miércoles, 24 de julio de 2013

Lo tanático en la sociedad actual.




J. M. González Campa


Es éste un tema trascendente; pero, lo que es todavía más importante, transhistórico. La Revelación divina, que trasciende el tiempo histórico y el espacio cósmico, nos presenta, al hablarnos de la realidad ontogénica del mundo, la confrontación dialéctica entre el Bien y el Mal; confrontación desde la perspectiva de aquellas cosas«… que eran en el Principio». El Bien y el Mal devienen (y explican) toda la Historia del Mundo (kosmos) y de la Humanidad (antropos).
Pero el enfrentamiento dialéctico Bien-Mal trasciende la Historia (y la Prehistoria), para hundir sus raíces en la misma esencia del SER (Dios) y de sus criaturas (los ángeles y los hombres).
El Bien, lo BUENO, se identifica plenamente con Dios mismo. Así fue como lo hizo explícito, a los hombres, el Señor Jesucristo: «¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios» (Mr. 10:18). El sentido del original griego no es tanto «bueno» sino «El Bueno». En definitiva, «El Bueno» o «El Bien» es sólo UNO: Dios. El libro de Génesis empieza diciéndonos: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn. 1:1). Nosotros podríamos interpretar dicho texto así… «en el principio creó EL BUENO (El Bien Personificado) los cielos y la tierra.» Es, además, interesante remarcar, desde el punto de vista teológico y exegético, que el término «creó» corresponde a un vocablo hebreo (bara) que significa «que Dios (Elohim) creó (bara) por primera vez algo nuevo y maravilloso». Por consiguiente, el Mal tiene una génesis posterior a este momento ontogénico.
El Mal también está personificado en la Revelación divina. Los libros de Isaías (cap. 14:4-20) y de Ezequiel (cap. 28:12-19) nos presentan aspectos complementarios del momento, trascendente, en que emerge a la superficie de la experiencia personal (ángeles) y cósmica, el MAL (en términos teológicos estrictos «el PECADO»). La Revelación Bíblica, especialmente en el Antiguo Testamento pero también en el Nuevo, enseña que hay dos mundos: el visible y el invisible (He. 11:3); pero, además, la Biblia enseña que las autoridades de este mundo «que se ve» (gobernadores, reyes, príncipes, etc.) están controladas o subordinadas a otras autoridades o potestades «del mundo que no se ve» (los demonios), según encontramos en Isaías 14, Ezequiel 28, Daniel 10, Juan 8, Romanos 1 y Efesios 6. En este sentido, la Escritura enmarca el nacimiento del pecado (griego «amartia» =error, fracaso, frustración) como surgiendo del «corazón» de un ser, excepcional, a nivel del mundo invisible. Dice Ezequiel 28:12-13. Pasando del prototipo (el rey de Tiro) al verdadero arquetipo (un ángel o querubín llamado Lucero o Lucifer en la versión latina de la Vulgata): «Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste… los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación.» (Hebreo= bara). Y añade en los versos 15-16: «Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado (hebreo bara) hasta que se halló en ti maldad. A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y PECASTE; por lo que te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector.» Por todo el pasaje de Ezequiel 28, así como de Isaías 14, entendemos las diversas motivaciones que tuvo aquel ser privilegiado, aquel UNGIDO del Señor (el término «grande» de Ezequiel 28:14 significa en hebreo «ungido») llamado Lucero, para convertirse en Satanás y Diablo, el enemigo y adversario de Dios. Su deseo más sublime era aquel que expresa Isaías 14:13-14: «Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono… y seré SEMEJANTE AL ALTÍSIMO…
Las aspiraciones de Satanás no se vieron coronadas por el éxito, tal y como él ambicionaba, pero consiguió alterar la homeostasis (equilibrio armónico) de la creación, de forma más que significativa. Perdió PODER («¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la Mañana!» Is. 14:12; «…yo le eché del Monte de Dios» Ez. 28:16) pero adquirió PODERES. Una parte de seres angélicos se sumaron a su causa y se constituyeron en demonios (Ap. 12:3-4) y agentes, con poder, realizadores del mal en toda la creación cósmica (Le. 11:15 y 18); por otro lado, se institucionalizaron, al menos, las siguientes realidades, que constituyen armas poderosísimas en manos del Diablo: El pecado, la ciencia, las religiones, la política, las riquezas y la muerte.
Diversos nombres, del Diablo, dan a entender la trascendencia social, política, económica, moral, biológica, anímica y espiritual (pneumática) de sus poderes. La Revelación de Dios le reconoce como «príncipe de los demonios» (Mt. 13:24-27); «príncipe de la potestad (o autoridades) del aire» (Ef. 2:2); «príncipe de este mundo» (griego kosmos =SISTEMA de este mundo) (Jn. 12:31; 14:30 y 16:11) y «Dios de este siglo» (2ª Cor. 4:4). Todos estos títulos, aun reconocidos por el Hijo del hombre cuando vivió en esta tierra, le invisten de autoridad y poder hasta el extremo de convertirse en un enemigo capaz de enfrentarse al mismo Dios. Veamos, pues, cómo el Diablo dinamiza y ejercita sus importantes poderes, y cómo Dios se los desestructura y neutraliza.
El Pecado
El pecado es la primera arma que el Diablo genera «en sí mismo» (Ez. 28:15-16). El primer «ungido» (Ez. 28:14) que Dios crea, el querubín grande, que era el sello de la perfección, se contamina por el pecado y se «llena de maldad». A partir de este momento ya no podrá servir  a Dios, como agente que le canalice y proyecte en el cosmos. El Supremo Hacedor crea, entonces, a otro «ungido» (El hombre) a su imagen y semejanza (Gn. 1:26-31).
Por Santiago 3:9 entendemos que, de todos los seres, personales, que Dios había creado, incluido aquel personaje extraordinario de Ezequiel 28, el «Hombre» era la criatura «que más se parecía a Dios.» El hombre se constituyó en EL SER EN EL MUNDO que serviría como canal,  través del cual Dios pudiera proyectar su Gloria y Trascendencia a toda la creación (Sal. 8). Este nuevo «Ungido» de Dios, es el medio a través del cual Dios quiere actuar en la Historia.
Durante algún tiempo, el hombre es un buen hilo conductor de la gracia y de la gloria del Señor; pero el Diablo, dispuesto a seguir intentando la desestructuración de los Planes de Dios, concibe una idea genial: colocar en el interior del hombre, en la esfera de su intimidad, UN DISPOSITIVO que, automáticamente, responda a los deseos de su propio corazón. Para conseguirlo, se acerca al hombre y le inocula el pecado (griego amartia: error, fracaso y frustración. Gn. 3:1-5). El pecado produce una desestructuración absoluta del hombre; desestructuración orgánica y biológica (somática), desestructuración emocional y afectiva (psíquica) y desestructuración espiritual (pneumática). El hombre, imagen de Dios, por la acción peristática del diablo (la introducción del amartia-pecado en el antropos-hombre) se «convierte» en el viejo hombre, en carne. Esta transformación de la naturaleza humana tiene, como elemento cardinal y antropocéntrico, la creación en la esfera de la intimidad, en el corazón del hombre, de una realidad llamada INCONSCIENTE (Sal. 139:23-24; Mr. 7:20-23; Ro. 7:15-21), por la que aparecen nuevos contenidos en el campo del espíritu y se cambian otros preexistentes. El hombre va a ser gobernado desde el inconsciente, desde su corazón; y las motivaciones que desde el mismo emerjan, se ajustarán a los deseos del Adán «caído», que vendrán a coincidir con las del mismo enemigo de Dios: el diablo (Jn. 8:36-44). Así pues, el Diablo ha colocado una central de repetición en el centro de la personalidad humana, y la maneja a su antojo. Consiguientemente, por inclinación natural, el hombre no obra la voluntad de Dios, sino la del diablo.
El segundo «ungido» que aparece en la Revelación de Dios «se rompe» desde dentro hacia fuera, se desestructura y se transforma en un canal, a través del cual la realidad de Dios ya no se puede proyectar en el mundo (Ro. 1:18).
Pero, aún hay más. Cuando el diablo se reveló contra Dios no consiguió la trascendencia amártica (amartia = pecado), que ocasionó la «Caída» del hombre: «Por tanto… el pecado (el error, el fracaso y la frustración) entró en el mundo (kosmos) por un hombre (antropos)…»; es decir, la desestructuración amártica del hombre supuso, también, la de toda la creación (Ro. 5:12 y Ro. 8:19-23). El poder del diablo opera en esta dimensión cósmica y para ponerle límites, y volver a «reconciliar» todas las cosas con Dios, («así las que están en los cielos como las que están en la tierra» Co. 1:20), es necesario la introducción, en el mundo, del tercer UNGIDO: El Señor Jesucristo, que con su muerte vicaria resuelve esta situación, y recobra para Dios del poder del diablo, como segundo Adán, lo que el primero había perdido (1ª Co. 15:21-22 y 45, 47).
La Ciencia
Las motivaciones del diablo fueron presentadas al hombre con gran sagacidad. El árbol de laciencia del bien y del mal fue el centro de su estrategia. Era un árbol «… bueno para comer…agradable a los ojos y… codiciable para alcanzar la sabiduría…» (Gn. 3:6). Ante el hombre estaba la posibilidad de ampliar el campo y los contenidos de su conciencia. Tienen razón algunos científicos, cuando dicen que el hombre «realizó» un gran acto de libertad al comer del árbol de la ciencia; pero también hay que considerar que «este acto de libertad.. que amplió el campo y los contenidos de su conciencia, constituyó el hecho básico de su esclavitud actual.
Esclavitud biológica (envejecimiento y muerte: Gn. 3:19 y Ec. 12:1-7); esclavitud anímica y esclavitud pneumática (contenidos del inconsciente individual y colectivo: 1ª Cor. 2:14 y Ro. 7:14-21). Aquí empezó la historia del desarrollo de la teoría del conocimiento, del desarrollo tecnológico y científico al servicio de aquella motivación básica: la realización del superhombre o la de ser como Dios (Gn. 3:5).
Mediante el arma de la Ciencia, el diablo ha conseguido que el hombre sustituya a Dios por la adoración de sí mismo. Además, el desarrollo tecnológico y científico ha colocado a la humanidad al borde de su propia autodestrucción; el desastre ecológico con la contaminación del aire, el mar y la tierra (Is. 24:4-5), la esclavitud del hombre a las máquinas y la profanación de la esfera de la intimidad, por técnicas que atentan contra los derechos humanos inalienables (lavado de cerebro, hipnosis química, etc.), son otros tantos exponentes del triunfo y realización del mal.
Finalmente, y en la medida que el hombre va deificándose a sí mismo y convirtiéndose en «dios», ha ido elaborando la filosofía del superhombre y la teología de la muerte de Dios. Este camino culminará con la «encarnación» del Anticristo (como si «el diablo fuese hecho carne”), que dispondrá de todo el poder del diablo para conseguir que la Humanidad se enfrente al mismo Dios (Ap. 13:1-18; 20:1-10; 2ª Tesl. 2:1-12).
Los límites al enorme poder de Satanás vendrán establecidos por el hecho de que la humanidad está «cayendo» en su propia «trampa», y el progreso material, científico y tecnológico, creará un mundo de seres frustrados en sus demandas espirituales y existenciales más profundas (Am. 8:11-13). El paraíso del progreso científico y material (económico) se convertirá en el infierno de la desesperación existencial más significativo de la historia del hombre sobre la tierra.
Además de estos límites, expresión del fracaso de la propia gestión del hombre en el mundo, la segunda venida del Señor Jesucristo impondrá, a los ángeles caídos y a los hombres, el gobierno de Dios (Zac. 14:16-21; Mal. 4:1; 2ª Tesl. 2:8; Ap. 19:11-21, 20:7-10, 21:1-27, 22:1-5).
Las Religiones
Las religiones, con sus ritos, sus ídolos y con sus contenidos esotérico-místicos, son la manifestación objetiva del culto a los demonios. La religiosidad es un ingrediente universal de los contenidos del espíritu humano Se ha hablado del «homo faber», del «homo sapiens» y, también, del «homo religiosus». Las diversas religiones controlan las conciencias de los hombres. A través de sus sistemas, de sus cultos y rituales, las religiones ejercen un poder que les viene inferido, por seres demoníacos, desde el mundo invisible. Algunos parapsicólogos dicen tener la impresión de que no somos libres, de que «alguien» nos maneja desde el espacio infinito y… ¡tienen razón!
Los demonios, su influencia y sus actividades, se mencionan, claramente, en el Antiguo Testamento (Lv. 17:7; Dt. 32:17; 1ª Cr. 21:1; 2ª Cr. 11:15; Sal. 96:5, 106:37; Job 1 y 2, etc.). En el Nuevo Testamento aprendemos que el culto a los ídolos es, en definitiva, una adoración de los demonios (1ª Co. 10:18-22). Los descubrimientos antropológicos y arqueológicos más antiguos, ponen de relieve el culto a los demonios (mediante el análisis de fósiles religiosos encontrados).
Las civilizaciones más antiguas (aria, semítica, sumeria, caldea, egipcia, etc.) tenían IDOLOS. Los pueblos del neolítico (edad de piedra) y calcolítico (edad del cobre), unos 8.000 a 3.000 años a.C. (según los eruditos), rendían culto a estatuillas de DIOSAS (figuras de mujeres, o de una mujer con un niño en brazos) primero, y de DIOSES después. La similitud de esos ídolos con los de las grandes religiones actuales (tales como el catolicismo romano) es extraordinaria. La IDOLATRÍA es un arma, poderosísima, mediante la cual el diablo se ha constituido en el «Dios de este presente siglo malo». El ocultismo, proyectándose en la experiencia vivencial) humana, a través de diversos sistemas religiosos (en especial las religiones orientales), va ganando adeptos y ocupando, en el corazón de los hombres, el lugar destinado a Dios. Todos estos sistemas demoníacos han abocado a la institucionalización del llamado culto a Satanás que, pese a ser en el siglo XX cuando ha quedado definido como una alternativa a la Iglesia de Cristo (la llamada «iglesia de Satanás»), su antigüedad es manifiesta y notoria desde el primer siglo de la era cristiana (Ap. 2:13-15).
Dios neutraliza este poder, de los demonios, mediante la predicación del Evangelio y la acción del Espíritu Santo, que aplica la Palabra a las conciencias y redime a los hombres de la idolatría (1ª Ts. 1:9-10).
La Política
Los sistemas políticos son otros tantos medios de opresión de los seres humanos. La Biblia nos enseña que los gobernadores, reyes y príncipes de las naciones, están sometidos al control de los «gobernadores de las tinieblas» (Ef. 6:12), que actúan desde el mundo invisible. No existe, bajo el punto de vista de la Revelación, «Un gobierno humano» que sea modélico para la realización de la voluntad de Dios.
El Evangelio tiene un contenido político de gran trascendencia. El Evangelio no es sólo el «evangelio de la gracia» sino, primordialmente, el «evangelio del Reino de Dios». El Señor Jesucristo, no sólo es el Salvador del mundo y el Redentor de los hombres sino y, primordialmente, el Rey de reyes y el Señor de señores (Ap. 19:16). Desde el punto de vista de Dios, el mejor sistema de gobierno es la TEOCRACIA (gobierno directo de Dios: Jue. y 1º Samuel 8) que supone, bajo el punto de vista humano, una ACRACIA, es decir: un gobierno de autogestión de los pueblos, que excluye la superestructura y aparato político y los sustituye por las directrices y el directo gobierno de Dios. El Diablo es el Príncipe de este mundo y, a través de sus agentes (los demonios) ejecuta su voluntad «inspirando» y «manejando» a los líderes humanos y a los pueblos.
Detrás de cada autoridad del mundo visible, hay otra en el mundo invisible (Jn. 19:9-11).
Estas autoridades invisibles, estas potestades, estas huestes espirituales de maldad (Ef. 6:12), influyen sobre los soberanos de la tierra y los inducen a actuaciones totalitarias (1ª Cr. 21:1) y a la elaboración de rígidos sistemas de control, como los que describe George Orwel en su libro «1984» (Ap. 13:15-17); sistemas que pisotean los derechos inalienables de los hombres (Ro. 1:28-32); estos sistemas políticos son, directamente, responsables de todas las discriminaciones y desigualdades humanas (étnicas, raciales, económicas, políticas, sociales, etc.).
La victoria sobre los sustentadores de estos «sistemas» y los detentadores de «este poder» (los demonios), ha sido conseguida en la Cruz del Calvario. La Biblia dice que Jesús, con su muerte, «desarmó» a los principados y potestades y los exhibió, públicamente, triunfando sobre ellos en la Cruz (Col. 2:15). La aplicación histórica de este hecho, tendrá lugar en la segunda venida de Cristo, cuando se establecerá, políticamente, el Reino de Dios (Ap. 19:17-21).
Las Riquezas (El Dinero)
Se ha dicho que hasta la integridad de los hombres más honestos puede zozobrar, y que «todos los seres humanos tienen un precio». Esto lo conoce, perfectamente, el diablo y, sin duda alguna, porque él debe de haber sido el primer descubridor de esta realidad. La riqueza, el dinero o el capital (en términos modernos) han jugado un gran papel en el devenir histórico y sociológico de la humanidad. Dice el apóstol Pablo que «raíz de todos los males es el amor al dinero» (1ª Ti. 6:10) y, en esto, la Revelación de Dios viene a coincidir, adelantándose en siglos, con las teorías políticas que mejor han explicado la realidad histórica y sociológica del mundo (por ejemplo: el socialismo científico, el liberalismo, etc.).
El dinero ha llegado a constituirse en elemento tan vital en la vida de los hombres y de los pueblos que, trascendiéndose a sí mismo, ha llegado a adquirir la categoría de Dios. La confrontación dialéctica entre el bien y el mal, en último término, se reduce a la confrontación entre Dios y el Dinero. El Señor Jesucristo, en el corazón de su Sermón de la Montaña, presenta esta palpitante cuestión de la manera siguiente: «Ninguno puede servir a dos señores; porque aborrecerá al uno y amará al otro o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a Mamón (las riquezas)» (Mt. 6:24).
Por la Revelación bíblica y el devenir histórico-social, entendemos que el dinero (o las riquezas) formarán parte integral de toda la Historia de la humanidad. Los hombres, que han inventado el «Cambio» y el «dinero», no serán capaces de deshacerse de los principios capitalistas (capitalismo de libre mercado o capitalismo de Estado) que informan toda la infraestructura socio-económica de los pueblos.
A lo largo de la Historia, las experiencias de vida comunitaria (en el sentido de tener «todas las cosas en común») han sido escasas, y no han prevalecido. La actual sociedad de consumo, responsable de tantos males (esclavitud, carrera armamentista, drogadicción de la humanidad, desigualdades sociales, desequilibrio ecológico, etc.) se consolida, hacia el futuro, con más fuerza que nunca. Las nuevas tecnologías se ponen a su servicio incondicionalmente; el comercio ocupará un lugar importante en los tiempos inmediatos al regreso del Señor Jesús a esta tierra; el monopolio del mismo estará en manos del Anticristo que someterá a los hombres a su rígida dictadura materialista. Únicamente la segunda venida de Cristo volverá a «introducir» el equilibrio a nivel biológico (Is. 11:6-9; 65:25); socio-político (ls. 11:1-5; 61:1-2); económico (Is. 11:4; 65:21-23; 2ª P. 3:13); socio-sanitario (ls. 65:20; Ap. 21:4; 22:2); moral y espiritual (Joel 2:28- 32; Zac. 14:16-21; Mal. 4:1-6; Ap. 21:3; 21:22-27; 22:3-5).
Hay un futuro de esperanza para la Humanidad, pero no viene de la mano de los hombres sino de la de Dios.
La Muerte
La Biblia enseña que «la paga del pecado (amartia) es la muerte (tanatos)» (Ro. 6:23). La palabra griega que se emplea para muerte, en el texto mencionado, es el término tanatos, que no se refiere tanto a la muerte como un hecho físico concreto, cuanto a la misma infraestructura o conjunto de fuerzas dinámicas, que conducen a tal hecho. Los estudios psicoanalíticos de Sigmund Freud, y sus seguidores, han puesto de manifiesto que en el hombre se devienen, psicobiológicamente, dos poderosas fuerzas instintivas: el eros (instinto del amor y de la vida) y el tanatos (instinto de la muerte). Según esta escuela, científica, toda la vida del hombre se deviene en un enfrentamiento dialéctico y agónico entre ambas fuerzas instintivas.
Por otro lado, eminentes científicos del campo de la neurofisiología, como el Dr. Claudio Bernard, han definido la muerte como «el conjunto de fuerzas que se oponen a la vida». Literalmente, Bernard fue más allá y dijo: «LA VIDA ES LA MUERTE». Esta afirmación podría tener un paralelismo en la experiencia biológica, vivencial] y existencial del apóstol Pablo cuando afirmaba: «cada día muero» (1ª Co. 15:31). La muerte se introdujo, en la experiencia existencial de los hombres, como consecuencia de la entrada del pecado en el mundo (Ro. 5:12). Pero la muerte (el tanatos) no es sólo un conjunto de fuerzas instintivas que actúan a nivel psicobiológico (2ª Co. 4:10-12), sino algo mucho más trascendente e importante. El capitulo 15 de la 1ª epístola a los Corintios, nos presenta a la MUERTE (tanatos) no sólo como una circunstancia o realidad metabiológica (He. 9:27) sino como un gran enemigo de Dios y de los hombres (muerte personificada: 1ª Co. 15:26).
Este enemigo tiene una dimensión escatológica (1ª Co. 15:26) y en el devenir psico-bio-social de la humanidad se ha constituido en un IMPERIO (He. 2:14) que mantiene esclavizados a los hombres. El detentador de este poder imperialista es el diablo.
Sería muy propio, y extenso, entrar en las consideraciones del verdadero poder de este imperio del tanatos (la muerte). Bástenos, sólo, traer a la memoria todo el «temor» (He. 2:15) que las enfermedades, epidemias, cataclismos sísmicos, hambres y guerras, han traído sobre los seres humanos. Si todas estas circunstancias condicionan y esclavizan a los hombres, es porque son facilitadoras de la realización del «tanatos» para la introducción experiencial de la muerte, a nivel universal.
La muerte es la instancia biológica o ente existencial responsable de la frustración en el mundo (véase el Libro de Eclesiastés). Dice Salomón que Dios «todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto el deseo vehemente por la eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio» (Ecl. 3:11). Este «deseo de eternidad», que gravita como contenido esencial en el corazón humano, está impedido, en su realización, por la realidad incontrovertible de la muerte; realidad que viene a dar al traste con todos los deseos de «eternización» que el hombre atesora (Ecl. 2:16; 8:8).
El imperio de la muerte ha sido manejado por Satanás para dar sentido y trascendencia ideológica a diversos sistemas filosóficos y religiosos, hasta llegar a producir una verdadera alienación en la conciencia de muchos seres humanos; la filosofía de la sublimación y culto a la muerte ha supuesto la infraestructura y el contenido, básico, de todos los imperialismos; en especial los de más acendrado signo fascista. Hoy, el imperio de la muerte ha trascendido lo biológico, y lo filosófico, para proyectarse en la esfera de lo socio-económico. Las multinacionales de la muerte manipulan, sin escrúpulos, los intereses de millones de seres humanos y están detrás de la promoción de lo tanático, al servicio del incremento de sus monstruosos negocios.
El hombre, bajo el punto de vista biológico y existencial, está desarmado ante la muerte; el diablo aprovecha esta realidad para esclavizarlo, inoculándole una filosofía hedonista, nihilista y materialista: «comamos y bebamos porque mañana moriremos» (ls. 22:13). Tal filosofía da al traste con cualquier planteamiento ético y supramaterialista; y, como consecuencia, los valores morales de la humanidad se resquebrajan.
Estas armas poderosas, manejadas por el diablo, encuentran su ensamblaje, su interrelación dinámica, en el devenir histórico de la Humanidad y, de forma más que manifiesta, en la experiencia socioagónica de la actual civilización.
Interrelacionadas entre sí ciencia, política, dinero y religión, se constituyen en el receptáculo ideológico socio-económico, socio-político y socio-ético donde se gesta la motivación o infraestructura tanática (de muerte) que intenta realizarse en la experiencia vivencial humana. Resulta impresionante comprobar que uno de cada cuatro seres humanos necesita recurrir al consumo de drogas para seguir «viviendo.. su experiencia existencial «agónica… “VIVIR AGONIZANDO es el aspecto experiencial” más ilustrativo de la humanidad frustrada.
La Ciencia (pero fundamentalmente algunos científicos) ha contribuido con sus descubrimientos a poner al alcance de los hombres sustancias (que pretenden ser panaceas) peligrosas, con las que intentar resolver «todos» los problemas, adversos, que se les presenten en su devenir existencial. Autores como Aldous Huxley y Timothy Lear son responsables de inducir a los seres humanos a buscar «su realización» (pseudorealización) en el consumo de sustancias psicodélicas.
El Mundo Feliz, de Huxley, es la manifestación más clara de la alienación del ser humano, producida por el consumo de sustancias alteradoras de la mente y modificadoras del estado de conciencia.
La combinación de la programación genética, la alienación en el trabajo, el control de las libertades y el consumo de «soma» (droga de Aldous Huxley en su Mundo Feliz), constituye la vislumbración de una humanidad futura de auténtica dimensión y realización tanática. El mundo de las drogas, y la infraestructura diabólica que lo sustenta, ha rebasado, con creces, a los futurólogos y a los historiadores con mejor visión escatológica. Las Drogas están cambiando los patrones de conducta y el sistema de valores de individuos, familias, pueblos y naciones. La «Multinacional del Mal» maneja el poder político, los descubrimientos científicos, las necesidades más profundas (espirituales) de la esfera de la intimidad humana, la adoración de Mamón (griego: el dinero, las riquezas; Mt. 6:24) y las demandas instintivas tanáticas (pulsiones inconscientes del instinto de muerte), para concretizar sus ofertas en el ofrecimiento, pseudoliberador, del fascinante mundo de las drogas.
Desde el punto de vista económico, el tráfico y consumo de drogas supone un poder sin precedentes en la Historia de la Humanidad. Este poder permite constatar una realidad sociopolítica imprevisible en otros momentos de la Historia. El «dinero de la droga» sirve a intereses inconfesables y permite instaurar dictaduras, mantener actividades terroristas, armar a los pueblos en sus enfrentamientos fratricidas, dominar (comprando y sobornando) a amplios sectores de la sociedad, e invertir todo el sistema de valores positivos, contribuyendo a crear una sociedad que busca su realización en la gratificación inconsciente de su instinto de muerte. El consumo de drogas aliena a los individuos, desestructurándolos a nivel pneumático (espiritual), psíquico (anímico) y somático (corporal); asimismo, las familias afectadas por esta problemática se descompensan, rompiéndose emocional y sociológicamente, con el consiguiente deterioro psico-somático de los individuos que las integran.
Pero los efectos deletéreos del tráfico y consumo de drogas va aún más allá del individuo y de la familia, para incidir directamente, socabando los mismos fundamentos o pilares que mantienen la homeostasia social. La consecuencia de todo este amplio espectro de acción es la generación de angustia por la confrontación dialéctica entre la vida (eros) y la muerte (tanatos) que se deviene en la experiencia histórica de las últimas décadas del siglo XX, especialmente a partir de la primera guerra mundial.
En el mundo de nuestros días no sólo la muerte es objeto de especulación (como ejemplo véase el gran negocio montado por las sociedades de Pompas Fúnebres) sino que una parte importante de las «nuevas generaciones» gratifican lo tanático, inconscientemente y de forma progresiva, deviniéndose su experiencia existencial en una vivencia de angustia y frustración, que les insta a buscar mecanismos de defensa que les permitan evadirse de la realidad vivida, encontrando un refugio, gratificador, en el paraíso artificial y tanático que supone el mundo de las drogas. La muerte reina en un mundo donde los valores de la vida y la realización positiva se consideran obsoletos; aquel que sustenta el imperio de la muerte parece realizarse plenamente (He. 2:14).
El aspecto más trascendente de la muerte de Cristo en la Cruz del Calvario es, sin duda alguna, aquel por el que dicho sacrificio supera y resuelve el tema de la muerte. La muerte es una consecuencia del pecado (Ro. 5:12; 5:23). El Señor Jesús, no sólo llevó nuestros pecados sobre el madero (Col. 3:13) sino que El mismo «Se hizo pecado» por nosotros (2ª Cor. 5:21); pero aun más: «nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado (griego: soma tes amartias) sea destruido» (V.H.A. = deshecho; igual término en 1ª Co. 6:13, que  significa «dejar inactivo-hacer ineficaz»). La desactivación dinámica, funcional y fisiológica (orgánica) del «cuerpo del pecado», asentó la base para trascender la muerte y sacar «a la luz, la vida y la inmortalidad por el Evangelio» (2ª Ti. 1:10). Jesucristo, muriendo, venció a la muerte de manera definitiva (1ª Co. 15). La plasmación orgánica e histórica de este hecho, tendrá lugar, en la resurrección «Cuando lo mortal sea absorbido por la vida» (1ª Co. 15:53-55 y 2ª Co. 5:4). Pero la aceptación del acto soteriológico de Cristo (griego: soterias = salvación) supone la presencia permanente (la habitabilidad) del Espíritu Santo en el corazón del hombre; por tanto, nuestro cuerpo (soma) se constituye en el templo (naos) del Espíritu (pneuma). «Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús, mora (griego: habita) en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros» (Ro. 8:11).
La manifestación de los hijos de Dios (la Iglesia, el cuerpo de Cristo, según Ro. 8:19) supondrá la trascendencia de lo amártico (pecado) a nivel de lo biológico y orgánico. Entonces, el cuerpo gobernado por el alma, el cuerpo que tenemos ahora, el soma psíquico de 1ª Co. 15:44, será transformado en el soma pneumático; el cuerpo de gloria, el cuerpo gobernado por el espíritu de 1ª Co. 15:44; y el creyente se convertirá en un ser completo y perfecto (1ª Ts. 5:23; 1ª Jn. 3:1,2). Este momento salvífico, supondrá la aplicación integral de la salvación a toda la estructura psicobiológica de la persona: lo pneumático habrá trascendido e impregnado de inmortalidad a la materia. Pero esta realidad de trascendencia de lo biológico y orgánico no quedará ubicada en el hombre, sino que se irradiará a toda la creación, rescatando a la misma «de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Ro. 8:21). Como consecuencia, se establecerá un orden nuevo en el que los hombres serán más solidarios; el equilibrio ecológico será un hecho fehaciente; los valores éticos constituirán un marco de referencia para la vida; las diferencias raciales, sociales y económicas serán superadas; el conocimiento de Dios estará al alcance de cada hombre y la paz y la felicidad serán posibles (ls. 2:1-4; 1º S. 9:6-7; Is. 11 :1-10).
En este momento se habrá devenido toda la Historia humana; el Reino de Dios habrá sido establecido sobre la Tierra; el diablo será «apartado e inactivado» para siempre (Ap. 20:1) y el Rey de reyes y Señor de señores, Jesús de Nazaret, vivirá y se realizará en el corazón de todo lo creado.

Autor/a: J. M. González Campa


Licenciado en Medicina y Cirugía. Especialista en Psiquiatría Comunitaria. Psicoterapeuta. Conferenciante de temas científicos, paracientíficos y teológicos, a nivel nacional e internacional. Teólogo y escritor evangélico. Autor de varias publicaciones en el campo científico, sociológico y teológico. Ha desempeñado diversos cargos de la más alta responsabilidad dentro del campo de la Asistencia psiquiátrica y de la Salud Mental en su región natal, Asturias, así como en otras partes de España. Es fundador y Presidente de Honor de la Asociación para la Defensa de los Enfermos Psíquicos Asturianos (ADESA). Ha sido profesor de Honor de la Universidad de Oviedo y profesor de Psiquiatría de la Escuela de Asistentes sociales de Gijón. Pertenece a distintas sociedades científicas y es socio-fundador de Socidrogalcohol (Sociedad científica para el estudio del alcoholismo y las otras drogodependencias).

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