanos concreta ese igualitarismo al declarar que todos somos pecadores y necesitados de la bondad de Dios, y que todos hemos sido agraciados y, por lo tanto, podemos acceder a esa bondad. La misericordia solo se da desde el reconocimiento de la propia maldad y perversión, y desde la aceptación de la bondad divina. Por eso, la misericordia no puede regalarse. Tampoco se puede ejercer de manera complaciente para sentirnos superiores a los demás. Excepto la crítica que brota de la indignación por el dolor causado a los demás, la otra, la más general, nace del orgullo de quien busca sentirse superior y ocultar su propia debilidad.

Todos los seres humanos estamos llamados a poner el corazón en la miseria humana, para lo cual hemos de aproximarnos a ella. Luego, hemos de dejar que nos impacte e indignarnos por lo que tiene de vileza e injusticia, y, movidos por la indignación, hacer realidad la justicia. Pero en un segundo momento, el amor debe imponerse sobre la indignación misma, el resentimiento y todo deseo de venganza. Entonces, la misericordia nos volverá un poco más humanos al desarrollar aquello que tenemos de divinos.

domingo, 8 de noviembre de 2015

¡He encontrado oro!


Luis Troyano

Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los corroen y donde los ladrones no horadan ni roban.”

Haya dicho estas palabras quien las haya dicho. Están muy puestas en razón. Si señor.

¡Como perseguimos el oro!. Y este oro según el Buda es una “serpiente venenosa”. El oro brilla, y su brillo nos deslumbra más que si miráramos al Sol. A eso voy. Pero despacio.

Somos luz. Eso hoy se sabe científicamente. Y como somos luz, seres iluminados que nos desconocemos, la luz nos atrae porque nos recarga. Pero el brillo del oro es una luz reflejada de la fuente, del Sol. En definitiva es el brillo que percibe aquel que no levanta los ojos de la Tierra. El que persigue el brillo del oro, persigue sin saberlo la plenitud que da el brillo del Sol. Pero este brillo del Sol, lo ignora, porque como digo, no levanta la vista de la Tierra.

Por más oro que acumule, si no mira hacia arriba, solo tendrá poder terrenal, pero su corazón estará vacio de plenitud. Su interior será como un bosque silvestre donde se enseñorea la maleza. Y con un interior descuidado, creo que nadie puede llegar a la felicidad de la gloria, -en este mundo-. Que a los humanos se nos ha dado poder llegar. Para ello, nuestro interior lo debemos cuidar, para que pase de bosque a jardín Zen.

El Sol. El padre Sol, sabemos también que fecunda la vida en la madre Tierra. El Kosmos es un prodigio de armonía, porque se rige por la ley del amor. Del “gana, gana”. Todo está interrelacionado, y la función de un ser viviente o de algo como un planeta, sirve para la vida y el funcionamiento de lo otro. La ley del amor es kosmica. Pues bien. Del Kosmos nos llega información para nuestra personal vida, como microkosmos que somos. “Como es arriba, es abajo”. Y nos llega a través del Sol. Los códigos que nos transmite el Sol, sirven para nuestro cuerpo-espíritu (Daniel Lumera) y son amorosos porque son kosmicos. Si nos situamos en la negatividad del desamor, entonces nos situamos en la tenebrosa sombra, y nuestra vida la convertimos en un infierno.

Repito que el oro es dorado y brilla. Quien no contempla más que la dimensión horizontal en la Tierra, busca el brillo del oro, como un remedo del brillo del Sol. Y se encuentran que cuando tienen oro, se dan cuenta de que “no es eso, no es eso”, lo que buscaba. Porque lo único que nos llena y nos hace felices, es el brillo del Sol. Que nos armoniza con el amoroso Kosmos, que nos llena a rebosar el corazón, de suprema dicha y supremo conocimiento…

Así, quien descubre el brillo del Sol. Descubre una sublime “mina de oro”, que hace al metal oro, algo mezquino que no merece luchar por conseguirlo. Porque teniendo el brillo del Sol en nuestro corazón. Sintiendo nuestro pecho, como un horno. Además de conocer la más satisfactoria e intima dicha, conoceremos la abundancia, sin buscarla.

“Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”

Algo así, dice un controvertido libro antiguo….

Buscad primero el oro del Sol, e indirectamente se os dará el oro de la Tierra también. Conoceremos la abundancia, con el oro solar. Pero abundancia ¿para qué?

Cuando alguien está lleno a rebosar, que tiene más de lo que necesita de algo. Si es una persona de corazón sano. Reparte. Si lo que tiene es sabiduría, reparte. Si lo que tiene es oro de la Tierra. Reparte. Reparte siempre de aquello le sobra. Y hay quien llega a repartir de aquello que no le sobra.

No en vano dice el controvertido libro mencionado:

“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de los cielos”

Aquel que primero ha buscado el reino de los cielos, y lo ha encontrado, muy posiblemente goce de la abundancia material. Y si ha encontrado el reino de los cielos, ha encontrado la sabiduría, sobre todo. Y no hay sabiduría sin compasión hacia el mundo que se retuerce de sufrimiento y dolor. Luego repartirá de lo que tiene, hasta hacerse un igual entre los iguales. No le faltará para su vida, porque “Dios provee”. Dara y al mismo tiempo le llegará de la mano de Dios. Y su dicha será eso, el dar.

¿Hemos de ser pobres? No. Pienso que hemos de ser sabios. Pero tal como digo, el que conoce la faz de Dios, da espontáneamente, porque le sale de sus adentros. Que dará de lo que tiene, y recibirá oro de la Tierra, porque conoce el oro solar.

¿De qué nos sirve, nadar en la abundancia material. Y seguir sintiendo el mismo vacio de la ausencia del oro solar, de Dios. En nuestro corazón? Sin la compasión que nos hace dar, estaríamos extraviados, y expuestos a la infelicidad, porque viviríamos desconociendo las coordenadas del Kosmos. Sería como conducir un automóvil, sin saber las normas de circulación.

Digo muy seriamente, que el Sol, nos puede sanar integralmente el cuerpo-espíritu. Que existen técnicas de sanación, actuales, a partir de técnicas milenarias. (Una técnica es simplemente exponerse al Sol con moderación en las horas seguras y adecuadas, y sin cremas…). Y digo que “buscar el brillo del oro solar”, es una metáfora. Pero, de verdad que el Sol, nos armoniza con el Kosmos. Esto muchos lo saben, y cualquiera lo puede intuir.

He encontrado oro. He encontrado el oro solar…

El Sol, nos da la vida. Sin él no podríamos vivir. Cuando nos falta enfermamos.



Luís Troyano Cobo

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Fuente: Atrio
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