domingo, 19 de enero de 2014

El mundo hiperconectado necesita nuevas reglas.


Estamos viviendo la segunda era de las máquinas y esta vez las reglas son totalmente distintas. Habrá que ver en qué resulta todo lo que está cambiando.

Thomas L. Friedman (*)

Mi historia preferida en el fascinante libro de Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, "La segunda edad de las máquinas", es cuando le preguntan al gran maestro de ajedrez Jan Hein Donner cómo se prepararía para una partida contra una computadora, como Big Blue de IBM. Donner respondió: "Llevaría un martillo."

Donner no es el único que tiene la fantasía de destruir algunos recientes avances en software y automatización —los autos que se conducen solos, las fábricas robotizadas y la inteligencia artificial— que no solo están desplazando obreros sino que a oficinistas e incluso a grandes maestros de ajedrez.

En los últimos 10 años el mundo pasó de estar conectado a hiperconectado. Brynjolfsson y McAfee ofrecen una explicación más detallada: estamos en los albores de la segunda era de las máquinas.

La primera, precisan los autores, fue la revolución industrial, que surgió con la máquina de vapor patentada en 1871. Este periodo "se refiere a sistemas de energía para reforzar el músculo humano", explicó McAfee, "y cada invento sucesivo en esa edad suministraba más y más potencia. Pero todas esas máquinas requerían de un ser humano que tomara las decisiones". Así, los inventos de esa época de hecho hicieron que el control y la mano de obra humanas fueran "más valiosas e importantes". La mano de obra y las máquinas se complementaban.

En la segunda era de las máquinas, sostiene Brynjolfsson, "estamos empezando a automatizar muchas más tareas cognoscitivas, muchos más sistemas de control que determinan para qué se usa esa potencia. En muchos casos, ahora las máquinas de inteligencia artificial pueden tomar decisiones más sensatas que los humanos". Así pues, los humanos y las máquinas manejadas por software ya no son complementarios sino excluyentes. Eso es posible, sostienen los autores, por tres grandes tipos de avances tecnológicos que acaban de llegar a su momento clave de cambio. A estos avances los llaman "exponenciales, digitales y combinatorios".

Para ilustrar lo exponencial, relatan la historia del rey que quedó tan admirado con el inventor del ajedrez que le ofreció cualquier recompensa. El inventor pensó en arroz para alimentar a su familia. Le pidió al rey que colocara un grano de arroz en la primera casilla del tablero, y después, en cada casilla, el doble que en la anterior. El emperador aceptó hasta que vio que 63 duplicaciones arrojaban un número fantásticamente grande, unos 18 trillones.

Los autores comparan eso con la ley de Moore, que dice que la potencia de los chips se duplica inexorablemente cada dos años. A diferencia de la máquina de vapor, que era física y duplicaba su desempeño cada 70 años, las computadoras "mejoran más rápido que cualquier cosa", dice Brynjolfsson. Ahora hay autos que se manejan solos, robots fabriles flexibles y teléfonos de bolsillo con la potencia de las supercomputadoras de una generación atrás.

Sumémosle la difusión de Internet, tanto entre las personas como entre las cosas: pronto, todo el mundo tendrá un teléfono inteligente, toda caja registradora, todo motor de avión, todo iPad de los estudiantes y hasta los termostatos transmitirán datos digitales a través de Internet. Y todos esos datos significarán que al instante podremos descubrir y analizar modelos, reproducir de inmediato lo que da resultado a escala global y mejorar lo que no funciona, ya sea una cirugía de ojos, la enseñanza de fracciones o la operación de un motor de avión en pleno vuelo. De pronto, la velocidad se acelera y la pendiente de las mejorías se hace más empinada.

Si juntamos todos estos avances, señalan los autores, veremos que nuestra generación tendrá más poder para mejorar (o destruir) el mundo que ninguna anterior, dependiendo de menos personas y de más tecnología. Pero también significa que tenemos que revisar nuestro contrato social, pues el trabajo es muy importante para la identidad y dignidad personal y para la estabilidad social. Los autores proponen que se reduzcan los impuestos sobre el trabajo humano para que éste sea más barato que el digital; que se reinvente la educación para que la gente pueda "competir con las máquinas", no en contra de ellas; que se haga más por fomentar el espíritu de empresa que inventa industrias y crea empleos; e incluso, garantizarle a cada ciudadano estadounidense un ingreso básico. Hay que replantear muchas cosas, sostienen, pues no estamos solo en un bache de empleo provocado por la recesión. Estamos en medio de un torbellino tecnológico que está remodelando el lugar de trabajo. Y no deja de duplicarse.

(*) Columnista de The New York Times.

Fuente: elpais.com,uy

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