Roberto Guillén
Cada vez que el hombre cree haber alcanzado la perfección, lo único que ha conseguido es mudar las cosas de lugar. Balzac
¿Qué diría el fantasma de Lincoln frente a los escenarios actuales de la global perversión patronal? ¿Es que ya precisamos de otro Fray Servando?, ¿de otro Martin Luther King?, ¿de otro Pancho Villa?, ¿de otros Flores Magón?
¿Es excesivo gritar, si Zapata viviera, qué chinga les pusiera?
(Entre los grilletes de una maquiladora coreana y la sentencia de Lampedusa.)
La rueda de la historia ya empieza a rechinar otra vez…
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Según el diccionario de la Real Academia Española, éste es el significado de la palabra esclavitud: Sujeción excesiva por la cual se ve sometida una persona a otra, o a un trabajo u obligación.
Empecemos:
Michael Shelby, fiscal del distrito sur de Texas, reconoció públicamente que en Estados Unidos entran cada año 16 mil personas en contra de su voluntad. De ese flujo de personas traficadas, 8 de cada 10 son mujeres y acaban siendo esclavas sexuales, empleadas domésticas, trabajadoras clandestinas de la industria textil, empleadas de hostelería o jornaleras del campo.
La esclavitud moderna no distingue edades ni condiciones. Si en siglos anteriores se prefería a hombres robustos y fornidos para desempeñar tareas de gran desgaste físico, los procesos de fabricación artesanal e industrial recurren cada vez a mano de obra dócil y sumisa, al margen de cualquier prejuicio moral. Se trata de habitar en las tripas de la tiranía financiera.
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Después de treparme al avión de Iberia, que me llevaría de regreso a la Ciudad de México, dije para mis adentros, pobre España, tan cerca de Francia y tan más cercas de Sarkozy.
¿Es que está condenada a ser el portero que cuida un vecindario quisquilloso llamado Europa? ¿Es que Zapatero y su pretendida izquierda tan sólo se ven compelidos a ser el gendarme de la profilaxis europea, que durante un tiempo persiguió rabiosamente a la preconcebida peste de los inmigrantes? ¿Así opera la tesorería de la Comunidad Económica Europea? Aún recuerdo el desencanto de aquel viejo comunista español que me reveló haber trabajado como portero en un vecindario de Berlín. De pronto se sintieron los nuevos ricos de Europa y España se dio el lujo de atascar el país con la mano de obra barata de los ecuatorianos. Los que conocen de economía y otras tretas, le llaman dinamizadores de la economía.
Pero después llegó la resaca de la crisis inmobiliaria, tan cruda que, según me contó Gerardo, un mexicano que trabaja en una cadena de restaurantes llamada El Espejo, ahora es cotidiano ver a los españoles asomarse a los restaurantes de Madrid para pedir chamba de lo que sea, cuando en el restaurant donde él trabaja, solamente uno es de la casa: el gerente del negocio.
Ahora la mano de obra barata ecuatoriana se convirtió en la manzana de la discordia social. Una variable económica se pudrió en la billetera de la farsa europea. Porque ante las negras estadísticas del desempleo, los de casa nunca aceptarán las migajas que la perversión patronal receta a la mano de obra barata, a los que no son de la casa, a los desechables, a los inmigrantes, a los que no tienen papeles, a los que hay que chingar, a los perdedores de la historia, antes y ahora . Recuerdo que un día antes de abandonar Madrid, un peruano me reveló el caso de un grupo de peruanos que, ante la gravedad de la situación económica, prácticamente trabajaban en condiciones de esclavitud. Pero ya no había tiempo de espulgar.
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Según la UNICEF 100,000 mil niños y niñas son explotados sexualmente en Brasil, cuarto país clasificado en este escabroso ranking, sólo superado por Tailandia, India y Estados Unidos.
Después del tráfico de armas y de drogas, la trata de personas es la actividad ilegal más lucrativa del mundo y mueve un negocio que ronda los 7,000 mil millones de dólares anuales, tiene ramificaciones en un centenar de países, e incorpora entre 600,000 y 800,000 nuevas víctimas cada año.
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En el transcurso de una investigación a fondo de las condiciones de trabajo en las plantaciones bananeras de Ecuador, que representa una de las tres fuentes de ingresos más importantes del país, la organización internacional Human Rights Watch, con sede principal en New York, descubrió el empleo de al menos 45 niños, de edades comprendidas entre los ocho y los 13 años, que aseguraban cumplir jornadas de 12 horas diarias de promedio. Entre las labores habituales de los menores figuraban el uso de herramientas afiladas, la carga de pesadas cestas de bananas, el riesgo de pesticidas y el manejo de cubiertas plásticas tratadas con insecticidas. Los chavales también denunciaron restricciones de agua, carencia de lavabos, y acoso sexual. La campaña de Human Rights Watch interpeló directamente a las grandes multinacionales del sector, como las estadounidenses Dole, Chiquita y Del Monte, y a empresas ecuatorianas como Exportadora Bananera Noboa, propiedad del ex presidente del país, Alvaro Noboa, que ni siquiera se dignó a contestar la carta enviada por la entidad defensora de los derechos humanos para solicitar aclaraciones de los abusos infantiles.
Los niños trabajan en las minas de Brasil o Bolivia, hilan nasas de pesca en Bangladesh, participan de la zafra en las plantaciones de azúcar de Sudáfrica, cortan cacao en Costa de Marfil, recolectan algodón en Egipto, hacen de aprendices sin sueldo en garajes mecánicos o cargan pesos en desguaces de Pakistán, transportan ladrillos en Indonesia, son raptados para que arriesguen sus vidas haciendo de jinetes de camellos en los hipódromos de los países árabes o se sumergen a pulmón en los mares del archipiélago filipino para extraer las perlas de las ostras. Y también hacen la guerra.
Según UNICEF, en la última década hubo más de dos millones de niños soldados, reclutados por guerrillas o ejércitos regulares sobre todo en los conflictos civiles del África subsahariana y del sur de Asia. En la década de los noventa, un 40 % de los combatientes de los tigres tamiles abatidos por el ejército de Sri Lanka eran menores de edad, chicos y chicas entre 9 y 18 años.
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¿Qué es una maquiladora?
Las maquiladoras reciben el mote de empresas golondrinas o gaviotas porque los accionistas, normalmente estadounidenses, coreanos o taiwaneses, vuelan fácilmente hacia otro país cuando aumentan los costos, reciben ofertas de mayores rebajas fiscales, crecen las exigencias de respeto a los derechos laborales, padecen huelgas de trabajadores, o cualquier otra eventualidad que pueda entorpecer sus esperanzas de abaratar el producto mientras se mantiene la calidad.
Una pequeña historia: me cuenta el ingeniero Dávila que en una ocasión se puso a ligar con una obrera de las que suelen entregar su vida a esas maquiladoras coreanas que se instalaron allá por Apodaca. Que mientras la linda obrerita esperaba el camión, le platicó sobre el horror de la frialdad coreana. Pues resulta que de pronto una de las obreras empezó a dar de alaridos porque su objeto de trabajo le cercenó un brazo. Al instante las compañeras se arremolinaron ante la desdichada, mientras la parte de su brazo yacía en el suelo. Entonces presuroso se apareció el capataz coreano para dispersar a las obreritas y obligarlas a seguir almacenando su existencia.
Oye, Guillén, ¿qué crees que hizo el pinche coreano?
¿Qué hizo, ingeniero?
Pues no crees que agarró el brazo y lo tiro al bote de la basura. Dice la chava que todas se quedaron horrorizadas.
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¡Pro-duc-ción! ¡Pro-duc-ción! ¡Pro-duc-ción!
Así gritaba César Naranjo en el performance aquel que representamos en la plaza Morelos, que llevó por nombre “El viacrucis del obrero”.
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Por último, una historia de hampones, pero de esos que se hacen llamar “de Estado”; de esos que cotidianamente andan arreglando el mundo; que salen en la tele bien trajeados ,derrochando optimismo y escupiendo mentiras de cómo embolsarse un premio nobel de la paz. Se han inventado su propio VIP (aunque eso sí, el invernadero de los países pudientes cada vez precisa de una jauría más nutrida de bull dogs enmacanados) y de cuando en cuando se reúnen para diagnosticar cómo anda la fábrica internacional de pobres. Un ámbito donde la puñalada trapera alcanza la categoría de llevar a la quiebra a toda una nación.
Tres años después, el gobierno japonés, que cada año concedía 80,000 visados para “animadoras filipinas”, resolvió reducir diez veces la cuota ante la evidencia de que buena parte de ese contingente se veía abocada a la prostitución. Tokio solamente exigía un certificado de intérprete musical, fácilmente obtenible o falsificable en Manila, para conceder los permisos. El cambio de actitud japonés obedeció a que Estados Unidos incluyó a Japón en la lista de países que toleran la trata de personas. El informe del Departamento de Estado estadounidense señalaba como “una broma de mal gusto” los visados para animadoras y aseguraba que las organizaciones criminales se aprovechaban del esquema para surtirse de mujeres con la que traficaba. Ante la denuncia, el ministro de Justicia japonés admitió que era cierto, que muchas animadoras acaban siendo abusadas. La reacción del gobierno filipino fue más sorprendente: lamentó que se cerraran las puertas y la posibilidad de hacer prosperar a muchas filipinas. En cambio, no existen lamentos por las condiciones de salud y trabajo en los barrios de la miseria filipina.
Con información obtenida del libro Esclavos Modernos, del autor David Dusster.
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