viernes, 11 de marzo de 2011

La izquierda y los tiranos.



El sociólogo Salvador Giner escribe hoy en El Periódico este lúcido artículo, en el analiza el triste destino de la socialdemocracia europea, orientada desde los años ochenta por un gurú de la sociología. El autor no nombra a su colega, hoy miembro de la Cámara de los Lores, a quien responsabiliza de los errores del laborismo inglés y del socialismo español. Pero nosotros sí que podemos hacerlo: Anthony Giddens.

¿Qué fuerza o qué lógica diabólica hace que los progresistas traicionen una y otra vez sus ideales?

¿Por qué cuesta tanto ser de izquierdas? ¿No debería ser fácil y normal que un ciudadano amante de la libertad, de la igualdad de oportunidades, de la autodeterminación de los pueblos, de la redistribución de la renta y de la equidad mostrara una elemental simpatía por los gobiernos que ponen en vigor esos valores elementales? ¿No es cierto que los valores de cualquier sociedad decente son precisamente los de la izquierda y no otros?

Lo terrible es no poder hallar una respuesta fácil a la pregunta. ¿Qué enigmática fuerza histórica o, simplemente, qué lógica diabólica hace que la izquierda -la aliada natural del feminismo, del ecologismo, del pacifismo, de la educación para todos- traicione una y otra vez sus principios elementales?

La respuesta es sencilla si se expresa esta perplejidad desde las acostumbradas posiciones reaccionarias o, simplemente, conservadoras o incluso cínicas. Desde esa manera de ver las cosas, debe suponerse que mostrar asombro ante la acostumbrada tergiversación elemental de los principios es pecar de infantilismo. La naturaleza humana es la que es, de modo que cualquier orden político tenderá a aburguesarse, a consolidar el privilegio o a olvidar los principios que dieron el voto a quienes lo buscaron invocando ilusiones pero siempre sin la menor intención de aplicarlas.

La medida en que esta convicción fatalista de la inevitable incapacidad de la izquierda ha penetrado en el mundo mental de quienes suelen llamarse progresistas la está dando estos días la indecisión y timidez con que la socialdemocracia europea está respondiendo a las insurrecciones populares que en el mundo musulmán acaban con una tiranía tras otra. De pronto, quienes mantenían en una asociación hueca llamada Internacional Socialista a regímenes como el del déspota tunecino Ben Alí se percatan de que este era un ser abyecto y corrupto. Lo sabíamos todos. Que el demente Gadafiera un bárbaro terrorista internacional lo sabían, pero lo invitaban a una de las facultades de ciencias sociales más prestigiosa de mundo, en Londres, mientras sin rubor alguno se entregaban a charlar con él de democracia y a redactar panfletos inanes sobre algo llamado Tercera Vía. (Compréndese que al afamado sociólogo de la nada que a ello se dedicaba se le premiara con un ennoblecimiento en ese dechado de progresía que es la Cámara de los Lores por tales desvelos, pero se comprende menos que cualquier inanidad que de su boca salía fuera tan bien recibida por la socialdemocracia ibérica, sedienta de una inspiración que de casa no salía ni sale.) Junto a ello, lo que sí se comprende es que un payaso como Il Cavaliere, que el Gobierno italiano preside, haya halagado al tirano Gadaficon su séquito de amazonas mercenarias y sus juergas romanas. Al fin y al cabo, este caballero es de derechas.

Uno es ya muy mayor para esperar que unas palabras tristes, expresadas desde el privilegiado rincón de este diario, encuentren a alguien -no se sabe en qué partido, en qué movimiento social emancipatorio, en qué asociación cívica altruista- que les haga caso, que se las tome en serio, que piense que aún es posible alcanzar en esto de la política el imperio de la razón. Que todavía la batalla por mantener cuatro principios de decencia izquierdosa no está perdida. Uno es ya muy mayor para hacerse de derechas, pero no tanto para empezar a no esperar nada de quienes creía que eran sus correligionarios. O esperarlo solamente -¿hay alguien ahí?, ¿se me escucha?- de un puñado muy reducido de gentes a las que no les dé demasiada vergüenza reconocer que pertenecen a la tribu de los ilusos, de los ingenuos, y que, pese a ello, no piensan pasarse ni siquiera a la derecha más tranquila, más civilizada, más reformista. (También existe, y gana elecciones diciendo que es de izquierdas, ya ven.)

No pasa nada, señoras y señores -no teman, no voy a decir compañeros ni, los dioses inmortales me lo impidan, camaradas-, lanzaré mis ruidos de rigor solidarizándome con el levantamiento contra los tiranos que hasta hoy mismo apoyábamos, me quejaré comedidamente de lo malos que son los banqueros que han traído este descalabro económico, moveré mi testuz en desaprobación inútil de aquella maligna derecha que no permite ni en la sociedad más rica del universo que avance la medicina para los pobres o la educación para los que no la tienen. No pido que me hagan lord como mi colega inglés. ¿Qué iba a hacer un chico de Sarrià en Westminster de oropeles cubierto? Pero tampoco quiero que me confundan y alguien vaya a pensar que soy de izquierdas, de esas izquierdas tan estupendas, quiero decir, que solo se acuerdan de las creencias que proclaman cuando truena. Cuando se desatan los rayos que ellas mismas, conscientes en su plácido cinismo, provocaron.

Salvador Giner es Presidente del Institut d’Estudis Catalans.

Fuente: Atrio

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