No recuerdo el lugar exacto en que lo conocí en esta Latinoamérica “ancha y ajena”, para servirnos de esa frase de Don Ciro Alegría. Una cosa sí recuerdo y recordaré, su erudición. Era un maestro en el más pleno y auténtico sentido de la palabra.
Se me antoja pensar que una razón fundamental para esa vocación magisterial era su profunda admiración por el maestro Jesús, a quien dedicó algunos escritos sencillos, buscando esa savia que el caminante de Galilea nos trató de comunicar. Y conversaba, Don José, con autoridad y conocimiento de los evangelios, las parábolas, los discursos de Jesús y todas sus enseñanzas, con reverencia. Siempre aplicando el desafío ético y la contextualización en nuestra propia vocación de aquello que Jesús nos quiso enseñar.
Don José fue un escritor prolífico, claro, incisivo y polémico. Dotado de una gran inteligencia y bien formado en la ciencias sociales y naturales, se dedicó a iluminar conciencias e incitar a pensar correctamente y buscar la verdad.
La gama de su producción literaria es de por sí impresionante, desde temas bíblicos hasta los teológicos, sociales y políticos, pasando por la historia. ¡Y nos deja perplejos y agradecidos por esa disciplina tan esmerada y bien cultivada! ¿Cómo no agradecer un libro tan claro y pedagógico como El Espíritu Santo y la liberación? Es una fuente esencial para un tema fundamental. Así podríamos mencionar Cristo y el Apocalipsis y su comentario a los Filipenses. Otros cientos de artículos sobre los más variados temas enriquecen su obra magna y erudita.
Don José Comblin no sólo fue un gran maestro, sino que abrió caminos, trazó un trillo de provocaciones e intuiciones en la caminada teológica latinoamericana, que lo hacen un teólogo de la liberación cruza-fronteras, abriendo espacios para el diálogo y la crítica seria y ponderada.
Además, fue un teólogo popular, del pueblo y con el pueblo. Proveyó una teología laica liberadora que lo llevó a encarnarse en la situación de las comunidades de base, compartiendo el pan y el vino; las penurias y las alegrías del campesinado brasileño. Lo mismo hizo en Chile y Ecuador. En muchas ocasiones compartió en Centroamérica con seminaristas, comunidades de base y universidades.
Entonces, aparecía el visionario incomodador de dictadores y jerarcas religiosos conservadores. Su pensamiento profético y sus propuestas muchas veces heterodoxas y avanzadas, lo colocaban frente a esas autoridades en franco desafío, pagando el precio con la marginación, el exilio y la relegación. Pero Don José sabía medir riesgos y asumirlos con integridad evangélica.
Creo no equivocarme, si le entendí bien, que no le interesó regatear poderes ni buscar posiciones acomodaticias. Tal vez, fue todo lo contario: Buscó incesantemente el camino del discipulado en discernimiento y humildad, con profunda ternura cristiana. Se le notaba en su rostro. Sus pausas en el conversar, con una sonrisa diáfana y dulce, proveía el espacio para compartir, aprender y sentirse uno desafiado.
Sólo he de relatar una experiencia que me ayudó a valorar este profeta-visionario.
El Centro Antonio de Valdivieso de Nicaragua programaba unas Semanas Teológicas que llegaron a ser un verdadero espacio para la reflexión, el análisis y las propuestas más desafiantes. Recuerdo que en la jornada de 1990 nos invitaron a Don José Comblin y a este servidor a compartir dichas conferencias, girando el tema general sobre los proyectos evangelizadores en Latinoamérica. A Don José le tocaba la perspectiva católica y a mí la protestante.
La jornada incluía simposios y trabajo en grupos, en una dinámica de debate abierto muy fructífero. En lo personal me resultaba fascinante sentarme a conversar con Don José pues él deseaba compartir sus enfoques y saber los míos antes y después de cada intervención. Mirando hacia atrás en la distancia y el tiempo, fui profundamente impactado por aquellas conversaciones, y guardo con gratuidad la sabiduría que me compartió.
Hubo un momento de celebración litúrgica en la Semana Teológica, allá en el Centro Valdivieso. Recuerdo vivamente que un sacerdote hondureño tomó la guitarra y comenzó a enseñarnos un cántico muy popular en las comunidades de base en Honduras. Y quedaron grabadas para siempre este mensaje tan evangélico que me confirma la tesitura espiritual de Don José Comblin. A él también le emocionó cuando lo cantamos:
Jesucristo me dejó inquieto, su palabra me llenó de luz.
Y jamás yo pude ver al mundo sin sentir, aquello que sintió Jesús (2).
Gracias, Don José, digno siervo de Jesucristo en su pueblo. Su estela luminosa se ha quedado con nosotros y nosotras. Prometemos recordar con alguna frecuencia lo que nos enseñó y compartió. Su sabiduría nos ha conmovido y desafiado.+ (PE)
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